Carmine abrió la puerta y se le cortó el aliento al ver a Giacomo. Debía ser ilegal verse tan bien usando vestimenta casual. Dejó de comerlo con la mirada, esperando que él no hubiera notado nada, y se hizo a un lado para dejarlo entrar en su departamento.—¿Te importaría esperarme unos minutos? —preguntó—. Aun no estoy lista.—Tómate tu tiempo, estaré justo aquí —dijo Giacomo, sentándose en el sofá. Se veía demasiado bien allí, como si él fuera el dueñoCarmine se dio la vuelta rápidamente y prácticamente corrió hacia su habitación. Cualquiera que la conocía sabía que la puntualidad era importante para ella, consideraba la tardanza una falta de respeto hacia los demás. Sin embargo, esa mañana se había quedado dormida más de lo habitual, y de no ser por la llamada de Giacomo cuando ya estaba a punto de salir de su departamento, probablemente seguiría enredada entre las cobijas.Se retiró la toalla del cabello y lo desenredó con prisa. Luego se colocó un poco de brillo labial y se dio
Carmine soltó un suspiro y recostó la cabeza en el respaldo de su sillón de oficina. Estaba agotada. Había pasado toda la mañana sumergida en documentos, uno tras otro, y, aun así, la pila de papeles parecía no haber disminuido ni un poco.Revisó la hora y se dio cuenta de que casi era la hora del almuerzo. Se levantó y comenzó a ordenar su escritorio. Estaba a punto de terminar cuando escuchó un par de golpes en la puerta. Levantó la mirada al mismo tiempo que Damiano entraba a su oficina, con un ramo de flores en las manos.—Damiano —saludó, sonriendo—. No esperaba tu visita.Carmine rodeó su escritorio y se acercó para saludarlo. Desde aquella primera cita, ambos habían mantenido el contacto. Habían salido a comer en más de una ocasión, aunque Damiano siempre le preguntaba con antelación si tenía tiempo disponible. Esa era la primera vez que se presentaba en su oficina sin previo aviso.—Quería darte una sorpresa. Espero no ser inoportuno.—Para nada y gracias por las flores. Si so
Giacomo dejó las dos bolsas enormes de compras sobre la isla de la cocina. Apenas había dado un paso hacia atrás cuando Carmine, llena de impaciencia, ya estaba rebuscando en el interior de una de ellas.—Está en la otra —dijo él, divertido.Carmine lo miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos y con una mueca en los labios.—¿Por qué no lo dijiste antes? —le reprochó ella, mientras se inclinaba sobre la otra bolsa.—No me diste tiempo.—Sí, sí como sea. —De pronto, una sonrisa de triunfo iluminó el rostro de Carmine—. ¡Bingo! —exclamó, alzando la bolsa de papas fritas como si acabara de encontrar un tesoro escondido.Giacomo apretó los labios para no romper a reír. Nunca había visto a nadie emocionarse tanto por una bolsa de papas fritas.Carmine las abrió y se llevó algunas a la boca.—Estas son las mejores papas del mundo —murmuró Carmine con la boca llena—. Muchas gracias. Eres mi héroe.Giacomo sonrió, divertido. No pudo evitar pensar en lo adorable que ella se veía.—Fue
Giacomo sonrió al ver el adorable rostro enfadado de Carmine y estuvo a punto de extender la mano para tocarle la punta de la nariz con el dedo índice.—Más vale que tengas una buena razón para estar aquí tan temprano —dijo ella, cubriéndose la boca mientras soltaba un bostezo.Giacomo soltó una carcajada. —Son las nueve de la mañana. No es precisamente temprano.—Es domingo —replicó ella, mientras se hacía a un lado para dejarlo pasar a su departamento.—Creí que eras una adicta al trabajo que no descansaba nunca.—En primer lugar, no soy una adicta al trabajo…Giacomo levantó las cejas con una expresión de incredulidad.—Bueno, quizás un poco —admitió ella—, pero incluso yo descanso los domingos.—Te traje el desayuno —dijo Giacomo, dirigiéndose hacia la cocina y Carmine siguiéndole los pasos—. Quizás eso ayude a que me perdones por la osadía de haberte obligado a madrugar —bromeó.—¿Dónde encontraste desayuno un domingo tan temprano?—No es tan temprano, pero no compré nada, prep
Carmine le entregó los documentos recién firmados a su secretaria, esbozando una ligera sonrisa al notar cómo ella miraba a su padre de reojo. Bria se ganó algunos puntos extra por mantener la compostura, al no mostrar nerviosismo o temblar, algo poco común en quienes se encontraban frente al imponente Adriano Morelli. Quizás su actitud serena se debía a que lo conocía de antes, pero, aun así, era digno de admiración.—Gracias, Bria —dijo Carmine—. No te olvides concertar una cita con los alemanes.—Por supuesto, jefa. ¿Necesita algo más?—No.—Entonces me retiro. Señor. —Bria hizo una leve inclinación con la cabeza y se marchó.—¿Cuántas personas crees que se hayan desmayado del miedo al verte pasar? —preguntó Carmine con diversión cuando se quedó a solas con su padre.—Ninguna. Ellos saben que no soy más el jefe.—Vamos, papá. Saben mejor que eso. Puede que ya no seas el que dirige este lugar, pero sigues siendo el hombre más respetado… o temido, dependiendo de a quién le preguntes.
