**ANDREA**
Camino por el pasillo amplio y silencioso de nuestra casa, una mansión más grande de lo necesario, fría como nuestro matrimonio. Las paredes están decoradas con un minimalismo impersonal, como si alguien hubiese contratado a un decorador con la única instrucción de que eliminara cualquier rastro de calidez. Cada rincón parece gritar que aquí no hay lugar para mí, como si fuese una intrusa en mi propia vida.
He sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años. Tres largos años en los que él apenas ha notado mi presencia. Desde el principio, nuestro matrimonio fue un acuerdo más que una unión. Dormimos en habitaciones separadas; las de él son amplias y lujosas, en cambio yo prefiero que las mías sean prácticas y sobre todo que estén apartadas. Él solo aparece para desayunar, y algunas noches duerme aquí, aunque nunca conmigo. En el fondo, esta casa es más su escondite que un hogar compartido. Lo veo tan poco que a veces me pregunto si realmente vivimos bajo el mismo techo.
La distancia me ha otorgado una libertad inusual, una que he aprendido a disfrutar con discreción. Mientras Santiago se pierde en sus negocios y reuniones interminables, yo me dedico a supervisar los míos. Lo irónico —y lo que a veces me arranca una sonrisa— es que ni mis padres ni él saben que soy la CEO de la empresa de construcción más prestigiosa. Aprendí a dirigir mi compañía desde las sombras, usando un seudónimo que nadie asocia conmigo, mucho menos con la familia Rojas.
Nuestra relación es un secreto tan bien guardado que solo nuestros padres saben que estamos casados. Para el resto del mundo, Santiago Benavides es un hombre casado, deseado por las mujeres y respetado por los hombres. Sin embargo, nadie conoce a su esposa.
Hoy todo se siente más pesado, como si el aire mismo estuviera cargado de presagios. La tormenta se anuncia en el cielo, y las primeras gotas de lluvia golpean las ventanas de la sala con furia, como si quisieran romper el silencio que pesa sobre nosotros. Santiago está sentado en el sillón, completamente absorbido por una pila de documentos que parecen más importantes que cualquier cosa que yo pudiera ofrecerle. No me atrevo a interrumpirlo, pero me quedo quieta un momento, observándolo desde el umbral.
Su perfil es perfecto, tallado con la precisión de un escultor, su presencia sigue siendo imponente, una sombra que se extiende por la sala, pero lo que más me duele es lo que no se ve. Su corazón, siempre distante, ahora parece más frío que nunca. Me pregunto si alguna vez lo conocí realmente. La soledad que me embarga me ahoga, más fuerte que la tormenta afuera. Nunca me he sentido tan sola.
—Andrea, ¿puedes venir un momento? — su voz suena neutra, casi mecánica, como si estuviera hablando con alguien más, no conmigo. No levanta la mirada de los papeles, y eso me golpea más que cualquier palabra.
Doy un paso hacia él, mi corazón se encoge, preguntándome qué será tan importante como para que me hable directamente, tan desprovisto de la indiferencia habitual.
—Dime, Santiago. — Intento que mi voz suene tranquila, pero por dentro mi alma está al borde del colapso.
Finalmente, deja los documentos a un lado y me mira. Algo en su expresión me detiene en seco. No es el hombre severo y controlador de siempre; ahora luce casi… vulnerable. Es una mirada que jamás creí que vería en él. El extraño giro en su rostro me hace contener la respiración.
—Quiero el divorcio.
Esas tres palabras caen sobre mí como un dardo envenenado, perforando mi pecho con la precisión de un golpe mortal. Sabía que este momento llegaría, pero nunca, por más que lo anticipara, nunca estás preparado para escuchar algo así de los labios de la persona que amas y con la que compartes tu vida, aunque sea a medias.
—¿Por qué? —pregunto, aunque en el fondo sé que no quiero escuchar la respuesta, sé que será algo que no podrá deshacer una vez que lo oiga.
