Carmine siguió al mesero a través del restaurante hasta la mesa donde Damiano la esperaba. Al verla, él se puso de pie, y una sonrisa iluminó su rostro. Si de por sí era atractivo cuando estaba serio, esa sonrisa lo hacía aún más irresistible.Ella lo recorrió con una mirada apreciativa. Al igual que la última vez que se vieron, Damiano vestía un traje impecable que se ajustaba a su figura a la perfección. Era evidente que tenía un excelente físico, una señal clara de que debía pasar varias horas en el gimnasio.—Carmine —la saludó Damiano y se acercó para darle un beso en la mejilla—. Estás tan hermosa como siempre —alabó él, dando un paso hacia atrás.—Gracias. Tú también te ves muy bien.Damiano acercó una silla y Carmine se acomodó en ella. Tomó la carta y comenzó a examinar el menú, pasando la vista por cada opción.—Espero que te guste el lugar. No es demasiado ostentoso, pero la comida es la mejor de la ciudad —comentó Damiano.—Me gusta. De hecho, prefiero lugares como este —r
Giacomo desvió la mirada de los documentos en su mano hacia su celular, que yacía sobre su escritorio, tentándolo a levantarlo. Eran más de las nueve de la noche, y aún tenía mucho trabajo por delante, pero su mente no podía concentrarse en nada más que en la cita de Carmine con Damiano. Un nudo se formó en su estómago al imaginarla a su lado, riendo, disfrutando de su compañía. La idea de que ella estuviera con otro hombre lo irritaba más de lo que quería admitir.Se preguntó si ella ya habría regresado a su departamento y si estaría sola o si Damiano estaría con ella. Había investigado al hombre y no había encontrado nada sospechoso sobre él. Era un hombre prominente de negocios, admirado y respetado en su círculo. Sin embargo, no le agradaba ni un poco.En el pasado, cuando eran cercanos, Giacomo había espantado a algunos de los pretendientes de Carmine. No soportaba la idea de que alguien la lastimara. Sin embargo, cuando se distanciaron eso cambió. La mayoría del tiempo, ni siqui
Carmine abrió la puerta y se le cortó el aliento al ver a Giacomo. Debía ser ilegal verse tan bien usando vestimenta casual. Dejó de comerlo con la mirada, esperando que él no hubiera notado nada, y se hizo a un lado para dejarlo entrar en su departamento.—¿Te importaría esperarme unos minutos? —preguntó—. Aun no estoy lista.—Tómate tu tiempo, estaré justo aquí —dijo Giacomo, sentándose en el sofá. Se veía demasiado bien allí, como si él fuera el dueñoCarmine se dio la vuelta rápidamente y prácticamente corrió hacia su habitación. Cualquiera que la conocía sabía que la puntualidad era importante para ella, consideraba la tardanza una falta de respeto hacia los demás. Sin embargo, esa mañana se había quedado dormida más de lo habitual, y de no ser por la llamada de Giacomo cuando ya estaba a punto de salir de su departamento, probablemente seguiría enredada entre las cobijas.Se retiró la toalla del cabello y lo desenredó con prisa. Luego se colocó un poco de brillo labial y se dio
Carmine soltó un suspiro y recostó la cabeza en el respaldo de su sillón de oficina. Estaba agotada. Había pasado toda la mañana sumergida en documentos, uno tras otro, y, aun así, la pila de papeles parecía no haber disminuido ni un poco.Revisó la hora y se dio cuenta de que casi era la hora del almuerzo. Se levantó y comenzó a ordenar su escritorio. Estaba a punto de terminar cuando escuchó un par de golpes en la puerta. Levantó la mirada al mismo tiempo que Damiano entraba a su oficina, con un ramo de flores en las manos.—Damiano —saludó, sonriendo—. No esperaba tu visita.Carmine rodeó su escritorio y se acercó para saludarlo. Desde aquella primera cita, ambos habían mantenido el contacto. Habían salido a comer en más de una ocasión, aunque Damiano siempre le preguntaba con antelación si tenía tiempo disponible. Esa era la primera vez que se presentaba en su oficina sin previo aviso.—Quería darte una sorpresa. Espero no ser inoportuno.—Para nada y gracias por las flores. Si so
