Capítulo 3: El orden normal

Carmine soltó un grito ahogado cuando, de repente, Giacomo tiró de ella, y ambos cayeron sobre la cama, con ella encima de él.

—Vaya que incluso ebrio tienes mucha fuerza —musitó apoyando las manos sobre su pecho. Intentó ignorar el latido frenético de su corazón.

Durante un breve momento, sus ojos se perdieron en los de Giacomo. Su mirada descendió, casi sin darse cuenta, hasta sus labios, y no pudo evitar preguntarse cómo reaccionaría él si se inclinara y lo besara. Alejó esos pensamientos tan pronto como aparecieron.

Apoyó las manos en su pecho, preparándose para levantarse. Estaban demasiado cerca para su propia paz mental, y si no ponía algo de distancia pronto, corría el riesgo de hacer algo estúpido. Sin embargo, Giacomo envolvió una mano en su cintura y la mantuvo en su lugar.

—Podrías... —Las palabras se desvanecieron en sus labios al notar que él estaba acercando su rostro al de ella como si fuera a besarla.

El tiempo pareció detenerse a su alrededor. Sintió que el aire se volvía espeso, y, sin atreverse a romper la conexión, permaneció inmóvil.

—Giacomo —murmuró y entonces, él la besó.

Los labios de Giacomo eran sorprendentemente suaves. El beso comenzó como una caricia sutil, un roce apenas perceptible, pero pronto se volvió más exigente. Su lengua pidió acceso, y aunque Carmine intentó resistirse, un gemido escapó de sus labios antes de rendirse por completo. Giacomo se adueñó de su boca con una pasión que consumió todo pensamiento racional y Carmine se perdió en él. No podía creer que aquello estuviera pasando.

Giacomo la hizo rodar sobre la cama sin dejar de besarla, luego deslizó las manos hacia abajo y tomó el vestido de Carmine por el dobladillo y empezó a subirlo lentamente. Se separó de ella el tiempo suficiente para retirarle aquella prenda y volvió a cubrir sus labios con los suyos. La falta de aliento lo obligó a alejarse de ella, pero no por mucho tiempo. Descendió dejando un camino de besos desde su mentón hasta entre sus senos.

—Tu piel es tan suave —murmuró Giacomo, levantando la cabeza para mirarla a los ojos.

Había una vocecita en el fondo de su cabeza que le decía que debía detenerse, pero la ignoró. Sus manos trabajaron apresuradas, deshaciéndose del sostén de Carmine, y sin esperar un segundo más, tomó uno de sus senos en la boca mientras con una mano acariciaba el otro. El gemido que ella dejó escapar encendió más su deseo.

Carmine dijo su nombre en medio de un jadeo y arqueó la espalda. Giacomo sonrió complacido. El sonido de su nombre en sus labios se escuchaba demasiado bien. Dejó un beso y cambió de seno. Deslizó una mano entre las piernas de Carmine y, haciendo a un lado sus bragas, la acarició superficial mente.

—Giacomo, por favor —suplicó Carmine.

—¿Qué deseas?

—Yo... 

Lo que sea que Carmine iba a decir se transformó en un gemido cuando él introdujo un dedo en su interior. Giacomo observó con deleite su rostro deformado por el placer. Agregó otro dedo más e intensificó el ritmo de sus caricias, empujándola al límite.

—Estoy cerca —susurró ella, con los ojos cerrados.

—Hazlo. Vente para mí —ordenó.

Carmine se estremeció debajo de él y soltó un grito cuando alcanzó el orgasmo.

Después de unos minutos, Carmine abrió los ojos. En su mirada brillaba el deseo y otra emoción que no supo identificar, tal vez por el alcohol que enturbiaba su capacidad para pensar con claridad. 

Movido por la necesidad, Giacomo se inclinó y la besó con rudeza. Luego se hizo atrás, su respiración entrecortada mientras se tomaba un momento para contemplarla. El aliento se le atoró en la garganta al verla completamente desnuda y a su merced. Era perfecta.

—Hermosa —susurró antes de empezar a desvestirse.

Carmine, al verlo batallar con su la correa de su pantalón, se incorporó con una sonrisa y comenzó a ayudarlo.

—Alguien está ansiosa —comentó Giacomo, divertido.

