El frío de la noche calaba mis huesos, pero no era nada comparado con la sensación helada que se extendía dentro de mí mientras la observaba. Valeria estaba allí, con la barbilla en alto, como si no hubiera hecho nada, como si no acababa de cruzar una línea de la que no había retorno. Su arrogancia seguía intacta, incluso cuando mi mirada la atravesaba como una daga afilada.Inhalé profundamente. La rabia me quemaba la garganta, tensaba mis músculos, instándome a hacer algo que luego lamentaría. Mantener la calma no era fácil.— ¿Vas a hablar o tendré que hacer esto más difícil? —mi voz salió baja, controlada, pero cada palabra llevaba el filo de una amenaza latente.Ella soltó una risa seca, una burla descarada que solo avivó la furia dentro de mí. Ladeó la cabeza, con esa expresión de falsa inocencia que conocía demasiado bien.—Santiago, amor, ¿en serio crees que esto es necesario? —su tono era meloso, casi condescendiente—. Solo cometí un pequeño error… lo hice porque últimamente
**ANDREA**Han pasado varios días desde aquella noche. Desde que mis emociones se convirtieron en un caos imposible de ordenar. Desde que Santiago y yo cruzamos una línea que habíamos pasado años ignorando. Desde que Leonardo me miró de esa manera que aún me atormenta cuando cierro los ojos.Pero el mundo no se detiene porque yo esté confundida. No importa lo que haya pasado, ni lo que siento, ni las preguntas sin respuesta que me atormentan. La vida sigue. Y yo tengo que seguir con ella.El día transcurre en una rutina monótona, pero necesaria. Me aferro al trabajo como un náufrago a un salvavidas, convencida de que, si mantengo mi mente ocupada, podré ahogar el torbellino de emociones que se niegan a abandonarme.Desde el momento en que abro los ojos, siento el peso de la realidad hundiéndose en mi pecho. No me permito pensar demasiado. Me levanto de la cama con movimientos automáticos, casi mecánicos, como si fuera un engranaje más de la rutina que me he impuesto. Una ducha rápida,
**VALERIA**El dolor en mis muñecas es lo primero que siento al abrir los ojos. Mis brazos están tensos, la piel arde donde las ataduras han dejado su marca. Intento moverme, pero la cuerda se clava más en mi piel. Un escalofrío recorre mi espalda al darme cuenta de mi situación.Levanto la cabeza y lo veo. Santiago está de pie frente a mí, con el celular en la mano, mirándome con una expresión que no puedo descifrar del todo. Sus ojos oscuros reflejan una mezcla peligrosa de frialdad y determinación.—¿Disfrutando la vista?Mi tono sale más áspero de lo que pretendía, como si el aire se negara a salir con fluidez de mis pulmones.Santiago no responde de inmediato. En su lugar, inclina lentamente la pantalla del celular hacia mí, con una deliberación casi cruel.Y entonces lo veo."Caída de los Rojas: la red de corrupción llega a su fin. Fraude, lavado de dinero y conexiones peligrosas."No. No. No puede ser.La sangre abandona mi rostro. Un latido ensordecedor retumba en mis oídos. E
**SANTIAGO**Piso el acelerador con más fuerza de la necesaria, sintiendo la vibración del auto extendiéndose hasta mis brazos, hasta mi pecho, como si pudiera arrancar de cuajo esta sensación de impotencia que me carcome.Mientras sigo manejando mis dedos se cierran con tal fuerza sobre el volante que los nudillos palidecen. Estoy furioso, sí, pero esa palabra se queda corta. Lo que arde dentro de mí es algo más profundo, una mezcla de angustia y frustración que me consume desde adentro.Andrea confía en él.Aprieto la mandíbula hasta que un latido sordo me retumba en las sienes. Ella no sabe quién es realmente Leonardo. No sabe lo que es capaz de hacer. Ve en él a un socio confiable, un aliado, alguien con quien puede trabajar codo a codo. Y yo… yo no puedo hacer nada sin que parezca que estoy metiéndome donde no me llaman.El pensamiento me revuelve el estómago. No es por orgullo, no esta vez. Se trata de que corre peligro y ni siquiera lo sospecha. Se trata de que me aterra que