Giacomo dejó las dos bolsas enormes de compras sobre la isla de la cocina. Apenas había dado un paso hacia atrás cuando Carmine, llena de impaciencia, ya estaba rebuscando en el interior de una de ellas.—Está en la otra —dijo él, divertido.Carmine lo miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos y con una mueca en los labios.—¿Por qué no lo dijiste antes? —le reprochó ella, mientras se inclinaba sobre la otra bolsa.—No me diste tiempo.—Sí, sí como sea. —De pronto, una sonrisa de triunfo iluminó el rostro de Carmine—. ¡Bingo! —exclamó, alzando la bolsa de papas fritas como si acabara de encontrar un tesoro escondido.Giacomo apretó los labios para no romper a reír. Nunca había visto a nadie emocionarse tanto por una bolsa de papas fritas.Carmine las abrió y se llevó algunas a la boca.—Estas son las mejores papas del mundo —murmuró Carmine con la boca llena—. Muchas gracias. Eres mi héroe.Giacomo sonrió, divertido. No pudo evitar pensar en lo adorable que ella se veía.—Fue
Giacomo sonrió al ver el adorable rostro enfadado de Carmine y estuvo a punto de extender la mano para tocarle la punta de la nariz con el dedo índice.—Más vale que tengas una buena razón para estar aquí tan temprano —dijo ella, cubriéndose la boca mientras soltaba un bostezo.Giacomo soltó una carcajada. —Son las nueve de la mañana. No es precisamente temprano.—Es domingo —replicó ella, mientras se hacía a un lado para dejarlo pasar a su departamento.—Creí que eras una adicta al trabajo que no descansaba nunca.—En primer lugar, no soy una adicta al trabajo…Giacomo levantó las cejas con una expresión de incredulidad.—Bueno, quizás un poco —admitió ella—, pero incluso yo descanso los domingos.—Te traje el desayuno —dijo Giacomo, dirigiéndose hacia la cocina y Carmine siguiéndole los pasos—. Quizás eso ayude a que me perdones por la osadía de haberte obligado a madrugar —bromeó.—¿Dónde encontraste desayuno un domingo tan temprano?—No es tan temprano, pero no compré nada, prep
Carmine le entregó los documentos recién firmados a su secretaria, esbozando una ligera sonrisa al notar cómo ella miraba a su padre de reojo. Bria se ganó algunos puntos extra por mantener la compostura, al no mostrar nerviosismo o temblar, algo poco común en quienes se encontraban frente al imponente Adriano Morelli. Quizás su actitud serena se debía a que lo conocía de antes, pero, aun así, era digno de admiración.—Gracias, Bria —dijo Carmine—. No te olvides concertar una cita con los alemanes.—Por supuesto, jefa. ¿Necesita algo más?—No.—Entonces me retiro. Señor. —Bria hizo una leve inclinación con la cabeza y se marchó.—¿Cuántas personas crees que se hayan desmayado del miedo al verte pasar? —preguntó Carmine con diversión cuando se quedó a solas con su padre.—Ninguna. Ellos saben que no soy más el jefe.—Vamos, papá. Saben mejor que eso. Puede que ya no seas el que dirige este lugar, pero sigues siendo el hombre más respetado… o temido, dependiendo de a quién le preguntes.
Giacomo se despidió de sus clientes con un breve apretón de manos antes de salir del juzgado. Al llegar a su auto, se dejó caer en el asiento del conductor y sacó el celular del bolsillo interior de su saco. Frunció el ceño al ver en la pantalla al menos cinco llamadas perdidas. Tres eran de Carmine, y las otras dos de Adriano. Un escalofrío le recorrió la columna, y un mal presentimiento se instaló en su pecho.Sin perder un segundo, marcó el número de Carmine. Su ansiedad aumentó cuando la llamada fue directamente al buzón de voz. Intentó contactarla una vez más, con el mismo resultado. Entonces llamó a Adriano y esperó, no muy seguro de que él fuera a contestar. No estaba en su lista de personas favoritas y si algo malo había sucedido con Carmine o el bebé, probablemente bajaría aún más de categoría ante sus ojos. —Hasta que podemos dar contigo —espetó Adriano en cuanto respondió, su voz dura y cargada de reproche—. ¿Dónde demonios estabas?—En un juicio. —Giacomo no perdió el tie