Penny esperaba una reacción del hombre tras su insulto, pero él ni siquiera la miraba. Sus ojos, protegidos por lentes oscuros, mostraban una expresión imperturbable, como si no hablaran el mismo idioma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral; no sabía exactamente por qué, pero decidió ignorarlo.
La actitud arrogante de Theo molestó a Apolo; nada le costaba disculparse con la mujer cuando era evidente que la distracción de su amigo la había empujado al piso. Pero, dada la condición de Theo, tras el agotador viaje y las pocas horas de sueño, lo mejor era alejarlo de allí para evitar un escándalo frente a las puertas de la clínica.
—Será mejor que sigamos —dijo Apolo, colocando una mano firme sobre el hombro de Theo.
Él apenas reaccionó, pero antes de dar el siguiente paso y alejarse de la mujer, le dedicó una breve y casi imperceptible mirada. Penny no lo notó debido a los grandes y oscuros lentes que él llevaba, pero Theo la miró con una mezcla de indiferencia y desprecio.
—Vamos —pronunció. Sin más, se movió y continuó caminando, claramente más interesado en su propio objetivo que en perder tiempo en una discusión. ¿Había entendido lo que Penny le dijo? ¡Por supuesto! Theo dominaba varios idiomas, pero lo consideraba irrelevante.
Penélope apretó los puños con fuerza y le dedicó una mirada airada a Apolo, que se había quedado atrás. Lo vio dudar por un segundo, y justo cuando parecía decidido a hablar, otra voz se escuchó.
—Date prisa, Apolo —ordenó Theo con un tono tan helado que la frialdad pareció calarle hasta el último hueso a Penélope.
Ella sintió cómo su cuerpo se paralizaba; incapaz de moverse, se limitó a mirar cómo los hombres desaparecían. Un nudo se le formó en la garganta, y el primer nombre que vino a su mente fue el de Fénix. ¿Acaso ellos tenían algo que ver con el bebé que ella esperaba? La posibilidad era inquietante, considerando que los padres biológicos habían fallecido hacía una semana. Quizá la familia del pequeño estaba investigando… o quizá no.
¿Sinceramente? Esperaba que ese estúpido arrogante no tuviese nada que ver con esa criatura. De lo contrario, Fénix sería devorada sin piedad.
¿Qué cosas se le ocurrían? Penny negó con un leve movimiento de cabeza, tratando de convencerse de que aquello no era posible. Si realmente existiera un familiar buscando a Fénix, Rose lo habría mencionado. Le había pedido el favor especial, y si en alguien podía confiar, era en ella.
Pero, entonces, ¿quién era ese hombre y por qué estaba allí? La intriga comenzó a recorrerle las venas como un veneno, cada vez más difícil de ignorar. Finalmente, logró serenarse. Quienquiera que fuera, estaba en la clínica por una sola razón. Ya sea para reclamar a un niño o para solicitar uno. Como fuera, agradecía a Rose el haberle concedido su petición. Dentro de unas semanas se llevaría a cabo el procedimiento de fertilización. Ya estaba fuera del listado, pero no podía evitar sentir pena por la mujer que llevaría al hijo de semejante arrogante en su vientre…
Respirando hondo, se giró y continuó su camino. Tenía una cita con Fénix y Lily; aunque intentó negarse, no tuvo más remedio que aceptar asistir al cumpleaños de la pequeña.
Sin emociones, sin sentimientos, sin lazos, se repitió una y otra vez hasta llegar a su auto y concentrarse en la carretera. Pero antes, debía pasar por un obsequio.
⤝♦⤞
—¿Theodoros Xenakis? —preguntó Rose al ver al hombre parado delante de ella. Tuvo que ponerse de pie para no sentirse en desventaja; era ridículamente alto, de porte elegante, un sueño para cualquier mujer. Todo en él era perfecto, excepto por su rostro frío como el mármol.
—Sí. ¿La doctora Rose Hall? —preguntó.
Rose tragó el nudo que se le formó en la garganta. Jamás, ni en su vida ni en su trayectoria profesional, se había sentido tan intimidada por un hombre, y menos de la manera en que se sentía ahora.
