Capítulo 4: Lo único que ofrecer

Cuando Carmine despertó, supo que estaba sola, incluso antes de abrir los ojos. Sus sospechas se confirmaron al girarse, encontrando el lado vacío de la cama. Giacomo debía de haberse levantado hace un buen rato porque su lado estaba frío. Mantuvo su mano estirada sobre las sábanas deshechas, sintiendo una punzada de decepción. 

Con un suspiro, se levantó, sintiendo cómo la inquietud se acumulaba en su pecho. Estaba demasiado nerviosa para enfrentarse a Giacomo. No se hacía ninguna ilusión sobre lo que podría pasar al verlo.

Se dirigió al baño y se metió bajo la ducha. Dejó que el agua tibia resbalara sobre su cuerpo y limpiara el aroma de Giacomo de su cuerpo, aunque era lo último que deseaba. Inclinó la cabeza hacia atrás y pasó ambas manos por el rostro. En cuanto cerró los ojos, los recuerdos de la noche anterior regresaron intensos y nítidos. Las manos de Giacomo sobre su piel, sus caricias y besos recorriendo cada rincón de su cuerpo.

Frunció el ceño y sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Se apresuró a salir de la ducha y se envolvió con una tolla. Se acercó al espejo y su reflejo le devolvió la mirada. Su atención bajo hasta la marca en su cuello. Llevó una mano hasta allí y acaricio la huella con los dedos.

—Al menos tendré los recuerdos —murmuró.

Cuando salió de la habitación de Giacomo, llevaba el mismo vestido de la noche anterior. Cuadró los hombros y se preparó para el inevitable "paseo de la vergüenza".

Al llegar a la sala, el aroma familiar de la comida flotó en el aire, y, pese a la tensión que la envolvía, su estómago rugió, aunque no estaba segura de poder bocado alguno.

Se detuvo un instante, mirando primero la puerta de salida y luego el pasillo que llevaba hacia la cocina, donde probablemente estaba Giacomo. Se debatió entre marcharse a casa o enfrentarse a él y aclarar las cosas. Finalmente, con un suspiro decidido, se dirigió hacia la cocina. Era una adulta y no iba a salir huyendo, incluso si podía no gustarle cómo iba a resultar su conversación con Giacomo.

De pie en el umbral de la cocina, se quedó quieta. Giacomo estaba de espaldas a ella, moviéndose por la cocina con confianza. A diferencia de ella, él estaba usando una ropa diferente. Una sonrisa involuntaria se formó en su rostro. Había pasado mucho tiempo desde que lo había visto cocinar.

—Buenos días —saludó.

Giacomo se tensó, pero se las arregló para mantener una expresión estoica antes de darse la vuelta.

—¿Quieres café? —preguntó él, haciéndole un gesto a Carmine para que tomara asiento.

—Sí, gracias.

Él le entregó una taza y luego terminó de acomodar el desayuno en la mesa antes de sentarse frente a Carmine. Ambos empezaron a comer en un silencio incómodo. Giacomo no podía dejar de mirarla, tratando de descifrar que es lo que pasaba por su mente.

—Sobre lo de anoche…

—Si vas a decir que te arrepientes, prefiero que no digas nada —interrumpió ella, sin mirarlo.

Giacomo estiró una mano sobre la mesa y cubrió la de ella. Ella era demasiado importante para él y lo último que quería era herirla.

—No lo hago.

Carmine levantó la cabeza demasiado rápido.

—¿Cómo podría arrepentirme de lo que tú y yo compartimos? —continuó él—. Fue algo especial y único. —Giacomo buscó su mirada para que ella pudiera ver la verdad a través de sus ojos.

Esperó unos segundos antes de continuar.

—Aun así, no se puede volver a repetir. Te quiero demasiado y lo último que pretendo es hacerte daño, pero lo único que tengo para ofrecerte es mi amistad.

Carmine retiró su mano con cuidado con la excusa de acomodarse el cabello detrás de la oreja, aunque la verdad era que estaba escapando de su toque que le producía dolor. Por un instante, había albergado esperanzas de que Giacomo sintiera una fracción de lo que ella sentía por él, pero, por supuesto, otra vez él le había recordado que nunca la vería como nada más que una amiga.  

Carmine se las arregló para esbozar una sonrisa, aunque no estaba segura de si logró que se viera del todo real. Podría gritarle, pero nada iba a cambiar. Además, él no tenía la culpa de no ser capaz de amarla.

—Carmine…

—Ambos somos adultos y no me obligaste a nada —dijo con una calma que incluso a ella le sorprendió—. Preferiría que ambos nos olvidemos de lo ocurrido y que podamos seguir siendo amigos.

Giacomo se sintió algo extraño con su rápida aceptación, pero no le dio más vueltas. Ella le estaba dando justo lo que quería.

—Es hora de que me vaya —anunció Carmine, poniéndose de pie. Permanecer junto a él se estaba tornando asfixiante. Necesitaba alejarse de Giacomo antes de que su fachada de aparente tranquilidad comenzara a desmoronarse.

—Puedo llevarte. Solo déjame ir por mis llaves.

—No es necesario, puedo llamar a un taxi.  

—En serio, no me molesta.

Carmine tenía el presentimiento de que él iba a seguir insistiendo, así que accedió.

—Te espero en la puerta —dijo y se dio la vuelta.

Durante el trayecto a su departamento, los dos hablaron de temas sin mucha relevancia. A Carmine el viaje se le hizo interminable, y cada minuto en ese espacio cerrado junto a Giacomo la hacía sentirse más vulnerable. Apenas lograba seguir el hilo de la conversación, respondiendo de forma automática y concisa a sus preguntas.

En cuanto el auto se detuvo frente a su edificio, prácticamente saltó fuera del auto.

—Gracias por traerme —dijo Carmine, manteniendo la puerta abierta—. Nos vemos por allí.

Estaba a punto de marcharse cuando la voz de Giacomo la detuvo.

—Carmine, ¿estamos bien? ¿verdad?

Durante un instante dudó en responder.

—Por supuesto. Mejor que bien —respondió con una sonrisa que esperaba fuera lo bastante convincente—. Adiós.

—Cuídate.

—Tú también.

Carmine se apresuró a entrar al edificio, sin mirar atrás. Al llegar a su departamento, fue directamente a su habitación. Se quitó el vestido, con la seguridad de que nunca más volvería a usarlo.

Después de ponerse una de sus pijamas favoritas, se dejó caer en la cama y cerró los ojos, mientras algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. No sabía cuándo es que había comenzado a llorar, pero ya no podía parar.

¿Cómo iba a hacer para olvidar la noche que había compartido con Giacomo, cuando cada vez que cerraba los ojos, lo único que podía pensar era en él poseyéndola?

Se había preguntado durante tanto tiempo cómo sería estar en los brazos de Giacomo, y ahora lo sabía. Se había sentido que era la mujer más afortunada del mundo, aunque en ese momento se sentía miserable. Lo peor de todo era que no se arrepentía. Sabía que, si tuviera la oportunidad de revivir la noche anterior, lo haría una y otra vez, sin dudarlo, a pesar de conocer las consecuencias.

De todos los hombres en los que podía haberse fijado, ¿por qué tuvo que elegir al único que nunca podría quererla?

Buscó su celular y le envió un mensaje a su hermana con la palabra “SOS”. Eso sería suficiente para que ella apareciera tan pronto como pudiera. Necesitaba desahogarse con alguien y quien mejor que su hermana que sabía de su enamoramiento por Giacomo.

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