Capítulo 10

Semanas después…

Bastian.

Por más que perseguí a Alena y la encontré, nunca me dijo que fue lo que sucedió entre ella y Camelia. Simplemente fue un borrón y cuenta nueva en cuanto a su actitud hacia mí. La llevé a escondidas a su departamento y no volví a saber de ella por un largo tiempo. Seguía suspendido y me di cuenta de que no me encontraba cómodo con lo que estaba pasando.

Para Alena no existí desde el día que pisó mi casa.

Estoy jodidamente cabreado porque no sé hasta cuando ella va a seguir ignorándome.

¿Qué le hice?

—Zervas, ¿será que puedes darnos la dicha de traer tu mente aquí? —la voz de mi jefe me cabrea más, pero finjo que estoy calmado.

—Claro, no tengo problema en volver a ustedes —respondo con sarcasmo.

—¿Calmaste tus hormonas o todavía estás en las nebulosas? —pregunta.

Lo miro fijamente y trato de darme razones para no golpearlo ahora mismo. Primero, estoy así por culpa de él y las grandes sanciones que me puso por no controlar mis impulsos, y segundo, lo que más me saca de mis casillas, es el hecho de no saber absolutamente nada de Alena.

¿Qué le dijo Camelia para que simplemente desapareciera?

—¿Quién está custodiando a la princesa Alena? —ignoro su ridícula pregunta—. Vine aquí a reintegrarme a mi trabajo como su custodio.

—Ella pidió cambio —frunzo el ceño sin entender—. Zervas, desde este momento quedas fuera de tu cargo como custodio real.

Hago mis manos puño y suspiro para calmar la rabia que está por reventar.

—¿Por qué he sido removido de mi cargo como custodio de la princesa Alena? —mi voz se escucha más molesta de lo que hubiera querido.

—Decisiones de la princesa —responde, ladea la cabeza mientras me estudia con la mirada—. Bastian, te lo dije muchas veces, recuerda cuál es tu posición en la vida de ella.

—Preguntar el motivo de mi cambio de custodiado no es olvidar mi posición. Por si lo habías olvidado, cuando vine aquí por órdenes de mi antiguo jefe, me dijeron que debía ampliar mis conocimientos de guardaespaldas y al terminar mi trabajo, debía regresar a Italia. Así que es necesario saber si cumplí correctamente mi misión para notificarle a mi jefe.

Se ríe el bastardo.

—No cumpliste tu misión, solo pidieron cambio de custodio por razones personales. La princesa Alena se siente ahogada a tu lado, Zervas —asiento satisfecho—. Ella no es como las personas que tú cuidabas antes y lo que estás haciendo ahora es…

—No puedes basarte en suposiciones o chismes de pasillos. Hice mi trabajo correctamente con la princesa y en el momento que fui removido de mi cargo, ella fue llevada al hospital por sufrir un accidente. ¿Tiene la libertad que desea, me desobedece y aun así dices que yo soy el problema cuando la mantengo a salvo? Revisa a tu gente y prepárala mejor, no llegué a ser el custodio del empresario más importante de Europa por cometer errores.

—Zervas…

—No —lo interrumpo—. No tienes motivos para darme y solo me señalas. Reconozco que fui imprudente una vez, pero me he mantenido en mi posición y recuerdo todos los jodidos días cuál es mi lugar, pero no te olvides del tuyo —suspiro y vuelvo a hablar—. Como ya fui notificado me voy de aquí hasta que me asignen un nuevo custodiado.

—Eres asquerosamente profesional —se burla—. No te puedes ir de la empresa. Espera nuevas órdenes y ni se te ocurra aparecer frente a la princesa.

—Dile eso a ella y luego me avisas si te funcionó.

Abro la puerta y salgo de la oficina.

¿Qué fue lo que Camelia le dijo a Alena?

[...]

Esperé como un imbécil tres horas para ver llegar a Alena. Necesitaba preguntarle el motivo de mí cambio, necesitaba verla a la cara y saber qué le ocurría a ella conmigo. Mi mente estaba hundida en pensamientos de ella, quería verla, quería besarla, quería tenerla cerca para sentirme bien.

La seguridad de ella era todo para mí, pero me vuelve loco cada vez que ella toma estas decisiones y yo simplemente tengo que obedecer.

Amar y odiar tu trabajo… Esa es mi vida.

—¿Qué haces aquí? —su dulce y enojada voz me eriza la piel—. ¿Por qué estás en esta cafetería?

Miro a mi alrededor y todos están observando lo que sucede conmigo.

—Es una cafetería y vine por un —levanto el vaso de cartón—, café instantáneo. Debe probarlo si le gustan este tipo de cosas, princesa.

—Eres un imbécil —sonrío, entonces hice algo—. ¿Tres horas te llevó elegir el café instantáneo?

—Estoy esperando a Kyle. Me comentó que llegaría en cualquier momento, pero debe habérsele hecho tarde —respondo, tomando un sorbo del frío café.

He perdido la cuenta de cuantos me he tomado, pero necesitaba verla y hacerla enojar.