Él suspira profundamente, como si lleva un peso sobre sus hombros, y desvía la mirada hacia la ventana. La lluvia también parece haberse intensificado, golpeando los cristales con más furia, como si el clima estuviera tan desconcertado como yo.
—He encontrado algo… algo que creí perdido. O, mejor dicho, a alguien que ha buscado por mucho tiempo y a quién le debo la vida.
Su respuesta me golpea como una bofetada. Cada palabra me cala, una a una, y en el fondo, una verdad dolorosa empieza a tomar forma. Mis sospechas se confirman con la claridad de una luz cegadora. “Alguien” tiene nombre: Valeria, mi prima. Desde que llegó a nuestras vidas, hace unos meses atrás en una cena familiar, he notado un cambio en él, un cambio que no podía ignorar. Su fría indiferencia hacia mí ha ido cediendo lentamente, y lo que antes era una distancia insuperable ahora se ha transformado en una atención exclusiva hacia ella. La fotos de I*******m de él mirándola, cenando con ella, sonriéndole… todo esto me duele más de lo que me gustaría admitir.
—Entiendo. — Mi respuesta sale rápida, casi automática, sin que mi mente tenga tiempo de procesarla completamente. No quiero que vea el dolor en mi rostro, no quiero que me vea tan vulnerable.
Él parece aliviado, pero su alivio no hace que mi herida se cierre, sino que la abre más.
—No quiero hacerte daño, Andrea. Esto... es lo mejor para ambos. —sus palabras suenan vacías, como si estuviera repitiendo un guion que no es suyo—. Además, jamás hemos sido una pareja. Y un día aparecerá alguien que te amará con locura, que te hará feliz.
Su voz suena vacía de toda emoción genuina, como si estuviera repitiendo algo que ha dicho una y otra vez en su mente, intentando convencerse a sí mismo.
Levanto la cabeza, mirándolo con una mezcla de tristeza profunda y una determinación que, en este momento, me resulta ajena. Él no tiene idea de todo el amor que siento por él, de que mi vida entera ha girado en torno a su felicidad. Mi amor no fue apreciado, y ahora me doy cuenta de que quizás nunca lo fue.
—Si eso es lo que deseas, Santiago, entonces lo aceptaré. — Las palabras salen con una calma que no refleja lo que siento por dentro.
Aunque, en el fondo, sé que mi aceptación no cambia nada. Ya nada lo hará.
Me pongo de pie, le doy la espalda y subo las escaleras hacia mi habitación. Cada escalón que subo me aleja de él, pero no del dolor que llevo dentro. Cuando llego, cierro la puerta y dejo que las lágrimas fluyan libremente. Me derrumbo sobre la cama, abrazando mi almohada.
Miro hacia la mesa de noche y abro el cajón. Allí está mi diario, donde guardo los secretos que nunca me atrevería a decir en voz alta, él no sabe que fui yo quien envió al socio con el cuál alcanzo el éxito, él no sabe que fui yo quien le envió todas esas notas de estudios en la universidad.
Dentro de esas páginas también se esconde una vieja fotografía: una imagen de mi niñez, cuando tenía apenas nueve años, sonriendo junto al lago donde todo cambió.
—Nunca lo sabrás, Santiago. — Susurro al vacío, mientras el dolor en mi pecho amenaza con ahogarme. Vive tu vida feliz con la persona que crees que te salvo la vida.
No sé cuánto tiempo pasa en ese instante de quietud, abrazada por el silencio que he hecho mío. Sin embargo, conforme las horas se arrastran y la lluvia golpea los cristales, una promesa se impregna en mi mente y mi corazón: debo dejar de ser solo una sombra. Soy Andrea Rojas, y esta vez, voy a demostrar la mujer que siempre he sido.
Aferrándome a esa determinación, cierro los ojos y dejo que la tormenta afuera arrulle mis pensamientos. Mañana será diferente.