cu
**ANDREA**Camino por el pasillo amplio y silencioso de nuestra casa, una mansión más grande de lo necesario, fría como nuestro matrimonio. Las paredes están decoradas con un minimalismo impersonal, como si alguien hubiese contratado a un decorador con la única instrucción de que eliminara cualquier rastro de calidez. Cada rincón parece gritar que aquí no hay lugar para mí, como si fuese una intrusa en mi propia vida.He sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años. Tres largos años en los que él apenas ha notado mi presencia. Desde el principio, nuestro matrimonio fue un acuerdo más que una unión. Dormimos en habitaciones separadas; las de él son amplias y lujosas, en cambio yo prefiero que las mías sean prácticas y sobre todo que estén apartadas. Él solo aparece para desayunar, y algunas noches duerme aquí, aunque nunca conmigo. En el fondo, esta casa es más su escondite que un hogar compartido. Lo veo tan poco que a veces me pregunto si realmente vivimos bajo el
Me despierto con la iluminación de un sorprendente sol que atraviesa las cortinas de mi habitación. El contraste con el cielo gris de la tormenta de ayer me recuerda que hoy todo parece más claro, más despejado, como mi mente y mi corazón. Una sensación de determinación se instala en mí mientras me incorporo y dirijo hacia el baño.El agua caliente del duchazo me envuelve, como si lavara no solo mi cuerpo sino también los restos de la angustia de la noche anterior. Mi mente repasa las decisiones que debo tomar. Hoy todo cambiará. Mientras me alisto, tomo mi teléfono y grabo un mensaje de voz para mi asistente:—Anastasia, informa que he vuelto de mis vacaciones. Quiero que todo esté listo para mi llegada esta mañana. Gracias.La respuesta llega minuto después:—Señorita Rojas, ya todo está preparado. El equipo está al tanto y esperan su llegada.Sonrío levemente al escucharla. Esa confirmación me llena de energía. Camino hacia mi armario, donde una variedad de trajes elegantes y sobri
**SANTIAGO**El dolor de cabeza es insoportable, como un tambor constante que no deja de resonar en mi mente. Anoche no dormí ni un segundo. Me quedé atrapado en mis pensamientos, girando en un remolino de arrepentimientos por decisiones pasadas, dudas que no tienen respuesta, y el futuro que intento construir pero que, en este momento, parece una figura borrosa en la distancia.Estoy sentado en el sillón de mi despacho, el lugar donde me desplomé esta mañana, vencido por el cansancio y el insomnio. Mis ojos arden, pero lo peor es este mareo que me invade cuando intento levantarme. Apoyo las manos en el escritorio, buscando estabilidad, pero no el encuentro ni en mi cuerpo ni en mi mente. Esta migraña no cede, como si fuera un castigo por todo lo que llevo acumulando dentro. Me dejo caer de nuevo en la silla, incapaz de ignorar el peso de mis propios pensamientos.Andrea. Su nombre me golpea como un eco en la cabeza. Desde que conocí a Andrea en la universidad, supe que había algo en
Llegué al hospital con el corazón acelerado, una mezcla de preocupación y cansancio reflejada en mi rostro. Me acerqué a recepción, donde una enfermera me recibió con una mirada profesional pero amable.—Buenas noches. Estoy buscando a la paciente Valeria Rojas —dije, tratando de sonar sereno, aunque mi voz traicionaba mi nerviosismo.La enfermera tecleó algo en su computadora y luego levantó la vista hacia mí.—¿Qué relación tiene con la paciente?Por un momento dudé. La palabra “pareja” se atascó en mi garganta, pero finalmente la pronuncié con firmeza.—Soy su pareja.La enfermera asintió, sin mostrar sorpresa alguna.—Se encuentra en el quinto piso, habitación 514.—Gracias.Me dirigí hacia el ascensor, sintiendo un nudo en el estómago. Mientras ascendía, mi mente no paraba de divagar. Pensaba en lo que encontraría al llegar, en si Valeria estaría bien, y también en cómo todo esto afectaba mi vida.Cuando llegué a la habitación, la encontré acostada, conectada a una intravenosa. S