Decidió cambiar de ruta. Con un movimiento repentino, giró en una dirección distinta a la que tenía en mente originalmente. Sus sentidos estaban en alerta máxima. No podía confiar en las indicaciones de Nayla y, en el fondo de su corazón, sabía que la única forma de sobrevivir era seguir su propia intuición.El sonido de pisadas ocultas en la distancia confirmó sus temores. La emboscada era real. Si hubieran seguido el camino indicado, habrían caído en manos de los guerreros que los aguardaban. Con el pulso acelerado, Tabat se apresuró a encontrar otra salida. No dejaría que Nayla los condenara.El camino que Tabat tomó se tornaba cada vez más inhóspito. La senda serpenteaba entre formaciones rocosas irregulares, cuyos filos afilados parecían cuchillas esculpidas por el tiempo. La luz de la luna apenas alcanzaba a filtrarse entre los altos peñascos, proyectando sombras alargadas y amenazantes sobre el suelo cubierto de piedras sueltas.A medida que avanzaban, el aire se volvía más frí
La tensión en el aire era palpable, y sus manos descansaban sobre las empuñaduras de sus espadas, listas para desenvainarse en cualquier momento.No tardaron en encontrarse con un grupo de guerreros apostados en la intersección de los túneles. Los soldados, al reconocer a los príncipes, se arrodillaron de inmediato, inclinando la cabeza en señal de respeto. Sus rostros permanecían imperturbables, pero en el fondo de sus ojos ardía una chispa de inquietud. Sabían que la presencia de Alexander y Kael complicaba su misión secreta.—¿Qué hacen aquí? —preguntó Kael con tono severo, cruzándose de brazos mientras inspeccionaba a los guerreros con desconfianza.Uno de los soldados, quien parecía estar a cargo, levantó la mirada con cautela antes de responder.—Mi señor, estamos patrullando los pasadizos para asegurar la seguridad del palacio —dijo con firmeza, eligiendo sus palabras con precisión.Alexander entrecerró los ojos. Había algo en la postura rígida de los hombres que no le terminab
Sin necesidad de pronunciar una palabra, un leve movimiento de su mano bastó para que el guerrero comprendiera lo que debía suceder. Cassius, quien permanecía a su lado como un fiel guardián, asintió imperceptiblemente.—Puedes retirarte… Cassius te recompensará por tu esfuerzo, tal como te lo había prometido —dijo Nayla con voz serena, su tono impecable, pero carente de toda emoción.El guerrero, que había confiado en sus palabras, esbozó una leve sonrisa de alivio antes de inclinar la cabeza una vez más.—Gracias, mi señora…Cassius lo acompañó fuera del palacio en completo silencio. La noche los envolvía con su manto oscuro, y el aire helado soplaba entre las columnas de mármol. Caminaron por un sendero apartado, donde las sombras se alargaban como espectros en la penumbra. Cuando consideró que estaban lo suficientemente lejos, Cassius se detuvo en seco.El guerrero apenas tuvo tiempo de volverse antes de que el brillo acerado de una espada destellara en la oscuridad. Cassius actuó
Cuando la entregó a su padre, cubierto de sangre y con el pecho agitado por la batalla, el emir lo observó en silencio durante un largo instante. Entonces, sin decir palabra, deslizó un anillo pesado de su dedo y lo puso en la mano de Azharel.—A partir de hoy, el Clan Lobo Blanco te pertenece —dijo con solemnidad.Azharel miró la joya. Era el emblema del liderazgo, la prueba de que ahora era el alfa de su gente. No pidió explicaciones. Simplemente aceptó el destino que le habían entregado.Desde ese día, su nombre fue temido y respetado por igual. Convirtió a los suyos en un ejército imparable, asegurando la supervivencia de su pueblo en un mundo donde la muerte siempre acechaba.Pero los años pasaron, y con ellos llegaron nuevos desafíos.Nizarah creció, convirtiéndose en una mujer de belleza salvaje y mirada afilada. Pero su destino no estaba en las montañas. Cuando el rey Salim propuso una tregua entre los reinos, el padre de Nizarah accedió a entregarla como concubina a su corte.
