Siempre encontraba formas de sembrar discordia con palabras suaves, pero venenosas.
El menor de los hermanos, Faris, tenía una expresión que delataba su impaciencia. Sus cejas estaban ligeramente fruncidas, y sus dedos tamborileaban contra la copa de cristal que sostenía. Faris era impulsivo, con una personalidad apasionada que a menudo lo hacía parecer inmaduro frente a los demás, pero su resentimiento hacia Alexander era evidente. Para él, el mestizaje de Alexander y su creciente influencia eran recordatorios de su propia inseguridad.
Alexander se acercó a ellos con una sonrisa que no llegó a tocar sus ojos. Sabía que cada uno lo evaluaba con recelo y que cualquier palabra dicha sería analizada cuidadosamente.
—Hermanos, parece que esta noche promete ser interesante, —dijo Alexander, su voz calmada y firme, mientras tomaba una copa de vino que un sirviente le ofrecía.
Kareem se giró hacia él, levantando ligeramente la copa en un gesto que era mitad saludo, mitad desafío.
—Interesante, ciertamente. Aunque me sorprende que te tomes tiempo para disfrutar del patinaje, Alexander. Pensé que estarías ocupado planeando cómo consolidar tu... posición.
Alexander no perdió la compostura. Dio un pequeño sorbo al vino y respondió con una ligera inclinación de la cabeza.
—Los placeres simples también tienen su lugar, Kareem. Pero supongo que para algunos, relajarse es un lujo que no pueden permitirse.
Amir intervino antes de que Kareem pudiera replicar, su tono suave pero cargado de intención.
—Es curioso cómo siempre encontramos formas de medirnos incluso en las ocasiones festivas. Aunque, claro, no todos tenemos la misma carga sobre los hombros, ¿verdad? Algunos llevan más expectativas... y otros, más dudas.
El comentario cayó como una piedra en un estanque. Faris, sin embargo, soltó una risa corta, interrumpiendo el momento.
—Vamos, Amir, no hagas esto más aburrido de lo que ya es. Si Alexander tiene tiempo para las festividades, tal vez tú también deberías relajarte un poco. Aunque, claro, todos sabemos que él siempre parece encontrar tiempo para todo, ¿no es así, hermano?
Faris lo miró con una mezcla de sarcasmo y desafío, pero Alexander mantuvo la calma.
—Supongo que el secreto está en mantener las prioridades claras, Faris. Quizás deberías intentarlo alguna vez.
La tensión se volvió palpable, pero antes de que la conversación pudiera intensificarse, la música cambió, señalando el inicio del espectáculo. Los hermanos dirigieron sus miradas hacia la pista de hielo que se había instalado en el centro del salón. A pesar de sus diferencias, todos sabían que cualquier disputa abierta en público sería vista como una debilidad, algo que ninguno de ellos podía permitirse.
Mientras los patinadores realizaban piruetas y giros sobre el hielo, las miradas de los hermanos continuaban cruzándose de vez en cuando. La rivalidad entre ellos era como el hielo bajo los pies de los artistas lisa y brillante en la superficie, pero traicionera y peligrosa si no se pisaba con cuidado.
Alexander, sin embargo, no se dejó perturbar. Sabía que esa noche era solo una pequeña escena en el gran teatro de su lucha por el poder. Observó a sus hermanos y se prometió a sí mismo que encontraría la manera de superarlos, sin importar cuánto tiempo tomara.
El espectáculo en la pista central había llegado a su clímax. Los artistas, tras realizar una última pirueta sincronizada, culminaron su actuación con una reverencia profunda hacia el rey Salim y los nobles reunidos. Una ola de aplausos llenó el gran salón, liderada por el propio rey, quien se levantó de su trono con una sonrisa amplia y satisfecha, aplaudiendo con entusiasmo.
—¡Maravilloso! ¡Una actuación digna de ser recordada! —exclamó el rey, su voz resonando por toda la sala.
Siguiendo su ejemplo, los presentes se levantaron también, algunos con genuina admiración, otros simplemente por cortesía. Entre ellos, los príncipes se miraron con expresiones que oscilaban entre la indiferencia y la impaciencia. Kareem, con los brazos cruzados, apenas disimuló un bufido.
—Nuestro padre tiene una debilidad evidente por estas demostraciones, ¿no es así? —murmuró Amir, inclinándose hacia Alexander.
—No es debilidad. Es simple gusto por el arte, —respondió Alexander, aunque en su tono había un rastro de ironía. Faris, mientras tanto, rodó los ojos y regresó a su copa, claramente más interesado en el vino que en el espectáculo.
De repente, un sonido agudo rompió el murmullo general: el llamado de una trompeta. La música pausó abruptamente, y las conversaciones se extinguieron en cuestión de segundos. Todos dirigieron su atención a la pista, donde una figura femenina apareció desde las sombras, caminando con gracia hacia el centro del espacio iluminado.
La bailarina llevaba un vestido que parecía moverse con vida propia. La parte inferior era una falda amplia, decorada con intrincados bordados dorados que reflejaban la luz, mientras que una faja con pedrería adornaba su cintura, destacando su silueta con elegancia. La parte superior de su atuendo consistía en una blusa ajustada que dejaba entrever sus movimientos musculares, cubierta parcialmente por una delicada tela translúcida que envolvía su rostro como un velo, ocultando su identidad y otorgándole un aire de misterio.
La música comenzó suavemente, un ritmo lento marcado por tambores profundos y cuerdas tensas. La bailarina, con una espada delgada y brillante en cada mano, inició su actuación. Sus movimientos eran precisos, casi hipnóticos, mientras manejaba las espadas con una destreza impecable. Giró sobre sí misma, las espadas trazando arcos plateados en el aire, reflejando la luz de los candelabros que colgaban sobre la pista. Cada paso parecía cuidadosamente calculado, cada giro una mezcla de fuerza y gracia.