—Sí, tome asiento, por favor —pidió, sentándose antes de que sus piernas cedieran ante su peso.
Theo se quitó las gafas, se abrió dos botones del saco y se sentó. Apolo hizo lo mismo, limitándose a guardar silencio.
—¿En qué puedo ayudarle, señor Xenakis? —se obligó Rose a preguntar, acomodándose mejor en la silla.
—Soy el esposo de Nereida Mavros. —Theo hizo una pausa larga; era como si sus labios estuvieran sellados, pero se obligó a continuar—. Quiero saber si el procedimiento de fertilización ha comenzado.
Rose se movió inquieta, carraspeando para aclarar su garganta.
—Los procedimientos son privados, señor Xenakis.
—Lo entiendo, doctora Hall, pero no soy ningún extraño. Soy el viudo de la señora Mavros y he venido a realizar la donación de espermatozoides.
Rose abrió mucho los ojos ante la sorpresiva noticia. No conocía los detalles; se limitó a atender la solicitud enviada desde Grecia. La mujer que se contactó con ella le aseguró que no habría ningún tipo de problemas, y mucho menos económicos.
—¿Ha comenzado el procedimiento? —por primera vez, la fría máscara de Theo cayó; sus ojos mostraron preocupación y angustia, quizá un poco de miedo.
—No, aún no —susurró en tono tan bajo que se obligó a repetir sus palabras.
—Entonces, ¿qué es lo que tengo que hacer?
Rose llamó a su secretaria para pedir los documentos sobre el caso de Nereida Mavros. Antes de iniciar la explicación, le dio sus condolencias, las mismas que Theo aceptó sin valorar, pues las consideraba palabras vacías. Estaba convencido de que Rose no tenía ni idea del dolor que él sentía…
—Ya hemos elegido a la mujer que llevará al bebé en su vientre. Es joven y con experiencia; le aseguro que las posibilidades de éxito son muy grandes.
Theo asintió. No le interesaba saber quién era la mujer; tal vez, ni siquiera le importaba que el procedimiento tuviese éxito. Nadie podía culparlo, seguía pensando que esa no era la manera de traer un hijo al mundo.
Se sentía tan malditamente obligado…
Theo se sobresaltó ante sus propios pensamientos. ¿Qué diablos le pasaba? Este no era él, pero desde que Nereida falleció, no se reconocía.
—Le haremos las pruebas médicas de rigor —dijo Rose, poniéndose de pie.
—¿Pruebas? —la sorpresa en su voz no pasó desapercibida para Rose.
—Así es, señor Xenakis. Todos los donantes deben someterse a estas pruebas. Lo primero será un seminograma para evaluar la cantidad, movilidad y morfología de los espermatozoides. También se realizarán estudios bacteriológicos para descartar infecciones, un examen físico y un estudio genético para detectar enfermedades hereditarias.
—Lo que sea. Entre más rápido, mejor —respondió. No quería saber los detalles, solo deseaba terminar con esto y regresar a Atenas.
—Muy bien, señor Xenakis —dijo Rose—. Le haré acompañar de una de las enfermeras; por favor, tenga paciencia.
Theo no respondió. Miró a Apolo y asintió mientras Rose salía de la habitación.
—¿Estás seguro, Theo? —preguntó Apolo—. Aún estás a tiempo.
—No voy a dar marcha atrás. Si esto no funciona, Callista no podrá decir que no lo intenté y no habré fallado a la promesa que le hice a Nereida —soltó con brusquedad.
Apolo suspiró.
—Eres un necio, pero es tu decisión. Solo espero que ese bebé no venga al mundo a sufrir. Tu actitud no es la mejor.
Theo le dedicó una severa mirada, pero en el fondo deseaba lo mismo. ¿Cómo se suponía que iba a entablar lazos afectivos con esa criatura, estando al otro lado del mundo? Era imposible; no conocería a ese bebé hasta que estuviera fuera del cuerpo de su incubadora…
⤝♦⤞
Semanas después, Penélope esperaba en la sala para el procedimiento de implantación del embrión. Rose le había explicado que, en esta ocasión, solo se trataba de uno para evitar gemelos, todo a petición del padre.
