**ANDREA**El aire en la habitación se sentía espeso, cargado de una tensión sofocante que me mantenía atrapada entre el deseo y la razón. Mi piel aún ardía por el roce de sus manos, y cada resquicio de mi voluntad se veía amenazado por la calidez de su cuerpo, tan cerca del mío, tan inevitablemente tentador.Podía sentir su aliento cálido rozando mi cuello, enviando escalofríos a lo largo de mi espalda. Su pecho subía y bajaba con cada respiración agitada, sus latidos parecían retumbar contra mi piel, sincronizados con los míos en una peligrosa armonía. Santiago estaba sobre mí, con sus ojos oscuros fijos en los míos, tan cargados de deseo que me sentí al borde del abismo.Intenté desviar la mirada, apartar mi mente del fuego que su cercanía encendía en mi interior, pero era imposible. El roce de sus dedos en mi mejilla me hizo cerrar los ojos por un instante, disfrutando, a pesar de mí misma, de esa caricia delicada que contrastaba con la pasión latente entre nosotros.—Andrea… —su
El frío de la mañana me despierta antes de lo esperado. Me remuevo ligeramente, buscando el calor, y entonces lo siento. Algo fuerte, sólido y cálido me envuelve. Es un refugio involuntario, un escudo contra la frialdad de la madrugada.Por un instante, me abandono en esa sensación. Es reconfortante, demasiado. Casi olvido la realidad. Pero cuando mis sentidos se despiertan por completo, el pánico se apodera de mí.Mi respiración se vuelve errática, mi piel se eriza, pero no por el frío. Estoy en la cama de Santiago. En sus brazos.La certeza me golpea como un torrente de agua helada. Mi corazón late con violencia, ahogando cualquier otro sonido en la habitación. Cierro los ojos con fuerza, como si eso pudiera borrar lo que pasó anoche. Como si el simple acto de no mirar pudiera deshacer cada caricia, cada susurro, cada beso que compartimos.Una culpa densa y sofocante se instala en mi pecho, enredándose en mis pensamientos, convirtiéndose en un peso insoportable. Lo que pasó anoche..
**SANTIAGO**La luz del mediodía se filtra por las cortinas, bañando la cama con un resplandor tenue. Su calor choca contra el ardor que aún persiste en mi piel, un eco de la noche que quedó grabado en mi memoria. Respiro hondo, disfrutando de la inusual tranquilidad que me envuelve. No hay prisas, solo la certeza de que ella está aquí, conmigo.Extiendo la mano, buscando su cuerpo, ansioso por atraerla una vez más, por alargar este momento un poco más. Pero el espacio a mi lado está vacío, la sábana fría.Abro los ojos, desconcertado. Paso la palma sobre el colchón, pero no hay rastro de su calor. Como si llevara mucho tiempo fuera de la cama.La sensación de paz se disuelve al instante, reemplazada por una inquietud que se instala en mi pecho. Me incorporo con rapidez, observando la habitación. Todo sigue impregnado con su presencia: su aroma en el aire, la evidencia de nuestra entrega desperdigada por el suelo. Y, sin embargo, ella no está.Me levanto sin pensarlo y camino hacia el
El frío de la noche calaba mis huesos, pero no era nada comparado con la sensación helada que se extendía dentro de mí mientras la observaba. Valeria estaba allí, con la barbilla en alto, como si no hubiera hecho nada, como si no acababa de cruzar una línea de la que no había retorno. Su arrogancia seguía intacta, incluso cuando mi mirada la atravesaba como una daga afilada.Inhalé profundamente. La rabia me quemaba la garganta, tensaba mis músculos, instándome a hacer algo que luego lamentaría. Mantener la calma no era fácil.— ¿Vas a hablar o tendré que hacer esto más difícil? —mi voz salió baja, controlada, pero cada palabra llevaba el filo de una amenaza latente.Ella soltó una risa seca, una burla descarada que solo avivó la furia dentro de mí. Ladeó la cabeza, con esa expresión de falsa inocencia que conocía demasiado bien.—Santiago, amor, ¿en serio crees que esto es necesario? —su tono era meloso, casi condescendiente—. Solo cometí un pequeño error… lo hice porque últimamente
