—¿Hablas en serio? —Fénix apartó el plato de comida, ya había terminado y prestó toda su atención a Penny.—Está loco si piensa que viajaré a Grecia. Es un país que no conozco, un idioma que no es el mío. Además, ¿qué haré mientras esté encerrada en su casa? No, ni siquiera voy a considerarlo —respondió Penélope, terminando el helado de chocolate que se le antojó mientras venía de camino a visitar a Fénix.—Deberías pensarlo mejor; podrías tomarlo como unas vacaciones —le sugirió la joven, mirando a Lily pintar en su cuaderno de dibujos, segura de que no les estaba prestando atención—. Como la última vez.—Es totalmente distinto, Fénix. La pareja que me pidió llevar a su bebé la primera vez lo deseaba con todo su ser. Estuvieron pendientes de cada detalle, de cada cosa. Acudieron a todas las citas sin falta, llamaban por la mañana y por la noche. Eso fue lo que me hizo no arrepentirme de haber aceptado ser una madre subrogada.—¿Y ahora?—Theodoros Xenakis es otro asunto. Perdió a su
«Acepto el trato.»Theodoros abrió las ventanas del balcón y salió para recibir el aire frío que azotaba la ciudad. Su piel se erizó, pero no se movió; seguía pensando en Penélope Clark y su repentina llamada.¿Estaba sorprendido?Por supuesto. Por un momento, había creído que tendría que volver y obligarla de alguna manera a aceptar venir a Grecia. Era desconcertante estar equivocado, sobre todo porque Penny había sido clara. Antes de firmar, tenían que negociar los acuerdos e incluir algunas de sus peticiones.Theo sonrió. Era cuestión de dinero. Solo tenía que pagar su precio.—Al final de cuentas, esto es un negocio; no debería estar sorprendido —musitó. Sus manos se aferraron al barandal frío. Sus ojos destellaron y, con un gesto brusco, volvió al interior de su habitación.Theo no pudo conciliar el sueño. Se dio un baño y bajó a la biblioteca para llamar a Apolo y pedirle que lo acompañara de nuevo a California. Sabía que podía contar con él, pero no debía olvidar que su amigo t
Penny enarcó una ceja al verlo parado en el umbral. Tenía el cabello revuelto y la ropa empapada; Theo Xenakis se parecía más a un perro mojado que a un hombre. Sus pensamientos casi la hicieron reír; sin embargo, se contuvo.—Estas no son horas de visita —le reprochó, sin moverse de la puerta para dejarlo entrar.—Lo siento… yo… ¿puedo entrar? —Penny percibió el aroma a alcohol en su aliento; había estado bebiendo—. Por favor.—Sabes que debería estar durmiendo, ¿verdad? —le cuestionó, haciéndose a un lado para dejarlo pasar.Theo asintió y, como un niño obediente, entró.—¿Dónde estuviste para llegar en ese estado? —preguntó.Penny sabía que no tenía ningún derecho, motivo ni obligación para hacerle ese tipo de pregunta, simplemente porque no era su problema. Nada que tuviera que ver con Theo lo era, pero allí estaba, yendo a su habitación por un par de toallas. No tenía nada más que ofrecerle.—Volé directo desde Atenas a California —dijo él, recibiendo la toalla, pero sin hacer ni
Callista observó el inmenso y solitario mar del Egeo desde la terraza del restaurante donde cenaba con la familia Diamantis. Necesitaba un poco de aire para olvidar lo que había perdido hacía muchos años. Ver a Melina, tan joven y llena de vida, le hacía pensar en su hija, su pequeña y perfecta muñeca. Le dolía más no haber tenido la oportunidad de despedirse de ella.Estuvo internada tantos días en la clínica que ni siquiera estuvo consciente durante el funeral de su hija, su hermano y su cuñada.La vida le había arrebatado casi todo en un abrir y cerrar de ojos. Callista negó con la cabeza y bebió un sorbo de su copa. No fue la vida, fue el maldito vicio de Eryx. Así pasaran cien o miles de años, jamás iba a perdonarle por lo que le hizo. Desde entonces, no hubo día, ni hora, ni segundo en que no lo maldijera por llevar a su familia al exterminio, por hacerla vivir de esta manera.—No deberías estar sola, Callista.—Necesitaba un poco de aire fresco —respondió sin molestarse en mira
