Penny sintió que el mundo se desmoronaba al ver al hombre parado frente a ella. ¿Era Theo Xenakis? No, no, esto no podía ser. ¿Acaso se acababa de convertir en la portadora del hijo de ese hombre jodido y arrogante?
Un nudo subió a su garganta mientras Theo Xenakis la miraba de una manera extraña. Penny no había olvidado su semblante frío desde la única vez que tuvieron la desdicha de encontrarse, pero nunca había tenido la oportunidad de mirarse en esos ojos oscuros como una noche sin luna.
Theo se sorprendió al encontrarse con aquella mujer. Sin moverse del umbral de la puerta, intentó recuperarse de la impresión. De repente, no sabía qué sentir al verla. No sabía si debía agradecerle por su “noble” labor o sentir desprecio por su elección de profesión. Solo una mujer sin sentimientos y sin valores podía dedicarse a algo así: llevar a un bebé en el vientre por nueve meses y luego desprenderse de él sin ningún miramiento, dejándolo atrás con el suficiente dinero en el bolsillo para no trabajar, al menos hasta que su cuerpo estuviera listo para el próximo negocio.
Las manos se le cerraron en dos puños; no, no sentía ningún tipo de agradecimiento por esa mujer recostada en la camilla. Él le estaba pagando para eso. Recuperando su actitud distante, dio un paso al frente, acercándose a Penny.
El cuerpo de Penélope tembló al verlo acercarse demasiado. Su primer instinto fue levantarse para apartarse, pero recordó que debía guardar reposo por al menos veinte minutos.
—No debería estar aquí, señor Xenakis —señaló Penny, sintiendo el vacío que se le abría en el estómago y que amenazaba con devorarla.
—¿No debería? —cuestionó Theo. Su voz fue más ronca y fría, como si tratara de advertirle.
Penny se mordió el labio tan fuerte que estuvo a punto de sentir el sabor metálico de su sangre. ¿De verdad había sentido admiración por ese hombre? ¡No! De haber sabido de quién se trataba, ella quizá… Un suspiro abandonó sus labios rosados. No podía renegar de lo que ya estaba hecho.
El embrión ya había sido colocado en su útero, y ahora solo le restaba esperar.
—Su abogado dejó muy claras las estipulaciones del contrato, señor Xenakis. Dijo: el menor contacto posible —le recordó Penny, luchando contra el temblor que la recorría de pies a cabeza.
—Y me arrepiento de tal decisión —refutó Theo, moviéndose por la habitación.
Theodoros no tenía muy claro lo que realmente deseaba hacer. Su primera intención había sido marcharse apenas entregara las muestras de espermatozoides en la clínica y seguir el proceso desde su cómoda y lujosa oficina en Atenas, pero Apolo no se lo permitió.
Durante los últimos días, no había dejado de recordarle que el bebé no era una de sus transacciones ni un negocio. Era un hijo, con quien debía crear lazos afectivos desde el vientre de la madre; pero esa mujer delante de él era todo lo que no le gustaba en una.
—¿Qué quiere decir con eso? —Penny respiró varias veces, tratando de hacerlo con discreción para que Theo no adivinara los nervios que le provocaba tenerlo tan cerca.
—Pudimos haber evitado este desagradable momento. Claramente, si hubiese podido elegir a la mujer que iba a convertirse en la incubadora de mi hijo, no habrías sido tú —espetó.
Penny trató de que esas palabras no le dolieran, pero, en términos generales, esa era la verdad. Ella no tendría ningún vínculo sanguíneo con el bebé; solo era su portadora, su incubadora.
Sin sentimientos.
¿Cuántas veces se había repetido esas dos palabras? Lo hizo durante los nueve meses en los que gestó al primer bebé que dio a luz y, ahora, si el proceso tenía éxito, le tocaría hacer lo mismo. Sin embargo, solo de ver al padre, ya sentía pena por ese bebé. ¿Qué le esperaba al lado de ese ser tan odioso?
—Para su mala suerte, llegó treinta minutos tarde. Ahora le sugiero que confíe en el proceso. Pronto tendrá lo que ha venido a buscar —respondió Penny con voz segura—. Si me disculpa, tengo que descansar.