Fue en ese momento que Penny se enteró de que no se trataba de una mujer soltera o de un matrimonio en busca de un hijo, sino de un hombre viudo que deseaba cumplir con la promesa hecha a su esposa.
Un sentimiento desconocido se adueñó de su corazón y, aunque intentó empujarlo lejos, le fue imposible. Penny no sabía si sentir pena por ese hombre o admirarlo por el amor que sentía hacia su esposa muerta.
—¿Estás lista? —la pregunta de Rose la sacó de sus pensamientos. Penélope asintió. Conocía bien el procedimiento; no era su primera vez, pero, por alguna razón, se sentía nerviosa.
El nombre de Theodoros Xenakis vino a su mente. No lo conocía, pues había decidido no tener contacto con ella. Lo respetaba; los lazos no eran necesarios para ella. Todo se había llevado a cabo entre el abogado de Xenakis y el departamento legal de la clínica. Sin embargo, de repente, se sintió ansiosa.
—Relájate. Si es difícil para ti, cierra los ojos —le pidió Rose, acercándose con la jeringa.
Penélope cerró los ojos, apartando cualquier pensamiento, pregunta o duda. Solo debía llevar a cabo este procedimiento con éxito, cobrar el resto del dinero para ayudar a Fénix y, después, seguir adelante. Una vez que pudiera trabajar, estaría por su cuenta.
Tras veinte minutos, finalmente todo terminó.
—No te muevas; descansa por lo menos treinta minutos —le ordenó Rose en tono profesional.
Penny asintió, cerró los ojos, pero apenas pasó un breve momento antes de que la puerta se abriera de nuevo. Sobresaltada, los abrió, encontrándose con un rostro que no le era desconocido. Lo había visto una sola vez, pero era imposible olvidarse de él.
—¡¿Tú?!
Penny sintió que el mundo se desmoronaba al ver al hombre parado frente a ella. ¿Era Theo Xenakis? No, no, esto no podía ser. ¿Acaso se acababa de convertir en la portadora del hijo de ese hombre jodido y arrogante?Un nudo subió a su garganta mientras Theo Xenakis la miraba de una manera extraña. Penny no había olvidado su semblante frío desde la única vez que tuvieron la desdicha de encontrarse, pero nunca había tenido la oportunidad de mirarse en esos ojos oscuros como una noche sin luna.Theo se sorprendió al encontrarse con aquella mujer. Sin moverse del umbral de la puerta, intentó recuperarse de la impresión. De repente, no sabía qué sentir al verla. No sabía si debía agradecerle por su “noble” labor o sentir desprecio por su elección de profesión. Solo una mujer sin sentimientos y sin valores podía dedicarse a algo así: llevar a un bebé en el vientre por nueve meses y luego desprenderse de él sin ningún miramiento, dejándolo atrás con el suficiente dinero en el bolsillo para n
¿Felicidades…?Theodoros Xenakis no encontraba felicidad alguna en la noticia recibida. Todos los años que duró su matrimonio con Nereida, se imaginó este momento y lo feliz que sería el día que le dijeran que iba a ser padre. Incluso, en sus recuerdos, podía sentir y saborear la alegría de aquellos momentos. Ahora todo era distinto: no conocía a la mujer que llevaba a su hijo en el vientre y no quería conocerla. No había necesidad…«Ese hijo también es de Nereida, llevará su sangre. Será como tener un pequeño pedazo de ella. Piénsalo mejor, Theo. Ahora que te has decidido, ¿por qué tienes que vivir el proceso lejos de tu hijo? Ve forjando lazos afectuosos con él o ella, para que en el futuro no se sientan como dos desconocidos.»Las palabras de Apolo fueron un baldazo de agua fría para Theo, un golpe de realidad. Apolo tenía razón. Esa criatura llevaba la sangre de Nereida; era lo único que le quedaría de ella para el resto de sus días. Además, ya estaba hecho; nada iba a cambiarlo.
