Capítulo 4. Soy el esposo de Nereida Mavros

Penny esperaba una reacción del hombre tras su insulto, pero él ni siquiera la miraba. Sus ojos, protegidos por lentes oscuros, mostraban una expresión imperturbable, como si no hablaran el mismo idioma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral; no sabía exactamente por qué, pero decidió ignorarlo.

La actitud arrogante de Theo molestó a Apolo; nada le costaba disculparse con la mujer cuando era evidente que la distracción de su amigo la había empujado al piso. Pero, dada la condición de Theo, tras el agotador viaje y las pocas horas de sueño, lo mejor era alejarlo de allí para evitar un escándalo frente a las puertas de la clínica.

—Será mejor que sigamos —dijo Apolo, colocando una mano firme sobre el hombro de Theo.

Él apenas reaccionó, pero antes de dar el siguiente paso y alejarse de la mujer, le dedicó una breve y casi imperceptible mirada. Penny no lo notó debido a los grandes y oscuros lentes que él llevaba, pero Theo la miró con una mezcla de indiferencia y desprecio.

—Vamos —pronunció. Sin más, se movió y continuó caminando, claramente más interesado en su propio objetivo que en perder tiempo en una discusión. ¿Había entendido lo que Penny le dijo? ¡Por supuesto! Theo dominaba varios idiomas, pero lo consideraba irrelevante.

Penélope apretó los puños con fuerza y le dedicó una mirada airada a Apolo, que se había quedado atrás. Lo vio dudar por un segundo, y justo cuando parecía decidido a hablar, otra voz se escuchó.

—Date prisa, Apolo —ordenó Theo con un tono tan helado que la frialdad pareció calarle hasta el último hueso a Penélope.

Ella sintió cómo su cuerpo se paralizaba; incapaz de moverse, se limitó a mirar cómo los hombres desaparecían. Un nudo se le formó en la garganta, y el primer nombre que vino a su mente fue el de Fénix. ¿Acaso ellos tenían algo que ver con el bebé que ella esperaba? La posibilidad era inquietante, considerando que los padres biológicos habían fallecido hacía una semana. Quizá la familia del pequeño estaba investigando… o quizá no.

¿Sinceramente? Esperaba que ese estúpido arrogante no tuviese nada que ver con esa criatura. De lo contrario, Fénix sería devorada sin piedad.

¿Qué cosas se le ocurrían? Penny negó con un leve movimiento de cabeza, tratando de convencerse de que aquello no era posible. Si realmente existiera un familiar buscando a Fénix, Rose lo habría mencionado. Le había pedido el favor especial, y si en alguien podía confiar, era en ella.

Pero, entonces, ¿quién era ese hombre y por qué estaba allí? La intriga comenzó a recorrerle las venas como un veneno, cada vez más difícil de ignorar. Finalmente, logró serenarse. Quienquiera que fuera, estaba en la clínica por una sola razón. Ya sea para reclamar a un niño o para solicitar uno. Como fuera, agradecía a Rose el haberle concedido su petición. Dentro de unas semanas se llevaría a cabo el procedimiento de fertilización. Ya estaba fuera del listado, pero no podía evitar sentir pena por la mujer que llevaría al hijo de semejante arrogante en su vientre…

Respirando hondo, se giró y continuó su camino. Tenía una cita con Fénix y Lily; aunque intentó negarse, no tuvo más remedio que aceptar asistir al cumpleaños de la pequeña.

Sin emociones, sin sentimientos, sin lazos, se repitió una y otra vez hasta llegar a su auto y concentrarse en la carretera. Pero antes, debía pasar por un obsequio.

⤝♦⤞

—¿Theodoros Xenakis? —preguntó Rose al ver al hombre parado delante de ella. Tuvo que ponerse de pie para no sentirse en desventaja; era ridículamente alto, de porte elegante, un sueño para cualquier mujer. Todo en él era perfecto, excepto por su rostro frío como el mármol.

—Sí. ¿La doctora Rose Hall? —preguntó.

Rose tragó el nudo que se le formó en la garganta. Jamás, ni en su vida ni en su trayectoria profesional, se había sentido tan intimidada por un hombre, y menos de la manera en que se sentía ahora.

—Sí, tome asiento, por favor —pidió, sentándose antes de que sus piernas cedieran ante su peso.

Theo se quitó las gafas, se abrió dos botones del saco y se sentó. Apolo hizo lo mismo, limitándose a guardar silencio.

—¿En qué puedo ayudarle, señor Xenakis? —se obligó Rose a preguntar, acomodándose mejor en la silla.

—Soy el esposo de Nereida Mavros. —Theo hizo una pausa larga; era como si sus labios estuvieran sellados, pero se obligó a continuar—. Quiero saber si el procedimiento de fertilización ha comenzado.

Rose se movió inquieta, carraspeando para aclarar su garganta.

—Los procedimientos son privados, señor Xenakis.

—Lo entiendo, doctora Hall, pero no soy ningún extraño. Soy el viudo de la señora Mavros y he venido a realizar la donación de espermatozoides.

