**SANTIAGO**Valeria me había sorprendido hoy en la oficina, emocionada porque había encontrado un restaurante nuevo y quería que cenáramos allí. Acepté sin pensar demasiado en ello, sin imaginar que me encontraría con ella.Ahora estoy sentado en la mesa, con el eco de aquella sorpresa aún resonando en mi cabeza. Andrea. Su silueta se aleja con paso firme, desapareciendo entre la multitud del restaurante. Exhalo despacio, tratando de deshacerme de este peso incómodo en el pecho. Es extraño, verla después de tanto tiempo… Mi ex esposa. O, mejor dicho, mi esposa, porque aún no estamos oficialmente divorciados.En estos días que han pasado desde nuestra última conversación o mejor dicho discusión, algo en ella ha cambiado. Ya no es la mujer que solía conocer. Antes, cuando nuestros caminos se cruzaban, su mirada tenía un atisbo de esperanza, como si aún esperara algo de mí. Pero ahora… ahora es diferente. Sus ojos ya no me buscan de la misma manera. Hay una distancia que no estaba antes
El dolor punzante en mi cabeza es lo primero que siento al despertar. Mis párpados pesan como si llevaran horas cerrados y mi cuerpo se siente rígido. Me incorporo lentamente y un suspiro áspero escapa de mis labios. No hace falta mirar a mi alrededor para recordar la noche anterior. La botella de whisky vacía en la mesa es suficiente prueba de mi insomnio. Frente a mí, el cuadro de nuestra boda sigue colgado en la pared, con esa imagen congelada de Andrea sonriendo, como si se burlara de mi estado actual.Me paso una mano por el rostro. ¿Qué demonios me está pasando? Yo decidí esto. Yo fui quien quiso que Andrea saliera de mi vida.Me levanto con dificultad, sintiendo el mareo golpearme por la resaca. Camino al baño y me detengo frente al espejo. El reflejo que me devuelve no es el del hombre impecable y seguro de sí mismo que suelo ser. Mi cabello está desordenado, mis ojos enrojecidos y la sombra de una pequeña barba desaliñada cubre mi mandíbula. Exhalo con frustración. No puedo s
**ANDREA**Camino por el pasillo amplio y silencioso de nuestra casa, una mansión más grande de lo necesario, fría como nuestro matrimonio. Las paredes están decoradas con un minimalismo impersonal, como si alguien hubiese contratado a un decorador con la única instrucción de que eliminara cualquier rastro de calidez. Cada rincón parece gritar que aquí no hay lugar para mí, como si fuese una intrusa en mi propia vida.He sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años. Tres largos años en los que él apenas ha notado mi presencia. Desde el principio, nuestro matrimonio fue un acuerdo más que una unión. Dormimos en habitaciones separadas; las de él son amplias y lujosas, en cambio yo prefiero que las mías sean prácticas y sobre todo que estén apartadas. Él solo aparece para desayunar, y algunas noches duerme aquí, aunque nunca conmigo. En el fondo, esta casa es más su escondite que un hogar compartido. Lo veo tan poco que a veces me pregunto si realmente vivimos bajo el
Me despierto con la iluminación de un sorprendente sol que atraviesa las cortinas de mi habitación. El contraste con el cielo gris de la tormenta de ayer me recuerda que hoy todo parece más claro, más despejado, como mi mente y mi corazón. Una sensación de determinación se instala en mí mientras me incorporo y dirijo hacia el baño.El agua caliente del duchazo me envuelve, como si lavara no solo mi cuerpo sino también los restos de la angustia de la noche anterior. Mi mente repasa las decisiones que debo tomar. Hoy todo cambiará. Mientras me alisto, tomo mi teléfono y grabo un mensaje de voz para mi asistente:—Anastasia, informa que he vuelto de mis vacaciones. Quiero que todo esté listo para mi llegada esta mañana. Gracias.La respuesta llega minuto después:—Señorita Rojas, ya todo está preparado. El equipo está al tanto y esperan su llegada.Sonrío levemente al escucharla. Esa confirmación me llena de energía. Camino hacia mi armario, donde una variedad de trajes elegantes y sobri
