La mirada de Theo cambió, y su rostro se encendió, mostrando la ira que las palabras de Callista habían despertado en él.
—¿Qué has dicho? —preguntó, con un tono ronco y frío que anunciaba peligro. Callista dio un paso atrás, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Había hecho lo que tenía que hacer para que el nombre de su familia no se perdiera.
Había sobrevivido para cuidar de Nereida, y haría lo mismo por su hijo. Haría todo lo que no pudo hacer por su pequeña, a quien perdió aquella fría noche de noviembre, por culpa de Eryx.
—Lo que has escuchado, Theo. Si no quieres cumplir con el deseo de Nereida, no te sientas ofendido porque yo sí lo haga.
—¡No tienes ningún maldito derecho a tomar esa decisión! —gritó enardecido. Theo se obligó a alejarse de Callista para controlar el deseo de matarla. La sangre le hervía de indignación.
—Por supuesto que tengo todo el derecho a tomar esta decisión. Nereida lo hubiese querido así.
Theo apretó los dientes hasta sentir que iban a partirse.
—Haces esto por tu propio capricho, Callista. Tratas de recuperar la familia que ya perdiste, pero ni yo ni ese bebé tenemos la culpa de lo que te pasó. No condenes a un niño a vivir sin el calor de su madre ni a que su padre lo considere una obligación.
—No tienes ningún derecho a hablarme así, Theo, ni a recordarme lo que he perdido —replicó ella con dolor y molestia.
—Y tú no tienes ningún derecho a decidir mi vida, Callista.
—Eso es lo que estoy haciendo, Theo. Te he liberado del juramento que debió ser sagrado para ti, así que no me culpes por lo que he hecho.
—¡Callista!
—Si quieres impedirlo, ve a California y busca la clínica, aunque quizá ya sea demasiado tarde. He solicitado que se haga a la brevedad posible —con esas frías palabras, Callista dejó la sala, dejando a Theo con una rabia infinita carcomiéndole el corazón.
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Penélope caminaba tranquila por los pasillos de la clínica. Había llegado más temprano de lo habitual ese día. Hacía poco más de un año que había cumplido con su primer trabajo: entregó una niña sana y fuerte a un matrimonio que, satisfecho, le regaló unas largas vacaciones. Aunque trató de negarse, finalmente terminó aceptando, pues el propietario de la clínica se lo ordenó. La razón era sencilla: existía la posibilidad de que fuese llamada de nuevo por el mismo matrimonio para darles un segundo hijo.
Ese era el motivo de su presencia allí; tenía que hacerse varios chequeos antes de prepararse para su segundo embarazo por subrogación.
El pequeño grupo en la sala llamó la atención de Penélope. No era común ver a sus compañeras reunidas, así que se acercó. Al identificar la cabellera roja en el centro, su corazón se aceleró.
Odiaba sentirse de aquella manera, odiaba sentir aprecio por otra persona, porque al final siempre terminaba sola; pero Fénix le había hecho imposible mantener las distancias. La joven era como un pequeño gato en busca de cariño.
—Fénix —la llamó al escuchar sus sollozos. Las mujeres que la rodeaban se apartaron para dejarla pasar.
La muchacha tenía el rostro bañado en lágrimas, y sus ojos, hinchados, mostraban que llevaba horas llorando.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó, sentándose a su lado y abrazándola cuando la joven se aferró a ella.
El llanto era desgarrador, y por un momento pensó que se trataba del bebé; pero el vientre de Fénix seguía hinchado. Entonces, ¿por qué lloraba?
—¿Alguien puede explicarme lo que ha sucedido? —preguntó, mirando a las otras mujeres.
El silencio reinaba en la sala, roto solo por los sollozos de la muchacha. Fénix temblaba como una hoja mecida por el viento, y Penélope comenzaba a sentirse miserable de tanta preocupación.
—¿Alguien piensa decirme lo que sucedió? —preguntó, elevando el tono de voz. Una de las mujeres dio un paso al frente y se aclaró la garganta antes de hablar.
—No es nada seguro, pero al parecer los padres del bebé que Fénix gesta acaban de fallecer.
El desgarrador sollozo que salió de los labios de Fénix hizo que Penélope saliera de su sorpresa.
