Penélope se dejó caer en el sillón, cubriéndose los ojos con las manos mientras el silencio la envolvía. Había llevado a Fénix de regreso a su casa, pero antes pasaron por el supermercado para comprar alimentos, frutas y vitaminas. Afortunadamente, tenía dinero para cubrir esos gastos, pero ¿cuánto le iba a durar? Faltaban tres meses para que Fénix diera a luz y luego vendrían los gastos de ropa, leche y pañales. Todo eso era lo que, siendo una madre subrogada, no debía ni tenía que preocuparse.
—¿Qué es lo que has hecho, Penélope? —se preguntó, apartando la mano de su rostro.
Había sido una locura prometerle a Fénix ayudarla, y ahora, ¿qué iba a hacer? No tenía más opción que apresurar su siguiente embarazo. Para colmo de males, esa mañana, ocupada resolviendo los problemas de Fénix, no se había hecho las pruebas, por lo que tendría que regresar a la mañana siguiente.
Era una complicación que no necesitaba, pero que, en un momento de debilidad, había asumido.
Si su pasado no fuera tan retorcido y doloroso, tal vez no se habría involucrado; sin embargo, crecer en un orfanato la había marcado para siempre, y si podía evitar que otro niño cayera en el sistema, lo haría. Sin emoción ni sentimientos, solo por el simple hecho de poder hacerlo.
—Repítelo hasta que olvides las veces que echaste en falta el abrazo de una madre, el calor de un hogar —se dijo, limpiándose las lágrimas con brusquedad.
Odiaba recordar su pasado, pero aquella noche no pudo escapar de los recuerdos ni de la fría soledad que le embargó el corazón al despertar. La sensación le oprimía el pecho, casi robándole la respiración.
—Nada que un buen baño y un buen desayuno no alivie —murmuró, dirigiéndose a la ducha.
Penélope llegó al hospital con quince minutos de retraso, gracias al tráfico de la mañana, y fue directo al consultorio de Rose.
—No hay prisa, Penny, puedes esperar. Los señores no se han contactado aún —le dijo mientras una enfermera le extraía sangre.
—Es mejor tenerlo todo en orden, Rose. Además, sabes muy bien que debo cuidarme con anticipación.
—¿Has tenido relaciones sexuales en las últimas semanas? —preguntó la doctora en tono profesional.
—No.
—¿Ningún tipo de contacto íntimo?
—Ni siquiera tengo pareja, Rose —respondió Penélope con fastidio. La doctora conocía muy bien su ritmo de vida.
—Son preguntas de rutina, Penny, no te molestes.
Ella suspiró, sintiéndose mal por su comportamiento.
—Lo siento, he estado un poco estresada.
—Pues, si quieres entrar en la lista de espera, tendrás que controlarlo. No le hará ningún bien a tu cuerpo ni a tus hormonas, lo sabes.
—Sí —respondió, evitando hablarle sobre Fénix y la promesa que le hizo—. Entonces, ¿crees que habrá una posibilidad de entrar en la lista este mes? —preguntó, acomodándose la manga de su blusa.
La enfermera salió de la habitación con las muestras.
—Ha llegado una solicitud del extranjero —dijo Rose, abriendo la carpeta con la información.
—¿Del extranjero?
—De Grecia, específicamente. Están ofreciendo una fortuna para conseguir un vientre en excelentes condiciones y también un donador de esperma...
—¿Una madre soltera?
—No lo sé, Penny, no hay mayor especificación, excepto el cheque para llevar a cabo la inseminación y el primer adelanto para la futura gestante.
Penélope guardó silencio mientras Rose continuaba revisando la información recibida, sopesando las posibilidades de ofrecerse para ser la madre de ese bebé. Si quería cumplir con su promesa al pie de la letra, iba a necesitar dinero para cuatro.
—¿Hablaste con Fénix? —preguntó Rose de repente, sacando a Penny de sus pensamientos.
—Sí.
—¿Piensa quedarse con el niño?
—Hasta que no aparezca alguien que se haga responsable, lo hará.
—Es una locura. Esa chica apenas tiene para comer, ¿cómo piensa alimentar otra boca más? ¿Acaso no sabe lo difícil que es criar a un bebé? Difícilmente encontrará trabajo, y en la clínica no podrá ser candidata hasta que pase el tiempo reglamentario.
