Capítulo 1. Déjame vivir mi duelo

Theodoros escuchó el sonido de los pasos acercándose por el pasillo. No tuvo que esperar mucho; Callista se detuvo muy cerca, haciéndole saber que su tiempo privado con Nereida había terminado.

—¿Cuánto tiempo más vas a continuar de esta manera? —La pregunta hizo arder su sangre. Apretó su mano en un puño, conteniendo el impulso de mandar a Callista lejos de allí.

—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo —replicó, girándose lentamente. Su rostro era perfecto, como si los mismísimos dioses del Olimpo lo hubieran tallado en mármol. Así de pétreo.

—Han pasado semanas...

—¡Y podrán pasar años! ¡Nada cambiará! —gritó, perdiendo el control. Su esposa había muerto hacía dos meses, pero el dolor seguía tan vivo como el día en que el médico le informó de su deceso.

Ese dolor lacerante le atravesaba el pecho como un puñal, la misma sensación que lo había invadido al descubrir que Nereida le había ocultado su enfermedad. La impotencia y el enojo corroían su corazón; no se había dado cuenta de la gravedad de la situación, creyendo ingenuamente que su mundo era perfecto. Había sido un completo idiota.

—A Nereida no le habría gustado verte así, Theodoros. Ella se enamoró de tu fuerza, de tu gallardía y de tu inquebrantable deseo de superación. No la defraudes. Cumple con su último deseo.

—¡Lo que me pides es inconcebible! ¡El cuerpo de Nereida ni siquiera ha terminado de enfriarse en su tumba! ¡Ni siquiera me has permitido vivir mi duelo!

—Theo...

—Cada vez que se fueron de viaje, me mintieron, Callista. Tal vez no habría cambiado el final, pero al menos me habría gustado estar con ella, ¡sostener su mano cada vez que se sometía a los tratamientos! —Theo no se molestó en controlar su tono. Quería que Callista supiera exactamente cómo se sentía.

—Ya lo has dicho, Theo. Nada iba a cambiar el destino de Nereida; sin embargo, le prometiste en su lecho de muerte que cumplirías con su última voluntad.

Theodoros se apartó cuando la mano de Callista se posó sobre su hombro, alejándose de su toque.

—Esto parece más un deseo tuyo que de la propia Nereida —replicó, mirándola con reproche—. No dudo que fuiste tú quien la convenció de incluir esa cláusula en el testamento. Le llenaste la cabeza de ilusiones y lograste arrancar de mis labios un juramento que no deseaba hacer —le recriminó, con el rostro encendido por la ira. Sus palabras obligaron a Callista a retroceder.

—Cuando viniste a pedirme la mano de Nereida, me prometiste cuidarla, amarla y cumplir todos los anhelos de su corazón. ¿Lo has olvidado, Theo?

Callista no se molestó en acercarse de nuevo al viudo de su sobrina.

—No.

Theodoros Xenakis jamás podría olvidar cada promesa que le hizo a su joven esposa. Cuando conoció a Nereida, pensó que era inalcanzable, como una estrella en el cielo. Nunca habría imaginado que se fijaría en él, un simple empleado de Mavros Technologies.

El dolor volvió a lacerar su corazón, obligándolo a contener los recuerdos. Debía serenarse.

—Te entregué todo, Theo: la fortuna y la joya más preciada de la familia Mavros —Callista no iba a rendirse. Estaba decidida a recordarle lo que estaba en juego, sin remordimientos. No permitiría que el legado de su familia muriera con Nereida.

—Déjame vivir mi duelo, Callista —pronunció con cansancio—. Hablaremos después.

Sin esperar respuesta de su tía política, abandonó la sala. No era la primera vez que Callista tocaba el tema, y sabía que tampoco sería la última. La conocía demasiado bien como para no saber que este sería el cuento de nunca acabar. No obstante, estaba decidido a resistir todo lo que fuera posible.

Theo se dirigió a las instalaciones de Mavros Technologies. El trabajo era lo único que lo distraía del dolor y, al mismo tiempo, lo mantenía alejado de Callista.

—¿Siguen los problemas en casa? —preguntó Apolo, su abogado y mejor amigo, mientras dejaba el contrato que estuvo revisando sobre el escritorio.

—Sí. Y seguirán mientras no acceda a cumplir con la última voluntad de Nereida —Theo se levantó de la silla, caminó hasta el minibar y llenó dos vasos con licor.

—¿Estás decidido a no cumplirla?

La mano de Theo apretó con fuerza el cristal.

—No es fácil tomar una decisión como esa, Apolo. Sinceramente, no estoy, ni me siento preparado para ser padre en estos momentos.

—Conoces a Callista; no quitará el dedo del renglón hasta convencerte.

—No hay manera de que lo consiga. Soy yo quien decide, no ella.

