Carmine se acomodó en el asiento del copiloto y llevó el celular, que llevaba un rato sonando, al oído, después de ver el identificador de llamadas. Su mirada siguió a Giacomo a través del parabrisas mientras él rodeaba el auto.—Damiano —saludó—. ¿Cómo estás?—Mejor ahora que escuché tu voz.Carmine sonrió y sacudió la cabeza. Ese hombre era demasiado encantador y sabía perfectamente cómo hacer que una mujer se sintiera halagada.El día en que firmaron el trato, salieron a almorzar juntos para celebrar y congeniaron bastante bien. Damiano siempre tenía algo interesante que decir y, además, poseía un gran sentido del humor. Carmine la había pasado muy bien en su compañía.Damiano no había disimulado su interés por ella, aunque nunca lo expresó directamente.—¿A qué debo el honor de tu llamada? —preguntó, todavía sonriendo—. ¿Surgió algún inconveniente?Su mirada se cruzó con la de Giacomo, quien la observaba con curiosidad desde su asiento. Luego, él desvió la vista hacia adelante y a
Giacomo detuvo su auto frente a la casa de los padres Carmine y miró la imponente construcción a través del parabrisas.—¿Aún estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Carmine.Giró la cabeza para mirarla y se dio cuenta que ella estaba tensa.—Sí. —Tomó la mano de Carmine y le dio un suave apretón, tratando de reconfortarla—. Descuida, no voy a cambiar de opinión de un momento a otro. No pienso dejarte sola en esto. Procura relajarte un poco; no creo que al bebé le haga bien tanto estrés.Carmine esbozó una leve sonrisa.—Tienes razón. —Ella se llevó su mano libre al vientre y tomó una respiración profunda—. Hagamos esto de una vez antes de que sea yo quien me arrepienta.Giacomo bajó del auto, lo rodeó para abrirle la puerta a Carmine y le ofreció una mano para ayudarla a bajar.—Todo saldrá bien —le dijo.—En tu lugar, yo no estaría muy seguro.Giacomo soltó una risa nerviosa.—No eres muy buena tranquilizando a los demás ¿verdad? —preguntó, cuando dejó de reír.Los dos comp
Carmine se levantó de un salto, lista para intervenir, aunque no estaba segura de poder hacer mucho. Sebastian era, por lo general, tranquilo, siempre trabajando en sus experimentos o absorto en sus libros, pero también era una fuerza imparable cuando algo lo alteraba.—Sebastian, déjalo —ordenó, pero su hermano la ignoró.—No solo te encargaste de embarazar a mi hermana, sino que ahora dices que no vas a hacerte responsable como un verdadero hombre.Carmine miró a su papá en busca de ayuda, si alguien podía convencer a su hermano de soltar a Giacomo, era él.—Papá, por favor, haz algo. —¿Por qué? Después de todo, no vas a casarte con él. Vivo o muerto, no sirve de mucho.Carmine soltó un resoplido.—Me gustaría que mi hijo pueda conocer a su padre en persona y no irle a llorar al cementerio. —Si no le hablas de él, no tiene por qué llorarle —refutó su padre, como si nada.Carmine abrió los ojos, incrédula.—Tu padre tiene un buen punto —intervino su madre, levantándose con total c
Carmine siguió al mesero a través del restaurante hasta la mesa donde Damiano la esperaba. Al verla, él se puso de pie, y una sonrisa iluminó su rostro. Si de por sí era atractivo cuando estaba serio, esa sonrisa lo hacía aún más irresistible.Ella lo recorrió con una mirada apreciativa. Al igual que la última vez que se vieron, Damiano vestía un traje impecable que se ajustaba a su figura a la perfección. Era evidente que tenía un excelente físico, una señal clara de que debía pasar varias horas en el gimnasio.—Carmine —la saludó Damiano y se acercó para darle un beso en la mejilla—. Estás tan hermosa como siempre —alabó él, dando un paso hacia atrás.—Gracias. Tú también te ves muy bien.Damiano acercó una silla y Carmine se acomodó en ella. Tomó la carta y comenzó a examinar el menú, pasando la vista por cada opción.—Espero que te guste el lugar. No es demasiado ostentoso, pero la comida es la mejor de la ciudad —comentó Damiano.—Me gusta. De hecho, prefiero lugares como este —r
