El juez golpeó su mazo, marcando el final del juicio tras dictar la sentencia. Giovanni escuchó el murmullo creciente que estalló al otro lado de la sala y, al girar, vio que el acusado estaba gritándole a su abogado. Dos oficiales se acercaron a él y lo tomaron de los brazos en un intento de controlarlo. En medio de la confusión, sus miradas se cruzaron, y entonces, Giacomo esbozó una sonrisa victoriosa.
«Te advertí que perderías»
El rostro del tipo se contorsionó con odio, como si hubiera leído sus pensamientos. Giacomo no se inmutó y tampoco lo hizo cuando él empezó a maldecirlo, mientras lo sacaban de la sala del tribunal. En sus años como abogado, había recibido más miradas de odio y escuchado más amenazas de las que podía recordar, ya estaba acostumbrado a ello.
Se puso de pie y dirigió su mirada hacia su defendida. Una mujer demasiado inocente para prever la pesadilla en la que se convertiría su vida cuando aceptó una invitación del tipo que acababan de sacar de la sala. Como muchos de los abusadores, él la había conquistado con falsa dulzura durante los primeros meses de su relación, pero después de un tiempo empezaron los gritos e insultos, que no tardaron en convertirse en golpes.
Giacomo ardía en furia de solo recordar el expediente del médico que la había atendido la última vez que su, ahora ex esposo, la había golpeado. El ex esposo de su clienta era un ser deplorable y se merecía cada día que pasaría tras las rejas.
—Muchas gracias. —Los ojos de la mujer brillaban a causa de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, sin embargo, se veía más feliz que nunca.
Giacomo le dio una sonrisa sincera y asintió.
—Espero que tengas una vida feliz y próspera.
Era consciente de que la mujer tenía un camino largo que recorrer, pero, con suerte, se recuperaría de aquel trauma.
Los padres de la mujer se acercaron, ambos con enormes sonrisas. La madre, emocionada, se lanzó hacia él y lo rodeó con un abrazo lleno de gratitud, agradeciéndole una y otra vez entre lágrimas de alivio. Al soltarlo, el padre extendió la mano y Giacomo la estrechó sin vacilar. Después, los tres se despidieron y se adelantaron, mientras él se quedaba a terminar de guardar sus cosas.
Estaba saliendo de la corte cuando su celular comenzó a vibrar en el bolsillo interior de su saco. Sacó el teléfono y se lo llevó al oído.
—Nicolo —saludó.
—¿Cómo te fue?
—Como esperaba —dijo, bajando las escaleras—. Debiste ver la cara del maldito imbécil cuando el juez lo declaró culpable de todos los cargos.
—¡Felicidades! Aunque, siendo honesto, no me sorprende que ganaras. Eres una máquina de matar cuando estás en un juicio. ¿Qué te parece si esta noche salimos a celebrar otro caso victorioso?
—Lo siento, pero no puedo. Tengo cosas que hacer.
—¿Cómo qué? ¿Sentarte en tu sofá a observar la aburrida pared de tu departamento? —preguntó Nicolo, destilando ironía con cada palabra—. Esos no son planes.
—Quizás la próxima vez.
—Desde que…
—Nicolo —lo interrumpió con una advertencia, su voz volviéndose firme. Sabía lo que él había estado a punto de decir y no le gustaba ni un poco. Lo menos que le apetecía era escuchar el nombre de su ex esposa.
—Está bien, hombre, olvida que dije algo. Y felicidades otra vez. Si cambias de opinión te estaré esperando en el bar de siempre.
Giacomo se despidió de Nicolo y se montó en su auto.
El viaje hasta su departamento tardó más de lo usual debido al tráfico. Al llegar a su departamento, el silencio lo recibió y soltó un suspiro. La decoración impersonal de lo que ahora era su hogar permanente no hacía más que intensificar su mal humor. Ese lugar se sentía frío, nada comparable a la casa que había trabajado tanto para transformar en un hogar, un espacio que planeaba compartir con la familia que había soñado tener.
Sin embargo, aquella casa no le pertenecía más. Durante su proceso de divorcio había dejado que su ex mujer se quedara con ella y una parte de su fortuna. Después de descubrir que ella le había estado engañando, había hecho lo necesario para sacarla de su vida tan pronto como fuera posible.
Aun la amaba y no se sentía orgulloso de admitirlo. Pero jamás podría perdonar su infidelidad. Era doloroso pensar en ello, recordar. La traición de Arianna casi lo había destruido y todavía no había logrado volver a unir todas las piezas de su corazón. Pensar en ella todavía era como sentir un cuchillo retorcerse en lo profundo de su pecho.