Penny cerró los ojos para no ver a Theo, quien no se movió de allí hasta que no tuvo más opciones. Penélope Clark había dado por terminada la conversación. Él no estaba acostumbrado a no tener la última palabra, pero en esta ocasión le tocó asumir que no sería así.
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—Entonces… ¿cuándo te harás la prueba para saber si el proceso ha funcionado? —preguntó Fénix, acariciando su vientre de siete meses y medio.
—Rose me espera en la clínica muy temprano —respondió Penny, tratando de no seguir los movimientos de los dedos de Fénix.
—¿Has tenido algún síntoma? —cuestionó de nuevo, distraídamente.
Penny suspiró. Había tenido algunos calambres similares a los del periodo y un pequeño sangrado seis días después de la inseminación. Si hubiese sido su primer bebé, habría corrido alarmada a la clínica, pero ahora sabía que era normal y que eso significaba que el proceso había tenido éxito.
—Un poco de sensibilidad en los pechos y cólicos —musitó, llevándose una cucharada de helado de fresa a la boca.
—¿Tú también vas a tener un bebé? —preguntó Lily, acercándose con un vaso de leche.
Penny esbozó una sonrisa al verla. Sus labios estaban blancos por la leche y le faltaban dos dientes de enfrente. Lily era una ternura de niña. Siempre que la veía, corría para aferrarse a su cintura. Apegos que no necesitaba, pero que, sin ellos, ya nada sería lo mismo.
—¿Por qué lo preguntas, bonita?
—Le has dicho a Fénix que irás a la clínica. ¿Estás enferma? —Su preocupación enterneció a Penny, y fue inevitable atraerla a su pecho y abrazarla.
—Trabajo en una clínica, ¿lo recuerdas? —cuestionó Penny, limpiándole los labios con una servilleta.
La niña asintió, tomó el vaso y bebió.
Penny le entregó a Fénix el dinero de la semana. La muchacha había estado buscando trabajo durante esas semanas, pero, debido a su avanzado embarazo, nadie la contrataba.
—Gracias, Penny. No sé qué habría hecho sin ti —musitó en tono bajo para que Lily no escuchara la conversación.
—No tienes nada que agradecer, Fénix. Pero, si quieres un consejo, deberías investigar un poco sobre la familia del bebé. Tal vez alguien pueda ayudarte.
Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas; sabía que debía hacerlo, pero no tenía el valor. Había roto la primera regla: no encariñarse con el bebé. Aunque sería difícil para ella sacar adelante a dos niños, no iba a dejar al bebé a su suerte. No tenía corazón para hacerlo.
—Trataré de buscar alguna información —mintió.
Penny asintió y se retiró, tratando por todos los medios de no pensar en su cita de mañana. No había sabido nada de Theodoros Xenakis durante las últimas dos semanas, pero eso estaba a punto de terminar; mañana, inevitablemente, tendrían que encontrarse. Debía hacerse la prueba de embarazo, aunque no la necesitaba, pues ya sentía los cambios que su cuerpo comenzaba a experimentar. El bebé griego ya era parte de ella y lo sería por los próximos nueve meses.
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Theodoros miraba el fondo del vaso, moviendo el líquido ambarino mientras los hielos se derretían. Estaba a nada de saber si el procedimiento de inseminación había tenido éxito; faltaba poco para saber si sería padre.
—¿Por qué me hiciste prometerte esto, Nereida? —preguntó al silencio, con la vista fija sobre la ciudad—. ¿Cómo esperas que críe solo a un bebé?
Los ojos se le llenaron de lágrimas, el recuerdo de Nereida quemaba como el fuego. El amor, las mentiras, las promesas... Todo dolía por igual.
—Todo habría sido tan diferente si hubieras confiado en mí. Si la decisión la hubiéramos tomado juntos, esto no se sentiría como una obligación. ¡Pero decidiste hacerlo a tu manera! —gritó, estrellando el vaso contra el piso, rompiéndose en pedazos.
Theodoros sabía que era inútil hacer reclamos, pero necesitaba desahogarse como no lo había hecho antes. Lo peor es que nada le quitaba de la cabeza que Nereida había accedido a las peticiones de Callista por culpa del pasado.
No podía imaginar las palabras que Callista utilizó hábilmente para convencerla. “Yo te crié”, “dediqué mi vida entera a cuidar de ti”, “te amé de la misma manera que amé a mi propia hija”.