**SANTIAGO**El dolor de cabeza es insoportable, como un tambor constante que no deja de resonar en mi mente. Anoche no dormí ni un segundo. Me quedé atrapado en mis pensamientos, girando en un remolino de arrepentimientos por decisiones pasadas, dudas que no tienen respuesta, y el futuro que intento construir pero que, en este momento, parece una figura borrosa en la distancia.Estoy sentado en el sillón de mi despacho, el lugar donde me desplomé esta mañana, vencido por el cansancio y el insomnio. Mis ojos arden, pero lo peor es este mareo que me invade cuando intento levantarme. Apoyo las manos en el escritorio, buscando estabilidad, pero no el encuentro ni en mi cuerpo ni en mi mente. Esta migraña no cede, como si fuera un castigo por todo lo que llevo acumulando dentro. Me dejo caer de nuevo en la silla, incapaz de ignorar el peso de mis propios pensamientos.Andrea. Su nombre me golpea como un eco en la cabeza. Desde que conocí a Andrea en la universidad, supe que había algo en
Llegué al hospital con el corazón acelerado, una mezcla de preocupación y cansancio reflejada en mi rostro. Me acerqué a recepción, donde una enfermera me recibió con una mirada profesional pero amable.—Buenas noches. Estoy buscando a la paciente Valeria Rojas —dije, tratando de sonar sereno, aunque mi voz traicionaba mi nerviosismo.La enfermera tecleó algo en su computadora y luego levantó la vista hacia mí.—¿Qué relación tiene con la paciente?Por un momento dudé. La palabra “pareja” se atascó en mi garganta, pero finalmente la pronuncié con firmeza.—Soy su pareja.La enfermera asintió, sin mostrar sorpresa alguna.—Se encuentra en el quinto piso, habitación 514.—Gracias.Me dirigí hacia el ascensor, sintiendo un nudo en el estómago. Mientras ascendía, mi mente no paraba de divagar. Pensaba en lo que encontraría al llegar, en si Valeria estaría bien, y también en cómo todo esto afectaba mi vida.Cuando llegué a la habitación, la encontré acostada, conectada a una intravenosa. S
Al escuchar esas dos preguntas de Andrea, algo dentro de mí explotó. Fue como si un muro se rompiera en mi interior, liberando una marea de emociones que llevaba tiempo reprimiendo. Sentí un calor abrasador subiendo desde mi pecho hasta mi garganta. Mis manos se cerraron en puños, y antes de darme cuenta, las palabras ya habían salido como un disparo—¿Acaso necesito algo para estar en mi propia casa? —espeté, con un tono que más parecía bien un grito.Andrea se levantó del sofá con una calma que me resultó insoportable. Esa mirada suya, cargada de un desdén tranquilo, me hizo sentir pequeño y furioso al mismo tiempo. Entonces, habló, y su sarcasmo fue como un cuchillo que se hundió en lo más profundo:—Ah, cierto, es tu casa, pero no vives aquí.Mis latidos se aceleraron, martilleando mis oídos con un ritmo ensordecedor. Esa frase, tan sencilla y cruel, me golpeó como un puñetazo en el estómago. Por un segundo, me quedé sin palabras, pero el silencio se hizo poco.Saque mi celular y
**ANDREA**El frío de la noche se cuela en mi piel mientras cierro la puerta detrás de mí. La casa en la que pasé los últimos tres años, aquella que alguna vez soñé que se convertiría en un hogar, ahora es solo un recuerdo. Con cada paso que doy alejándome de ella, siento un peso levantarse de mis hombros, pero también una punzada en el pecho, como si una parte de mí se quedara atrapada dentro de esas paredes.No miro atrás. Si lo hago, temo que una parte de mí intenta quedarse. Y ya no hay espacio para la nostalgia. Solo para el futuroLa ciudad aún duerme mientras conduce hacia mi departamento. Las calles desiertas y las luces titilantes de los semáforos me acompañan en el trayecto, como si el mundo entero estuviera en pausa. Respiro hondo y aprieto el volante con más fuerza de la necesaria. No puedo evitar pensar en lo irónico que resulta volver a este lugar después de tantos años, después de todo lo que ha pasado.Este departamento fue mi refugio durante la universidad. Aquí celeb