Sin más palabras, Alexander salió de la sala con Stiff siguiéndolo de cerca. Aunque había concluido que la culpable ya no estaba allí, su ira no se había disipado. Sabía que aquella mujer, la bailarina que había osado enfrentarlo, estaba en algún lugar, riéndose de él. Y Alexander no era un hombre que aceptara ser desafiado sin consecuencias—Encuentra a esa mujer, Stiff, y tráela ante mí. No importa cuánto tarde ni cuánto cueste, quiero respuestas.Mientras las puertas de la sala se cerraban tras él, las bailarinas suspiraron aliviadas. Pero Rafif, que las conocía mejor que nadie, no pudo evitar notar que el miedo seguía grabado en sus rostros. Aunque el príncipe se había ido, la amenaza de su regreso colgaba sobre ellas como una nube oscura, y ninguna de ellas se sentía completamente a salvo.Alexander irrumpió en su habitación, cerrando la puerta de golpe con tal fuerza que el sonido reverberó por los muros de mármol. Su pecho subía y bajaba con violencia, no tanto por el esfuerzo f
—¿Crees que han descubierto que es Celeste quien ofendió al príncipe? —insistió Arley, con los ojos muy abiertos. El nombre de Celeste era un peso peligroso que no se atrevía a pronunciar en voz alta, pero no podía evitarlo.Rafif cerró los ojos con fuerza por un instante, apretando los puños. La mención de Celeste lo hizo sentir como si estuviera al borde de un abismo.—No hables de eso, Arley. Por Alá, Celeste, ¿en qué lío me has metido esta vez? —murmuró, más para sí mismo que para su asistente. Su voz estaba impregnada de una mezcla de frustración y temor.Sabía que el príncipe Alexander no era un hombre que perdonara fácilmente, y mucho menos cuando su orgullo estaba en juego. Rafif sentía que cada segundo que pasaba era un paso más hacia el desastre. Si descubrían que Celeste era la responsable, él sería el siguiente en enfrentar la ira del príncipe.El sonido de botas resonando en el pasillo interrumpió el susurro entre ambos hombres. Rafif se enderezó al instante, y su rostro a
—Así que eres parte del grupo de bailarinas, ¿eh? ¿Qué intentabas hacer, escapar antes de que te encontráramos? —preguntó Alexander, su tono era peligroso, gélido.El hombre en el suelo tembló ligeramente, pero no dijo nada. Sus labios estaban apretados, como si temiera que cualquier palabra pudiera sellar su destino.—Habla. No tengo paciencia para juegos. ¿Quién eres y qué haces aquí? —exigió Alexander, dando un paso al frente. Su figura imponente parecía agrandarse con cada palabra.El hombre vaciló, pero finalmente alzó la vista con esfuerzo. Su voz era débil, pero sus palabras estaban cargadas de nerviosismo.—Mi señor... solo soy un sirviente. Vine con las bailarinas para ayudar a transportar el equipo. No sé nada de lo que buscan.Alexander soltó una risa seca, llena de incredulidad.—¿Un sirviente? ¿Eso es lo mejor que puedes decir? Un sirviente no intenta escapar en medio de la noche, especialmente después de un incidente como el de hoy.El hombre bajó la mirada de nuevo, inca
—Por ahora, sí. Pero asegúrate de que nuestras alianzas dentro del consejo estén listas. Cuando llegue el momento, debemos actuar rápido.En ese instante, un sirviente entró al salón donde los príncipes conversaban, inclinándose profundamente antes de hablar.—Príncipe Zafir, Príncipe Kael, el rey desea vuestra presencia en la sala del consejo.Ambos hermanos intercambiaron una mirada significativa. Aunque la convocatoria era rutinaria, sabían que cualquier encuentro con el rey era una oportunidad para avanzar en su propia agenda.Mientras se dirigían juntos al consejo, Kael rompió el silencio.—Alexander puede ser el favorito ahora, pero el trono no está asegurado para él. Nosotros también tenemos sangre real, y no me detendré hasta que lo vea caer.Zafir asintió, satisfecho con la determinación de su hermano.—Ni yo, Kael. Pero recuerda, no se trata solo de fuerza; se trata de jugar el juego mejor que él.La rivalidad entre los hermanos ardía como un fuego que ninguno parecía dispue
