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Capítulo 3. ¡¿Te has vuelto loco?!

Penélope se dejó caer en el sillón, cubriéndose los ojos con las manos mientras el silencio la envolvía. Había llevado a Fénix de regreso a su casa, pero antes pasaron por el supermercado para comprar alimentos, frutas y vitaminas. Afortunadamente, tenía dinero para cubrir esos gastos, pero ¿cuánto le iba a durar? Faltaban tres meses para que Fénix diera a luz y luego vendrían los gastos de ropa, leche y pañales. Todo eso era lo que, siendo una madre subrogada, no debía ni tenía que preocuparse.

—¿Qué es lo que has hecho, Penélope? —se preguntó, apartando la mano de su rostro.

Había sido una locura prometerle a Fénix ayudarla, y ahora, ¿qué iba a hacer? No tenía más opción que apresurar su siguiente embarazo. Para colmo de males, esa mañana, ocupada resolviendo los problemas de Fénix, no se había hecho las pruebas, por lo que tendría que regresar a la mañana siguiente.

Era una complicación que no necesitaba, pero que, en un momento de debilidad, había asumido.

Si su pasado no fuera tan retorcido y doloroso, tal vez no se habría involucrado; sin embargo, crecer en un orfanato la había marcado para siempre, y si podía evitar que otro niño cayera en el sistema, lo haría. Sin emoción ni sentimientos, solo por el simple hecho de poder hacerlo.

—Repítelo hasta que olvides las veces que echaste en falta el abrazo de una madre, el calor de un hogar —se dijo, limpiándose las lágrimas con brusquedad.

Odiaba recordar su pasado, pero aquella noche no pudo escapar de los recuerdos ni de la fría soledad que le embargó el corazón al despertar. La sensación le oprimía el pecho, casi robándole la respiración.

—Nada que un buen baño y un buen desayuno no alivie —murmuró, dirigiéndose a la ducha.

Penélope llegó al hospital con quince minutos de retraso, gracias al tráfico de la mañana, y fue directo al consultorio de Rose.

—No hay prisa, Penny, puedes esperar. Los señores no se han contactado aún —le dijo mientras una enfermera le extraía sangre.

—Es mejor tenerlo todo en orden, Rose. Además, sabes muy bien que debo cuidarme con anticipación.

—¿Has tenido relaciones sexuales en las últimas semanas? —preguntó la doctora en tono profesional.

—No.

—¿Ningún tipo de contacto íntimo?

—Ni siquiera tengo pareja, Rose —respondió Penélope con fastidio. La doctora conocía muy bien su ritmo de vida.

—Son preguntas de rutina, Penny, no te molestes.

Ella suspiró, sintiéndose mal por su comportamiento.

—Lo siento, he estado un poco estresada.

—Pues, si quieres entrar en la lista de espera, tendrás que controlarlo. No le hará ningún bien a tu cuerpo ni a tus hormonas, lo sabes.

—Sí —respondió, evitando hablarle sobre Fénix y la promesa que le hizo—. Entonces, ¿crees que habrá una posibilidad de entrar en la lista este mes? —preguntó, acomodándose la manga de su blusa.

La enfermera salió de la habitación con las muestras.

—Ha llegado una solicitud del extranjero —dijo Rose, abriendo la carpeta con la información.

—¿Del extranjero?

—De Grecia, específicamente. Están ofreciendo una fortuna para conseguir un vientre en excelentes condiciones y también un donador de esperma...

—¿Una madre soltera?

—No lo sé, Penny, no hay mayor especificación, excepto el cheque para llevar a cabo la inseminación y el primer adelanto para la futura gestante.

Penélope guardó silencio mientras Rose continuaba revisando la información recibida, sopesando las posibilidades de ofrecerse para ser la madre de ese bebé. Si quería cumplir con su promesa al pie de la letra, iba a necesitar dinero para cuatro.

—¿Hablaste con Fénix? —preguntó Rose de repente, sacando a Penny de sus pensamientos.

—Sí.

—¿Piensa quedarse con el niño?

—Hasta que no aparezca alguien que se haga responsable, lo hará.

—Es una locura. Esa chica apenas tiene para comer, ¿cómo piensa alimentar otra boca más? ¿Acaso no sabe lo difícil que es criar a un bebé? Difícilmente encontrará trabajo, y en la clínica no podrá ser candidata hasta que pase el tiempo reglamentario.

Penélope guardó silencio, lo que hizo que Rose dejara de prestar atención a los documentos y la mirara con sospecha.

—No me digas que...

—Sí, voy a ayudarla —admitió Penny con una sonrisa tensa.

—¡Te has vuelto loca! —gritó la doctora. Rose apreciaba a Penélope; la conocía desde hacía cinco años y le tenía confianza, pero siempre sintió una barrera entre las dos, sobre todo por el pasado de Penny.

—Sí, me he vuelto completa e irrevocablemente loca, Rose, pero, ¿qué esperabas que hiciera? La clínica no va a hacerse cargo de Fénix ni del bebé.

—Tampoco es tu responsabilidad.

—Pues ya la he convertido en mi responsabilidad, así que… —Penélope hizo una pausa, respiró profundo y cerró los ojos—. ¿Podrías elegirme para ser la incubadora del bebé griego…?

⪡⪢

Theodoros observaba la ciudad de Atenas desde el último piso de las instalaciones de Mavros Technologies. Tenía una mano en el bolsillo de su pantalón y en la otra un vaso de licor del cual no había bebido ni un solo sorbo.

