Theodoros Xenakis pasó de ser un simple empleado a CEO de Mavros Technologies tras casarse con Nereida, la heredera de la familia. Sin embargo, después de tres años de matrimonio, su vida da un giro inesperado cuando Nereida fallece, dejándole toda su fortuna con una única condición: traer al mundo a su hijo mediante un vientre de alquiler. Penélope Clark, una mujer sin pasado, sin familia y sin apegos emocionales, trabaja en una clínica de gestación subrogada en California. Es seleccionada para la delicada tarea de llevar en su vientre al hijo de Theodoros. No obstante, lo que comienza como un trato profesional los llevará a descubrir el poder del amor y los misterios que conectan sus vidas.
Leer másPenny sintió que el mundo se desmoronaba al ver al hombre parado frente a ella. ¿Era Theo Xenakis? No, no, esto no podía ser. ¿Acaso se acababa de convertir en la portadora del hijo de ese hombre jodido y arrogante?Un nudo subió a su garganta mientras Theo Xenakis la miraba de una manera extraña. Penny no había olvidado su semblante frío desde la única vez que tuvieron la desdicha de encontrarse, pero nunca había tenido la oportunidad de mirarse en esos ojos oscuros como una noche sin luna.Theo se sorprendió al encontrarse con aquella mujer. Sin moverse del umbral de la puerta, intentó recuperarse de la impresión. De repente, no sabía qué sentir al verla. No sabía si debía agradecerle por su “noble” labor o sentir desprecio por su elección de profesión. Solo una mujer sin sentimientos y sin valores podía dedicarse a algo así: llevar a un bebé en el vientre por nueve meses y luego desprenderse de él sin ningún miramiento, dejándolo atrás con el suficiente dinero en el bolsillo para n
Penny esperaba una reacción del hombre tras su insulto, pero él ni siquiera la miraba. Sus ojos, protegidos por lentes oscuros, mostraban una expresión imperturbable, como si no hablaran el mismo idioma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral; no sabía exactamente por qué, pero decidió ignorarlo.La actitud arrogante de Theo molestó a Apolo; nada le costaba disculparse con la mujer cuando era evidente que la distracción de su amigo la había empujado al piso. Pero, dada la condición de Theo, tras el agotador viaje y las pocas horas de sueño, lo mejor era alejarlo de allí para evitar un escándalo frente a las puertas de la clínica.—Será mejor que sigamos —dijo Apolo, colocando una mano firme sobre el hombro de Theo.Él apenas reaccionó, pero antes de dar el siguiente paso y alejarse de la mujer, le dedicó una breve y casi imperceptible mirada. Penny no lo notó debido a los grandes y oscuros lentes que él llevaba, pero Theo la miró con una mezcla de indiferencia y desprecio.—Vamos
Penélope se dejó caer en el sillón, cubriéndose los ojos con las manos mientras el silencio la envolvía. Había llevado a Fénix de regreso a su casa, pero antes pasaron por el supermercado para comprar alimentos, frutas y vitaminas. Afortunadamente, tenía dinero para cubrir esos gastos, pero ¿cuánto le iba a durar? Faltaban tres meses para que Fénix diera a luz y luego vendrían los gastos de ropa, leche y pañales. Todo eso era lo que, siendo una madre subrogada, no debía ni tenía que preocuparse.—¿Qué es lo que has hecho, Penélope? —se preguntó, apartando la mano de su rostro.Había sido una locura prometerle a Fénix ayudarla, y ahora, ¿qué iba a hacer? No tenía más opción que apresurar su siguiente embarazo. Para colmo de males, esa mañana, ocupada resolviendo los problemas de Fénix, no se había hecho las pruebas, por lo que tendría que regresar a la mañana siguiente.Era una complicación que no necesitaba, pero que, en un momento de debilidad, había asumido.Si su pasado no fuera ta
La mirada de Theo cambió, y su rostro se encendió, mostrando la ira que las palabras de Callista habían despertado en él.—¿Qué has dicho? —preguntó, con un tono ronco y frío que anunciaba peligro. Callista dio un paso atrás, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Había hecho lo que tenía que hacer para que el nombre de su familia no se perdiera.Había sobrevivido para cuidar de Nereida, y haría lo mismo por su hijo. Haría todo lo que no pudo hacer por su pequeña, a quien perdió aquella fría noche de noviembre, por culpa de Eryx.—Lo que has escuchado, Theo. Si no quieres cumplir con el deseo de Nereida, no te sientas ofendido porque yo sí lo haga.—¡No tienes ningún maldito derecho a tomar esa decisión! —gritó enardecido. Theo se obligó a alejarse de Callista para controlar el deseo de matarla. La sangre le hervía de indignación.—Por supuesto que tengo todo el derecho a tomar esta decisión. Nereida lo hubiese querido así.Theo apretó los dientes hasta sentir que iban a partir
Theodoros escuchó el sonido de los pasos acercándose por el pasillo. No tuvo que esperar mucho; Callista se detuvo muy cerca, haciéndole saber que su tiempo privado con Nereida había terminado.—¿Cuánto tiempo más vas a continuar de esta manera? —La pregunta hizo arder su sangre. Apretó su mano en un puño, conteniendo el impulso de mandar a Callista lejos de allí.—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo —replicó, girándose lentamente. Su rostro era perfecto, como si los mismísimos dioses del Olimpo lo hubieran tallado en mármol. Así de pétreo.—Han pasado semanas...—¡Y podrán pasar años! ¡Nada cambiará! —gritó, perdiendo el control. Su esposa había muerto hacía dos meses, pero el dolor seguía tan vivo como el día en que el médico le informó de su deceso.Ese dolor lacerante le atravesaba el pecho como un puñal, la misma sensación que lo había invadido al descubrir que Nereida le había ocultado su enfermedad. La impotencia y el enojo corroían su corazón; no se había dado cuenta
El estruendo de la tempestad iluminó la sala de la mansión Mavros aquella fría noche de noviembre, revelando dos figuras en la penumbra. Los relámpagos destellaban a través de las ventanas, dejando ver el rostro pálido de Eryx y la mirada severa de su esposa, Callista.—¿Qué has hecho, Eryx? —preguntó Callista con voz contenida sosteniendo una nota de deuda increíble.Eryx, con el semblante desencajado, parecía un hombre acorralado, como si lo persiguiera una manada de lobos. El color había abandonado su rostro, y su cuerpo temblaba levemente.—Lo siento, Callista, te juro que no fue mi intención —balbuceó mientras echaba una mirada nerviosa hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento la derribaran—. Intenté dejar el juego, pero fallé.—¿De qué estás hablando? —Callista retrocedió un paso, alejándose de su esposo cuando intentó tomarle la mano.Ellos no eran una pareja unida por amor, sino por un acuerdo comercial impuesto por su padre apenas unos meses antes de su muer