Las palabras del cautivo, aunque fragmentadas y entrecortadas, ofrecieron pistas que el príncipe interpretó como claves para resolver el enigma que lo atormentaba. Sin embargo, el misterio en torno a aquella bailarina seguía siendo un velo oscuro que Alexander no lograba descorrer. La obsesión por encontrarla no solo ocupaba sus pensamientos, sino que también alimentaba su creciente desesperación. El príncipe Alexander, heredero del trono, era conocido por su determinación y porte autoritario. Su sola presencia bastaba para imponer silencio y respeto en cualquier instancia, pero bajo su máscara de poder, se escondía una inquietud que lo consumía.La captura de aquel prisionero había sido un movimiento calculado, un intento por descifrar los retazos de información que le permitirán hallar la mujer que se había convertido en su obsesión. No sabía si era por su enigmática danza o por los secretos que parecía esconder, pero Alexander sentía que su búsqueda iba más allá de un simple capric
Los muebles eran escasos, pero ordenados, y sobre una mesa de madera había un tazón con frutas frescas.—No está aquí, mi señor —dijo uno de los soldados, volviendo con las manos vacías.Alexander apenas reaccionó. Sus ojos se posaron en una figura que había permanecido inmóvil al fondo de la estancia, una mujer. Era completamente distinta a la que recordaba, pero había algo en ella que lo detuvo en seco. Sus ropas eran sencillas, un vestido de lino que apenas se ceñía a su figura, y su cabello estaba recogido en un moño descuidado. Sus ojos, sin embargo, lo miraban con una mezcla de desafío y temor. —¿Quién eres tú? —pregunto Alexander, su voz gélida.La mujer no respondió de inmediato. En lugar de eso, dio un paso adelante, y la tenue luz de la vela reveló un rostro familiar pero diferente. Alexander frunció el ceño, intentando descifrar lo que estaba viendo. Había algo en sus rasgos que le resultaba inquietamente conocido.—Soy aurora, mi señor. ¿Puedo saber que está buscando? —fi
La confesión dejó a Alexander en silencio por un instante. La sinceridad en los ojos de Aurora no dejaba espacio para la duda. Sin embargo, ayudarla significaba involucrarse en algo que podría complicar aún más la ya delicada situación política de su familia.—¿Quién es este comerciante? —preguntó Alexander, apoyándose en el respaldo de la silla.—Se llama Rashid Al-Nadir. Es un hombre despiadado, conocido por su conexión con el mercado negro y su lealtad a Samir Arden. Mi padre le pidió dinero cuando nuestras cosechas fallaron, pero ahora no podemos devolverlo. Rashid amenazó con tomar nuestra casa… y algo más si no cumplimos.Alexander apretó los labios. Había escuchado el nombre de Rashid antes, pero nunca se había enfrentado directamente a él. La idea de que este comerciante estuviera vinculado con su enemigo más grande lo llenó de un peculiar interés.—Si te ayudo —dijo lentamente, inclinándose hacia adelante —no habrá vuelta atrás. Trabajarás para mí, Aurora. Harás lo que sea ne
Alexander Frost se encontraba sentado en el salón principal de un palacio imponente, rodeado por un círculo de asesores que debatían fervientemente sobre el tema más delicado que había enfrentado en su vida, la sucesión al trono. La tensión en la sala era palpable, y las miradas de los presentes se dirigían hacia él con una mezcla de expectación y recelo. Frost, un hombre de porte altivo y mirada penetrante, escuchaba en silencio mientras cada consejero exponía su punto de vista sobre el camino que debía seguir para asegurar su lugar como heredero legítimo.Era un desafío monumental. Aunque Alexander era hijo del rey Salim Haziz Noury, su posición siempre había estado en entredicho. Su madre, Sulema McQuillan, una mujer de origen extranjero cuya belleza y elegancia habían conquistado al poderoso monarca del desierto, era constantemente objeto de desprecio por parte de las otras esposas del rey. Sulema no era una mujer común; su presencia había sido tan poderosa que no solo había gana