El estruendo de la tempestad iluminó la sala de la mansión Mavros aquella fría noche de noviembre, revelando dos figuras en la penumbra. Los relámpagos destellaban a través de las ventanas, dejando ver el rostro pálido de Eryx y la mirada severa de su esposa, Callista.—¿Qué has hecho, Eryx? —preguntó Callista con voz contenida sosteniendo una nota de deuda increíble.Eryx, con el semblante desencajado, parecía un hombre acorralado, como si lo persiguiera una manada de lobos. El color había abandonado su rostro, y su cuerpo temblaba levemente.—Lo siento, Callista, te juro que no fue mi intención —balbuceó mientras echaba una mirada nerviosa hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento la derribaran—. Intenté dejar el juego, pero fallé.—¿De qué estás hablando? —Callista retrocedió un paso, alejándose de su esposo cuando intentó tomarle la mano.Ellos no eran una pareja unida por amor, sino por un acuerdo comercial impuesto por su padre apenas unos meses antes de su muer
Theodoros escuchó el sonido de los pasos acercándose por el pasillo. No tuvo que esperar mucho; Callista se detuvo muy cerca, haciéndole saber que su tiempo privado con Nereida había terminado.—¿Cuánto tiempo más vas a continuar de esta manera? —La pregunta hizo arder su sangre. Apretó su mano en un puño, conteniendo el impulso de mandar a Callista lejos de allí.—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo —replicó, girándose lentamente. Su rostro era perfecto, como si los mismísimos dioses del Olimpo lo hubieran tallado en mármol. Así de pétreo.—Han pasado semanas...—¡Y podrán pasar años! ¡Nada cambiará! —gritó, perdiendo el control. Su esposa había muerto hacía dos meses, pero el dolor seguía tan vivo como el día en que el médico le informó de su deceso.Ese dolor lacerante le atravesaba el pecho como un puñal, la misma sensación que lo había invadido al descubrir que Nereida le había ocultado su enfermedad. La impotencia y el enojo corroían su corazón; no se había dado cuenta
La mirada de Theo cambió, y su rostro se encendió, mostrando la ira que las palabras de Callista habían despertado en él.—¿Qué has dicho? —preguntó, con un tono ronco y frío que anunciaba peligro. Callista dio un paso atrás, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Había hecho lo que tenía que hacer para que el nombre de su familia no se perdiera.Había sobrevivido para cuidar de Nereida, y haría lo mismo por su hijo. Haría todo lo que no pudo hacer por su pequeña, a quien perdió aquella fría noche de noviembre, por culpa de Eryx.—Lo que has escuchado, Theo. Si no quieres cumplir con el deseo de Nereida, no te sientas ofendido porque yo sí lo haga.—¡No tienes ningún maldito derecho a tomar esa decisión! —gritó enardecido. Theo se obligó a alejarse de Callista para controlar el deseo de matarla. La sangre le hervía de indignación.—Por supuesto que tengo todo el derecho a tomar esta decisión. Nereida lo hubiese querido así.Theo apretó los dientes hasta sentir que iban a partir
Penélope se dejó caer en el sillón, cubriéndose los ojos con las manos mientras el silencio la envolvía. Había llevado a Fénix de regreso a su casa, pero antes pasaron por el supermercado para comprar alimentos, frutas y vitaminas. Afortunadamente, tenía dinero para cubrir esos gastos, pero ¿cuánto le iba a durar? Faltaban tres meses para que Fénix diera a luz y luego vendrían los gastos de ropa, leche y pañales. Todo eso era lo que, siendo una madre subrogada, no debía ni tenía que preocuparse.—¿Qué es lo que has hecho, Penélope? —se preguntó, apartando la mano de su rostro.Había sido una locura prometerle a Fénix ayudarla, y ahora, ¿qué iba a hacer? No tenía más opción que apresurar su siguiente embarazo. Para colmo de males, esa mañana, ocupada resolviendo los problemas de Fénix, no se había hecho las pruebas, por lo que tendría que regresar a la mañana siguiente.Era una complicación que no necesitaba, pero que, en un momento de debilidad, había asumido.Si su pasado no fuera ta