Giacomo se despidió de sus clientes con un breve apretón de manos antes de salir del juzgado. Al llegar a su auto, se dejó caer en el asiento del conductor y sacó el celular del bolsillo interior de su saco. Frunció el ceño al ver en la pantalla al menos cinco llamadas perdidas. Tres eran de Carmine, y las otras dos de Adriano. Un escalofrío le recorrió la columna, y un mal presentimiento se instaló en su pecho.Sin perder un segundo, marcó el número de Carmine. Su ansiedad aumentó cuando la llamada fue directamente al buzón de voz. Intentó contactarla una vez más, con el mismo resultado. Entonces llamó a Adriano y esperó, no muy seguro de que él fuera a contestar. No estaba en su lista de personas favoritas y si algo malo había sucedido con Carmine o el bebé, probablemente bajaría aún más de categoría ante sus ojos. —Hasta que podemos dar contigo —espetó Adriano en cuanto respondió, su voz dura y cargada de reproche—. ¿Dónde demonios estabas?—En un juicio. —Giacomo no perdió el tie
Carmine sonrió divertida, lo que la llevó a sacudir la cabeza con exasperación. Los constantes cambios de humor la estaban volviendo loca.—Al menos están de acuerdo en algo —musitó.—No puedes vivir sola —dijo Giacomo, acercándose a ella una vez más—. Podrías ponerte mal otra vez, y no habría nadie allí para ayudarte.—Él tiene razón —estuvo de acuerdo el padre de Carmine.Ella rodó los ojos y miró a su padre.—¿Es en serio? Ahora estás de su lado. Creí que no lo soportabas.—Y no lo hago —refutó su padre—, pero pienso igual que él en lo que respecta a este asunto. No dormiré tranquilo, si sé que podría pasarte algo, cariño.—Prometo que voy a ser más cuidadosa de ahora en adelante. Seguiré al pie de la letra todas las indicaciones de la doctora. —Se llevó una mano al vientre—. Mi bebé es lo más importante para mí en este momento, incluso más que la empresa, y no pienso volver a poner su seguridad en riesgo.—E incluso así —intervino su madre, con una expresión preocupada mientras se
Carmine comenzó a sentirse cohibida a medida que los ojos de Giacomo se deslizaban por ella con una intensidad inesperada. Su rostro estaba marcado por la tensión, como si estuviera librando una batalla interior.—Giacomo —lo llamó cuando no soportó más.Él levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de ella, dejándola momentáneamente descolocada. Aunque no podía estar completamente segura, creyó distinguir en ellos un destello de deseo. Sin embargo, pronto, desapareció. —Yo... lo siento… no… —balbuceó Giacomo. Él se aclaró la garganta y continuó—. No quería entrar a tu habitación sin permiso, solo quería avisarte que la cena está lista.—Oh, está bien, salgo en un momento.Él asintió, pero no hizo ademán de moverse. Sus ojos seguían fijos en los de ella, como si buscara descubrir algo, haciéndola sentir incómoda otra vez.—¿Podrías darme algo de privacidad? —preguntó.—Por supuesto. —Giacomo se dio la vuelta y desapareció apresurado.Carmine permaneció quita por unos segund