Una noche puede cambiarlo todo… Carmine Morelli siempre ha medido a los hombres en su vida por el estándar inalcanzable que representa Giacomo Molinari, el hombre que ha deseado en silencio. Cuando se entrega a él en una noche de pasión, no imagina las consecuencias que esa elección traerá consigo. Después de su fallido matrimonio, Giacomo está decidido a no volver a casarse nunca, pero no es necesario que se case para asumir la responsabilidad del bebé que Carmine carga en su vientre. Sin embargo, conforme pasa tiempo junto a ella, está menos convencido de querer conformarse con una relación meramente platónica.
Leer másGiacomo tenía la mirada fija en la pantalla del ecógrafo, mientras la doctora deslizaba con cuidado el transductor sobre el vientre de Carmine. A diferencia de la primera ecografía, esta vez había reconocido casi de inmediato a su bebé en las imágenes que se formaron en la pantalla. El mundo se había detenido entonces, mientras apreciaba, fascinado, la perfección en forma de su pequeño bebé.La doctora detuvo su exploración repentinamente, luego alzó la mirada y alternó su atención entre Giacomo y Carmine.—¿Quieren saber el sexo del bebé o desean conservarlo en secreto?—¿Puede decírnoslo tan pronto? —inquirió. Después de todo, Carmine apenas tenía un poco más de treces semanas de embarazo.—En algunos casos, es complicado determinar el sexo del bebé antes de la semana dieciocho o incluso más tarde —explicó la doctora con calma—, pero en el caso de Carmine, el bebé está en una posición ideal para verlo. Aunque, por supuesto, confirmaremos este resultado en la próxima consulta. —La do
—La última vez no tuvimos oportunidad de hablar demasiado —comentó Damiano, mirando a Giacomo mientras tomaba su vaso de agua—. ¿A qué te dedicas?Giacomo notó cómo su mal humor aumentaba. Como si no fuera suficiente que Damiano visitara a Carmine, ella lo había invitado a almorzar con ellos. ¿Es que no tenía otro lugar a donde ir?—Soy abogado.—Trabaja a medio tiempo para la organización benéfica de mi tía —acotó Carmine.—¿Así que fue así como se conocieron?—Algo así —respondió Carmine—, pero fue mucho antes de que él se volviera abogado.—Entonces, han sido amigos por mucho tiempo.—La mitad de mi vida —respondió Giacomo, sonriendo por primera vez desde que había llegado.—Eres bastante afortunado —comentó Damiano, con una sonrisa en los labios—. Ya me habría gustado a mí conocer a Carmine por tanto tiempo, aunque no sé cómo no habría resistido a su encanto por tanto tiempo. Es una mujer muy linda, inteligente y con un buen sentido del humor.Giacomo apenas logró mantener su sonr
Carmine estaba revisando unos papeles cuando su celular comenzó a sonar. Su celular no había dejado de sonar desde temprano. Primero sus padres, luego sus hermanos y para terminar, Gigy y Bria. Estas últimas seguían preocupadas después de que la sacaran desmayada de su oficina. No le había contado a ninguna de las dos sobre su embarazo, así que no sabían el motivo de su malestar. Les había escrito el día anterior, después de salir del hospital para decirles que estaba bien, pero ambas se asustaron cuando volvió a escribirles esa mañana para decirles que no iría a la oficina.Se había tomado un par de días libres de la oficina, aunque debido a que era algo inesperado, no podía simplemente dejar de trabajar, al menos no por completo. Había algunos pendientes de los que debía que encargarse.Aun así, se estaba asegurando de no sobreexigirse y de cuidar la cantidad de agua que tomaba. Era una ventaja contar con Alma, la cocinera que Giacomo había contratado, quien aparecía de tanto en tan
Carmine comenzó a sentirse cohibida a medida que los ojos de Giacomo se deslizaban por ella con una intensidad inesperada. Su rostro estaba marcado por la tensión, como si estuviera librando una batalla interior.—Giacomo —lo llamó cuando no soportó más.Él levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de ella, dejándola momentáneamente descolocada. Aunque no podía estar completamente segura, creyó distinguir en ellos un destello de deseo. Sin embargo, pronto, desapareció. —Yo... lo siento… no… —balbuceó Giacomo. Él se aclaró la garganta y continuó—. No quería entrar a tu habitación sin permiso, solo quería avisarte que la cena está lista.—Oh, está bien, salgo en un momento.Él asintió, pero no hizo ademán de moverse. Sus ojos seguían fijos en los de ella, como si buscara descubrir algo, haciéndola sentir incómoda otra vez.—¿Podrías darme algo de privacidad? —preguntó.—Por supuesto. —Giacomo se dio la vuelta y desapareció apresurado.Carmine permaneció quita por unos segun
