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—Aquí estoy con tu pequeña —me avisó Mora poco después—. Sana y salva, no te preocupes.

—Ya que estás con ella, hay algo que quiero que le preguntes —tercié, y le referí lo que sucediera inmediatamente después de que hirieran a Milo.

—¿Me estás diciendo que te llamó con la mente? —exclamó Mora incrédula.

—Sí, algo así. Lo hizo justo antes de saltarle encima al tercer espía. De no haber sido por ella, me habría matado. Y su intervención no sólo frustró el ataque, también me permitió atraparlo.

—¡Háblame de agallas! Gran Dios, Mael, es todo tan extraño. Jamás imaginé que haría algo así por ti, ignorando quién eres para ella y con el miedo que parece tenerte. Veré qué puedo preguntarle

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