Llegué al castillo después del amanecer, y apenas me alcanzaron las fuerzas para subir a mis habitaciones y derrumbarme en mi cama, temblando de agotamiento. No me importaba. Había cumplido con la promesa que le hiciera a Risa cuando respondiera a su mensaje. Le había dicho que nos reuniríamos en tres días, y allí estaba, en la mañana del tercer día, con tiempo para recuperarme de aquel precipitado viaje antes de encontrarme con ella.
Habría bajado a su habitación en ese mismo momento, pero tan pronto estuve lo bastante cerca para escuchar a los míos en el castillo, madre me había hecho prometerle que me reuniría con ella antes de ver a mi pequeña. Y sabía que no me hubiera pedido algo así de no tener razones de peso.
Me desmayé más que dormirme, exhausto, famélico, sucio. La certeza de que en cuestión de horas volvería a estar con Risa me ayudó a sumirme en un sueño profundo y restaurador, del que desperté cerca del mediodía.
Me aseé un poco antes de vestirme,
Tal vez fuera de agradecer que pasara la tarde tan ocupado. Habían llegado cuervos de mis tíos, anunciando que estarían en el castillo al día siguiente. Tuve que reunirme con mi primo Erwin, para asegurarme que él y su familia estaban listos para mudarse a la aldea, y me alegró saber que sus hijos de la primera camada, dos varones y dos mujeres, se disponían a acompañarlos con sus propias familias. Pasé varias horas con mi primo Flynn y con Fiona, cerciorándonos de que la columna de aprovisionamiento también estaba lista. Marla vino a verme con las sanadoras que nos acompañarían, y desde su lecho de convaleciente, harto de estar “postrado como perro viejo”, Milo se dedicó a inmiscuirse en todas mis actividades.En medio de aquella locura, recordé los rosales en el jardín privado de madre. Varios de ellos ya habían florecido, y me alegró descubrir una hermosa rosa blanca, porque Risa había dicho que eran sus favoritas.Mi pequeña estaba de picnic con Aine al otro lado d
Un ruido sordo me despertó sobresaltado. Aún era de noche, la luna estaba alta en el cielo. Otro sonido terminó de hacerme reaccionar: un rumor como si arrastraran algo por el suelo de piedra. Sólo entonces advertí el hueco frío junto a mi cuerpo. Por rarísima ocasión, mi pequeña no dormía pegada a mi costado como solía, con su brazo en mi espalda y su pierna entre las mías.Alcé la cabeza de la almohada, volteando a mirarla, y me descubrí solo en la cama.Un gemido ahogado reclamó mi atención. ¿Dónde estaba Risa? ¿Le había sucedido algo?—¿Pequeña? —la llamé.El segundo gemido me despejó la cabeza como agua helada en la cara, y al erguirme descubrí a mi pequeña sentada en el frío piso de la habitación, cubriéndose la cara con ambas manos para ocultar su llanto.—¡Risa! ¿Qué te ocurre? —exclamé, levantándome precipitadamente.Rodeaba la cama hacia ella asustado cuando tuve un atisbo de algo negro sobre las almohadas. Mi corazón dio un vuelco
Ni siquiera me di cuenta que trotaba de regreso hacia el prado.—¿Qué?—Los ruidos en su habitación despertaron a Tilda, que fue a ver si le había ocurrido algo. Ya sabes, con esto de sus pesadillas, Tilda se mantenía atenta. Pero la puerta estaba trabada por dentro y Risa no contestaba, y cuando Tilda rodeó el ala oeste por fuera, halló su ventana abierta y la habitación vacía. ¡Búscala! Asegúrate que está bien.—Lo peor que podría pasarle ahora es volver a verme, madre —mascullé.—Entonces no te dejes ver. Busca su rastro. Si fue hacia el sur, seguramente se dirigió a la casa de Tea en Iria y está a salvo.—Y si fue hacia el norte, podría pasarle algo en el bosque —gruñí pensando en los leones de la montaña que debían acechar en las sombras, en busca de una presa.Pronto rodeaba el jardín medicinal hacia las ventanas de Risa. Un candil se movía en su habitación. Mi prima Tilda se detuvo junto a la cama al verme llegar y me saludó con un ca
