Después de que Lauren se había ido hecha una furia de la habitación, Blair se sintió despojada de su propia voz. La discusión había escalado rápidamente, como una tormenta que arrastra todo a su paso, y ahora, con la puerta cerrada tras Lauren, el silencio era ensordecedor. La rabia de aquella mujer, aún retumbaba en sus oídos, pero había algo más que la llenaba de confusión: las palabras que Massimo le dijo.¿Esto era real? Tal vez había escuchado mal, o al menos eso era lo que pensaba al ver a Massimo, con su presencia magnética, había estado como un faro en la tormenta. La atracción que había desarrollado por él en los últimos meses era innegable, incluso cuando ella intentaba reprimirla. Pero en ese momento, la química entre ellos se había vuelto palpable, y una parte de ella anhelaba rendirse a esa atracción, a ese deseo que había mantenido a raya.El tiempo pareció detenerse cuando Massimo comenzó a quitarse la camisa de nuevo, la mirada la mantenía fija en ella, como si pudiera
Blair se quedó en la habitación, un torbellino de emociones la invadía. Las palabras de Massimo resonaban en su mente como un eco ensordecedor, llenas de una determinación que la dejaba paralizada. «No puedes tomar pastillas hasta que tengas mis hijos en tu vientre. ¡¿Entendido?!», había dicho, como si eso fuera la solución a todo. Ella, sin embargo, no sabía si podía soportar la presión de esa promesa. Se tocó los labios, recordando sus caricias y besos, la forma en que su cuerpo había respondido a él, incluso cuando su mente le gritaba que debía huir.Luego Blair se quedó en la habitación, un torbellino de emociones la invadía. Las palabras de Massimo resonaban en su mente como un eco ensordecedor, llenas de una determinación que la dejaba paralizada. «Voy a embarazarte», había dicho, como si eso fuera la solución a todo. Ella, sin embargo, no sabía si podía soportar la presión de esa promesa. Se tocó los labios, recordando sus caricias y besos, la forma en que su cuerpo había respo
Blair salió de la habitación de Dylan con una mezcla de sentimientos en su interior. La luz del pasillo era fría y deslumbrante, contrastando con la atmósfera cálida que había dejado atrás. A medida que sus pasos resonaban en el suelo de mármol, la preocupación se apoderó de ella. Al girar la esquina, se encontró con Massimo, quien colgaba su teléfono con una expresión sumamente grave en el rostro. La tensión era palpable, y ella sintió un escalofrío recorrer su espalda.—¿Estás bien? —preguntó Blair, tratando de descubrir la causa de su seriedad.Massimo la miró con un enfado apenas contenida, sus ojos oscuros como el acero reflejaban una tormenta interna. Había algo en su mirada que hizo que el corazón de Blair se encogiera.—No sé cómo ha sucedido —respondió él, su voz tensa—. Pero la noticia de nuestra relación se está esparciendo por todos los medios. Dicen que estamos juntos… que nos acostamos.El rostro de Blair palideció. El aire en la habitación parecía volverse irrespirable.
