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¿Será la señora Benavides?

**ANDREA**

El frío de la noche se cuela en mi piel mientras cierro la puerta detrás de mí. La casa en la que pasé los últimos tres años, aquella que alguna vez soñé que se convertiría en un hogar, ahora es solo un recuerdo. Con cada paso que doy alejándome de ella, siento un peso levantarse de mis hombros, pero también una punzada en el pecho, como si una parte de mí se quedara atrapada dentro de esas paredes.

No miro atrás. Si lo hago, temo que una parte de mí intenta quedarse. Y ya no hay espacio para la nostalgia. Solo para el futuro

La ciudad aún duerme mientras conduce hacia mi departamento. Las calles desiertas y las luces titilantes de los semáforos me acompañan en el trayecto, como si el mundo entero estuviera en pausa. Respiro hondo y aprieto el volante con más fuerza de la necesaria. No puedo evitar pensar en lo irónico que resulta volver a este lugar después de tantos años, después de todo lo que ha pasado.

Este departamento fue mi refugio durante la universidad. Aquí celebre mis primeras victorias y también lloré mis primeras derrotas en soledad. Cada rincón de estas paredes era testigo de mis sueños y mi independencia, de esa versión de mí que creía tenerlo todo claro. Luego llegó Santiago, el amor, la idea de un "nosotros" que lo cambió todo. Y ahora estoy aquí de nuevo, sola, pero diferente.

Cuando subo las escaleras y giro la llave en la cerradura, me invade una sensación extraña, una mezcla de nostalgia y desarraigo. Es como si el tiempo hubiera transcurrido de forma distinta dentro de estas paredes. Lo conozco, pero al mismo tiempo me resulta ajeno, como si perteneciera a otra vida.

Al encender las luces, me recibe un silencio absoluto. Todo está exactamente como lo déjé, con la perfección meticulosa que sé que solo puede ser obra de mi nana. El aroma a jazmín impregna el aire, suave, familiar, pero no reconfortante. Me quedo quieta un instante, cerrando los ojos, obligándome a sentir que este es mi nuevo comienzo.

Me quito los zapatos y camino descalza por el suelo frío. Retiro las nuevas sábanas de la cama con movimientos bruscos, sacudiéndolas con una intensidad que no tiene nada que ver con la limpieza. Es un intento torpe y desesperado de arrancar esta tristeza que se aferra a mi pecho, que se niega a soltarme. Pero sigue ahí.

Mientras acomodo mis cosas, mis ojos se detienen en un cuadro que estaba guardado en una caja. Con manos temblorosas lo saco y lo observo detenidamente. Es una fotografía de mi boda con Santiago. La imagen de nosotros sonriendo, en ese momento donde creí que el amor que sentía sería suficiente para ambos, ahora me resulta lejana, casi irreal. Mis dedos recorren el borde del cristal y, sin poder evitarlo, los recuerdos me arrastran a aquel pasado donde todo comenzó.

--- Inicio del Flashback ---

La primera vez que vi a Santiago fue en la universidad. Yo estaba corriendo por los pasillos con un montón de libros en los brazos, cuando choqué contra él. Mis cosas cayeron al suelo, y me preparé para un regaño, pero en su lugar, él se agachó a ayudarme.

—¿Siempre vas por la vida chocando con la gente? —dijo con una sonrisa divertida.

—Solo cuando estoy apurada —respondí avergonzada, recogiendo mis libros.

Él rió y, sin darme cuenta, pasamos horas conversando en la biblioteca. A partir de ese día, nos encontramos más veces, hasta que su presencia se volvió constante en mi vida. Nos enamoramos entre libros, exámenes y sueños compartidos. Santiago decía que algún día construiríamos juntos un imperio, que seríamos invencibles. Y yo le creí.

Pero los sueños que construimos juntos nunca se materializaron. Nuestro matrimonio, que inició con promesas y complicidad, se convirtió en un contrato frío. Santiago se sumergió en sus negocios, en su mundo, y yo me quedé en la sombra de su indiferencia.