—Ven, vamos a una de las habitaciones —le sugirió, ayudándola a ponerse de pie. Fénix se tambaleó, pero se apoyó en Penélope.
—Aun no es nada seguro. Adele vio las noticias y se lo ha contado —expresó Aylin—. Esperemos a tener noticias del departamento legal.
Penélope no respondió, prefiriendo no enfrascarse en una discusión con Adele por su indiscreción y falta de tacto.
—¿Qué voy a hacer, Penny? ¿Qué haré si Adele dijo la verdad? —sollozó, aferrándose a la cintura de Penélope.
—Primero tienes que calmarte, Fénix. Tenemos que averiguar si es o no verdad; luego tendrás que esperar.
—¿Qué haré con el niño si nadie se hace responsable? —preguntó con terror. Sus labios temblaban por el llanto.
Penélope respiró profundo. Ella no podía responder esa pregunta, simple y sencillamente porque no tenía idea de lo que iba a pasar. Las clínicas de subrogación eran muy estrictas y había muchos requisitos que se debían cumplir para ser candidatas, pero ni Fénix ni Penélope habían pasado por ese proceso.
En el caso de Penélope, fue contratada directamente por los padres del bebé; entonces, solo era la asistente de la directora de la clínica, pero los padres de intención se fijaron en ella y aceptaron todos los riesgos.
Fénix era otra historia. La pobre chica había llegado sola, y con tan solo veinte años se había ofrecido como candidata. Rose, con amabilidad, la rechazó, pero la insistencia de la joven y su precaria situación hicieron que, por segunda vez, la directora se arriesgara.
—Déjame averiguar qué sucedió —pidió Penélope, separándose de la joven—. Volveré tan pronto como tenga noticias —le prometió, saliendo de la habitación. Llegaba tarde para realizarse sus análisis, pero eso podía esperar; era mucho más importante resolver la situación de Fénix.
La pobre mujer no tenía a nadie más que una pequeña hermana de quien hacerse responsable, y quien era el motivo principal por el cual terminó alquilando su vientre.
Penélope llamó dos veces a la puerta, y hasta que no escuchó un “adelante”, no giró el pomo.
—Penélope, ¿estás aquí para tu chequeo? —preguntó Rose, la directora de la clínica.
—Sí, pero me acabo de enterar de algo y me gustaría saber si es cierto.
—¿Qué quieres saber?
—Se trata de Fénix…
—Oh, Fénix. Es lamentable su situación. Los padres del bebé fallecieron esta mañana mientras se dirigían a la clínica para el chequeo mensual.
—Entonces, es verdad.
—Sí.
—¿Qué pasará con Fénix y el bebé?
—No lo sé, Penny, y estoy muy preocupada por la situación. Fénix es demasiado joven. De haber sabido que esto pasaría, jamás la habría aceptado.
—De nada sirve lamentarse, Rose.
—Lo sé, lo sé. El problema real con Fénix es que, en el contrato, aparte de los padres, nadie figura como responsable del niño en caso de que ellos falten.
—¿Qué quieres decir?
—Fénix tendrá que hacerse cargo de los gastos que el embarazo genere a partir de este momento o… interrumpirlo.
—¡Tiene seis meses de embarazo! ¡Pondrás su vida en riesgo! —exclamó Penélope, poniéndose de pie—. No puedes hacerle esto.
—Es algo que ella debe decidir, Penny, no tú.
—Es joven y está confundida; además, necesitaba el dinero, por eso te rogó que la aceptaras.
—Son cosas que se escapan de mis manos, Penny. Le ha pasado a Fénix, pero también pudo pasarte a ti.
Un escalofrío atravesó el cuerpo de Penélope mientras caminaba de regreso a la habitación donde había dejado a Fénix. Ahora tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros: confirmarle la muerte de los padres del bebé. La noticia no podría afectar más a la joven, pero la decisión que vendría después podía cambiarlo todo.
—¿Qué te dijo la doctora Rose? —preguntó Fénix apenas la puerta se abrió y Penélope cruzó el umbral.
Un nudo se formó en la garganta de Penny al ver los ojos hinchados y llorosos de Fénix, pero alargar el momento solo haría sufrir más a la muchacha.
—Lo siento, Fénix, es cierto lo que Adele te ha dicho. Los padres del bebé… fallecieron esta mañana.
