—¿Un espejo? —Salim frunció el ceño.—Un espejo que muestra la verdad que preferirías no ver —replicó Hassan —Tus enemigos no están en los desiertos ni en las montañas. No somos nosotros los que te traicionamos, sino los que beben de tu copa y susurran en tus oídos.Las palabras de Hassan encendieron algo en los ojos del rey. Por un instante, su semblante se endureció. Faris y Amir permanecieron en silencio, expectantes.—¿Insinúas que hay traidores entre los míos? —preguntó el rey con voz gélida.—No lo insinúo —respondió Hassan con calma —Lo afirmo.Hubo un tenso silencio. La mano de Amir descendió lentamente hacia la empuñadura de su espada, listo para cualquier movimiento en falso. Pero Hassan se mantuvo imperturbable.—Dices muchas cosas, rebelde, pero no veo pruebas. Solo palabras.Hassan sonrió de lado.—Las pruebas, mi rey, llegarán a ti cuando menos lo esperes. Cuando el filo que te hiera no provenga de un enemigo en la sombra, sino de una mano en la que confiabas.El rey apr
Los guardias de la corte, divididos entre acudir al llamado del rey en el exterior y contener la revuelta dentro del palacio, perdieron completamente el control de la situación.En medio de este caos, Nayla avanzaba con paso seguro. Su túnica de seda ondeaba con cada movimiento mientras se deslizaba entre las sombras, oculta por su conocimiento de los pasadizos secretos del palacio. Ella no había huido como las demás concubinas aterradas; Nayla tenía un propósito más grande. Acabar con Celeste Arden.Desde el día en que había oído su nombre, Nayla la había odiado. Celeste era el símbolo de todo lo que ella despreciaba, la mujer que había cautivado a los hombres que Nayla alguna vez quiso manipular, la mujer que representaba un peligro para su influencia dentro del palacio. Pero sobre todo, Celeste era la razón por la que Alexander nunca la había mirado con deseo.Y ahora, por fin, tenía la oportunidad perfecta para deshacerse de ella.Mientras los guardias y sirvientes huían en todas
La verdadera batalla apenas estaba comenzando.La habitación del príncipe Alexander estaba sumida en una penumbra silenciosa cuando Nayla y una sirvienta de confianza entraron con cautela. Las sombras danzaban en las paredes, iluminadas solo por la tenue luz de una lámpara de aceite.Celeste estaba encadenada, su cuerpo aún débil por las heridas, mientras que Sonya permanecía a su lado, con el rostro endurecido por la preocupación.La sirvienta sacó con rapidez una copia de los grilletes y comenzó a aflojarlos con manos expertas.—Síganme. Debemos movernos. Los rebeldes están atacando el palacio —La voz de la mujer fue baja, pero urgente.Sonya la observó con recelo. Nada en este escape parecía casualidad.—¿A dónde nos llevan? —preguntó, mientras ayudaba a Celeste a ponerse de pie.La mujer no respondió con detalles. No había tiempo para explicaciones. Solo se limitó a avanzar con pasos rápidos hacia una de las paredes de la habitación.Sonya sintió un escalofrío cuando la sirvienta
Decidió cambiar de ruta. Con un movimiento repentino, giró en una dirección distinta a la que tenía en mente originalmente. Sus sentidos estaban en alerta máxima. No podía confiar en las indicaciones de Nayla y, en el fondo de su corazón, sabía que la única forma de sobrevivir era seguir su propia intuición.El sonido de pisadas ocultas en la distancia confirmó sus temores. La emboscada era real. Si hubieran seguido el camino indicado, habrían caído en manos de los guerreros que los aguardaban. Con el pulso acelerado, Tabat se apresuró a encontrar otra salida. No dejaría que Nayla los condenara.El camino que Tabat tomó se tornaba cada vez más inhóspito. La senda serpenteaba entre formaciones rocosas irregulares, cuyos filos afilados parecían cuchillas esculpidas por el tiempo. La luz de la luna apenas alcanzaba a filtrarse entre los altos peñascos, proyectando sombras alargadas y amenazantes sobre el suelo cubierto de piedras sueltas.A medida que avanzaban, el aire se volvía más frí
