En un mundo secretos y ambiciones, Blair es la secretaria y amante Massimo Agosti, un empresario imponente, frío y calculador. Su relación clandestina se ve amenazada cuando Massimo revela su compromiso con Lauren, su novia. Atrapada entre la lealtad a su hermano enfermo y el amor prohibido, Blair se encuentra en un dilema desgarrador. Tras una inesperada y dolorosa revelación, decide desaparecer, dejando a Massimo en una búsqueda desesperada. Tres años después, el destino los encuentra en una reunión de negocios, pero el tiempo ha cambiado las reglas del juego. Blair, acompañada de un rival de Massimo y con tres hijos que son un reflejo de su pasado, guarda secretos que podrían cambiarlo todo. ¿Podrá Massimo recuperar lo que ha perdido, o el pasado permanecerá en la sombra?
Leer másLa sala de juntas de la corporación Agosti era un templo al poder. Su amplitud desmedida y las paredes de cristal reflejaban no solo el lujo, sino también la ambición desmedida de Antonio Feller, su patriarca. Cada rincón olía a madera pulida y cuero caro, y el ambiente estaba cargado de una tensión sutil pero constante, como si las paredes mismas aguardaran el desenlace de un conflicto largamente contenido.Blair Feller, sentada junto a su madre, mantenía la mirada fija en el suelo, ajena a las conversaciones de los accionistas. Desde niña, se había acostumbrado a ser un peón en el tablero de todos, pero aquella mañana algo parecía diferente. Antonio, con su imponente figura y su semblante inescrutable, irradiaba una autoridad que incluso los más obstinados no se atrevían a desafiar.—He tomado una decisión —declaró Antonio, su voz resonando como un martillo sobre un yunque.El murmullo que hasta entonces había llenado la sala se desvaneció al instante. Todos los ojos estaban sobre é
El reflejo en el espejo devolvía la imagen de una mujer que proyectaba éxito y poder, pero Blair no podía evitar sentir que era solo una fachada. La habitación en la que se encontraba era tan impresionante como intimidante, una combinación de lujo clásico y modernidad que parecía diseñada para destacar la riqueza de sus padres. Las paredes de mármol blanco relucían bajo la luz de la araña de cristal, y las cortinas de terciopelo gris, pesadas y majestuosas, caían hasta el suelo alfombrado en tonos crema. Los muebles de diseño, cuidadosamente seleccionados, emanaban elegancia y buen gusto. Sin embargo, el esplendor del entorno no lograba calmar los nervios que la atenazaban desde que se había levantado aquella mañana.Blair ajustó la blusa de seda marfil que caía con elegancia sobre su falda lápiz negra. Sus manos temblaban ligeramente al asegurarse de que cada detalle estuviera en su lugar: el cinturón fino que acentuaba su figura, los zapatos de tacón negro que le daban una estatura
El amanecer se colaba a través de las persianas del amplio dormitorio de Massimo, pero no traía consigo la paz que prometía el día. Él abrió los ojos, mirando el techo, con el ceño fruncido y el corazón pesado. Se pasó una mano por el cabello desordenado y soltó un suspiro frustrado. La habitación estaba en penumbras, a excepción de un rayo de sol que iluminaba un rincón de la cama, como una burla silenciosa de que debía levantarse.—Maldito día —murmuró con voz ronca antes de levantarse con pesadez.Tres días habían pasado desde que no veía a Blair. Tres días desde que ella desapareció tras las puertas de la residencia Feller, llevándose consigo a los trillizos que aún sentía como una extensión de su alma. Había visitado el lugar un par de veces, pero solo le permitían ver a los niños. Antonio y Karen, los padres biológicos de Blair, siempre encontraban alguna excusa para evitar que él se acercara a ella.Massimo se dirigió al baño, donde el frío azulejo le provocó un escalofrío al e
El vestíbulo de la mansión Agosti era un espacio amplio, majestuoso, decorado con mármol blanco y columnas que reflejaban un estilo clásico y frío. Pero en ese momento, para Massimo Agosti, no había nada que pudiera calmar el fuego que ardía en su pecho. Caminaba de un lado a otro, sus pasos resonando en el eco del lugar, mientras sus manos se cerraban en puños. Su mirada, fija en el reloj que colgaba de la pared, parecía rogar porque el tiempo avanzara más rápido.—Massimo, por favor, siéntate. —La voz de Ana, su madre, lo sacó de sus pensamientos. Estaba sentada en un sillón cercano, con las piernas cruzadas y un vaso de té en las manos.—¿Sentarme? —repitió él, girándose hacia ella, la frustración evidente en sus palabras—. ¿Cómo se supone que esté tranquilo mientras ellos están ahí arriba con Blair?Ana lo observó con una expresión que combinaba cansancio y paciencia.—Blair no es una mujer tonta. Sabe lo que hace. —Ana dejó el vaso sobre la mesa y lo miró fijamente, con una leve