Penélope contuvo el aliento y se preparó para consolarla; sin embargo, Fénix solo asintió lentamente, como si hubiera quedado en el limbo.
—¿Entonces… entonces, el bebé y yo estamos solos? —preguntó en un susurro.
Penélope le apretó la mano con fuerza.
—Por ahora, sí. No hay nadie más que figure en el contrato como responsable en caso de que los padres no puedan hacerse cargo.
Fénix se quedó en silencio; ya lo sabía, pero escucharlo lo hacía todo más difícil. La hacía sentir pequeña y desamparada.
—No quiero abandonarlo, Penny. Este bebé ha sido parte de mí durante seis meses. No puedo simplemente… fingir que no existe.
Penélope sintió un nudo en la garganta. Sabía que la situación era más complicada de lo que Fénix podía imaginar.
—Lo sé, Fénix. Pero si decides continuar, tendrás que hacerte cargo de los gastos a partir de ahora. La clínica no puede asumirlos, y Rose…
—Rose no quiere complicaciones, ¿verdad? —interrumpió Fénix con tono amargo y desesperado.
—Ella solo… intenta cumplir con el contrato —explicó Penélope, aunque sabía que eso sonaba frío.
Fénix suspiró, abrazándose el vientre.
—¿Y qué hago, Penny? ¿De dónde saco el dinero? Apenas puedo mantenerme a mí y a mi hermana. ¿Cómo voy a poder darle una vida digna a este bebé?
Penélope guardó silencio; la situación de Fénix no era su problema. Ya había cumplido con informarse e informarla de la situación; todo lo que debía hacer era darse media vuelta y alejarse de ella, de la hermana y de ese bebé en camino. Penny ni siquiera se dio cuenta de en qué momento su cuerpo obedeció a su razón, pero la mano de Fénix la detuvo.
La muchacha se aferraba a su mano y con una mirada suplicante.
—No me dejes.
Penélope Clark maldijo para sus adentros. Sabía que iba a arrepentirse de quedarse, que se echaría sobre los hombros una carga que no necesitaba, pero…
—No voy a dejarte, Fénix. Haré lo que tenga que hacer…
Penélope se dejó caer en el sillón, cubriéndose los ojos con las manos mientras el silencio la envolvía. Había llevado a Fénix de regreso a su casa, pero antes pasaron por el supermercado para comprar alimentos, frutas y vitaminas. Afortunadamente, tenía dinero para cubrir esos gastos, pero ¿cuánto le iba a durar? Faltaban tres meses para que Fénix diera a luz y luego vendrían los gastos de ropa, leche y pañales. Todo eso era lo que, siendo una madre subrogada, no debía ni tenía que preocuparse.—¿Qué es lo que has hecho, Penélope? —se preguntó, apartando la mano de su rostro.Había sido una locura prometerle a Fénix ayudarla, y ahora, ¿qué iba a hacer? No tenía más opción que apresurar su siguiente embarazo. Para colmo de males, esa mañana, ocupada resolviendo los problemas de Fénix, no se había hecho las pruebas, por lo que tendría que regresar a la mañana siguiente.Era una complicación que no necesitaba, pero que, en un momento de debilidad, había asumido.Si su pasado no fuera ta
Penny esperaba una reacción del hombre tras su insulto, pero él ni siquiera la miraba. Sus ojos, protegidos por lentes oscuros, mostraban una expresión imperturbable, como si no hablaran el mismo idioma. Un escalofrío recorrió su columna vertebral; no sabía exactamente por qué, pero decidió ignorarlo.La actitud arrogante de Theo molestó a Apolo; nada le costaba disculparse con la mujer cuando era evidente que la distracción de su amigo la había empujado al piso. Pero, dada la condición de Theo, tras el agotador viaje y las pocas horas de sueño, lo mejor era alejarlo de allí para evitar un escándalo frente a las puertas de la clínica.—Será mejor que sigamos —dijo Apolo, colocando una mano firme sobre el hombro de Theo.Él apenas reaccionó, pero antes de dar el siguiente paso y alejarse de la mujer, le dedicó una breve y casi imperceptible mirada. Penny no lo notó debido a los grandes y oscuros lentes que él llevaba, pero Theo la miró con una mezcla de indiferencia y desprecio.—Vamos
