En un país donde la nieve nunca deja de caer, Alexander Frost, un multimillonario de renombre y el hombre más influyente de la región, enfrenta una presión inusual: debe encontrar una pareja adecuada antes de fin de año para asegurar un acuerdo empresarial crucial que consolidará su imperio. Alexander, acostumbrado a controlar cada aspecto de su vida, no esperaba que su destino cambiara en vísperas de Navidad. Durante una visita a la pista de hielo más famosa de la ciudad, un desafortunado choque lo lleva a caer al suelo junto a una joven misteriosa. Los dos, enredados y cubiertos de nieve, se miran fijamente, incapaces de apartar la vista. Ella, con un encanto natural y una sonrisa desarmante, despierta algo en Alexander que no había sentido en años. Sin embargo, lo que comienza como un encuentro casual pronto se convierte en un conflicto inesperado. Tiempo después, Alexander descubre que ella no es una mujer cualquiera: se trata de Celeste Arden, la hija menor del hombre que ha sido su rival de toda la vida. Dividido entre sus sentimientos nacientes y su lealtad a su familia, Alexander deberá decidir si arriesgarlo todo por un amor imposible o seguir las reglas que siempre lo han guiado. Con la magia de la Navidad envolviéndolos, el frío del invierno y los secretos familiares amenazando con separarlos, ¿podrá Alexander derribar las barreras del pasado para escribir una nueva historia con Celeste?
Leer másLa confesión dejó a Alexander en silencio por un instante. La sinceridad en los ojos de Aurora no dejaba espacio para la duda. Sin embargo, ayudarla significaba involucrarse en algo que podría complicar aún más la ya delicada situación política de su familia.—¿Quién es este comerciante? —preguntó Alexander, apoyándose en el respaldo de la silla.—Se llama Rashid Al-Nadir. Es un hombre despiadado, conocido por su conexión con el mercado negro y su lealtad a Samir Arden. Mi padre le pidió dinero cuando nuestras cosechas fallaron, pero ahora no podemos devolverlo. Rashid amenazó con tomar nuestra casa… y algo más si no cumplimos.Alexander apretó los labios. Había escuchado el nombre de Rashid antes, pero nunca se había enfrentado directamente a él. La idea de que este comerciante estuviera vinculado con su enemigo más grande lo llenó de un peculiar interés.—Si te ayudo —dijo lentamente, inclinándose hacia adelante —no habrá vuelta atrás. Trabajarás para mí, Aurora. Harás lo que sea ne
Los muebles eran escasos, pero ordenados, y sobre una mesa de madera había un tazón con frutas frescas.—No está aquí, mi señor —dijo uno de los soldados, volviendo con las manos vacías.Alexander apenas reaccionó. Sus ojos se posaron en una figura que había permanecido inmóvil al fondo de la estancia, una mujer. Era completamente distinta a la que recordaba, pero había algo en ella que lo detuvo en seco. Sus ropas eran sencillas, un vestido de lino que apenas se ceñía a su figura, y su cabello estaba recogido en un moño descuidado. Sus ojos, sin embargo, lo miraban con una mezcla de desafío y temor. —¿Quién eres tú? —pregunto Alexander, su voz gélida.La mujer no respondió de inmediato. En lugar de eso, dio un paso adelante, y la tenue luz de la vela reveló un rostro familiar pero diferente. Alexander frunció el ceño, intentando descifrar lo que estaba viendo. Había algo en sus rasgos que le resultaba inquietamente conocido.—Soy aurora, mi señor. ¿Puedo saber que está buscando? —fi
Las palabras del cautivo, aunque fragmentadas y entrecortadas, ofrecieron pistas que el príncipe interpretó como claves para resolver el enigma que lo atormentaba. Sin embargo, el misterio en torno a aquella bailarina seguía siendo un velo oscuro que Alexander no lograba descorrer. La obsesión por encontrarla no solo ocupaba sus pensamientos, sino que también alimentaba su creciente desesperación. El príncipe Alexander, heredero del trono, era conocido por su determinación y porte autoritario. Su sola presencia bastaba para imponer silencio y respeto en cualquier instancia, pero bajo su máscara de poder, se escondía una inquietud que lo consumía.La captura de aquel prisionero había sido un movimiento calculado, un intento por descifrar los retazos de información que le permitirán hallar la mujer que se había convertido en su obsesión. No sabía si era por su enigmática danza o por los secretos que parecía esconder, pero Alexander sentía que su búsqueda iba más allá de un simple capric
—Por ahora, sí. Pero asegúrate de que nuestras alianzas dentro del consejo estén listas. Cuando llegue el momento, debemos actuar rápido.En ese instante, un sirviente entró al salón donde los príncipes conversaban, inclinándose profundamente antes de hablar.—Príncipe Zafir, Príncipe Kael, el rey desea vuestra presencia en la sala del consejo.Ambos hermanos intercambiaron una mirada significativa. Aunque la convocatoria era rutinaria, sabían que cualquier encuentro con el rey era una oportunidad para avanzar en su propia agenda.Mientras se dirigían juntos al consejo, Kael rompió el silencio.—Alexander puede ser el favorito ahora, pero el trono no está asegurado para él. Nosotros también tenemos sangre real, y no me detendré hasta que lo vea caer.Zafir asintió, satisfecho con la determinación de su hermano.—Ni yo, Kael. Pero recuerda, no se trata solo de fuerza; se trata de jugar el juego mejor que él.La rivalidad entre los hermanos ardía como un fuego que ninguno parecía dispue