--- Fin del Flashback ---

Un suspiro escapa de mis labios mientras dejo el cuadro sobre la mesa. No puedo seguir aferrándome a algo que nunca fue real. Con determinación, lo guardo en la caja de nuevo y me prometo a mí misma que esta es la última vez que permito que el pasado me atrape.

Al día siguiente, mi nana llega temprano con su característico andar ligero. Su sonrisa es un bálsamo para mi alma herida.

—Mi niña, supe que volviste aquí. ¿Cómo te sientes? —pregunta mientras acaricia mi rostro con ternura.

—Más libre, pero aún me cuesta —admito, sin necesidad de ocultar nada ante ella.

—Siempre fuiste fuerte, mi niña. Y seguirás siéndolo. Solo necesitas tiempo.

Me aferro a sus palabras como un ancla y decido enfocarme en lo único que siempre me ha hecho sentir segura: mi trabajo.

Pero cuando tomo mi teléfono y abro las redes sociales para revisar algunas noticias, una imagen me paraliza.

Santiago.

Él nunca fue de los que buscan los reflectores, pero ahí está, perfectamente vestido, con su porte impecable y esa sonrisa medida que siempre usaba cuando sabía que lo estaban observando. Pero lo que me hiela la sangre no es él.

Es ella.

A su lado, su silueta inconfundible, con su cabello castaño cayendo en ondas perfectas y esa elegancia natural que siempre la hizo destacar. Valeria. Mi prima.

Un nudo se forma en mi garganta antes siquiera de leer el pie de foto. Pero cuando lo hago, el golpe es doble.

"La enigmática y hermosa mujer que acompaña a Santiago Benavides. ¿Será la señora Benavides?"

Mi estómago se revuelve. Siento un calor subir por mi cuello hasta mis mejillas, una mezcla de ira y humillación que me quema desde dentro.

Con los dedos temblorosos, deslizo la pantalla hacia abajo. Los comentarios aparecen uno tras otro, como puñaladas:

¡Siempre lo supe! Ese hombre no iba a estar solo por mucho tiempo.

Wow, qué pareja más guapa. Se ven perfectos juntos.

Si es la señora Benavides, qué afortunada. Ese hombre es un sueño.

Cada palabra es un zarpazo en mi orgullo, una prueba tangible de lo que siempre temí pero nunca quise aceptar. Mientras yo me aferraba a la idea de que nuestro matrimonio aún podía salvarse, Santiago ya tenía su vida perfectamente acomodada.

La traición duele, pero lo peor es la confirmación.

Respiro hondo y cierra la aplicación con un golpe seco. No voy a permitir que esto me desmorone. No ahora.

Aprieto el teléfono entre mis manos y fijo la vista en la pared, tratando de controlar la tormenta dentro de mí. No voy a llorar. No por él. No por ellos.

Justo en ese momento, un correo entra en mi bandeja de entrada. Lo abro con el ceño fruncido. Es de la organización del concurso de la ciudad.

Estimada señorita Andrea Rojas,

Nos complace informarle que su inscripción al concurso de desarrollo urbano ha sido recibida y aprobada. Asimismo, queremos invitarla a una cena exclusiva donde estarán presentes todas las compañías participantes. Adjuntado encontrará la lista de empresas confirmadas."

Atentamente, Comité de Desarrollo Urbano.

Abro el archivo adjunto y recorro la lista con interés. Pero cuando llego a un nombre en particular, mi corazón se detiene por un segundo.

Benavides Company.

Una sonrisa ladeada se forma en mis labios. Así que Santiago también quiere este contrato. Bien, que lo intente. Pero esta vez, no permitiré que me opaque. Esta vez, voy a demostrar de lo que soy capaz.

Miro mi reflejo en el ventanal. Ya no soy la Andrea Rojas que vivía en su sombra. Soy la CEO de Ardent Rise Construction. Y voy a ganar.

Con esa resolución en mi mente, cierro la laptop y me preparo para lo que viene. La guerra acaba de comenzar.

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