—¿Te has vuelto loco? —susurró Blair, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanecía. Eddie, con su cabello rubio, desordenado y una mirada intensa, se acercó a ella con una mezcla de determinación y diversión en sus ojos verdes. Al tiempo que el gran salón de conferencias estaba colmado de reporteros, cámaras y un aire de expectativa palpable. Las luces brillantes iluminaban a Massimo Agosti, un hombre de porte elegante y carisma indiscutible, que se encontraba en el centro de atención. Su voz resonaba en el ambiente mientras respondía a las preguntas de los medios sobre su inminente matrimonio con Lauren Morelli. La multitud de periodistas estaba ansiosa por obtener algún detalle jugoso, un rumor que alimentar, y Massimo, con su aplomo habitual, desmentía cada especulación sobre su supuesta relación con su asistente personal. Sin embargo, en un rincón apartado del salón, Blair observaba la escena con un torbellino de emociones. La luz del lugar reflejaba el brillo de su eleg
La sala de conferencias estaba sumida en un caos ensordecedor. Una multitud de reporteros, como aves de rapiña, se abalanzaba sobre Eddie y Blair, sus cámaras parpadeando con la insistencia de un enjambre de luciérnagas. Los flashes iluminaban sus rostros, mientras las preguntas se entrelazaban en un griterío incesante. Eddie, con una sonrisa nerviosa que apenas ocultaba su angustia, trataba de abrirse camino entre todos ellos. Blair, a su lado, sentía un nudo en el estómago que crecía con cada instante. —Eddie, espera… —susurró ella, su voz temblorosa apenas audible entre el tumulto.—Tranquila, todo estará bien —respondió él, aunque su mirada delataba su propia preocupación, al parecer, se le había salido todo de control, solo un poco. De repente, un par de guardias de seguridad se acercaron, firmes y decididos. Con movimientos rápidos y eficientes, comenzaron a despejar la zona. —¡Fuera del camino! —gritó uno de ellos, empujando a un grupo de periodistas que se negaba a ceder.L
Blair no podía creer lo que estaba sucediendo. El recibimiento de Ana Agosti la había dejado completamente anonadada. La mujer, de una belleza serena y una calidez que irradiaba, se acercó a ella y, sin dudarlo, la envolvió en un abrazo fraternal. Era un gesto que, aunque inesperado, le brindó una extraña sensación de confort en medio de la tensión que se palpaba en el aire. El abrazo de Ana era como un refugio, una burbuja de calidez que la alejaba momentáneamente de la frialdad del ambiente. —¡Qué alegría verte, querida! —exclamó Ana, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. ¡Eres más hermosa de lo que pensé! Sin embargo, la atmósfera cambió drásticamente cuando Ricardo Agosti, el patriarca de la familia, intervino con su voz grave y autoritaria. —Ana, esto es una reunión familiar —dijo, su tono cortante como un cuchillo—. No creo que ella deba estar aquí. Eddie, que había estado observando la escena con una mezcla de admiración y preocupación, rodeó la cintura de Blair con un
El beso de Massimo la estaba dejando sin aliento. Blair temía que en cualquier momento Ana o alguien pudiera tratar de entrar. —¿Por qué aceptaste estar en el juego de Eddie? —preguntó Massimo. Su voz era un susurro amenazante, pero en sus ojos había una mezcla de dolor y rabia que la desarmó. Blair tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero no había nada que pudiera decirle. Se sentía atrapada en una telaraña de emociones contradictorias. El deseo y el miedo luchaban en su interior. Sin embargo, su instinto le decía que debía escapar. —Ahora no, Massimo, tú tienes una prometida, por favor, déjame en paz —tomó el frasco de café que le había encargado Ana. Intentó pasar a su lado; aun así, él la detuvo con un movimiento ágil, acorralándola contra la pared. La presión de su presencia era abrumadora. —¡Déjame ir, Massimo! —exclamó, su voz temblaba con la tensión del momento. Sin previo aviso, su mano resbaló y el frasco de café que sostenía cayó al suelo, ro
El salón de la casa Agosti se encontraba envuelto en una atmósfera opresiva, densa y pesada, como si las paredes absorbieran cada susurro de furia y cada mirada cargada de reproche. Ricardo Agosti, imponente y firme en su postura, se mantenía de pie frente a sus dos hijos, los músculos de su mandíbula tensándose mientras contenía el torrente de palabras que se agolpaban en su garganta. Su cabello, salpicado de un color rubio, relucía bajo la luz dorada de la lámpara de araña, y sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ardían con un fuego que rara vez permitía ver. —¿En qué demonios estaban pensando? —gruñó, rompiendo finalmente el silencio con una voz cargada de rabia—. ¿Cómo se atreven a traer a esa cualquiera aquí? ¿Creen que no sé lo que busca? Esa mujerzuela solo está detrás de nuestro dinero, y no voy a permitir que, por tus caprichos, Eddie, la familia Agosti se vea manchada por una oportunista. Massimo, de pie junto a la ventana, sintió cómo la sangre le subía al rostro. S