El despacho principal de los Agosti era imponente. Las paredes estaban revestidas de madera oscura, y cada rincón hablaba de poder y tradición. En el centro de la habitación, un enorme escritorio de caoba dominaba la escena, y a su alrededor, los sofás de cuero relucían bajo la luz suave de las lámparas de cristal. Blair estaba sentada frente a dos figuras que emanaban autoridad: Antonio y Karen Feller. Sus verdaderos padres.El corazón de Blair latía desbocado. Apenas podía procesar lo que acababan de decirle. Su mente repasaba una y otra vez las palabras: no eres hija de los Blanchard. Toda su vida, la identidad que creía inquebrantable, había sido una mentira.—¿Cómo...? —su voz tembló, quebrada por la confusión—. ¿Cómo pudieron mis padres hacer algo así?Karen, sentada a su lado, la miraba con los ojos llenos de lágrimas. Era una mujer elegante, de facciones finas y cabello dorado, cuya fragilidad aparente ocultaba una fuerza que Blair podía sentir.—No eran tus padres, Blair. —La
La habitación de Damián Vitali estaba sumida en una penumbra rota solo por la luz tenue que entraba por la ventana, reflejo del ocaso que se avecinaba. El aire era denso, cargado de pensamientos que iban y venían sin descanso en la mente del hombre. Apoyado en el marco de la ventana, con un vaso de whisky en la mano, Damián observaba el horizonte sin realmente verlo.Pensaba en Blair Blanchard. Había algo en ella que lo perturbaba, algo que no podía ignorar. Había visto fotos de ella antes, pero en persona… en persona era diferente. Su belleza no era solo física; irradiaba una fuerza y una fragilidad a la vez, una combinación que resultaba casi hipnótica.—Massimo fue un idiota por dejarla ir —murmuró para sí mismo, dando un sorbo al vaso y sintiendo el ardor del alcohol bajar por su garganta.El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Con un suspiro, dejó el vaso sobre la mesa y tomó el celular.—¿Qué tienes para mí? —preguntó al contestar, directo al grano.Del otro lado,
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con matices anaranjados y rosados. Blair observaba las sombras alargarse por la carretera mientras el auto de Massimo se deslizaba suavemente entre los caminos del pueblo. Había algo melancólico en aquel atardecer, como si el cielo mismo compartiera la tristeza que invadía su pecho.—¿Estás bien? —preguntó Massimo desde el asiento del conductor, lanzándole una mirada fugaz antes de volver la vista al camino.Blair tardó unos segundos en responder. Sus dedos jugaban nerviosos con la tela de su vestido, y su mirada estaba fija en el paisaje que desfilaba ante ellos.—No estoy segura. —Su voz era un susurro, casi inaudible.El cementerio apareció a la distancia, rodeado de altos cipreses que parecían custodiar los secretos de quienes descansaban allí. Las lápidas se alzaban como viejos testigos mudos de historias olvidadas, y un escalofrío recorrió la espalda de Blair cuando cruzaron el portón de hierro forjado.Cuando Massimo
El aire fresco de la tarde golpeó el rostro de Blair al salir apresuradamente de la cafetería. Su respiración estaba agitada, no tanto por el paso rápido que había adoptado, sino por la mezcla de enojo y frustración que la consumía. Los zapatos de tacón resonaban contra el pavimento mientras avanzaba hacia la esquina, levantando una mano para detener un taxi.—¡Taxi! —gritó, aunque su voz estaba cargada de furia.Mientras el vehículo se acercaba, una sombra familiar apareció a su lado. Massimo. Su imponente figura y la mirada determinada que llevaba en el rostro hicieron que Blair apretara los labios con fuerza.—Déjame en paz, Massimo —espetó, sin mirarlo.Él extendió una mano, sujetándola del brazo con suavidad pero con firmeza suficiente para que ella no pudiera avanzar.—Blair, espera —dijo, su tono más contenido de lo que ella esperaba.Ella se giró bruscamente hacia él, sacudiendo su brazo para liberarse de su agarre.—¡No me toques! —exclamó, sus ojos brillando con rabia—. ¿Qué
El lúgubre cuarto de la prisión estaba iluminado por una lámpara de neón que parpadeaba de manera intermitente. Alejandro Vitali permanecía sentado en la esquina más alejada de la habitación, su rostro severo y marcado por la tensión. Vestía el uniforme naranja oscuro de recluso, pero aún así conservaba un aire de autoridad que pocos podían ignorar. Sus ojos estaban fijos en la puerta, como si esperara que alguien irrumpiera en cualquier momento.Finalmente, el sonido de pasos resonó en el corredor, seguido por el rechinar de la puerta metálica al abrirse. Eddie apareció con expresión de disgusto, su andar rígido como si la rabia estuviera contenida en cada uno de sus movimientos.—Espero que tengas una buena razón para llamarme aquí, Alejandro —dijo Eddie sin preámbulos, cruzándose de brazos mientras lo miraba fijamente—. Porque te aseguro que este no es el mejor día.Alejandro alzó una ceja, observando a su visitante como si evaluara cada palabra antes de responder.—Tú nunca tienes