Se metió a la ducha mientras inevitablemente los recuerdos bombardeaban su memoria. Había conocido a Arianna dos años atrás y de inmediato había caído rendido a sus encantos. Ella era hermosa y demasiado dulce. Habían tenido un noviazgo de seis meses antes de que le propusiera matrimonio.
Dos meses más tarde, su boda se había celebrado en una pequeña campiña con solo sus testigos como invitados. Aquel día, Arianna se había visto increíblemente perfecta y, mientras la miraba a los ojos, había creído que su amor sería eterno.
Soltó una risa carente de humor y sacudió la cabeza. Había sido demasiado ingenuo.
—Maldición. —Se pasó ambas manos por el rostro limpiando el agua.
Terminó de ducharse, tratando de mantener los recuerdos fuera de su mente. Al salir, se envolvió una toalla alrededor de la cintura y salió del baño. Levantó su celular de la mesa de noche y le envió un un mensaje a Nicolo para decirle que lo vería en el bar. No tenía ganas de salir, pero cualquier cosa debía ser mejor que quedarse en casa a auto compadecerse.
Se vistió y se apresuró a salir. El bar estaba a unos diez minutos de viaje en auto, pero como estaba seguro de que iba a beber, optó por tomar un taxi.
La música a volumen bajo lo recibió en cuanto entró al bar. La iluminación era tenue, suficiente para apreciar cada rincón sin resultar abrumadora. Era uno de los mejores bares de la ciudad, conocido por ser un lugar exclusivo.
Nicolo lo saludó desde una de las mesas y Giacomo se acercó a él.
—Cuando recibí tu mensaje creí que se trataba de alguna clase de alucinación —bromeó su amigo, dándole un abrazo breve—. Toma asiento —dijo y levantó una mano para llamar al camarero.
Un hombre se acercó a ellos y tomó sus pedidos.
—Brindemos —dijo su amigo, levantando el vaso cuando el mesero dejó las bebidas sobre la mesa—. Por tu éxito.
Giacomo levantó su vaso y lo chocó contra el de su amigo, luego bebió el contenido de un solo golpe. Hizo una mueca cuando el licor raspó su garganta.
—Tranquilo —dijo Nicolo con una sonrisa burlona—. Así que, esto significa que estás de nuevo en el rodeo. ¿Por qué podría presentarte a algunas amigas?
—No quiero saber nada del amor.
Después del fiasco de su matrimonio no quería volver a enamorarse, no iba a darle el poder a alguien de destruirlo otra vez.
—¿Quién está hablando de amor? Habló de una noche de sexo sin ataduras. —Nicolo subió y bajó las cejas con una sonrisa estúpida en el rostro—. Nadie lo necesita más que tú.
Giacomo ignoró a su amigo, que seguía hablando, y recorrió el lugar con la mirada. Los demás clientes estaban absortos en sus propias conversaciones y parecían estarla pasando bien. Él, en cambio, comenzaba a arrepentirse de haber aceptado la invitación de Nicolo.
Su mirada se detuvo al notar a alguien familiar en la barra. Entrecerró los ojos, tratando de determinar si estaba en lo correcto. De repente, la mujer giró el rostro y él pudo verla mejor, confirmando sus sospechas.
Carmine pareció sorprendida por un breve instante, pero luego le sonrió y Giacomo no pudo evitar sonreír también.
Carmine dudó un instante antes de por fin decidirse a acercarse a saludar a Giacomo. Habría sido grosero no hacerlo ya que los dos eran amigos desde hace mucho tiempo, aunque se habían distanciado un poco en los últimos años. Giacomo trabajaba a medio tiempo para la organización benéfica de su tía, pero no era así como se habían conocido. Hace mucho tiempo, cuando ambos no eran más que adolescentes, la madre de Giacomo había acudido a su tía en busca de refugio.Se disculpó con su amiga y se levantó de su banco. Se obligó a respirar con normalidad a medida que se acercaba a él y mantuvo una sonrisa confiada en su rostro mientras lo evaluaba con la mirada.Giacomo era el hombre más atractivo que había conocido. Sus pómulos marcados, su cabello castaño y esos ojos verdes, que a veces parecían cambiar de color, formaban una combinación irresistible. Sin embargo, la verdadera debilidad de Carmine era su sonrisa, que rompía su expresión severa y dejaba entrever a alguien cálido y encantado