Penélope guardó silencio, lo que hizo que Rose dejara de prestar atención a los documentos y la mirara con sospecha.
—No me digas que...
—Sí, voy a ayudarla —admitió Penny con una sonrisa tensa.
—¡Te has vuelto loca! —gritó la doctora. Rose apreciaba a Penélope; la conocía desde hacía cinco años y le tenía confianza, pero siempre sintió una barrera entre las dos, sobre todo por el pasado de Penny.
—Sí, me he vuelto completa e irrevocablemente loca, Rose, pero, ¿qué esperabas que hiciera? La clínica no va a hacerse cargo de Fénix ni del bebé.
—Tampoco es tu responsabilidad.
—Pues ya la he convertido en mi responsabilidad, así que… —Penélope hizo una pausa, respiró profundo y cerró los ojos—. ¿Podrías elegirme para ser la incubadora del bebé griego…?
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Theodoros observaba la ciudad de Atenas desde el último piso de las instalaciones de Mavros Technologies. Tenía una mano en el bolsillo de su pantalón y en la otra un vaso de licor del cual no había bebido ni un solo sorbo.
—¿Estás decidido?
—Callista no me ha dejado más opciones, Apolo. Ha enviado los óvulos a una clínica en California. Me ha llevado una semana dar con ella, pero ahora que sé cuál es, no puedo demorar. No quiero llegar tarde.
Apolo se aclaró la garganta y caminó hasta situarse junto a Theo.
—No tienes que ir si no quieres, Theodoros. Comprendo la necesidad de Callista; no debió ser nada fácil perder a casi toda su familia en una sola noche y ahora, también ha tenido que despedirse de Nereida. Sin embargo, no comparto su método. Está obligándote a hacer algo que no quieres, con lo que no te sientes cómodo.
—No puedo permitir que el hijo de Nereida sea de otro hombre, Apolo. Quizá sea tonto de mi parte, pero el solo pensamiento me hace sentir celoso.
Apolo suspiró casi con resignación.
—Es justo lo que Callista esperaba de ti, no la estás defraudando. Vas directo a su trampa, ¿lo sabes?
—A estas alturas ya no me importa si Callista lo hace por algo personal. Se trata del hijo de la mujer que amé, que amo y que amaré mientras me quede vida. Es algo superior a mí.
—No seas tan radical. Eres un hombre joven y guapo, además de millonario. Estoy seguro de que volverás a encontrar el amor y entonces, ¿qué sucederá?
—No digas tonterías; mi corazón solo le pertenece a Nereida, y así será por siempre.
—No voy a insistirte, solo espero que tu decisión no te traiga más problemas que soluciones.
Theo se mesó el cabello con frustración. Llevaba una semana luchando contra el deseo de dejarlo todo y empezar de cero, pero la mirada de Nereida venía para atormentarlo. Le había suplicado que cumpliera con su última voluntad y Theo no pudo negarse aún sin saber lo que era.
—Apolo…
Los suaves toques a la puerta interrumpieron las palabras de Theo. Él miró a Apolo, dándole una silenciosa orden.
—Adelante —pronunció el abogado mientras Theo bebía el contenido de su vaso, sintiendo cómo el líquido caliente le quemaba la garganta.
—Lamento interrumpirlo, señor Xenakis, pero el capitán Kastellanos ha llamado; su vuelo está programado para dentro de tres horas —informó la secretaria.
Theo no se molestó en ver a su secretaria, se limitó a asentir con un leve movimiento de cabeza.
—Gracias, Dione, puedes retirarte —ordenó Apolo ante la indiferencia de Theo.
—Con su permiso —la mujer no esperó y abandonó la habitación en completo silencio.
—Si estás decidido, no pierdas más el tiempo. Te deseo un buen viaje, Theo.
—Es mejor que no lo hagas; tú vendrás conmigo.
—¿Qué? —la sorpresa de Apolo fue casi cómica, claro que no se esperaba esta abrupta oferta por parte de su amigo.
—Es un vuelo privado y el capitán se ha encargado de todo. Hay tiempo para que pasemos por tu casa.
—¡¿Te has vuelto loco?! —gritó, saliendo de su asombro.
