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El regreso de la amante olvidada
El regreso de la amante olvidada
Por: Kleo M. Soto
Episodio 1: Al filo de la desesperación

—La situación de su hermano ha empeorado; sin embargo, no hemos encontrado una médula ósea adecuada para él. Prepárese para lo peor, señorita Blanchard.

Las palabras resonaron en la mente de Blair al salir de la oficina del médico. Se apoyó débilmente contra la pared. Se tomó un momento para respirar profundamente; el olor a desinfectante la golpeó de Inmediato, ni siquiera sabía cómo se había dirigido a la habitación de su hermano, sin flaquear.

Antes de entrar, se forzó a actuar con una sonrisa falsa. El niño estaba acostado en la cama, con una pálida sonrisa en su rostro. Cuando sus miradas se encontraron, el corazón de Blair se rompió en mil pedazos.

—¿Hermana? —preguntó Dylan, con un hilo de voz—. ¿Te sientes bien? Te ves… diferente.

—Todo está bien, hermano —respondió, tratando de sonar convincente.

Pero en el fondo, sabía que no era cierto.

—Hermana, ¿cuándo regresamos a casa? No quiero seguir el tratamiento porque me duele tanto. Y cada día me siento peor. 

Dylan era demasiado joven para comprender su condición, y Blair bajó la vista, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar. 

—Pero el médico insiste en que me estoy recuperando. Hermana, estoy mejorando, ¿verdad?

Blair se dio la vuelta para reprimir el impulso de llorar y volvió a esbozar una sonrisa.

—Es cierto. Pronto te recuperarás. —Mintió. 

La madre de Blair murió al dar a luz a Dylan; Blair no tenía otra familia que los ayudara, así que solo pudo solicitar temporalmente una excedencia de la universidad y entrar al mundo laboral. Pero esa no era toda la historia.

—Haré lo que dice el médico, hermana —dijo, aunque su voz temblaba—. No llores por mí; has perdido peso y no pareces descansar bien.

La angustia la invadía, pero tenía que ser fuerte por él. No podía permitir que él sintiera pena por ella.

Blair salió de la habitación y, cuando estuvo sola, se permitió un instante para llorar. Fue entonces cuando su teléfono sonó. Era su jefe, y más que eso. Era el patrocinador de la tarifa mensual del tratamiento de Dylan, a expensas de la cual Blair debería hacer trabajo extra por la noche y convertirse en su compañera de cama.

—¿Dónde estás? —preguntó el hombre con una voz ahogada, sin mencionar el nombre de Blair, ya que este número era solo para contactarla—. No viniste a la empresa; dame una explicación.

El corazón de Blair se hundió. Ella pensó que él sabía de su ausencia hoy, pero aparentemente no era así. Podía imaginar lo enojado que estaba, pero no podía volver al trabajo todavía. Blair intentó calmarse, secó las lágrimas, aclaro la garganta e intentaba responder en tono positivo.

—Lo siento, Massimo. Tengo asuntos personales que atender. Hoy no iré a la empresa; ya avisé a recursos humanos.

Nunca había mencionado la enfermedad de Dylan. Era un tema delicado que prefería mantener alejado de su vida laboral. 

Además, ella sabía que Massimo no estaba interesado en su vida personal; su único interés era su productividad y su rendimiento.

—Tu solicitud de día libre no es válida porque no la aprobé. Ven a la empresa de inmediato. ¡Ahora!

—Massimo, por favor, es importante… —comenzó a decir, pero él la interrumpió.

—No es mi problema, Blair. Deberías estar disponible las 24 horas —su tono era casi despectivo.

Ella tragó saliva. 

—Está bien, iré —respondió, resignada—. Pero necesito…

—Necesitas venir ahora. No lo repetiré. —Blair sintió que su alma se caía a los pies.

—No es eso… Massimo, por favor, escucha…

—Sabes las consecuencias. —El hombre respondió con un tono ronco y severo.

Blair se estremeció al escucharlo, sabía que si no seguía sus instrucciones, la castigaría de la manera más brutal, haciéndola suya una y otra vez, lo quisiera o no, ni le importaba disfrutar o no la forma en que se follaban. Algunos malos recuerdos volvieron a inundarlo.

—Tardaré una hora… —inspiró con fuerza.

La llamada se cortó antes de que ella pudiera terminar. Massimo era así: un hombre sombrío y despiadado. Se despidió de Dylan a toda prisa.