Alexander Frost se encontraba sentado en el salón principal de un palacio imponente, rodeado por un círculo de asesores que debatían fervientemente sobre el tema más delicado que había enfrentado en su vida, la sucesión al trono. La tensión en la sala era palpable, y las miradas de los presentes se dirigían hacia él con una mezcla de expectación y recelo. Frost, un hombre de porte altivo y mirada penetrante, escuchaba en silencio mientras cada consejero exponía su punto de vista sobre el camino que debía seguir para asegurar su lugar como heredero legítimo.Era un desafío monumental. Aunque Alexander era hijo del rey Salim Haziz Noury, su posición siempre había estado en entredicho. Su madre, Sulema McQuillan, una mujer de origen extranjero cuya belleza y elegancia habían conquistado al poderoso monarca del desierto, era constantemente objeto de desprecio por parte de las otras esposas del rey. Sulema no era una mujer común; su presencia había sido tan poderosa que no solo había gana
Sin embargo, había algo más en ella, un fuego interno, una intensidad que la hacía irresistible.—Nayla —dijo Alexander con una mezcla de sorpresa y diversión mientras cerraba la puerta detrás de él —¿Qué haces aquí? ¿Sabes que mi padre podría convocarme en cualquier momento?Nayla se levantó con gracia, sus movimientos fluidos como el agua. Se acercó a él, dejando que el suave aroma de jazmín que emanaba de su piel llenara el espacio entre ellos.—Mi príncipe, los deberes pueden esperar unos minutos. Pensé que quizás necesitabas relajarte antes de enfrentarte a las preocupaciones del reino —respondió con una sonrisa enigmática, sus ojos oscuros brillando con picardía.Alexander suspiró, consciente de que Nayla tenía un poder innegable sobre él. No solo era hermosa; tenía una presencia magnética que hacía que cualquier hombre se sintiera como si el resto del mundo dejara de importar en su compañía. Aunque sabía que el tiempo apremiaba, no pudo resistirse.—Sabes que siempre encuentro
Eres como el agua en este desierto interminable, Nayla —dijo Alexander con un susurro ronco, aunque en el fondo sabía que sus palabras, aunque verdaderas en ese instante, no eran más que momentáneas. Para él, Nayla era un placer pasajero, alguien que lo hacía olvidar, aunque fuera por un momento, las intrigas palaciegas y la carga del destino que lo esperaba.Ella, sin embargo, interpretó esas palabras de una manera diferente. Cada gesto de afecto, cada palabra que salía de los labios del príncipe, la fortalecía en su determinación. Nayla sabía que él no la amaba, pero eso no la detendría. Era paciente y astuta; su objetivo no era capturar su corazón, sino su corona.Entre suspiros y caricias, el tiempo en aquel baño pareció detenerse. Las gotas de agua resbalaban por sus cuerpos entrelazados, y el sonido de la fuente se mezclaba con sus respiraciones entrecortadas. Cada movimiento era una danza cuidadosamente coreografiada, un intercambio de poder y pasión donde ambos obtenían algo d
Siempre encontraba formas de sembrar discordia con palabras suaves, pero venenosas.El menor de los hermanos, Faris, tenía una expresión que delataba su impaciencia. Sus cejas estaban ligeramente fruncidas, y sus dedos tamborileaban contra la copa de cristal que sostenía. Faris era impulsivo, con una personalidad apasionada que a menudo lo hacía parecer inmaduro frente a los demás, pero su resentimiento hacia Alexander era evidente. Para él, el mestizaje de Alexander y su creciente influencia eran recordatorios de su propia inseguridad.Alexander se acercó a ellos con una sonrisa que no llegó a tocar sus ojos. Sabía que cada uno lo evaluaba con recelo y que cualquier palabra dicha sería analizada cuidadosamente.—Hermanos, parece que esta noche promete ser interesante, —dijo Alexander, su voz calmada y firme, mientras tomaba una copa de vino que un sirviente le ofrecía.Kareem se giró hacia él, levantando ligeramente la copa en un gesto que era mitad saludo, mitad desafío.—Interesant