Al día siguiente, muy temprano, Penélope llevó a Lily a la clínica para saludar a Fénix. La niña se mostró feliz de su reencuentro e impaciente por conocer a Dominick.—¿Cuándo voy a conocerlo? —preguntó por décima vez en quince minutos.—Cuando el doctor lo autorice. Por el momento, tendrás que esperar un poco más, cariño —explicó Fénix, mirando de reojo a Penny, quien estaba en completo silencio, sentada en el sillón y con un semblante ausente.—¿Por qué?—Dominick nació unas semanas antes de tiempo. Para que esté sano y fuerte, tiene que quedarse dentro de una incubadora.—¿Qué es una incubadora, Fénix? —volvió a preguntar con toda la inocencia de su edad.Fénix buscó a Penny con la mirada, esperando que ella le ayudara, pero Penélope seguía distraída, totalmente ajena a las preguntas de Lily. Así que se las arregló y le explicó en palabras sencillas qué era una incubadora. Ni siquiera sabía si lo había hecho bien, pero Lily se quedó satisfecha.—¿Puedo ir al baño, Fénix? —preguntó
Sus pasos eran inseguros, y por primera vez en mucho tiempo, volvió a sentirse perdida. La enorme y fría mansión le causó un escalofrío por toda la columna; la piel y los vellos de la nuca se le erizaron al estar en la sala. Su vista vagó entre el lujoso lugar y el cuadro que colgaba en la pared. Era una mujer muy bella; seguramente se trataba de Nereida, la esposa de Theodoros.Penny no apartó los ojos de esa mirada vivaz del cuadro, una mirada y una sonrisa inmortalizadas en el lienzo.—Es mejor que vayas a descansar; ha sido un viaje largo y pesado —musitó Theodoros, sintiéndose incómodo al ver a Penélope mirar fijamente el cuadro.En ese momento se sintió como debe sentirse un infiel, aunque Penélope no era su amante; llevaba a su hijo en el vientre.«Es el hijo de los dos», el suave susurro se coló entre sus pensamientos.—No he traído equipaje —murmuró ella, sin apartar la mirada del cuadro. Había algo en él que le intrigaba. Quizá la forma de la cara o de las cejas; no lo sabía
Penélope no se movió ni un solo centímetro; quedó congelada al reflejarse en aquellos ojos color miel. Las facciones de la mujer frente a ella eran bellas, pero estaban desfiguradas por el enojo y, de repente, por la sorpresa.—¿Cómo has podido, Theo? —preguntó Callista, sin apartar los ojos de Penélope, esperando que aquel parecido fuera solo producto de su imaginación y desapareciera en cualquier momento.—Fuiste tú quien lo decidió, Callista. Has sido tú quien ha propiciado todo esto.—¿Y tenías que buscar a una mujer parecida a Nereida? —cuestionó, girándose para enfrentar a Theo—. ¿Te estás burlando de mí y de mi familia?Theodoros frunció el ceño; al levantar la mirada, se encontró con los ojos verdes de Penélope.—¿De qué hablas? —preguntó, aún confundido por la acusación de la mujer.—Deja de hacerte el chistoso, porque no le veo la maldita gracia. Esa mujer —dijo, señalando a Penny—. Tiene rasgos parecidos a Nereida, y no puede ser una casualidad.Theo apartó la mirada de Pen
Apolo se apresuró a salir de su habitación apenas le informaron sobre la visita de Callista. Imaginaba que ya se habría encontrado con Penélope. Se detuvo en lo alto de la escalera, desde donde pudo apreciar la imagen perfecta de la mujer; su corazón saltó emocionado al verla, pero se obligó a serenarse. Esta no era una visita de cortesía: Callista iba a hacerle preguntas y a exigirle respuestas. Era una mujer de carácter fuerte y apasionada, aunque un poco equivocada.Callista se giró al escuchar los pasos acercarse; había tenido tiempo para serenarse o, al menos, aparentarlo, aunque por dentro seguía siendo un volcán a punto de explotar.—Callista —dijo Apolo, acercándose para saludarla con un beso. Captar su aroma fue un golpe directo a su entrepierna, pero sonrió y se alejó, disimulando su incomodidad.—Apolo, tiempo sin verte —respondió ella, con seriedad.—He tenido mucho trabajo —se disculpó sin entrar en detalles, pero sabía que eso no bastaría para calmar a Callista.—Entiend