Un dolor agudo se le instaló en el pecho; Theo sintió que iba a ahogarse de tanto dolor y tanta rabia. Al final, Callista Mavros había ganado.
Con esa inquietud desoladora, Theo volvió a la habitación y se metió a la cama, deseando que el mañana no llegara tan pronto; pero sus deseos fueron ignorados, y al día siguiente iba de camino a la clínica en compañía de Apolo, su fiel amigo.
El silencio entre ellos era ensordecedor; la tensión podía cortarse con el filo de una cuchilla. Apolo no sabía qué decirle a Theo; no estaba en sus zapatos como para seguir opinando al respecto. Sin embargo...
—¿Has pensado en lo que te dije durante el desayuno? —preguntó, tanteando el terreno.
Theo le dedicó una mirada seria y volvió su atención a la ventanilla. Apolo pensó que quizás no había sido lo suficientemente específico, ya que habían hablado de tantas cosas.
—Sí, y creo que tienes razón. Haz lo que tengas que hacer —le ordenó, y bajó del auto apenas el chofer estacionó.
Apolo se quedó de piedra y tuvo que correr al darse cuenta de que Theo había entrado a la clínica sin él.
Se detuvo cuando Theo lo hizo, al lado de Penélope Clark. Ellos se miraron, y en silencio, entraron a la clínica. Apolo habría hecho cualquier cosa por quedarse al lado de Theo, pero en ese momento él salía sobrando.
Penny sentía que iba a vomitar en cualquier momento. Había estado bien hasta que se encontró con Theo en la puerta de la clínica. Su desagradable presencia y olor le revolvieron las entrañas, mientras él parecía fresco como una lechuga, o al menos eso pensó hasta que se quitó las gafas de sol y pudo notar las ojeras bajo sus ojos.
El procedimiento fue rápido; a primera hora Penny había entregado las muestras de sangre en el laboratorio, así que se sentó y esperó a que Rose leyera los resultados.
—¿Y bien? —preguntó Theo con la seriedad de una piedra.
Rose sonrió, satisfecha, y Penny lo supo al instante.
—Felicidades, señor Xenakis, el procedimiento ha sido todo un éxito. Penny está embarazada de su hijo...
¿Felicidades…?Theodoros Xenakis no encontraba felicidad alguna en la noticia recibida. Todos los años que duró su matrimonio con Nereida, se imaginó este momento y lo feliz que sería el día que le dijeran que iba a ser padre. Incluso, en sus recuerdos, podía sentir y saborear la alegría de aquellos momentos. Ahora todo era distinto: no conocía a la mujer que llevaba a su hijo en el vientre y no quería conocerla. No había necesidad…«Ese hijo también es de Nereida, llevará su sangre. Será como tener un pequeño pedazo de ella. Piénsalo mejor, Theo. Ahora que te has decidido, ¿por qué tienes que vivir el proceso lejos de tu hijo? Ve forjando lazos afectuosos con él o ella, para que en el futuro no se sientan como dos desconocidos.»Las palabras de Apolo fueron un baldazo de agua fría para Theo, un golpe de realidad. Apolo tenía razón. Esa criatura llevaba la sangre de Nereida; era lo único que le quedaría de ella para el resto de sus días. Además, ya estaba hecho; nada iba a cambiarlo.