Giacomo desvió la mirada de los documentos en su mano hacia su celular, que yacía sobre su escritorio, tentándolo a levantarlo. Eran más de las nueve de la noche, y aún tenía mucho trabajo por delante, pero su mente no podía concentrarse en nada más que en la cita de Carmine con Damiano. Un nudo se formó en su estómago al imaginarla a su lado, riendo, disfrutando de su compañía. La idea de que ella estuviera con otro hombre lo irritaba más de lo que quería admitir.Se preguntó si ella ya habría regresado a su departamento y si estaría sola o si Damiano estaría con ella. Había investigado al hombre y no había encontrado nada sospechoso sobre él. Era un hombre prominente de negocios, admirado y respetado en su círculo. Sin embargo, no le agradaba ni un poco.En el pasado, cuando eran cercanos, Giacomo había espantado a algunos de los pretendientes de Carmine. No soportaba la idea de que alguien la lastimara. Sin embargo, cuando se distanciaron eso cambió. La mayoría del tiempo, ni siqui
Carmine abrió la puerta y se le cortó el aliento al ver a Giacomo. Debía ser ilegal verse tan bien usando vestimenta casual. Dejó de comerlo con la mirada, esperando que él no hubiera notado nada, y se hizo a un lado para dejarlo entrar en su departamento.—¿Te importaría esperarme unos minutos? —preguntó—. Aun no estoy lista.—Tómate tu tiempo, estaré justo aquí —dijo Giacomo, sentándose en el sofá. Se veía demasiado bien allí, como si él fuera el dueñoCarmine se dio la vuelta rápidamente y prácticamente corrió hacia su habitación. Cualquiera que la conocía sabía que la puntualidad era importante para ella, consideraba la tardanza una falta de respeto hacia los demás. Sin embargo, esa mañana se había quedado dormida más de lo habitual, y de no ser por la llamada de Giacomo cuando ya estaba a punto de salir de su departamento, probablemente seguiría enredada entre las cobijas.Se retiró la toalla del cabello y lo desenredó con prisa. Luego se colocó un poco de brillo labial y se dio
Carmine soltó un suspiro y recostó la cabeza en el respaldo de su sillón de oficina. Estaba agotada. Había pasado toda la mañana sumergida en documentos, uno tras otro, y, aun así, la pila de papeles parecía no haber disminuido ni un poco.Revisó la hora y se dio cuenta de que casi era la hora del almuerzo. Se levantó y comenzó a ordenar su escritorio. Estaba a punto de terminar cuando escuchó un par de golpes en la puerta. Levantó la mirada al mismo tiempo que Damiano entraba a su oficina, con un ramo de flores en las manos.—Damiano —saludó, sonriendo—. No esperaba tu visita.Carmine rodeó su escritorio y se acercó para saludarlo. Desde aquella primera cita, ambos habían mantenido el contacto. Habían salido a comer en más de una ocasión, aunque Damiano siempre le preguntaba con antelación si tenía tiempo disponible. Esa era la primera vez que se presentaba en su oficina sin previo aviso.—Quería darte una sorpresa. Espero no ser inoportuno.—Para nada y gracias por las flores. Si so
Giacomo dejó las dos bolsas enormes de compras sobre la isla de la cocina. Apenas había dado un paso hacia atrás cuando Carmine, llena de impaciencia, ya estaba rebuscando en el interior de una de ellas.—Está en la otra —dijo él, divertido.Carmine lo miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos y con una mueca en los labios.—¿Por qué no lo dijiste antes? —le reprochó ella, mientras se inclinaba sobre la otra bolsa.—No me diste tiempo.—Sí, sí como sea. —De pronto, una sonrisa de triunfo iluminó el rostro de Carmine—. ¡Bingo! —exclamó, alzando la bolsa de papas fritas como si acabara de encontrar un tesoro escondido.Giacomo apretó los labios para no romper a reír. Nunca había visto a nadie emocionarse tanto por una bolsa de papas fritas.Carmine las abrió y se llevó algunas a la boca.—Estas son las mejores papas del mundo —murmuró Carmine con la boca llena—. Muchas gracias. Eres mi héroe.Giacomo sonrió, divertido. No pudo evitar pensar en lo adorable que ella se veía.—Fue