**ANDREA**Han pasado varios días desde aquella noche. Desde que mis emociones se convirtieron en un caos imposible de ordenar. Desde que Santiago y yo cruzamos una línea que habíamos pasado años ignorando. Desde que Leonardo me miró de esa manera que aún me atormenta cuando cierro los ojos.Pero el mundo no se detiene porque yo esté confundida. No importa lo que haya pasado, ni lo que siento, ni las preguntas sin respuesta que me atormentan. La vida sigue. Y yo tengo que seguir con ella.El día transcurre en una rutina monótona, pero necesaria. Me aferro al trabajo como un náufrago a un salvavidas, convencida de que, si mantengo mi mente ocupada, podré ahogar el torbellino de emociones que se niegan a abandonarme.Desde el momento en que abro los ojos, siento el peso de la realidad hundiéndose en mi pecho. No me permito pensar demasiado. Me levanto de la cama con movimientos automáticos, casi mecánicos, como si fuera un engranaje más de la rutina que me he impuesto. Una ducha rápida,
**VALERIA**El dolor en mis muñecas es lo primero que siento al abrir los ojos. Mis brazos están tensos, la piel arde donde las ataduras han dejado su marca. Intento moverme, pero la cuerda se clava más en mi piel. Un escalofrío recorre mi espalda al darme cuenta de mi situación.Levanto la cabeza y lo veo. Santiago está de pie frente a mí, con el celular en la mano, mirándome con una expresión que no puedo descifrar del todo. Sus ojos oscuros reflejan una mezcla peligrosa de frialdad y determinación.—¿Disfrutando la vista?Mi tono sale más áspero de lo que pretendía, como si el aire se negara a salir con fluidez de mis pulmones.Santiago no responde de inmediato. En su lugar, inclina lentamente la pantalla del celular hacia mí, con una deliberación casi cruel.Y entonces lo veo."Caída de los Rojas: la red de corrupción llega a su fin. Fraude, lavado de dinero y conexiones peligrosas."No. No. No puede ser.La sangre abandona mi rostro. Un latido ensordecedor retumba en mis oídos. E
**SANTIAGO**Piso el acelerador con más fuerza de la necesaria, sintiendo la vibración del auto extendiéndose hasta mis brazos, hasta mi pecho, como si pudiera arrancar de cuajo esta sensación de impotencia que me carcome.Mientras sigo manejando mis dedos se cierran con tal fuerza sobre el volante que los nudillos palidecen. Estoy furioso, sí, pero esa palabra se queda corta. Lo que arde dentro de mí es algo más profundo, una mezcla de angustia y frustración que me consume desde adentro.Andrea confía en él.Aprieto la mandíbula hasta que un latido sordo me retumba en las sienes. Ella no sabe quién es realmente Leonardo. No sabe lo que es capaz de hacer. Ve en él a un socio confiable, un aliado, alguien con quien puede trabajar codo a codo. Y yo… yo no puedo hacer nada sin que parezca que estoy metiéndome donde no me llaman.El pensamiento me revuelve el estómago. No es por orgullo, no esta vez. Se trata de que corre peligro y ni siquiera lo sospecha. Se trata de que me aterra que cu
El sol se desvanecía tras el horizonte, tiñendo el cielo con pinceladas de ámbar y carmín, mientras la ciudad despertaba con el titileo intermitente de sus luces. Sin embargo, nada de eso tenía importancia. Desde el asiento del auto, todo se desdibujaba en una neblina de dolor y frustración. El cristal reflejaba mi propio rostro surcado por lágrimas silenciosas, testigos mudas de mi impotencia.No podía permitirme este abandono. No ahora. Tenía que levantarme, tenía que luchar. No importaba cuántas veces hubiera tropezado o cuántas heridas me hubiera causado mi propia ceguera. Si aún existía una oportunidad de enmendarlo, debía aferrarme a ella con todo lo que tenía.Llené mis pulmones de aire en un intento desesperado por recuperar el control. Pasé la manga de mi chaqueta por el rostro, borrando el rastro de lágrimas que ardían en mi piel, y cerré los dedos con firmeza alrededor del volante. No había más tiempo para lamentos. La decisión estaba tomada.Encendí el motor y empecé a con