La tensión en el aire era palpable, y sus manos descansaban sobre las empuñaduras de sus espadas, listas para desenvainarse en cualquier momento.No tardaron en encontrarse con un grupo de guerreros apostados en la intersección de los túneles. Los soldados, al reconocer a los príncipes, se arrodillaron de inmediato, inclinando la cabeza en señal de respeto. Sus rostros permanecían imperturbables, pero en el fondo de sus ojos ardía una chispa de inquietud. Sabían que la presencia de Alexander y Kael complicaba su misión secreta.—¿Qué hacen aquí? —preguntó Kael con tono severo, cruzándose de brazos mientras inspeccionaba a los guerreros con desconfianza.Uno de los soldados, quien parecía estar a cargo, levantó la mirada con cautela antes de responder.—Mi señor, estamos patrullando los pasadizos para asegurar la seguridad del palacio —dijo con firmeza, eligiendo sus palabras con precisión.Alexander entrecerró los ojos. Había algo en la postura rígida de los hombres que no le terminab
Sin necesidad de pronunciar una palabra, un leve movimiento de su mano bastó para que el guerrero comprendiera lo que debía suceder. Cassius, quien permanecía a su lado como un fiel guardián, asintió imperceptiblemente.—Puedes retirarte… Cassius te recompensará por tu esfuerzo, tal como te lo había prometido —dijo Nayla con voz serena, su tono impecable, pero carente de toda emoción.El guerrero, que había confiado en sus palabras, esbozó una leve sonrisa de alivio antes de inclinar la cabeza una vez más.—Gracias, mi señora…Cassius lo acompañó fuera del palacio en completo silencio. La noche los envolvía con su manto oscuro, y el aire helado soplaba entre las columnas de mármol. Caminaron por un sendero apartado, donde las sombras se alargaban como espectros en la penumbra. Cuando consideró que estaban lo suficientemente lejos, Cassius se detuvo en seco.El guerrero apenas tuvo tiempo de volverse antes de que el brillo acerado de una espada destellara en la oscuridad. Cassius actuó
Cuando la entregó a su padre, cubierto de sangre y con el pecho agitado por la batalla, el emir lo observó en silencio durante un largo instante. Entonces, sin decir palabra, deslizó un anillo pesado de su dedo y lo puso en la mano de Azharel.—A partir de hoy, el Clan Lobo Blanco te pertenece —dijo con solemnidad.Azharel miró la joya. Era el emblema del liderazgo, la prueba de que ahora era el alfa de su gente. No pidió explicaciones. Simplemente aceptó el destino que le habían entregado.Desde ese día, su nombre fue temido y respetado por igual. Convirtió a los suyos en un ejército imparable, asegurando la supervivencia de su pueblo en un mundo donde la muerte siempre acechaba.Pero los años pasaron, y con ellos llegaron nuevos desafíos.Nizarah creció, convirtiéndose en una mujer de belleza salvaje y mirada afilada. Pero su destino no estaba en las montañas. Cuando el rey Salim propuso una tregua entre los reinos, el padre de Nizarah accedió a entregarla como concubina a su corte.
Alexander Frost se encontraba sentado en el salón principal de un palacio imponente, rodeado por un círculo de asesores que debatían fervientemente sobre el tema más delicado que había enfrentado en su vida, la sucesión al trono. La tensión en la sala era palpable, y las miradas de los presentes se dirigían hacia él con una mezcla de expectación y recelo. Frost, un hombre de porte altivo y mirada penetrante, escuchaba en silencio mientras cada consejero exponía su punto de vista sobre el camino que debía seguir para asegurar su lugar como heredero legítimo.Era un desafío monumental. Aunque Alexander era hijo del rey Salim Haziz Noury, su posición siempre había estado en entredicho. Su madre, Sulema McQuillan, una mujer de origen extranjero cuya belleza y elegancia habían conquistado al poderoso monarca del desierto, era constantemente objeto de desprecio por parte de las otras esposas del rey. Sulema no era una mujer común; su presencia había sido tan poderosa que no solo había gana