La proverbial sonrisa de Artos vaciló al darse cuenta que Milo estaba herido, y al parecer eso le resultó motivo suficiente para justificar mi ánimo, lo cual agregó una línea más a la lista de cosas que me hacían sentir culpable.Para no tener que contar lo sucedido dos veces, nos entretuvimos hablando de cuestiones prácticas e inmediatas sobre la semana de marcha que teníamos por delante. Eamon llegó dos horas después, y apenas se sentaba a la mesa con su Beta y su Gamma cuando madre me llamó.—Necesito hablar con tus tíos antes que partan —dijo—. Y contigo, claro. ¿Puedo invitarlos a desayunar?Su invitación no tenía nada de extraño en esas circunstancias, y me dirigí con Artos, Eamon y Milo a los aposentos de madre, mientras los demás permanecían en el comedor principal.Mis tíos abrazaron
Los humanos se apartaban amedrentados del camino al vernos llegar al galope, precedidos por las exploradoras en cuatro patas. Su mensaje nos había encontrado a las afueras del pueblo que rodeaba el castillo, obligándonos a lanzarnos en aquella carrera desesperada: “Se los llevaron. Noreia herida.”Nuestras exploradoras nos esperaban en las afueras de la ciudadela para guiarnos al pabellón de caza por el camino más corto.—Fui al amanecer a ver cómo seguía todo —explicó una sin aminorar la marcha—. La cañada estaba desierta, y encontré a Enyd y Noreia en el sendero al pabellón. Los guardias se presentaron antes del alba, armados hasta los dientes, en busca de los lobos. Enyd y Noreia cambiaron para enfrentarlos, pero no pudieron hacer nada para evitar que se los llevaran.—¿Qué le ocurrió a Noreia? —pregunté.—Cuatro lanzazos, uno de ellos en el pecho. Ayudé a Enyd a cargarla de regreso a la cañada y volví al convento para enviarles el cuervo.
Las voces me despertaron en plena noche. Eran los cautivos. No decían nada en concreto, no hablaban entre sí, era como si murmuraran palabras ininteligibles en sueños. Dormían en el pabellón, junto a Enyd, las exploradoras y media docena de los nuestros. Los demás dormíamos en el bosque, donde el sendero salía al claro.—Enyd —llamé, dirigiéndome a la construcción de piedra y madera.—¿Alfa? —respondió medio dormida.—Están hablando en sueños. Están agitados, como si tuvieran pesadillas.—Oh, no hace falta que permanezcas abierto a ellos. Es que nunca duermen bien. En ocasiones también lloran o gimen en sueños.La sanadora bajaba envuelta en una bata de lana cuando entré al pabellón, y se apresuró a reavivar el fuego.—¿Cómo siguen? —pregunté, sentándome frente al hogar mientras ella acercaba una silla.Enyd se encogió de hombros y meneó levemente la cabeza.—Creo que aún es muy pronto para saberlo. Es su primer día sin cargar
Los días siguientes demandaron un sinfín de decisiones y movimientos que requerían una evaluación cuidadosa antes de ser puestos en práctica. Éramos pocos para todo lo que necesitábamos hacer, y no teníamos más alternativa que esperar refuerzos. Eamon ya casi llegaba al puesto de Baltar, desde donde se adelantaría a la lenta columna de suministros para venir a nuestro encuentro.En tanto, Mendel partió con sus hijos hacia el norte, para explorar y custodiar el único camino que llegaba del reino vecino. Baltar permaneció en el castillo con el grueso de nuestras magras fuerzas, poniendo orden en el excesivo personal de servicio y en el pueblo, donde por suerte contábamos con la asistencia de los sacerdotes y las monjas del convento, que se desvivían respondiendo dudas y calmando las lógicas inquietudes de los humanos.Yo tuve que regresar al pabellón a pedido de Enyd, para ayudarla con el clan de Ragnar. Despojarlos de la plata los había afectado más de lo que creíamos,
Dejé que Garold les hablara de nosotros, y pronto percibí que el ambiente se distendía poco a poco. Las escuché murmurar, aunque no logré comprender qué decían, y cuando Garold mencionó la aldea, oí un sonido que me hizo pensar que una de ellas se acercaba a gatas a su puerta. Una cabeza clara se asomó a medias al corredor.—¿Cómo son las casas, Alfa Mael? —preguntó Garold, volviéndose hacia mí sin inmutarse.Sólo entonces recordé que en sus cartas, Noreia nos había contado que la persecución constante de los parias había obligado al clan de Ragnar a vivir sólo en cuatro patas, en constante movimiento, durante al menos dos generaciones.Lo enfrenté ignorando a la mujer que nos espiaba y describí lo mejor que pude las viviendas de los aldeanos, la configuración general de la aldea, las tierras de cultivo con su canal de riego, los bosques. Ignoro por qué les hablé de la cascada, y sentí una honda punzada de melancolía al describirla, porque me recordaba invariabl