Epílogo

Carmine miró a su hija a través del espejo retrovisor. La pequeña Constanza observaba por la ventana, su rostro brillaba de entusiasmo y balanceaba los pies como si no pudiera esperar a llegar al destino para salir corriendo.

Dejó escapar un suspiro antes de desviar la mirada hacia su esposo.

—Ha crecido demasiado rápido. No puedo creer que ya vaya a empezar el jardín.

—Tampoco yo —respondió él, con un tono cargado de melancolía.

La sonrisa de Carmine se amplió al escuchar el lamento en la voz de Giacomo. De los dos, él era quien peor estaba sobrellevando que su pequeña princesa iba a empezar a asistir al jardín. Él decía que era un recordatorio de que los años no se detendrían y que, algún día, Constanza emprendería su propio camino.

Carmine habría pensado que estaba exagerando si no fuera porque, en el fondo, a veces sentía lo mismo. Sin embargo, bastaba con uno perdiendo la cabeza. Así que ella se encargaba de recordarle que aún quedaban muchos años antes de que eso sucediera.

Giac
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