—Así que eres parte del grupo de bailarinas, ¿eh? ¿Qué intentabas hacer, escapar antes de que te encontráramos? —preguntó Alexander, su tono era peligroso, gélido.El hombre en el suelo tembló ligeramente, pero no dijo nada. Sus labios estaban apretados, como si temiera que cualquier palabra pudiera sellar su destino.—Habla. No tengo paciencia para juegos. ¿Quién eres y qué haces aquí? —exigió Alexander, dando un paso al frente. Su figura imponente parecía agrandarse con cada palabra.El hombre vaciló, pero finalmente alzó la vista con esfuerzo. Su voz era débil, pero sus palabras estaban cargadas de nerviosismo.—Mi señor... solo soy un sirviente. Vine con las bailarinas para ayudar a transportar el equipo. No sé nada de lo que buscan.Alexander soltó una risa seca, llena de incredulidad.—¿Un sirviente? ¿Eso es lo mejor que puedes decir? Un sirviente no intenta escapar en medio de la noche, especialmente después de un incidente como el de hoy.El hombre bajó la mirada de nuevo, inca
—¿Crees que han descubierto que es Celeste quien ofendió al príncipe? —insistió Arley, con los ojos muy abiertos. El nombre de Celeste era un peso peligroso que no se atrevía a pronunciar en voz alta, pero no podía evitarlo.Rafif cerró los ojos con fuerza por un instante, apretando los puños. La mención de Celeste lo hizo sentir como si estuviera al borde de un abismo.—No hables de eso, Arley. Por Alá, Celeste, ¿en qué lío me has metido esta vez? —murmuró, más para sí mismo que para su asistente. Su voz estaba impregnada de una mezcla de frustración y temor.Sabía que el príncipe Alexander no era un hombre que perdonara fácilmente, y mucho menos cuando su orgullo estaba en juego. Rafif sentía que cada segundo que pasaba era un paso más hacia el desastre. Si descubrían que Celeste era la responsable, él sería el siguiente en enfrentar la ira del príncipe.El sonido de botas resonando en el pasillo interrumpió el susurro entre ambos hombres. Rafif se enderezó al instante, y su rostro a
Sin más palabras, Alexander salió de la sala con Stiff siguiéndolo de cerca. Aunque había concluido que la culpable ya no estaba allí, su ira no se había disipado. Sabía que aquella mujer, la bailarina que había osado enfrentarlo, estaba en algún lugar, riéndose de él. Y Alexander no era un hombre que aceptara ser desafiado sin consecuencias—Encuentra a esa mujer, Stiff, y tráela ante mí. No importa cuánto tarde ni cuánto cueste, quiero respuestas.Mientras las puertas de la sala se cerraban tras él, las bailarinas suspiraron aliviadas. Pero Rafif, que las conocía mejor que nadie, no pudo evitar notar que el miedo seguía grabado en sus rostros. Aunque el príncipe se había ido, la amenaza de su regreso colgaba sobre ellas como una nube oscura, y ninguna de ellas se sentía completamente a salvo.Alexander irrumpió en su habitación, cerrando la puerta de golpe con tal fuerza que el sonido reverberó por los muros de mármol. Su pecho subía y bajaba con violencia, no tanto por el esfuerzo f
—Lo hiciste lo mejor que pudiste, Celeste. Esos planos son una obra maestra. Pero competir contra el rey Salim... eso es un riesgo enorme, incluso para los Arden —Tabat la miró con seriedad. Celeste asintió.—Lo sé, Tabat. Pero si no lo intentamos, ¿Qué clase de legado dejaremos? Este proyecto no es solo para nosotros. Es para demostrar que los Arden no se rinden ante nadie, ni siquiera ante un rey.Cuando llegaron a la entrada principal, la vista de la residencia familiar les devolvió algo de confianza. Era un edificio grandioso, con cúpulas de mármol y patios adornados con fuentes que parecían reflejar el cielo. Los trabajadores iban y venían, y los camellos cargados con mercancías descansaban en las sombras de las palmeras. Era un espectáculo de actividad y orden, una representación perfecta del imperio que Ibrahim había construido.Dentro, la conversación sobre la licitación dominaba el ambiente. Los hermanos de Celeste discutían estrategias en la gran sala de reuniones, cada uno
Tabat era un joven de complexión delgada, con ojos vivaces y una sonrisa que siempre estaba a punto de transformarse en una carcajada. Aunque podía ser travieso y en ocasiones insoportablemente sarcástico, para Celeste era como un hermano. Era el único que soportaba su temperamento y, en más de una ocasión, la había salvado de situaciones complicadas.—¿Esperándome? ¿Aquí afuera, con este calor infernal? —preguntó Celeste, todavía tratando de calmarse. Su tono era entre incrédulo y molesto, pero en el fondo estaba aliviada de verlo.—Por supuesto. ¿Qué clase de amigo sería si te dejara escapar sola? Aunque debo decir que tardaste más de lo esperado. Pensé que habían descubierto tu pequeña actuación y que estarías en una celda para ahora —Tabat cruzó los brazos, fingiendo indignación.Celeste lo miró con una mezcla de frustración y cariño. A pesar de su actitud despreocupada, Tabat siempre había sido confiable en los momentos cruciales.—No fue tan sencillo como lo planeamos. Hubo un...