Carmine sonrió divertida, lo que la llevó a sacudir la cabeza con exasperación. Los constantes cambios de humor la estaban volviendo loca.—Al menos están de acuerdo en algo —musitó.—No puedes vivir sola —dijo Giacomo, acercándose a ella una vez más—. Podrías ponerte mal otra vez, y no habría nadie allí para ayudarte.—Él tiene razón —estuvo de acuerdo el padre de Carmine.Ella rodó los ojos y miró a su padre.—¿Es en serio? Ahora estás de su lado. Creí que no lo soportabas.—Y no lo hago —refutó su padre—, pero pienso igual que él en lo que respecta a este asunto. No dormiré tranquilo, si sé que podría pasarte algo, cariño.—Prometo que voy a ser más cuidadosa de ahora en adelante. Seguiré al pie de la letra todas las indicaciones de la doctora. —Se llevó una mano al vientre—. Mi bebé es lo más importante para mí en este momento, incluso más que la empresa, y no pienso volver a poner su seguridad en riesgo.—E incluso así —intervino su madre, con una expresión preocupada mientras se
Giacomo se despidió de sus clientes con un breve apretón de manos antes de salir del juzgado. Al llegar a su auto, se dejó caer en el asiento del conductor y sacó el celular del bolsillo interior de su saco. Frunció el ceño al ver en la pantalla al menos cinco llamadas perdidas. Tres eran de Carmine, y las otras dos de Adriano. Un escalofrío le recorrió la columna, y un mal presentimiento se instaló en su pecho.Sin perder un segundo, marcó el número de Carmine. Su ansiedad aumentó cuando la llamada fue directamente al buzón de voz. Intentó contactarla una vez más, con el mismo resultado. Entonces llamó a Adriano y esperó, no muy seguro de que él fuera a contestar. No estaba en su lista de personas favoritas y si algo malo había sucedido con Carmine o el bebé, probablemente bajaría aún más de categoría ante sus ojos. —Hasta que podemos dar contigo —espetó Adriano en cuanto respondió, su voz dura y cargada de reproche—. ¿Dónde demonios estabas?—En un juicio. —Giacomo no perdió el tie
Carmine le entregó los documentos recién firmados a su secretaria, esbozando una ligera sonrisa al notar cómo ella miraba a su padre de reojo. Bria se ganó algunos puntos extra por mantener la compostura, al no mostrar nerviosismo o temblar, algo poco común en quienes se encontraban frente al imponente Adriano Morelli. Quizás su actitud serena se debía a que lo conocía de antes, pero, aun así, era digno de admiración.—Gracias, Bria —dijo Carmine—. No te olvides concertar una cita con los alemanes.—Por supuesto, jefa. ¿Necesita algo más?—No.—Entonces me retiro. Señor. —Bria hizo una leve inclinación con la cabeza y se marchó.—¿Cuántas personas crees que se hayan desmayado del miedo al verte pasar? —preguntó Carmine con diversión cuando se quedó a solas con su padre.—Ninguna. Ellos saben que no soy más el jefe.—Vamos, papá. Saben mejor que eso. Puede que ya no seas el que dirige este lugar, pero sigues siendo el hombre más respetado… o temido, dependiendo de a quién le preguntes.
Giacomo sonrió al ver el adorable rostro enfadado de Carmine y estuvo a punto de extender la mano para tocarle la punta de la nariz con el dedo índice.—Más vale que tengas una buena razón para estar aquí tan temprano —dijo ella, cubriéndose la boca mientras soltaba un bostezo.Giacomo soltó una carcajada. —Son las nueve de la mañana. No es precisamente temprano.—Es domingo —replicó ella, mientras se hacía a un lado para dejarlo pasar a su departamento.—Creí que eras una adicta al trabajo que no descansaba nunca.—En primer lugar, no soy una adicta al trabajo…Giacomo levantó las cejas con una expresión de incredulidad.—Bueno, quizás un poco —admitió ella—, pero incluso yo descanso los domingos.—Te traje el desayuno —dijo Giacomo, dirigiéndose hacia la cocina y Carmine siguiéndole los pasos—. Quizás eso ayude a que me perdones por la osadía de haberte obligado a madrugar —bromeó.—¿Dónde encontraste desayuno un domingo tan temprano?—No es tan temprano, pero no compré nada, prep
Giacomo dejó las dos bolsas enormes de compras sobre la isla de la cocina. Apenas había dado un paso hacia atrás cuando Carmine, llena de impaciencia, ya estaba rebuscando en el interior de una de ellas.—Está en la otra —dijo él, divertido.Carmine lo miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos y con una mueca en los labios.—¿Por qué no lo dijiste antes? —le reprochó ella, mientras se inclinaba sobre la otra bolsa.—No me diste tiempo.—Sí, sí como sea. —De pronto, una sonrisa de triunfo iluminó el rostro de Carmine—. ¡Bingo! —exclamó, alzando la bolsa de papas fritas como si acabara de encontrar un tesoro escondido.Giacomo apretó los labios para no romper a reír. Nunca había visto a nadie emocionarse tanto por una bolsa de papas fritas.Carmine las abrió y se llevó algunas a la boca.—Estas son las mejores papas del mundo —murmuró Carmine con la boca llena—. Muchas gracias. Eres mi héroe.Giacomo sonrió, divertido. No pudo evitar pensar en lo adorable que ella se veía.—Fue