Me despierto con la iluminación de un sorprendente sol que atraviesa las cortinas de mi habitación. El contraste con el cielo gris de la tormenta de ayer me recuerda que hoy todo parece más claro, más despejado, como mi mente y mi corazón. Una sensación de determinación se instala en mí mientras me incorporo y dirijo hacia el baño.El agua caliente del duchazo me envuelve, como si lavara no solo mi cuerpo sino también los restos de la angustia de la noche anterior. Mi mente repasa las decisiones que debo tomar. Hoy todo cambiará. Mientras me alisto, tomo mi teléfono y grabo un mensaje de voz para mi asistente:—Anastasia, informa que he vuelto de mis vacaciones. Quiero que todo esté listo para mi llegada esta mañana. Gracias.La respuesta llega minuto después:—Señorita Rojas, ya todo está preparado. El equipo está al tanto y esperan su llegada.Sonrío levemente al escucharla. Esa confirmación me llena de energía. Camino hacia mi armario, donde una variedad de trajes elegantes y sobri
**SANTIAGO**El dolor de cabeza es insoportable, como un tambor constante que no deja de resonar en mi mente. Anoche no dormí ni un segundo. Me quedé atrapado en mis pensamientos, girando en un remolino de arrepentimientos por decisiones pasadas, dudas que no tienen respuesta, y el futuro que intento construir pero que, en este momento, parece una figura borrosa en la distancia.Estoy sentado en el sillón de mi despacho, el lugar donde me desplomé esta mañana, vencido por el cansancio y el insomnio. Mis ojos arden, pero lo peor es este mareo que me invade cuando intento levantarme. Apoyo las manos en el escritorio, buscando estabilidad, pero no el encuentro ni en mi cuerpo ni en mi mente. Esta migraña no cede, como si fuera un castigo por todo lo que llevo acumulando dentro. Me dejo caer de nuevo en la silla, incapaz de ignorar el peso de mis propios pensamientos.Andrea. Su nombre me golpea como un eco en la cabeza. Desde que conocí a Andrea en la universidad, supe que había algo en
Llegué al hospital con el corazón acelerado, una mezcla de preocupación y cansancio reflejada en mi rostro. Me acerqué a recepción, donde una enfermera me recibió con una mirada profesional pero amable.—Buenas noches. Estoy buscando a la paciente Valeria Rojas —dije, tratando de sonar sereno, aunque mi voz traicionaba mi nerviosismo.La enfermera tecleó algo en su computadora y luego levantó la vista hacia mí.—¿Qué relación tiene con la paciente?Por un momento dudé. La palabra “pareja” se atascó en mi garganta, pero finalmente la pronuncié con firmeza.—Soy su pareja.La enfermera asintió, sin mostrar sorpresa alguna.—Se encuentra en el quinto piso, habitación 514.—Gracias.Me dirigí hacia el ascensor, sintiendo un nudo en el estómago. Mientras ascendía, mi mente no paraba de divagar. Pensaba en lo que encontraría al llegar, en si Valeria estaría bien, y también en cómo todo esto afectaba mi vida.Cuando llegué a la habitación, la encontré acostada, conectada a una intravenosa. S
Al escuchar esas dos preguntas de Andrea, algo dentro de mí explotó. Fue como si un muro se rompiera en mi interior, liberando una marea de emociones que llevaba tiempo reprimiendo. Sentí un calor abrasador subiendo desde mi pecho hasta mi garganta. Mis manos se cerraron en puños, y antes de darme cuenta, las palabras ya habían salido como un disparo—¿Acaso necesito algo para estar en mi propia casa? —espeté, con un tono que más parecía bien un grito.Andrea se levantó del sofá con una calma que me resultó insoportable. Esa mirada suya, cargada de un desdén tranquilo, me hizo sentir pequeño y furioso al mismo tiempo. Entonces, habló, y su sarcasmo fue como un cuchillo que se hundió en lo más profundo:—Ah, cierto, es tu casa, pero no vives aquí.Mis latidos se aceleraron, martilleando mis oídos con un ritmo ensordecedor. Esa frase, tan sencilla y cruel, me golpeó como un puñetazo en el estómago. Por un segundo, me quedé sin palabras, pero el silencio se hizo poco.Saque mi celular y