Él dejó escapar un siseó cuando Carmine rozó su miembro al deslizar su pantalón y boxers hacia abajo. 

—No creo ser la única —dijo ella, y le guiño un ojo.

Giacomo se sorprendió por su osadía y, después de un segundo de incredulidad, soltó una carcajada.

Una maldición escapó de sus labios cuando ella tomó su miembro con una mano y empezó a acariciarlo. Inclinó la cabeza hacia atrás y disfrutó de su toque. Sus piernas temblaban y tenía la sensación de que se iba a desplomar en cualquier momento. 

—Alto —ordenó, la voz ronca por el placer. Sujetó la muñeca de Carmine y la recostó en la cama, acomodándose otra vez encima de ella con los antebrazos apoyados sobre la cama.

Por segunda vez, las alarmas sonaron en su cabeza, pero volvió a ignorarlas. Estampó sus labios contra los de ella en un beso necesitado que silenció sus dudas. Podría volverse adicto a sus labios, a su sabor, con demasiada facilidad.

—Te deseo —susurró sobre sus labios.

Carmine sabía que aquella era su última oportunidad para detenerlo y salir de allí antes de continuar con aquella locura, pero quería saber cómo se sentía estar en sus brazos, aunque fuera una única vez.

Sin dejar de mirarla a los ojos, Giacomo se acomodó entre sus piernas y hundió su miembro lentamente.

—Mierd@ —gimió él.

—Yo… Por favor. —Carmine ni siquiera estaba segura de lo que estaba pidiendo. Abrazó a Giacomo y clavó las uñas en su espalda, mientras el avanzaba en su interior, estirándola hasta el límite. Una mezcla de dolor y placer la recorrió y contuvo el aliento. Había estado con otros hombres en el pasado, novios que no habían durado demasiado en su vida, y ninguno le había hecho sentir nada parecido 

Giacomo se quedó quieto, esperando.

—Te sientes demasiado bien —dijo él, apoyando la frente en la de ella.

Giacomo la sujetó de las caderas y empezó a moverse dentro y fuera de ella con movimientos demasiado lentos.

—Más, por favor —suplicó Carmine.

Giacomo le dio una sonrisa y aceleró sus embestidas. Carmine enredó las piernas en torno a la cintura de él y le siguió el ritmo, levantando las caderas cada vez que él la embestía. Palabras incoherentes salían de su boca en medio de gemidos cada vez más fuertes, mientras el placer se extendía por cada terminación nerviosa de su cuerpo. 

Una presión ardiente comenzó a acumularse en su vientre bajo y se volvió insoportable.

—Oh diablos —susurró con la voz rasposa.

Su visión comenzó a oscurecerse y dejó de ser capaz de escuchar algo más que el latir de su corazón contra su oído. Entonces, el clímax estalló dentro de ella y un grito escapó de sus labios. Podía sentir a Giacomo moviéndose dentro y fuera, alargando su placer. Finalmente, él le dió una última y dura embestida y alcanzó su propio éxtasis.

Un gruñido escapó de los labios de Giacomo y ocultó su rostro en el cuello de Carmine, tratando de recuperar el aliento. Espasmos sacudían su cuerpo. 

A Carmine le tomó un tiempo volver en sí y, cuando lo hizo, fue consciente del peso de Giacomo sobre ella. Lejos de incomodarla, aquello le gustó demasiado y deseó que durara para siempre. Temía el momento en el que él se alejara de ella y las cosas volvieran a su orden normal, aquel en el que solo eran amigos.  Sin embargo, no podía retenerlo. 

Giacomo rodó hacia el costado y la abrazó por la cintura. Carmine apoyó la mejilla en su pecho y sonrió satisfecha. Decidió que no iba a pensar demasiado en lo que acaba de suceder o qué vendría después, dejaría eso para el día siguiente. Cerró los ojos y no tardó en quedarse dormida. Giacomo se durmió casi al mismo tiempo.

A la mañana siguiente, Giacomo despertó y sintió el peso de Carmine contra su cuerpo. Abrió los ojos y se encontró con su rostro pacífico cerca del suyo. Le tomó unos segundos recordar lo que había pasado la noche anterior y estuvo a punto de soltar una maldición. ¿Qué diablos había hecho?

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