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4. Danza de Intrigas

Siempre encontraba formas de sembrar discordia con palabras suaves, pero venenosas.

El menor de los hermanos, Faris, tenía una expresión que delataba su impaciencia. Sus cejas estaban ligeramente fruncidas, y sus dedos tamborileaban contra la copa de cristal que sostenía. Faris era impulsivo, con una personalidad apasionada que a menudo lo hacía parecer inmaduro frente a los demás, pero su resentimiento hacia Alexander era evidente. Para él, el mestizaje de Alexander y su creciente influencia eran recordatorios de su propia inseguridad.

Alexander se acercó a ellos con una sonrisa que no llegó a tocar sus ojos. Sabía que cada uno lo evaluaba con recelo y que cualquier palabra dicha sería analizada cuidadosamente.

—Hermanos, parece que esta noche promete ser interesante, —dijo Alexander, su voz calmada y firme, mientras tomaba una copa de vino que un sirviente le ofrecía.

Kareem se giró hacia él, levantando ligeramente la copa en un gesto que era mitad saludo, mitad desafío.

—Interesante, ciertamente. Aunque me sorprende que te tomes tiempo para disfrutar del patinaje, Alexander. Pensé que estarías ocupado planeando cómo consolidar tu... posición.

Alexander no perdió la compostura. Dio un pequeño sorbo al vino y respondió con una ligera inclinación de la cabeza.

—Los placeres simples también tienen su lugar, Kareem. Pero supongo que para algunos, relajarse es un lujo que no pueden permitirse.

Amir intervino antes de que Kareem pudiera replicar, su tono suave pero cargado de intención.

—Es curioso cómo siempre encontramos formas de medirnos incluso en las ocasiones festivas. Aunque, claro, no todos tenemos la misma carga sobre los hombros, ¿verdad? Algunos llevan más expectativas... y otros, más dudas.

El comentario cayó como una piedra en un estanque. Faris, sin embargo, soltó una risa corta, interrumpiendo el momento.

—Vamos, Amir, no hagas esto más aburrido de lo que ya es. Si Alexander tiene tiempo para las festividades, tal vez tú también deberías relajarte un poco. Aunque, claro, todos sabemos que él siempre parece encontrar tiempo para todo, ¿no es así, hermano?

Faris lo miró con una mezcla de sarcasmo y desafío, pero Alexander mantuvo la calma.

—Supongo que el secreto está en mantener las prioridades claras, Faris. Quizás deberías intentarlo alguna vez.

La tensión se volvió palpable, pero antes de que la conversación pudiera intensificarse, la música cambió, señalando el inicio del espectáculo. Los hermanos dirigieron sus miradas hacia la pista de hielo que se había instalado en el centro del salón. A pesar de sus diferencias, todos sabían que cualquier disputa abierta en público sería vista como una debilidad, algo que ninguno de ellos podía permitirse.

Mientras los patinadores realizaban piruetas y giros sobre el hielo, las miradas de los hermanos continuaban cruzándose de vez en cuando. La rivalidad entre ellos era como el hielo bajo los pies de los artistas lisa y brillante en la superficie, pero traicionera y peligrosa si no se pisaba con cuidado.

Alexander, sin embargo, no se dejó perturbar. Sabía que esa noche era solo una pequeña escena en el gran teatro de su lucha por el poder. Observó a sus hermanos y se prometió a sí mismo que encontraría la manera de superarlos, sin importar cuánto tiempo tomara.

El espectáculo en la pista central había llegado a su clímax. Los artistas, tras realizar una última pirueta sincronizada, culminaron su actuación con una reverencia profunda hacia el rey Salim y los nobles reunidos. Una ola de aplausos llenó el gran salón, liderada por el propio rey, quien se levantó de su trono con una sonrisa amplia y satisfecha, aplaudiendo con entusiasmo.

—¡Maravilloso! ¡Una actuación digna de ser recordada! —exclamó el rey, su voz resonando por toda la sala.

Siguiendo su ejemplo, los presentes se levantaron también, algunos con genuina admiración, otros simplemente por cortesía. Entre ellos, los príncipes se miraron con expresiones que oscilaban entre la indiferencia y la impaciencia. Kareem, con los brazos cruzados, apenas disimuló un bufido.

—Nuestro padre tiene una debilidad evidente por estas demostraciones, ¿no es así? —murmuró Amir, inclinándose hacia Alexander.

—No es debilidad. Es simple gusto por el arte, —respondió Alexander, aunque en su tono había un rastro de ironía. Faris, mientras tanto, rodó los ojos y regresó a su copa, claramente más interesado en el vino que en el espectáculo.

De repente, un sonido agudo rompió el murmullo general: el llamado de una trompeta. La música pausó abruptamente, y las conversaciones se extinguieron en cuestión de segundos. Todos dirigieron su atención a la pista, donde una figura femenina apareció desde las sombras, caminando con gracia hacia el centro del espacio iluminado.

La bailarina llevaba un vestido que parecía moverse con vida propia. La parte inferior era una falda amplia, decorada con intrincados bordados dorados que reflejaban la luz, mientras que una faja con pedrería adornaba su cintura, destacando su silueta con elegancia. La parte superior de su atuendo consistía en una blusa ajustada que dejaba entrever sus movimientos musculares, cubierta parcialmente por una delicada tela translúcida que envolvía su rostro como un velo, ocultando su identidad y otorgándole un aire de misterio.

La música comenzó suavemente, un ritmo lento marcado por tambores profundos y cuerdas tensas. La bailarina, con una espada delgada y brillante en cada mano, inició su actuación. Sus movimientos eran precisos, casi hipnóticos, mientras manejaba las espadas con una destreza impecable. Giró sobre sí misma, las espadas trazando arcos plateados en el aire, reflejando la luz de los candelabros que colgaban sobre la pista. Cada paso parecía cuidadosamente calculado, cada giro una mezcla de fuerza y gracia.

El público observaba con fascinación. Sus movimientos eran tan fluidos como el agua, pero con la fuerza de una tormenta desatada. A medida que la música crecía en intensidad, la bailarina saltó, giró y se agachó, utilizando las espadas no solo como armas, sino como extensiones de su propio cuerpo. La tela de su falda giraba a su alrededor como un remolino dorado, mientras el velo que cubría su rostro ondulaba con cada giro, dejando entrever fugazmente sus ojos, brillantes y enfocados.

El clímax de la actuación llegó cuando la bailarina avanzó hacia el rey Salim. Sus pasos eran firmes y decididos, pero su movimiento seguía siendo parte de la danza. La sala entera contuvo el aliento.

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