Cuando Carmine despertó, supo que estaba sola, incluso antes de abrir los ojos. Sus sospechas se confirmaron al girarse, encontrando el lado vacío de la cama. Giacomo debía de haberse levantado hace un buen rato porque su lado estaba frío. Mantuvo su mano estirada sobre las sábanas deshechas, sintiendo una punzada de decepción.
Con un suspiro, se levantó, sintiendo cómo la inquietud se acumulaba en su pecho. Estaba demasiado nerviosa para enfrentarse a Giacomo. No se hacía ninguna ilusión sobre lo que podría pasar al verlo.
Se dirigió al baño y se metió bajo la ducha. Dejó que el agua tibia resbalara sobre su cuerpo y limpiara el aroma de Giacomo de su cuerpo, aunque era lo último que deseaba. Inclinó la cabeza hacia atrás y pasó ambas manos por el rostro. En cuanto cerró los ojos, los recuerdos de la noche anterior regresaron intensos y nítidos. Las manos de Giacomo sobre su piel, sus caricias y besos recorriendo cada rincón de su cuerpo.
Frunció el ceño y sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Se apresuró a salir de la ducha y se envolvió con una tolla. Se acercó al espejo y su reflejo le devolvió la mirada. Su atención bajo hasta la marca en su cuello. Llevó una mano hasta allí y acaricio la huella con los dedos.
—Al menos tendré los recuerdos —murmuró.
Cuando salió de la habitación de Giacomo, llevaba el mismo vestido de la noche anterior. Cuadró los hombros y se preparó para el inevitable "paseo de la vergüenza".
Al llegar a la sala, el aroma familiar de la comida flotó en el aire, y, pese a la tensión que la envolvía, su estómago rugió, aunque no estaba segura de poder bocado alguno.
Se detuvo un instante, mirando primero la puerta de salida y luego el pasillo que llevaba hacia la cocina, donde probablemente estaba Giacomo. Se debatió entre marcharse a casa o enfrentarse a él y aclarar las cosas. Finalmente, con un suspiro decidido, se dirigió hacia la cocina. Era una adulta y no iba a salir huyendo, incluso si podía no gustarle cómo iba a resultar su conversación con Giacomo.
De pie en el umbral de la cocina, se quedó quieta. Giacomo estaba de espaldas a ella, moviéndose por la cocina con confianza. A diferencia de ella, él estaba usando una ropa diferente. Una sonrisa involuntaria se formó en su rostro. Había pasado mucho tiempo desde que lo había visto cocinar.
—Buenos días —saludó.
Giacomo se tensó, pero se las arregló para mantener una expresión estoica antes de darse la vuelta.
—¿Quieres café? —preguntó él, haciéndole un gesto a Carmine para que tomara asiento.
—Sí, gracias.
Él le entregó una taza y luego terminó de acomodar el desayuno en la mesa antes de sentarse frente a Carmine. Ambos empezaron a comer en un silencio incómodo. Giacomo no podía dejar de mirarla, tratando de descifrar que es lo que pasaba por su mente.
—Sobre lo de anoche…
—Si vas a decir que te arrepientes, prefiero que no digas nada —interrumpió ella, sin mirarlo.
Giacomo estiró una mano sobre la mesa y cubrió la de ella. Ella era demasiado importante para él y lo último que quería era herirla.
—No lo hago.
Carmine levantó la cabeza demasiado rápido.
—¿Cómo podría arrepentirme de lo que tú y yo compartimos? —continuó él—. Fue algo especial y único. —Giacomo buscó su mirada para que ella pudiera ver la verdad a través de sus ojos.
Esperó unos segundos antes de continuar.
—Aun así, no se puede volver a repetir. Te quiero demasiado y lo último que pretendo es hacerte daño, pero lo único que tengo para ofrecerte es mi amistad.
Carmine retiró su mano con cuidado con la excusa de acomodarse el cabello detrás de la oreja, aunque la verdad era que estaba escapando de su toque que le producía dolor. Por un instante, había albergado esperanzas de que Giacomo sintiera una fracción de lo que ella sentía por él, pero, por supuesto, otra vez él le había recordado que nunca la vería como nada más que una amiga.
Carmine se las arregló para esbozar una sonrisa, aunque no estaba segura de si logró que se viera del todo real. Podría gritarle, pero nada iba a cambiar. Además, él no tenía la culpa de no ser capaz de amarla.
—Carmine…
—Ambos somos adultos y no me obligaste a nada —dijo con una calma que incluso a ella le sorprendió—. Preferiría que ambos nos olvidemos de lo ocurrido y que podamos seguir siendo amigos.