**ANDREA**El frío de la noche se cuela en mi piel mientras cierro la puerta detrás de mí. La casa en la que pasé los últimos tres años, aquella que alguna vez soñé que se convertiría en un hogar, ahora es solo un recuerdo. Con cada paso que doy alejándome de ella, siento un peso levantarse de mis hombros, pero también una punzada en el pecho, como si una parte de mí se quedara atrapada dentro de esas paredes.No miro atrás. Si lo hago, temo que una parte de mí intenta quedarse. Y ya no hay espacio para la nostalgia. Solo para el futuroLa ciudad aún duerme mientras conduce hacia mi departamento. Las calles desiertas y las luces titilantes de los semáforos me acompañan en el trayecto, como si el mundo entero estuviera en pausa. Respiro hondo y aprieto el volante con más fuerza de la necesaria. No puedo evitar pensar en lo irónico que resulta volver a este lugar después de tantos años, después de todo lo que ha pasado.Este departamento fue mi refugio durante la universidad. Aquí celeb
El amanecer se cuela por las cortinas, llenando la habitación de una luz cálida y dorada. Por primera vez en mucho tiempo, siento que respiro con libertad. No hay un peso sobre mis hombros ni una sombra que me siga. Solo yo y este nuevo comienzo. Me estiro lentamente en la cama, disfrutando la sensación de despertar en un espacio que verdaderamente me pertenece. El sonido de la ciudad comienza a filtrarse a través de la ventana abierta, recordándome que el mundo sigue girando, y que yo, por fin, estoy lista para girar con él.Me levanto con energía, dirigiéndome al baño. El agua caliente cae sobre mi piel, envolviéndome en un abrazo reconfortante. Cierro los ojos, dejando que el vapor relaje mis músculos. En este instante, me permito saborear la realidad de mi nueva vida. No más noches frías esperando a alguien que nunca llegó. No más miradas vacías o silencios incómodos. Soy libre, y esta vez, no voy a desperdiciar esa libertad.Salgo de la ducha con una determinación renovada. Abro
Gracia nos observa con esa mirada perspicaz que la caracteriza. Sé que ha notado el sutil coqueteo en la conversación, esa chispa que flota en el aire cada vez que él me mira con esa mezcla de curiosidad y confianza. No me sorprende cuando decide jugarme una de sus bromas clásicas.Fingiendo que recibe una llamada, se levanta con una sonrisa traviesa. Puedo leerla como un libro abierto; Sé exactamente lo que estás haciendo. Me guiña un ojo antes de desaparecer entre la multitud del bar, y yo solo alcanzo a soltar una leve risa mientras la veo irme.No protesto, aunque en mi interior sé que me ha dejado sola con él a propósito. Ahora no hay más distracciones ni barreras. Solo estamos él y yo, con la tenue luz del bar creando una burbuja de intimidad inesperada.Él se acomoda en el asiento frente a mí con una seguridad que no pasa desapercibida. Su presencia es firme, natural, como si hubiera estado esperando este momento.—Así que tu nombre es Andrea —dice con una voz que parece desliz
El restaurante estaba bañado en una luz tenue y cálida, lo suficientemente acogedor como para envolver cada mesa en una burbuja de intimidad. El murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas llenaban el aire con un ritmo cómodo, casi hipnótico. Me acomodé en mi asiento con la espalda recta y la barbilla en alto, deslizando los dedos alrededor del tallo de mi copa de vino con estudiada calma. Inhalé suavemente, dejando que la familiaridad de este entorno me envolviera. Había olvidado lo reconfortante que era sentirme así: en control.Pero entonces, nuestros ojos se cruzaron.Santiago.Su porte impecable, como siempre, pero su mirada... su mirada lo delataba. Esa tensión apenas disimulada, el ligero endurecimiento de su mandíbula, la rigidez en sus hombros. No me había esperado. No me había querido encontrar. Y eso hizo que mi sonrisa se afilara apenas un poco.Valeria, completamente ajena a la corriente eléctrica que se había instalado entre nosotros, se inclinó con su entu