Penny sintió que el mundo se desmoronaba al ver al hombre parado frente a ella. ¿Era Theo Xenakis? No, no, esto no podía ser. ¿Acaso se acababa de convertir en la portadora del hijo de ese hombre jodido y arrogante?Un nudo subió a su garganta mientras Theo Xenakis la miraba de una manera extraña. Penny no había olvidado su semblante frío desde la única vez que tuvieron la desdicha de encontrarse, pero nunca había tenido la oportunidad de mirarse en esos ojos oscuros como una noche sin luna.Theo se sorprendió al encontrarse con aquella mujer. Sin moverse del umbral de la puerta, intentó recuperarse de la impresión. De repente, no sabía qué sentir al verla. No sabía si debía agradecerle por su “noble” labor o sentir desprecio por su elección de profesión. Solo una mujer sin sentimientos y sin valores podía dedicarse a algo así: llevar a un bebé en el vientre por nueve meses y luego desprenderse de él sin ningún miramiento, dejándolo atrás con el suficiente dinero en el bolsillo para n
¿Felicidades…?Theodoros Xenakis no encontraba felicidad alguna en la noticia recibida. Todos los años que duró su matrimonio con Nereida, se imaginó este momento y lo feliz que sería el día que le dijeran que iba a ser padre. Incluso, en sus recuerdos, podía sentir y saborear la alegría de aquellos momentos. Ahora todo era distinto: no conocía a la mujer que llevaba a su hijo en el vientre y no quería conocerla. No había necesidad…«Ese hijo también es de Nereida, llevará su sangre. Será como tener un pequeño pedazo de ella. Piénsalo mejor, Theo. Ahora que te has decidido, ¿por qué tienes que vivir el proceso lejos de tu hijo? Ve forjando lazos afectuosos con él o ella, para que en el futuro no se sientan como dos desconocidos.»Las palabras de Apolo fueron un baldazo de agua fría para Theo, un golpe de realidad. Apolo tenía razón. Esa criatura llevaba la sangre de Nereida; era lo único que le quedaría de ella para el resto de sus días. Además, ya estaba hecho; nada iba a cambiarlo.
El estruendo de la tempestad iluminó la sala de la mansión Mavros aquella fría noche de noviembre, revelando dos figuras en la penumbra. Los relámpagos destellaban a través de las ventanas, dejando ver el rostro pálido de Eryx y la mirada severa de su esposa, Callista.—¿Qué has hecho, Eryx? —preguntó Callista con voz contenida sosteniendo una nota de deuda increíble.Eryx, con el semblante desencajado, parecía un hombre acorralado, como si lo persiguiera una manada de lobos. El color había abandonado su rostro, y su cuerpo temblaba levemente.—Lo siento, Callista, te juro que no fue mi intención —balbuceó mientras echaba una mirada nerviosa hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento la derribaran—. Intenté dejar el juego, pero fallé.—¿De qué estás hablando? —Callista retrocedió un paso, alejándose de su esposo cuando intentó tomarle la mano.Ellos no eran una pareja unida por amor, sino por un acuerdo comercial impuesto por su padre apenas unos meses antes de su muer
Theodoros escuchó el sonido de los pasos acercándose por el pasillo. No tuvo que esperar mucho; Callista se detuvo muy cerca, haciéndole saber que su tiempo privado con Nereida había terminado.—¿Cuánto tiempo más vas a continuar de esta manera? —La pregunta hizo arder su sangre. Apretó su mano en un puño, conteniendo el impulso de mandar a Callista lejos de allí.—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo —replicó, girándose lentamente. Su rostro era perfecto, como si los mismísimos dioses del Olimpo lo hubieran tallado en mármol. Así de pétreo.—Han pasado semanas...—¡Y podrán pasar años! ¡Nada cambiará! —gritó, perdiendo el control. Su esposa había muerto hacía dos meses, pero el dolor seguía tan vivo como el día en que el médico le informó de su deceso.Ese dolor lacerante le atravesaba el pecho como un puñal, la misma sensación que lo había invadido al descubrir que Nereida le había ocultado su enfermedad. La impotencia y el enojo corroían su corazón; no se había dado cuenta