Apolo negó con la cabeza y bebió un sorbo de su bebida, ignorando la quemazón en su garganta.

—Yo que tú, lo pensaría mejor. Callista fue como una madre para Nereida; dedicó los últimos veinte años de su vida a cuidarla y protegerla como lo más valioso.

—¡Lo sé! Entiendo que la tragedia de su familia la marcó profundamente, y que quiera preservar su linaje, pero no voy a permitir que dirija mi vida. ¿Qué le diré a ese niño cuando pregunte por su madre? No, Apolo. Ser padre debe ser una elección, no una obligación.

Apolo se quedó en silencio por un momento, sopesando las palabras de su amigo. Sabía que Theo estaba atravesando un dolor inmenso, pero también sabía que el último deseo de Nereida no era algo que se pudiera tomar a la ligera. Callista no descansaría hasta ver cumplido el juramento que Theo hizo junto al lecho de muerte de su esposa.

—Nadie puede obligarte a ser padre, Theo. Pero quizá, con el tiempo, lo veas de otra manera. —Apolo se levantó, dejando el vaso vacío sobre el escritorio—. Por ahora, lo mejor será que te tomes tu tiempo.

Theo asintió, pero en su interior sabía que la presión de Callista no cesaría. Y aunque su dolor seguía tan fresco como el día que Nereida partió, el futuro se vislumbraba incierto. La promesa que había hecho lo perseguiría siempre, y tarde o temprano tendría que enfrentar lo inevitable.

Las siguientes semanas aprovechó los viajes y reuniones de negocios para estar el menor tiempo posible en casa. Con éxito y esfuerzo, consiguió no cruzarse con Callista ni por accidente, consciente de que eso no iba a durar para siempre.

Theo no estaba equivocado y aquella noche, justo cuando se cumplían cuatro meses de la partida de Nereida, no pudo esquivar más al destino. Callista lo esperaba sentada en el sillón de la sala, iluminada por la tenue luz de la luna filtrándose por el ventanal.

—Te he estado esperando, Theo —murmuró, encendiendo las lámparas de la sala. Callista tenía una copa de vino en la mano y decisión en la mirada.

Theo dejó el portafolios sobre el sillón a su lado, se aflojó la corbata, pero no se sentó. Su mirada se desvió al enorme cuadro de Nereida, una pintura que capturó para siempre su hermosa sonrisa. El dolor atravesó su corazón, empujándolo lejos de él; prestó atención a Callista.

—Te he dado tiempo —expresó, dejando la copa de vino sobre la mesa de noche y poniéndose de pie para no estar en desventaja frente a Theo—. He dejado que huyas y he fingido no darme cuenta de que lo haces, pero ya no puedo esperar más tiempo.

—Basta, Callista; esto no va a llevarnos a ninguna parte, ¿lo entiendes?

—Tienes razón; hay muchas maneras de conseguir cumplir el deseo de Nereida, y si no eres tú, puedo elegir al hombre que se convertirá en el padre de su hijo.

La ira burbujeó como la espuma de las olas del mar Egeo.

—¿De qué estás hablando?

—No voy a rogarte más, Theo. Le hiciste una promesa a mi sobrina que no estás interesado en cumplir...

Theo apretó los puños, conteniéndose para no explotar.

—Ser padre es una elección, Callista, y sí, era el sueño de mi vida formar una familia con Nereida, pero gracias a que me mintieron todo el tiempo, ni siquiera supe de su enfermedad. ¿Cómo esperas que me sienta al respecto? Desde su enfermedad hasta el procedimiento de vitrificación de ovocitos fueron desconocidos para mí. ¿Cómo esperas que me tome todo con fría calma?

—Su enfermedad comenzó antes de que ustedes dos se casaran, Theo. Ella decidió guardar y congelar sus óvulos antes de someterse a la primera quimioterapia.

—¿Y esperas que eso me haga sentir mejor? —cuestionó con los ojos encendidos por el enojo—. Éramos novios, íbamos a casarnos. Tenía todo el maldito derecho a saber lo que pasaba con Nereida...

—Ella no quería verte sufrir, ¿por qué no lo entiendes?

Respirando profundamente, Theo trató de relajarse. Esta era una discusión perdida. Amaba con todo su ser a Nereida, pero eso no cambiaba el hecho de que le había mentido y, encima, le había hecho prometer que cumpliría su última voluntad. Tontamente había aceptado sin imaginar de qué se trataba hasta la lectura del testamento.

—Voy a liberarte de esa promesa, Theodoros —pronunció Callista con fría calma.

—¿Qué? —la confusión se dibujó en el rostro de Theo. Evidentemente, no esperaba esas palabras, no con la insistencia que casi lo vuelve loco.

—He enviado los óvulos de Nereida a los Estados Unidos. Una clínica en California será la encargada de elegir al hombre que va a convertirse en el padre de ese niño…

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