TRATO CON EL GRIEGO
TRATO CON EL GRIEGO
Por: Tory Sánchez
01. Prólogo.

El estruendo de la tempestad iluminó la sala de la mansión Mavros aquella fría noche de noviembre, revelando dos figuras en la penumbra. Los relámpagos destellaban a través de las ventanas, dejando ver el rostro pálido de Eryx y la mirada severa de su esposa, Callista.

—¿Qué has hecho, Eryx? —preguntó Callista con voz contenida sosteniendo una nota de deuda increíble.

Eryx, con el semblante desencajado, parecía un hombre acorralado, como si lo persiguiera una manada de lobos. El color había abandonado su rostro, y su cuerpo temblaba levemente.

—Lo siento, Callista, te juro que no fue mi intención —balbuceó mientras echaba una mirada nerviosa hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento la derribaran—. Intenté dejar el juego, pero fallé.

—¿De qué estás hablando? —Callista retrocedió un paso, alejándose de su esposo cuando intentó tomarle la mano.

Ellos no eran una pareja unida por amor, sino por un acuerdo comercial impuesto por su padre apenas unos meses antes de su muerte. Ella había aceptado sin resistencia, porque desde siempre había sabido cuál sería su destino como miembro de la poderosa familia Mavros.

Lo que nunca imaginó era que su esposo fuera un adicto al juego. Para cuando ella y su familia lo descubrieron, ya era demasiado tarde. Estaban casados con bienes mancomunados, atados el uno al otro hasta que la muerte los separara.

—Llevo meses jugando, Callista —confesó Eryx con voz quebrada—. Debo demasiado dinero. No sé cómo pagarles.

—¡Me prometiste que no volverías a esos casinos clandestinos, Eryx! —gritó Callista, alejándose aún más—. Juraste por la vida de nuestra hija que serías un hombre diferente, y te creí.

—Lo siento, esto es más fuerte que yo —sollozó Eryx, desgarrando la tela húmeda de su camisa, empapada por la lluvia—. Tienes que ayudarme a salir de esto. ¡Habla con tu hermano, pídele el dinero!

—No —la firmeza en su voz fue como una sentencia—. La última vez que le pedí a Antulio que te ayudara, le prometí que no volvería a hacerlo. No me dejas otra opción, Eryx.

—Callista, por favor... —su tono implorante era desesperado, pero ella no vaciló.

—Vamos a divorciarnos. Es hora de poner fin a nuestro matrimonio. A partir de hoy, cada uno seguirá su propio camino.

Eryx, en un arranque de pánico, se abalanzó sobre ella, tomándola con fuerza por los hombros.

—¡No lo entiendes! —su voz fue un susurro angustiado—. Van a matarnos si no les pago. Saben dónde vivimos, no van a dejarme ir.

El rugido de la tormenta resonaba sobre la ciudad de Atenas, como si anunciara el desastre que estaba a punto de desatarse. Las palabras de Eryx apenas habían salido de su boca cuando se escucharon los primeros disparos, acompañados por un estruendo que partió el cielo.

—¡Corre! —gritó él, con los ojos desorbitados por el miedo.

Callista se quedó paralizada por un segundo, pero ese breve instante fue suficiente para que todo se desmoronara. Vio cómo varios hombres irrumpían en la mansión, y uno de ellos disparó sin titubear, alcanzando a su esposo. Nunca antes en sus cortos veintitrés años había vivido algo tan aterrador, nunca había experimentado el miedo como en ese momento. Su esposo estaba muerto, y ahora toda su familia corría peligro.

Con el corazón latiendo con furia, Callista corrió escaleras arriba, apenas consciente de los disparos que resonaban a su alrededor. Al llegar al pasillo, se topó con su hermano Antulio, que bajaba armado, dispuesto a defender la casa.

—¡Corre! —le gritó ella, el pánico en su voz, pero Antulio no la escuchó. Determinado a protegerla, abrió fuego contra los intrusos.

Un disparo lo alcanzó, haciéndolo rodar por las escaleras, herido. Callista vio con horror cómo su mundo se desmoronaba por completo. La familia Mavros, tan poderosa y orgullosa, se estaba extinguiendo frente a sus ojos.

Ni siquiera tuvo tiempo de llegar a la cuna de su hija, su bebé, antes de que una bala atravesara su propio cuerpo. Cayó al suelo, sintiendo la sangre rodearla mientras la vida se le escapaba.

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