Giacomo se sintió algo extraño con su rápida aceptación, pero no le dio más vueltas. Ella le estaba dando justo lo que quería.
—Es hora de que me vaya —anunció Carmine, poniéndose de pie. Permanecer junto a él se estaba tornando asfixiante. Necesitaba alejarse de Giacomo antes de que su fachada de aparente tranquilidad comenzara a desmoronarse.
—Puedo llevarte. Solo déjame ir por mis llaves.
—No es necesario, puedo llamar a un taxi.
—En serio, no me molesta.
Carmine tenía el presentimiento de que él iba a seguir insistiendo, así que accedió.
—Te espero en la puerta —dijo y se dio la vuelta.
Durante el trayecto a su departamento, los dos hablaron de temas sin mucha relevancia. A Carmine el viaje se le hizo interminable, y cada minuto en ese espacio cerrado junto a Giacomo la hacía sentirse más vulnerable. Apenas lograba seguir el hilo de la conversación, respondiendo de forma automática y concisa a sus preguntas.
En cuanto el auto se detuvo frente a su edificio, prácticamente saltó fuera del auto.
—Gracias por traerme —dijo Carmine, manteniendo la puerta abierta—. Nos vemos por allí.
Estaba a punto de marcharse cuando la voz de Giacomo la detuvo.
—Carmine, ¿estamos bien? ¿verdad?
Durante un instante dudó en responder.
—Por supuesto. Mejor que bien —respondió con una sonrisa que esperaba fuera lo bastante convincente—. Adiós.
—Cuídate.
—Tú también.
Carmine se apresuró a entrar al edificio, sin mirar atrás. Al llegar a su departamento, fue directamente a su habitación. Se quitó el vestido, con la seguridad de que nunca más volvería a usarlo.
Después de ponerse una de sus pijamas favoritas, se dejó caer en la cama y cerró los ojos, mientras algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. No sabía cuándo es que había comenzado a llorar, pero ya no podía parar.
¿Cómo iba a hacer para olvidar la noche que había compartido con Giacomo, cuando cada vez que cerraba los ojos, lo único que podía pensar era en él poseyéndola?
Se había preguntado durante tanto tiempo cómo sería estar en los brazos de Giacomo, y ahora lo sabía. Se había sentido que era la mujer más afortunada del mundo, aunque en ese momento se sentía miserable. Lo peor de todo era que no se arrepentía. Sabía que, si tuviera la oportunidad de revivir la noche anterior, lo haría una y otra vez, sin dudarlo, a pesar de conocer las consecuencias.
De todos los hombres en los que podía haberse fijado, ¿por qué tuvo que elegir al único que nunca podría quererla?
Buscó su celular y le envió un mensaje a su hermana con la palabra “SOS”. Eso sería suficiente para que ella apareciera tan pronto como pudiera. Necesitaba desahogarse con alguien y quien mejor que su hermana que sabía de su enamoramiento por Giacomo.
Carmine se sentó detrás de su amplio escritorio, mientras su secretaria, y amiga, le recordaba los pendientes que tenía para el día. Desde que su padre se había retirado, un año atrás, ella había tomado las riendas de la empresa familiar como CEO. Pese a que se había preparado desde muy joven para aquel puesto, no todos habían recibido la noticia con agrado cuando llegó el momento.Podía estar en pleno siglo XXI, pero aún había algunos que veían con recelo que una mujer joven estuviera al mano. Los primeros meses tras la transición de poder habían sido los más difíciles. Varios miembros de la junta directiva, incómodos con el cambio, cuestionaron su capacidad y llegaron incluso a insinuar que otra persona debería ocupar su lugar. Pero Carmine no se había dejado intimidar. Después de todo, la mayoría de acciones estaban en poder de su familia y sabía que contaba con su apoyo incondicional.Con el paso de los meses, Carmine había logrado cerrarles la boca a todos. Durante su primer año
Carmine saltó de la cama y corrió al baño. Apenas logró llegar al inodoro antes de comenzar a vaciar el poco contenido de su estómago. Algunas lágrimas escaparon de sus ojos debido al esfuerzo que le producían las arcadas. Después de diez largos minutos, al fin logró calmarse. Se puso de pie, sintiéndose débil, y se acercó al lavabo para cepillarse los dientes.No podía seguir actuando como si nada de aquello estuviera sucediendo. Regresó a su habitación y buscó la prueba de embarazo que había estado esquivando. Con el pequeño paquete en la mano, volvió al baño. Era hora de hacerse la prueba de embarazo y salir de toda duda. Había prolongado demasiado aquel momento.Leyó las indicaciones dos veces porque la primera vez estaba demasiado distraída como para entender lo que estaba leyendo. Siguió los pasos y dejó la prueba de embarazo sobre el lavabo. Luego se sentó sobre la tapa del inodoro con la mirada perdida y esperó que los cinco minutos más largos de su vida llegaran a su fin.La
