El encuentro

Valeria

El café siempre estaba lleno. Las mesas estrechas y las sillas de madera rústica no eran precisamente lo que alguien esperaría de un lugar acogedor, pero para muchos de nuestros clientes, el bullicio del lugar era parte de su rutina diaria. Yo había trabajado allí durante meses, y había aprendido a adaptarme al ruido constante, al ajetreo, a las prisas de los clientes que entraban y salían sin dejar de hablar por teléfono o revisar sus correos electrónicos. Era un lugar donde el tiempo parecía acelerarse.

La jornada había comenzado como cualquier otra. Mi jefe, Don Felipe, me había asignado la peor de las tareas, como siempre: limpiar las mesas, repartir las órdenes y sonreír mientras atendía a los clientes más exigentes. El restaurante siempre estaba lleno a estas horas, y el reloj parecía moverse en cámara rápida. Pero me mantenía ocupada, y eso era lo único que me importaba. No tenía espacio para los sueños ni para mis propios deseos. Mi mundo era simple: trabajo, casa, familia. No había margen para la esperanza.

De repente, la puerta del café se abrió con un crujido, y una ráfaga de aire fresco atravesó el local. Las conversaciones y el ruido se desvanecieron por un momento cuando mi mirada se centró en la figura que acababa de entrar. Él no era como los demás clientes. No. La manera en que se movía, como si el lugar le perteneciera, era… desconcertante. Alto, bien vestido, con una chaqueta de cuero negro que parecía hecha a medida, su presencia era una mezcla de poder y peligro.

Por un instante, todos los ojos en el café parecieron posarse en él, pero su mirada estaba fija en mí. Era como si hubiera sentido el peso de su mirada antes de que él siquiera llegara a mi mesa. Su rostro era grave, marcado por una mandíbula fuerte y unos ojos oscuros que no dejaban entrever ni una pizca de emoción. Había algo en él que no podía describir, algo que me inquietaba y, al mismo tiempo, me atraía sin quererlo.

"Un espresso", dijo con una voz profunda y firme, como si no hubiera necesidad de decir más. Sus palabras eran claras, sin titubeos, pero había un matiz en su tono que me hizo sentir incómoda. ¿Por qué? ¿Qué tenía de especial este hombre? ¿Por qué me sentía tan… atraída?

No podía dejar de mirarlo, pero no quería que me viera de esa forma. Era un cliente, un extraño. No tenía sentido. Sin embargo, algo dentro de mí me empujó a acercarme. Mi mano, ligeramente temblorosa, tomó la taza de cerámica con más cuidado del que necesitaba. Mis dedos rozaron los suyos por un instante, y, aunque el contacto fue breve, la electricidad que recorrió mi cuerpo fue suficiente para hacerme vacilar.

Lo serví rápidamente, sin atreverme a mirarlo demasiado, pero sentí su mirada sobre mí. Los segundos parecían alargarse. Tomó la taza sin decir palabra, y sus ojos no me dejaron de observar en ningún momento. Podía sentir el peso de su presencia, como si se estuviera apoderando del aire entre nosotros. Algo dentro de mí me decía que había más en este encuentro de lo que parecía a simple vista.

"¿Cómo te llamas?", preguntó finalmente, su tono suave, pero con un atisbo de autoridad que no podía ignorar.

La pregunta me tomó por sorpresa. Por un momento, no supe cómo responder. ¿Por qué me preguntaba mi nombre? ¿Qué significaba todo esto? Me sentí expuesta, vulnerable, pero no podía evitarlo. Era como si él pudiera leerme, como si pudiera ver a través de mí, más allá de la fachada que tanto me costaba mantener.

"Valeria", respondí con una sonrisa forzada, tratando de mantener la compostura. "Mi nombre es Valeria."

Repetir mi nombre en sus labios, aunque solo fuera un murmullo, me provocó una extraña sensación en el estómago. Algo que nunca había experimentado antes. ¿Por qué me afectaba tanto un simple gesto, una palabra?

"Valeria", dijo él, como si le gustara el sonido de mi nombre. Sus ojos se fijaron en los míos, y por un instante, me olvidé del ruido del café, de la gente, de todo lo que me rodeaba. Solo existíamos él y yo, atrapados en una corriente silenciosa de tensión y deseo.

Antes de que pudiera decir algo más, él se giró y caminó hacia una mesa en la esquina, dejando una estela de misterio en su paso. Yo me quedé allí, de pie, mirando su espalda mientras el corazón me latía con fuerza. ¿Qué quería de mí? ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?

Mi jefe me llamó con impaciencia, y me vi obligada a retomar la normalidad, pero algo en mi interior me decía que este hombre cambiaría mi vida. No sabía cómo, ni cuándo, pero algo en su mirada me había dejado claro que este era solo el principio de algo mucho más grande y peligroso.

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