Más tarde, al llegar al edificio del grupo, Blair se detuvo en la entrada del vestíbulo, aturdida por la escena que se desplegaba ante sus ojos.

Una mujer, de cabello desordenado y rostro empapado en lágrimas, se había tirado al suelo, gritando desesperadamente el apellido del CEO, Massimo Agosti.

—¡Agosti! ¡Es tu culpa! ¡Perdí a mi hijo! —repetía, mientras los empleados pasaban a su lado, mirando con curiosidad y desconcierto.

Blair se dio cuenta de que esta mujer era la compañera de cama de su jefe, igual que ella. ¿Cuántas mujeres se acostaron con él? Ella no lo sabía, y no quería saberlo. Incluso si lo supiera, no había nada que pudiera hacer excepto esperar a que él la visitara sin previo aviso y tomara posesión de ella.

Ella simplemente trabajaba de día y de noche, tomaba su dinero y eso era todo. Se obligó a pensar de esta manera, así se podía tranquilizar. Pero al ver a la mujer frente a ella alzando la voz, Blair volvió a la realidad y tomo el teléfono para llamar, pero sonó su teléfono primero.

Era su jefe Massimo. Él la llamó.

—Llegaste tarde. —-dijo en tono aliviado, y dio una pausa que le provocó escalofríos—. ¿Ves a aquella mujer?

Ella sabía que Massimo tenía vigilancia de todo el edificio y también debía saber lo que sucedió en la puerta del edificio. Obviamente, Massimo sabía que ella ya llegó.

—Creo que tal vez usted no quiera que ella suba a verlo. O sea, usted quiere expulsarla. 

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.

—Es cierto lo que dices. Entonces sácala de aquí. Dale dinero, eso hará que desaparezca de este país.

—¿Qué? Sr. Agosti, le recuerdo que esto último puede tener consecuencias extremadamente malas. No tenemos control sobre su comportamiento, puede buscar a los medios para amplificar el escándalo después de que ella se vaya.

—Realmente te estoy subestimando al pedirte que seas solo una asistente personal. ¿Qué tal si te transfiero al departamento de relaciones públicas?

Incluso ahora, todavía estuvo de humor para bromear, como si este incidente no fuera causado por él. Pensó Blair, creyendo que a Agosti ni siquiera le importaba en absoluto esa mujer. Tal vez en su corazón, ella era igual insignificante para él, o incluso peor.

—Entonces, ¿qué más hará usted?

—Ya te dije que la sacaras de aquí —espetó él, con dureza.

—¿Yo la saco? Le recuerdo que abordar su problema de relación pública no forma parte de la descripción de mi trabajo. Soy asistente personal —se mordió el labio inferior, ese hombre estaba acabando con la poca paciencia que tenía.

—Mi secretario está de viaje de negocios. Eres la única que puede encargarse de esto. Además, tienes cierto talento que acabo de descubrir —¿Eso que escuchó fue una risa macabra?

Massimo no solía eludir sus responsabilidades, especialmente cuando se trataba de situaciones incómodas. Blair no entendía por qué le pediría inusualmente que hiciera esto. ¿No sabía que le estaba ordenando a una de sus amantes que expulsara a otra amante suya? Joder.

—Haz lo que te digo, ¿entiendes? —insistió molesto.

Ella inhaló con profundidad, sintiendo que cada palabra que él pronunciaba era un recordatorio de su lugar en su vida. ¿Él hará lo mismo cuando él quiera abandonarla?

—Pero señor… Esto no…

Colgó el teléfono antes de que ella pudiera decir algo.

Al mismo tiempo, Blair notaba que su teléfono móvil mostró que Massimo acababa de transferirle 10.000 dólares. Junto con una nota que decía: Esta es la remuneración por lo que has hecho, además de sus responsabilidades laborales.

Ahora Blair se quedó aún más sin palabras. De hecho, pensó que ella no quería su dinero cuando dijo esas palabras. Recordando la situación en la que se encontraba, decidió tomarlo. Sabía que debía enfrentarse a la mujer. Se acercó a ella con pasos firmes

—Hola. Soy Blair Blanchard, asistente de Massimo Agosti. Él te verá más tarde, pero necesito que te calmes.

La mujer dejó de llorar y levantó la vista, al ver que era una mujer quien la detuvo, volvió la cabeza y siguió causando problemas. 

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