El estruendo de la tempestad iluminó la sala de la mansión Mavros aquella fría noche de noviembre, revelando dos figuras en la penumbra. Los relámpagos destellaban a través de las ventanas, dejando ver el rostro pálido de Eryx y la mirada severa de su esposa, Callista.—¿Qué has hecho, Eryx? —preguntó Callista con voz contenida sosteniendo una nota de deuda increíble.Eryx, con el semblante desencajado, parecía un hombre acorralado, como si lo persiguiera una manada de lobos. El color había abandonado su rostro, y su cuerpo temblaba levemente.—Lo siento, Callista, te juro que no fue mi intención —balbuceó mientras echaba una mirada nerviosa hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento la derribaran—. Intenté dejar el juego, pero fallé.—¿De qué estás hablando? —Callista retrocedió un paso, alejándose de su esposo cuando intentó tomarle la mano.Ellos no eran una pareja unida por amor, sino por un acuerdo comercial impuesto por su padre apenas unos meses antes de su muer
Theodoros escuchó el sonido de los pasos acercándose por el pasillo. No tuvo que esperar mucho; Callista se detuvo muy cerca, haciéndole saber que su tiempo privado con Nereida había terminado.—¿Cuánto tiempo más vas a continuar de esta manera? —La pregunta hizo arder su sangre. Apretó su mano en un puño, conteniendo el impulso de mandar a Callista lejos de allí.—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo —replicó, girándose lentamente. Su rostro era perfecto, como si los mismísimos dioses del Olimpo lo hubieran tallado en mármol. Así de pétreo.—Han pasado semanas...—¡Y podrán pasar años! ¡Nada cambiará! —gritó, perdiendo el control. Su esposa había muerto hacía dos meses, pero el dolor seguía tan vivo como el día en que el médico le informó de su deceso.Ese dolor lacerante le atravesaba el pecho como un puñal, la misma sensación que lo había invadido al descubrir que Nereida le había ocultado su enfermedad. La impotencia y el enojo corroían su corazón; no se había dado cuenta
La mirada de Theo cambió, y su rostro se encendió, mostrando la ira que las palabras de Callista habían despertado en él.—¿Qué has dicho? —preguntó, con un tono ronco y frío que anunciaba peligro. Callista dio un paso atrás, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Había hecho lo que tenía que hacer para que el nombre de su familia no se perdiera.Había sobrevivido para cuidar de Nereida, y haría lo mismo por su hijo. Haría todo lo que no pudo hacer por su pequeña, a quien perdió aquella fría noche de noviembre, por culpa de Eryx.—Lo que has escuchado, Theo. Si no quieres cumplir con el deseo de Nereida, no te sientas ofendido porque yo sí lo haga.—¡No tienes ningún maldito derecho a tomar esa decisión! —gritó enardecido. Theo se obligó a alejarse de Callista para controlar el deseo de matarla. La sangre le hervía de indignación.—Por supuesto que tengo todo el derecho a tomar esta decisión. Nereida lo hubiese querido así.Theo apretó los dientes hasta sentir que iban a partir
Penélope se dejó caer en el sillón, cubriéndose los ojos con las manos mientras el silencio la envolvía. Había llevado a Fénix de regreso a su casa, pero antes pasaron por el supermercado para comprar alimentos, frutas y vitaminas. Afortunadamente, tenía dinero para cubrir esos gastos, pero ¿cuánto le iba a durar? Faltaban tres meses para que Fénix diera a luz y luego vendrían los gastos de ropa, leche y pañales. Todo eso era lo que, siendo una madre subrogada, no debía ni tenía que preocuparse.—¿Qué es lo que has hecho, Penélope? —se preguntó, apartando la mano de su rostro.Había sido una locura prometerle a Fénix ayudarla, y ahora, ¿qué iba a hacer? No tenía más opción que apresurar su siguiente embarazo. Para colmo de males, esa mañana, ocupada resolviendo los problemas de Fénix, no se había hecho las pruebas, por lo que tendría que regresar a la mañana siguiente.Era una complicación que no necesitaba, pero que, en un momento de debilidad, había asumido.Si su pasado no fuera ta
Penny esperaba una reacción del hombre tras su insulto, pero él ni siquiera la miraba. Sus ojos, protegidos por lentes oscuros, mostraban una expresión imperturbable, como si no hablaran el mismo idioma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral; no sabía exactamente por qué, pero decidió ignorarlo.La actitud arrogante de Theo molestó a Apolo; nada le costaba disculparse con la mujer cuando era evidente que la distracción de su amigo la había empujado al piso. Pero, dada la condición de Theo, tras el agotador viaje y las pocas horas de sueño, lo mejor era alejarlo de allí para evitar un escándalo frente a las puertas de la clínica.—Será mejor que sigamos —dijo Apolo, colocando una mano firme sobre el hombro de Theo.Él apenas reaccionó, pero antes de dar el siguiente paso y alejarse de la mujer, le dedicó una breve y casi imperceptible mirada. Penny no lo notó debido a los grandes y oscuros lentes que él llevaba, pero Theo la miró con una mezcla de indiferencia y desprecio.—Vamos