—¿Estás decidido?

—Callista no me ha dejado más opciones, Apolo. Ha enviado los óvulos a una clínica en California. Me ha llevado una semana dar con ella, pero ahora que sé cuál es, no puedo demorar. No quiero llegar tarde.

Apolo se aclaró la garganta y caminó hasta situarse junto a Theo.

—No tienes que ir si no quieres, Theodoros. Comprendo la necesidad de Callista; no debió ser nada fácil perder a casi toda su familia en una sola noche y ahora, también ha tenido que despedirse de Nereida. Sin embargo, no comparto su método. Está obligándote a hacer algo que no quieres, con lo que no te sientes cómodo.

—No puedo permitir que el hijo de Nereida sea de otro hombre, Apolo. Quizá sea tonto de mi parte, pero el solo pensamiento me hace sentir celoso.

Apolo suspiró casi con resignación.

—Es justo lo que Callista esperaba de ti, no la estás defraudando. Vas directo a su trampa, ¿lo sabes?

—A estas alturas ya no me importa si Callista lo hace por algo personal. Se trata del hijo de la mujer que amé, que amo y que amaré mientras me quede vida. Es algo superior a mí.

—No seas tan radical. Eres un hombre joven y guapo, además de millonario. Estoy seguro de que volverás a encontrar el amor y entonces, ¿qué sucederá?

—No digas tonterías; mi corazón solo le pertenece a Nereida, y así será por siempre.

—No voy a insistirte, solo espero que tu decisión no te traiga más problemas que soluciones.

Theo se mesó el cabello con frustración. Llevaba una semana luchando contra el deseo de dejarlo todo y empezar de cero, pero la mirada de Nereida venía para atormentarlo. Le había suplicado que cumpliera con su última voluntad y Theo no pudo negarse aún sin saber lo que era.

—Apolo…

Los suaves toques a la puerta interrumpieron las palabras de Theo. Él miró a Apolo, dándole una silenciosa orden.

—Adelante —pronunció el abogado mientras Theo bebía el contenido de su vaso, sintiendo cómo el líquido caliente le quemaba la garganta.

—Lamento interrumpirlo, señor Xenakis, pero el capitán Kastellanos ha llamado; su vuelo está programado para dentro de tres horas —informó la secretaria.

Theo no se molestó en ver a su secretaria, se limitó a asentir con un leve movimiento de cabeza.

—Gracias, Dione, puedes retirarte —ordenó Apolo ante la indiferencia de Theo.

—Con su permiso —la mujer no esperó y abandonó la habitación en completo silencio.

—Si estás decidido, no pierdas más el tiempo. Te deseo un buen viaje, Theo.

—Es mejor que no lo hagas; tú vendrás conmigo.

—¿Qué? —la sorpresa de Apolo fue casi cómica, claro que no se esperaba esta abrupta oferta por parte de su amigo.

—Es un vuelo privado y el capitán se ha encargado de todo. Hay tiempo para que pasemos por tu casa.

—¡¿Te has vuelto loco?! —gritó, saliendo de su asombro.

—No, pero necesito a mi mejor amigo y a mi abogado para dar este paso —espetó con una sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos.

Theodoros Xenakis se sentía como un condenado a muerte, pero esto lo hacía por Nereida, solo por ella. Esas fueron las palabras que se repitió durante las siguientes dieciocho horas de vuelo hasta Sacramento, las mismas que lo acompañaron mientras subía al auto que ya lo esperaba a la salida del aeropuerto.

No había marcha atrás. Una vez pisado suelo estadounidense, no habría dudas ni arrepentimientos. No iba a volver a Atenas hasta conocer a la mujer que se convertiría en la incubadora para darle vida a su hijo. Así de frío y real era el proceso.

Su primera noche en la ciudad estuvo acompañada de una fina llovizna, que bien le habría ayudado a conciliar el sueño. Sin embargo, Theo permaneció despierto hasta el amanecer, deseando que el sol se alzara para ir a la clínica, con la esperanza de que el procedimiento aún no se hubiera llevado a cabo.

A la mañana siguiente, acompañado de Apolo, Theodoros se dirigió a New Hope, California. Al encontrarse frente al edificio de la clínica, sintió una fuerte opresión en el pecho. ¿Qué sucedería si llegaba tarde? ¿Tendría la facultad de pedir que esa gestación fuera interrumpida? Solo de pensarlo, se sintió un completo desalmado. Si ya estaba hecho, solo le quedaba enfrentar las consecuencias de su negativa.

Distraído en sus pensamientos, Theo no fue consciente del momento en que impactó con otro cuerpo, lanzándolo al piso.

Penélope cayó de bruces, y el gemido que salió de sus labios fue tanto de dolor como de indignación.

—¡¿Es que no tiene ojos para ver por dónde camina?! —gritó furiosa, tratando de ponerse de pie y resistiendo el deseo de sobarse las nalgas.

—Lo siento, señorita, ha sido un accidente —se disculpó Apolo, mientras Theo ni se molestó en quitarse los lentes para mirarla.

—¿Por qué razón se disculpa? No fue usted quien me ha lanzado al piso, sino el ciego de su amigo —espetó, fulminando a Theo con la mirada.

—No es mi culpa que se haya cruzado en mi camino —respondió él con frialdad, decidido a continuar con su camino.

—No solo ciego, sino también maleducado. ¡Es que de idiotas está lleno el mundo!

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