—No, pero necesito a mi mejor amigo y a mi abogado para dar este paso —espetó con una sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos.
Theodoros Xenakis se sentía como un condenado a muerte, pero esto lo hacía por Nereida, solo por ella. Esas fueron las palabras que se repitió durante las siguientes dieciocho horas de vuelo hasta Sacramento, las mismas que lo acompañaron mientras subía al auto que ya lo esperaba a la salida del aeropuerto.
No había marcha atrás. Una vez pisado suelo estadounidense, no habría dudas ni arrepentimientos. No iba a volver a Atenas hasta conocer a la mujer que se convertiría en la incubadora para darle vida a su hijo. Así de frío y real era el proceso.
Su primera noche en la ciudad estuvo acompañada de una fina llovizna, que bien le habría ayudado a conciliar el sueño. Sin embargo, Theo permaneció despierto hasta el amanecer, deseando que el sol se alzara para ir a la clínica, con la esperanza de que el procedimiento aún no se hubiera llevado a cabo.
A la mañana siguiente, acompañado de Apolo, Theodoros se dirigió a New Hope, California. Al encontrarse frente al edificio de la clínica, sintió una fuerte opresión en el pecho. ¿Qué sucedería si llegaba tarde? ¿Tendría la facultad de pedir que esa gestación fuera interrumpida? Solo de pensarlo, se sintió un completo desalmado. Si ya estaba hecho, solo le quedaba enfrentar las consecuencias de su negativa.
Distraído en sus pensamientos, Theo no fue consciente del momento en que impactó con otro cuerpo, lanzándolo al piso.
Penélope cayó de bruces, y el gemido que salió de sus labios fue tanto de dolor como de indignación.
—¡¿Es que no tiene ojos para ver por dónde camina?! —gritó furiosa, tratando de ponerse de pie y resistiendo el deseo de sobarse las nalgas.
—Lo siento, señorita, ha sido un accidente —se disculpó Apolo, mientras Theo ni se molestó en quitarse los lentes para mirarla.
—¿Por qué razón se disculpa? No fue usted quien me ha lanzado al piso, sino el ciego de su amigo —espetó, fulminando a Theo con la mirada.
—No es mi culpa que se haya cruzado en mi camino —respondió él con frialdad, decidido a continuar con su camino.
—No solo ciego, sino también maleducado. ¡Es que de idiotas está lleno el mundo!
Penny esperaba una reacción del hombre tras su insulto, pero él ni siquiera la miraba. Sus ojos, protegidos por lentes oscuros, mostraban una expresión imperturbable, como si no hablaran el mismo idioma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral; no sabía exactamente por qué, pero decidió ignorarlo.La actitud arrogante de Theo molestó a Apolo; nada le costaba disculparse con la mujer cuando era evidente que la distracción de su amigo la había empujado al piso. Pero, dada la condición de Theo, tras el agotador viaje y las pocas horas de sueño, lo mejor era alejarlo de allí para evitar un escándalo frente a las puertas de la clínica.—Será mejor que sigamos —dijo Apolo, colocando una mano firme sobre el hombro de Theo.Él apenas reaccionó, pero antes de dar el siguiente paso y alejarse de la mujer, le dedicó una breve y casi imperceptible mirada. Penny no lo notó debido a los grandes y oscuros lentes que él llevaba, pero Theo la miró con una mezcla de indiferencia y desprecio.—Vamos
Penny sintió que el mundo se desmoronaba al ver al hombre parado frente a ella. ¿Era Theo Xenakis? No, no, esto no podía ser. ¿Acaso se acababa de convertir en la portadora del hijo de ese hombre jodido y arrogante?Un nudo subió a su garganta mientras Theo Xenakis la miraba de una manera extraña. Penny no había olvidado su semblante frío desde la única vez que tuvieron la desdicha de encontrarse, pero nunca había tenido la oportunidad de mirarse en esos ojos oscuros como una noche sin luna.Theo se sorprendió al encontrarse con aquella mujer. Sin moverse del umbral de la puerta, intentó recuperarse de la impresión. De repente, no sabía qué sentir al verla. No sabía si debía agradecerle por su “noble” labor o sentir desprecio por su elección de profesión. Solo una mujer sin sentimientos y sin valores podía dedicarse a algo así: llevar a un bebé en el vientre por nueve meses y luego desprenderse de él sin ningún miramiento, dejándolo atrás con el suficiente dinero en el bolsillo para n
¿Felicidades…?Theodoros Xenakis no encontraba felicidad alguna en la noticia recibida. Todos los años que duró su matrimonio con Nereida, se imaginó este momento y lo feliz que sería el día que le dijeran que iba a ser padre. Incluso, en sus recuerdos, podía sentir y saborear la alegría de aquellos momentos. Ahora todo era distinto: no conocía a la mujer que llevaba a su hijo en el vientre y no quería conocerla. No había necesidad…«Ese hijo también es de Nereida, llevará su sangre. Será como tener un pequeño pedazo de ella. Piénsalo mejor, Theo. Ahora que te has decidido, ¿por qué tienes que vivir el proceso lejos de tu hijo? Ve forjando lazos afectuosos con él o ella, para que en el futuro no se sientan como dos desconocidos.»Las palabras de Apolo fueron un baldazo de agua fría para Theo, un golpe de realidad. Apolo tenía razón. Esa criatura llevaba la sangre de Nereida; era lo único que le quedaría de ella para el resto de sus días. Además, ya estaba hecho; nada iba a cambiarlo.