Giacomo anotó los detalles más relevantes de la declaración de la mujer frente a él. Mantuvo una expresión tranquila, aunque sentía la furia bullir en su interior al escucharla describir como su esposo la había golpeado en innumerables ocasiones. Sin poder evitarlo, su mente viajó a años atrás, recordando a su propia madre, sentada ante otro abogado, relatando el infierno que había soportado durante muchos años.Su padre era un abusador que encontraba placer en hacer sufrir tanto a la mujer que había jurado proteger como a Giacomo, su único hijo. Su madre había tratado de abandonarlo más de una vez, pero él siempre lograba encontrarla y desquitarse brutalmente.—La única manera en la que podrás irte será cuando estés muerta —le recordaba su padre a su madre después de cada paliza, o a veces incluso antes de comenzar—. Tampoco permitiré que alejes a mi hijo de mí.Durante años, Giacomo se había sentido impotente, observando cómo ese monstruo lastimaba a su madre sin poder hacer nada. P
El juez golpeó su mazo, marcando el final del juicio tras dictar la sentencia. Giovanni escuchó el murmullo creciente que estalló al otro lado de la sala y, al girar, vio que el acusado estaba gritándole a su abogado. Dos oficiales se acercaron a él y lo tomaron de los brazos en un intento de controlarlo. En medio de la confusión, sus miradas se cruzaron, y entonces, Giacomo esbozó una sonrisa victoriosa.«Te advertí que perderías»El rostro del tipo se contorsionó con odio, como si hubiera leído sus pensamientos. Giacomo no se inmutó y tampoco lo hizo cuando él empezó a maldecirlo, mientras lo sacaban de la sala del tribunal. En sus años como abogado, había recibido más miradas de odio y escuchado más amenazas de las que podía recordar, ya estaba acostumbrado a ello.Se puso de pie y dirigió su mirada hacia su defendida. Una mujer demasiado inocente para prever la pesadilla en la que se convertiría su vida cuando aceptó una invitación del tipo que acababan de sacar de la sala. Como m
Carmine dudó un instante antes de por fin decidirse a acercarse a saludar a Giacomo. Habría sido grosero no hacerlo ya que los dos eran amigos desde hace mucho tiempo, aunque se habían distanciado un poco en los últimos años. Giacomo trabajaba a medio tiempo para la organización benéfica de su tía, pero no era así como se habían conocido. Hace mucho tiempo, cuando ambos no eran más que adolescentes, la madre de Giacomo había acudido a su tía en busca de refugio.Se disculpó con su amiga y se levantó de su banco. Se obligó a respirar con normalidad a medida que se acercaba a él y mantuvo una sonrisa confiada en su rostro mientras lo evaluaba con la mirada.Giacomo era el hombre más atractivo que había conocido. Sus pómulos marcados, su cabello castaño y esos ojos verdes, que a veces parecían cambiar de color, formaban una combinación irresistible. Sin embargo, la verdadera debilidad de Carmine era su sonrisa, que rompía su expresión severa y dejaba entrever a alguien cálido y encantado
Carmine soltó un grito ahogado cuando, de repente, Giacomo tiró de ella, y ambos cayeron sobre la cama, con ella encima de él.—Vaya que incluso ebrio tienes mucha fuerza —musitó apoyando las manos sobre su pecho. Intentó ignorar el latido frenético de su corazón.Durante un breve momento, sus ojos se perdieron en los de Giacomo. Su mirada descendió, casi sin darse cuenta, hasta sus labios, y no pudo evitar preguntarse cómo reaccionaría él si se inclinara y lo besara. Alejó esos pensamientos tan pronto como aparecieron.Apoyó las manos en su pecho, preparándose para levantarse. Estaban demasiado cerca para su propia paz mental, y si no ponía algo de distancia pronto, corría el riesgo de hacer algo estúpido. Sin embargo, Giacomo envolvió una mano en su cintura y la mantuvo en su lugar.—Podrías... —Las palabras se desvanecieron en sus labios al notar que él estaba acercando su rostro al de ella como si fuera a besarla.El tiempo pareció detenerse a su alrededor. Sintió que el aire se v