Carmine soltó un grito ahogado cuando, de repente, Giacomo tiró de ella, y ambos cayeron sobre la cama, con ella encima de él.—Vaya que incluso ebrio tienes mucha fuerza —musitó apoyando las manos sobre su pecho. Intentó ignorar el latido frenético de su corazón.Durante un breve momento, sus ojos se perdieron en los de Giacomo. Su mirada descendió, casi sin darse cuenta, hasta sus labios, y no pudo evitar preguntarse cómo reaccionaría él si se inclinara y lo besara. Alejó esos pensamientos tan pronto como aparecieron.Apoyó las manos en su pecho, preparándose para levantarse. Estaban demasiado cerca para su propia paz mental, y si no ponía algo de distancia pronto, corría el riesgo de hacer algo estúpido. Sin embargo, Giacomo envolvió una mano en su cintura y la mantuvo en su lugar.—Podrías... —Las palabras se desvanecieron en sus labios al notar que él estaba acercando su rostro al de ella como si fuera a besarla.El tiempo pareció detenerse a su alrededor. Sintió que el aire se v
Cuando Carmine despertó, supo que estaba sola, incluso antes de abrir los ojos. Sus sospechas se confirmaron al girarse, encontrando el lado vacío de la cama. Giacomo debía de haberse levantado hace un buen rato porque su lado estaba frío. Mantuvo su mano estirada sobre las sábanas deshechas, sintiendo una punzada de decepción. Con un suspiro, se levantó, sintiendo cómo la inquietud se acumulaba en su pecho. Estaba demasiado nerviosa para enfrentarse a Giacomo. No se hacía ninguna ilusión sobre lo que podría pasar al verlo.Se dirigió al baño y se metió bajo la ducha. Dejó que el agua tibia resbalara sobre su cuerpo y limpiara el aroma de Giacomo de su cuerpo, aunque era lo último que deseaba. Inclinó la cabeza hacia atrás y pasó ambas manos por el rostro. En cuanto cerró los ojos, los recuerdos de la noche anterior regresaron intensos y nítidos. Las manos de Giacomo sobre su piel, sus caricias y besos recorriendo cada rincón de su cuerpo.Frunció el ceño y sacudió la cabeza para ale
Carmine se sentó detrás de su amplio escritorio, mientras su secretaria, y amiga, le recordaba los pendientes que tenía para el día. Desde que su padre se había retirado, un año atrás, ella había tomado las riendas de la empresa familiar como CEO. Pese a que se había preparado desde muy joven para aquel puesto, no todos habían recibido la noticia con agrado cuando llegó el momento.Podía estar en pleno siglo XXI, pero aún había algunos que veían con recelo que una mujer joven estuviera al mano. Los primeros meses tras la transición de poder habían sido los más difíciles. Varios miembros de la junta directiva, incómodos con el cambio, cuestionaron su capacidad y llegaron incluso a insinuar que otra persona debería ocupar su lugar. Pero Carmine no se había dejado intimidar. Después de todo, la mayoría de acciones estaban en poder de su familia y sabía que contaba con su apoyo incondicional.Con el paso de los meses, Carmine había logrado cerrarles la boca a todos. Durante su primer año
Carmine saltó de la cama y corrió al baño. Apenas logró llegar al inodoro antes de comenzar a vaciar el poco contenido de su estómago. Algunas lágrimas escaparon de sus ojos debido al esfuerzo que le producían las arcadas. Después de diez largos minutos, al fin logró calmarse. Se puso de pie, sintiéndose débil, y se acercó al lavabo para cepillarse los dientes.No podía seguir actuando como si nada de aquello estuviera sucediendo. Regresó a su habitación y buscó la prueba de embarazo que había estado esquivando. Con el pequeño paquete en la mano, volvió al baño. Era hora de hacerse la prueba de embarazo y salir de toda duda. Había prolongado demasiado aquel momento.Leyó las indicaciones dos veces porque la primera vez estaba demasiado distraída como para entender lo que estaba leyendo. Siguió los pasos y dejó la prueba de embarazo sobre el lavabo. Luego se sentó sobre la tapa del inodoro con la mirada perdida y esperó que los cinco minutos más largos de su vida llegaran a su fin.La
Giacomo anotó los detalles más relevantes de la declaración de la mujer frente a él. Mantuvo una expresión tranquila, aunque sentía la furia bullir en su interior al escucharla describir como su esposo la había golpeado en innumerables ocasiones. Sin poder evitarlo, su mente viajó a años atrás, recordando a su propia madre, sentada ante otro abogado, relatando el infierno que había soportado durante muchos años.Su padre era un abusador que encontraba placer en hacer sufrir tanto a la mujer que había jurado proteger como a Giacomo, su único hijo. Su madre había tratado de abandonarlo más de una vez, pero él siempre lograba encontrarla y desquitarse brutalmente.—La única manera en la que podrás irte será cuando estés muerta —le recordaba su padre a su madre después de cada paliza, o a veces incluso antes de comenzar—. Tampoco permitiré que alejes a mi hijo de mí.Durante años, Giacomo se había sentido impotente, observando cómo ese monstruo lastimaba a su madre sin poder hacer nada. P