El estruendo de la tempestad iluminó la sala de la mansión Mavros aquella fría noche de noviembre, revelando dos figuras en la penumbra. Los relámpagos destellaban a través de las ventanas, dejando ver el rostro pálido de Eryx y la mirada severa de su esposa, Callista.—¿Qué has hecho, Eryx? —preguntó Callista con voz contenida sosteniendo una nota de deuda increíble.Eryx, con el semblante desencajado, parecía un hombre acorralado, como si lo persiguiera una manada de lobos. El color había abandonado su rostro, y su cuerpo temblaba levemente.—Lo siento, Callista, te juro que no fue mi intención —balbuceó mientras echaba una mirada nerviosa hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento la derribaran—. Intenté dejar el juego, pero fallé.—¿De qué estás hablando? —Callista retrocedió un paso, alejándose de su esposo cuando intentó tomarle la mano.Ellos no eran una pareja unida por amor, sino por un acuerdo comercial impuesto por su padre apenas unos meses antes de su muer
Theodoros escuchó el sonido de los pasos acercándose por el pasillo. No tuvo que esperar mucho; Callista se detuvo muy cerca, haciéndole saber que su tiempo privado con Nereida había terminado.—¿Cuánto tiempo más vas a continuar de esta manera? —La pregunta hizo arder su sangre. Apretó su mano en un puño, conteniendo el impulso de mandar a Callista lejos de allí.—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo —replicó, girándose lentamente. Su rostro era perfecto, como si los mismísimos dioses del Olimpo lo hubieran tallado en mármol. Así de pétreo.—Han pasado semanas...—¡Y podrán pasar años! ¡Nada cambiará! —gritó, perdiendo el control. Su esposa había muerto hacía dos meses, pero el dolor seguía tan vivo como el día en que el médico le informó de su deceso.Ese dolor lacerante le atravesaba el pecho como un puñal, la misma sensación que lo había invadido al descubrir que Nereida le había ocultado su enfermedad. La impotencia y el enojo corroían su corazón; no se había dado cuenta
La mirada de Theo cambió, y su rostro se encendió, mostrando la ira que las palabras de Callista habían despertado en él.—¿Qué has dicho? —preguntó, con un tono ronco y frío que anunciaba peligro. Callista dio un paso atrás, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Había hecho lo que tenía que hacer para que el nombre de su familia no se perdiera.Había sobrevivido para cuidar de Nereida, y haría lo mismo por su hijo. Haría todo lo que no pudo hacer por su pequeña, a quien perdió aquella fría noche de noviembre, por culpa de Eryx.—Lo que has escuchado, Theo. Si no quieres cumplir con el deseo de Nereida, no te sientas ofendido porque yo sí lo haga.—¡No tienes ningún maldito derecho a tomar esa decisión! —gritó enardecido. Theo se obligó a alejarse de Callista para controlar el deseo de matarla. La sangre le hervía de indignación.—Por supuesto que tengo todo el derecho a tomar esta decisión. Nereida lo hubiese querido así.Theo apretó los dientes hasta sentir que iban a partir