—Vete de aquí, Bastian —me ordena, trago grueso y bajo el vaso.

—Este no es el lugar para que hagas esto, Alena —murmuro.

Ella mira alrededor y suspirando, cierra los ojos, se aleja y abre la puerta de la cafetería.

—Necesito que todos abandonen este lugar —mira a mis compañeros, mientras habla en voz alta.

La haré enojar, pero necesito saber que le pasa conmigo.

Me levanto de la silla, boto el vaso de café frío y me dirijo a la puerta para salir.

—¡Todo el mundo fuera de aquí, ahora! —esta vez grita y toma mi brazo—. ¡Tú no, imbécil! ¡Y nadie tiene el derecho a escuchar lo que pasa aquí!

—Este lugar es a prueba de sonidos —respondo obvio.

—Cállate, Bastian.

Esperó que todo el mundo se fuera y soltó mi brazo como si mi tacto le desagradara. Eso me cabreó y me hizo sentir mal, pero no podía hacer nada.

No cuando todos nos están viendo.

—¿Qué haces aquí, Bastian? —preguntó nuevamente.

—Estoy esperando a Kyle, pero se le hizo tarde y…

—¡Dime la verdad, lo merezco! —frunzo el ceño sin entender, ella cerró la puerta y caminó hacia el interior de la cafetería.

—¿Qué verdad, Alena? No te estoy entiendo nada —camino hacia ella, sus ojos están cristalizados, pero sigo sin entender que hice.

—¿Viniste a buscarla? Porque es lo que me falta en este momento. Si vienes a declararle su amor…

—¿Qué mierdas estás hablando? Fuiste tú quien pidió el cambio de guardaespaldas, he venido a la compañía a recibir la noticia. Te desapareciste de mi radar por dos semanas. No atendiste mis llamadas ni mis mensajes, no puedo acercarme a ti sin tener una orden y simplemente cambiaste desde el momento que abandonaste mi casa.

Ella presiona sus labios aguantando las ganas de llorar.

—¿Qué te pasa, Alena? —acaricio su mejilla, ella aparta mi mano con rapidez—. No entiendo que está pasando.

Presiono la mandíbula con fuerza porque estoy confundido.

—No puedes ser más mi guardaespaldas.

—¿Por qué?

—Porque no quiero.

—Eso no es una respuesta, Alena —me acerco y suspiro porque ella me calma, su aroma invade mi espacio, sus labios están tan cerca de los míos que se me hacen agua la boca.

—Es una respuesta, Bastian —suspira y cierra los ojos—. No me hagas esto, por favor —murmura.

—¿Qué te estoy haciendo? Solo quiero saber por qué no seré más tu guardaespaldas —vuelvo a acariciar su rostro.

—¿Eras el guardaespaldas del líder de la mafia italiana? —ella abre los ojos y me ve fijamente, dejo de tocarla y me alejo—. Eso responde todo.

—¿Quieres que te lo confirme? No es necesario porque debes tener la respuesta —la miro fríamente—. ¿Eso es todo?

—¿Cómo pudiste apoyar en un sicariato? Había personas inocentes, Bastian.

—Hice muchas cosas, Alena. Era mi vida o la de ellos. Créeme que en ese momento no voy a pensar si tu vecino es bueno o malo. Se cumple la orden y se pasa al siguiente objetivo.

Una lágrima rueda por su mejilla y me hace sentir una basura.

—Alena…

—Entonces si te ordeno que me mates, ¿lo harás?

—No es igual, Alena.

—¿Lo harías, Bastian? —la decepción en su mirada se clava en mi corazón—. ¡¿Me matarías si yo te lo ordeno?!

—¡¿Qué quieres de mí, Alena?! ¡No puedo cambiar mi pasado, soy un mercenario y no me arrepiento de nada de lo que hice anteriormente! —paso las manos por mi cabello—. No puedo matarte, jamás lo haría. Alena, mi trabajo es…

—¿Por eso aceptaste casarte con la hija de Daniels? La aceptaste porque ella es igual a ti…

—¿Qué soy yo? —pregunto, mordiendo mi labio.

Ella limpia sus lágrimas.

—Un asesino —hace una mueca al decir eso—. Ella es… ya no importa. Solo no te quiero cerca de mí, Bastian.

—Entiendo —asiento bajando la cabeza—. Créeme que lo hago.

—Desde hoy no te quiero cerca de mi y olvida lo que fuimos —me mira sin expresión.

—Solo fue sexo casual —digo amargamente—. No hay nada que olvidar. Recuerde que usted es una princesa y yo soy un vil empleado.

—Eres un bastardo.

—Lo sé y me superarás —sonrío—. Nadie recuerda a los asesinos.

—Vete a la m****a, Batian Zervas.

—Como usted ordene, princesa Alena.

Salgo de la cafetería con un nudo en la garganta y con unas jodidas ganas de acabar con todo.

Camelia, esta vez pasaste la raya que no debías. Hablarle de la mafia a Alena nunca debiste hacerlo.

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