El público observaba con fascinación. Sus movimientos eran tan fluidos como el agua, pero con la fuerza de una tormenta desatada. A medida que la música crecía en intensidad, la bailarina saltó, giró y se agachó, utilizando las espadas no solo como armas, sino como extensiones de su propio cuerpo. La tela de su falda giraba a su alrededor como un remolino dorado, mientras el velo que cubría su rostro ondulaba con cada giro, dejando entrever fugazmente sus ojos, brillantes y enfocados.
El clímax de la actuación llegó cuando la bailarina avanzó hacia el rey Salim. Sus pasos eran firmes y decididos, pero su movimiento seguía siendo parte de la danza. La sala entera contuvo el aliento.
Frente al trono, la mujer realizó una serie de giros rápidos, las espadas trazando figuras casi imposibles en el aire. Luego, con un movimiento final, extendió sus brazos hacia el rey, como si ofreciera una ofrenda silenciosa de su arte.En un instante, un giro inesperado ocurrió. Al intentar realizar un movimiento especialmente complicado, la bailarina perdió ligeramente el equilibrio. La sala entera jadeó cuando, en lugar de recuperar su postura como muchos esperaban, la mujer cayó hacia adelante... directamente en el regazo de Alexander, quien estaba sentado cerca del trono.El príncipe, sorprendido, extendió las manos para detener la caída, sosteniéndola suavemente por los hombros. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. La bailarina levantó la mirada, y sus ojos, intensos y llenos de emoción, se encontraron con los de Alexander. El velo que cubría parcialmente su rostro se deslizó un poco, revelando sus labios entreabiertos por la sorpresa.—Disculpe, Su Alteza... —murmuró e
Por primera vez, sintió que no estaba preparada para lo que seguía. La tensión en el aire era palpable mientras el sol se ocultaba detrás de las dunas, tiñendo el horizonte de tonos dorados y anaranjados. Celeste Arden respiraba con dificultad, su mente trabajando a toda velocidad para calcular el próximo paso. Sabía que lo que había hecho en la pista de baile era un riesgo enorme, pero las verdaderas intenciones que la habían llevado al palacio superaban cualquier temor, robar los documentos de la licitación que cambiarían el curso de un lucrativo proyecto. Si lograba su objetivo, podría asegurarse un futuro lejos de los planes que otros habían trazado para ella.La idea de un matrimonio forzado con un hombre desconocido era un destino más aterrador que el propio príncipe Alexander, quien ahora la mantenía acorralada en el balcón. El aire cálido del desierto no hacía más que aumentar la presión de la situación.—Si me disculpa, Majestad, debo reunirme con mis amigas y volver a mis ti
Alexander Frost se encontraba sentado en el salón principal de un palacio imponente, rodeado por un círculo de asesores que debatían fervientemente sobre el tema más delicado que había enfrentado en su vida, la sucesión al trono. La tensión en la sala era palpable, y las miradas de los presentes se dirigían hacia él con una mezcla de expectación y recelo. Frost, un hombre de porte altivo y mirada penetrante, escuchaba en silencio mientras cada consejero exponía su punto de vista sobre el camino que debía seguir para asegurar su lugar como heredero legítimo.Era un desafío monumental. Aunque Alexander era hijo del rey Salim Haziz Noury, su posición siempre había estado en entredicho. Su madre, Sulema McQuillan, una mujer de origen extranjero cuya belleza y elegancia habían conquistado al poderoso monarca del desierto, era constantemente objeto de desprecio por parte de las otras esposas del rey. Sulema no era una mujer común; su presencia había sido tan poderosa que no solo había gana
Sin embargo, había algo más en ella, un fuego interno, una intensidad que la hacía irresistible.—Nayla —dijo Alexander con una mezcla de sorpresa y diversión mientras cerraba la puerta detrás de él —¿Qué haces aquí? ¿Sabes que mi padre podría convocarme en cualquier momento?Nayla se levantó con gracia, sus movimientos fluidos como el agua. Se acercó a él, dejando que el suave aroma de jazmín que emanaba de su piel llenara el espacio entre ellos.—Mi príncipe, los deberes pueden esperar unos minutos. Pensé que quizás necesitabas relajarte antes de enfrentarte a las preocupaciones del reino —respondió con una sonrisa enigmática, sus ojos oscuros brillando con picardía.Alexander suspiró, consciente de que Nayla tenía un poder innegable sobre él. No solo era hermosa; tenía una presencia magnética que hacía que cualquier hombre se sintiera como si el resto del mundo dejara de importar en su compañía. Aunque sabía que el tiempo apremiaba, no pudo resistirse.—Sabes que siempre encuentro
Eres como el agua en este desierto interminable, Nayla —dijo Alexander con un susurro ronco, aunque en el fondo sabía que sus palabras, aunque verdaderas en ese instante, no eran más que momentáneas. Para él, Nayla era un placer pasajero, alguien que lo hacía olvidar, aunque fuera por un momento, las intrigas palaciegas y la carga del destino que lo esperaba.Ella, sin embargo, interpretó esas palabras de una manera diferente. Cada gesto de afecto, cada palabra que salía de los labios del príncipe, la fortalecía en su determinación. Nayla sabía que él no la amaba, pero eso no la detendría. Era paciente y astuta; su objetivo no era capturar su corazón, sino su corona.Entre suspiros y caricias, el tiempo en aquel baño pareció detenerse. Las gotas de agua resbalaban por sus cuerpos entrelazados, y el sonido de la fuente se mezclaba con sus respiraciones entrecortadas. Cada movimiento era una danza cuidadosamente coreografiada, un intercambio de poder y pasión donde ambos obtenían algo d