Rose abrió mucho los ojos ante la sorpresiva noticia. No conocía los detalles; se limitó a atender la solicitud enviada desde Grecia. La mujer que se contactó con ella le aseguró que no habría ningún tipo de problemas, y mucho menos económicos.

—¿Ha comenzado el procedimiento? —por primera vez, la fría máscara de Theo cayó; sus ojos mostraron preocupación y angustia, quizá un poco de miedo.

—No, aún no —susurró en tono tan bajo que se obligó a repetir sus palabras.

—Entonces, ¿qué es lo que tengo que hacer?

Rose llamó a su secretaria para pedir los documentos sobre el caso de Nereida Mavros. Antes de iniciar la explicación, le dio sus condolencias, las mismas que Theo aceptó sin valorar, pues las consideraba palabras vacías. Estaba convencido de que Rose no tenía ni idea del dolor que él sentía…

—Ya hemos elegido a la mujer que llevará al bebé en su vientre. Es joven y con experiencia; le aseguro que las posibilidades de éxito son muy grandes.

Theo asintió. No le interesaba saber quién era la mujer; tal vez, ni siquiera le importaba que el procedimiento tuviese éxito. Nadie podía culparlo, seguía pensando que esa no era la manera de traer un hijo al mundo.

Se sentía tan malditamente obligado…

Theo se sobresaltó ante sus propios pensamientos. ¿Qué diablos le pasaba? Este no era él, pero desde que Nereida falleció, no se reconocía.

—Le haremos las pruebas médicas de rigor —dijo Rose, poniéndose de pie.

—¿Pruebas? —la sorpresa en su voz no pasó desapercibida para Rose.

—Así es, señor Xenakis. Todos los donantes deben someterse a estas pruebas. Lo primero será un seminograma para evaluar la cantidad, movilidad y morfología de los espermatozoides. También se realizarán estudios bacteriológicos para descartar infecciones, un examen físico y un estudio genético para detectar enfermedades hereditarias.

—Lo que sea. Entre más rápido, mejor —respondió. No quería saber los detalles, solo deseaba terminar con esto y regresar a Atenas.

—Muy bien, señor Xenakis —dijo Rose—. Le haré acompañar de una de las enfermeras; por favor, tenga paciencia.

Theo no respondió. Miró a Apolo y asintió mientras Rose salía de la habitación.

—¿Estás seguro, Theo? —preguntó Apolo—. Aún estás a tiempo.

—No voy a dar marcha atrás. Si esto no funciona, Callista no podrá decir que no lo intenté y no habré fallado a la promesa que le hice a Nereida —soltó con brusquedad.

Apolo suspiró.

—Eres un necio, pero es tu decisión. Solo espero que ese bebé no venga al mundo a sufrir. Tu actitud no es la mejor.

Theo le dedicó una severa mirada, pero en el fondo deseaba lo mismo. ¿Cómo se suponía que iba a entablar lazos afectivos con esa criatura, estando al otro lado del mundo? Era imposible; no conocería a ese bebé hasta que estuviera fuera del cuerpo de su incubadora…

⤝♦⤞

Semanas después, Penélope esperaba en la sala para el procedimiento de implantación del embrión. Rose le había explicado que, en esta ocasión, solo se trataba de uno para evitar gemelos, todo a petición del padre.

Fue en ese momento que Penny se enteró de que no se trataba de una mujer soltera o de un matrimonio en busca de un hijo, sino de un hombre viudo que deseaba cumplir con la promesa hecha a su esposa.

Un sentimiento desconocido se adueñó de su corazón y, aunque intentó empujarlo lejos, le fue imposible. Penny no sabía si sentir pena por ese hombre o admirarlo por el amor que sentía hacia su esposa muerta.

—¿Estás lista? —la pregunta de Rose la sacó de sus pensamientos. Penélope asintió. Conocía bien el procedimiento; no era su primera vez, pero, por alguna razón, se sentía nerviosa.

El nombre de Theodoros Xenakis vino a su mente. No lo conocía, pues había decidido no tener contacto con ella. Lo respetaba; los lazos no eran necesarios para ella. Todo se había llevado a cabo entre el abogado de Xenakis y el departamento legal de la clínica. Sin embargo, de repente, se sintió ansiosa.

—Relájate. Si es difícil para ti, cierra los ojos —le pidió Rose, acercándose con la jeringa.

Penélope cerró los ojos, apartando cualquier pensamiento, pregunta o duda. Solo debía llevar a cabo este procedimiento con éxito, cobrar el resto del dinero para ayudar a Fénix y, después, seguir adelante. Una vez que pudiera trabajar, estaría por su cuenta.

Tras veinte minutos, finalmente todo terminó.

—No te muevas; descansa por lo menos treinta minutos —le ordenó Rose en tono profesional.

Penny asintió, cerró los ojos, pero apenas pasó un breve momento antes de que la puerta se abriera de nuevo. Sobresaltada, los abrió, encontrándose con un rostro que no le era desconocido. Lo había visto una sola vez, pero era imposible olvidarse de él.

—¡¿Tú?!

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