Estaba a punto de romperle el cuello a la anciana cuando la voz de Risa volvió a alcanzarme como una campanada dolorosa, que retumbó en mi cabeza y anuló mi control sobre mi propio cuerpo.
Aun contra mi voluntad, mis dedos se aflojaron en torno a la garganta de la sanadora, que boqueaba al borde de la asfixia, y se habría desmoronado si Risa no hubiera corrido a sostenerla. Todos nos volvimos hacia ella conmocionados. ¿Cómo era posible que mi pequeña, una humana con la sangre manchada por un paria, usara la voz de mando? Y no un simple intento: nos había afectado a todos como sólo nuestra reina y madre tenía el poder de hacer.
Aturdido, el aire escaso en mis pulmones, encontré la mirada estupefacta de Mendel, que me siguió cuando me apresuré hacia afuera.
—¿Qué demonios? —jadeó apenas estuvimos al aire libre, todavía sacudido.
Sólo pude menear la cabeza, sin saber qué responderle. Pero la situación distaba de haberse resuelto. Mis hermanos y mis sobrinos
—Aquí estoy con tu pequeña —me avisó Mora poco después—. Sana y salva, no te preocupes.—Ya que estás con ella, hay algo que quiero que le preguntes —tercié, y le referí lo que sucediera inmediatamente después de que hirieran a Milo.—¿Me estás diciendo que te llamó con la mente? —exclamó Mora incrédula.—Sí, algo así. Lo hizo justo antes de saltarle encima al tercer espía. De no haber sido por ella, me habría matado. Y su intervención no sólo frustró el ataque, también me permitió atraparlo.—¡Háblame de agallas! Gran Dios, Mael, es todo tan extraño. Jamás imaginé que haría algo así por ti, ignorando quién eres para ella y con el miedo que parece tenerte. Veré qué puedo preguntarle
Sin otra alternativa, me tragué mi frustración y crucé la calle hacia la casa donde llevaran a Milo, para pasar al menos unos minutos con él mientras interrogábamos a la sanadora sobre los espías. Pero apenas abrí la puerta, Ronda corrió a mi encuentro, cortándome el paso.—¿Una palabra, Alfa? —dijo, invitándome a volver a salir.Acepté sorprendido, porque era extraño que Ronda me buscara para hablar de nada. Tan pronto cerró la puerta tras ella, la soltó a hablar de forma tan atropellada que tuve que interrumpirla y pedirle que comenzara de nuevo.—Se trata de Tea, la sanadora —dijo con una mueca—. Quería pedirte que no la castigues por lo que hizo.Me limité a sostener su mirada en silencio, alzando las cejas. Ronda desvió la vista, meneando la cabeza levemente.—Tea perdió a sus tres hijos huyendo hacia aquí, hace muchos años, y lo único que le quedaba de ellos eran rizos de su cabello en unas botellitas. —Volvió a enfrentarme suplicante—. Estab
—Alfa.El llamado vacilante de Milo me sobresaltó mientras cruzaba el Bosque Rojo hacia la aldea, y azucé mi caballo alarmado.—Aquí estoy. ¿Qué ocurre?—Ven a rescatarme de tantas mujeres, por favor.Sofrené al semental riendo por lo bajo. Mi hermano sonaba débil, pero bien despierto.—Ya, ya. Déjame buscarme algo de cenar e iré a cuidarte un rato.—Gracias.—¿Cómo te sientes?—Bien. La pequeña Luna me evitó una infección o algo así, y ahora me siento mucho mejor, aunque todavía tengo plata dentro, a juzgar por el ardor y la fiebre.—¿Dices que Risa te alivió?—Óyete nada más, tan orgulloso de ella. Te lo contaré cuando vengas.Volví a reír por lo bajo. Escucharlo me quitaba de encima una montaña de preocupación. Crucé la aldea al galope, por el camino paralelo al canal, y pronto estaba en el claro. Dejé mi semental al cuidado de los muchachos, que seguían allí custodiando a las humanas y que me tendieron
—Distráeme. Falta un siglo para la medianoche.El reclamo de Milo me arrancó otra sonrisa, porque no precisaba que lo entretuviera, sino que buscaba distraerme a mí del manifiesto rechazo de Risa.—Sí, mi señor —respondí, imitando las maneras de mi pequeña cuando bromeábamos—. ¿De qué quiere que le hable mi señor?—Eres un bufón.—Mira quién habla.—El verano. ¿Qué puedo hacer para mantenerme ocupado? ¿Qué precisas que haga?Me tomé un momento para considerar su pregunta, porque en realidad, que él permaneciera en el Valle podía resultar por demás útil.—Hay que evitar que los animales del bosque se adueñen de esta aldea —dije al fin.—Los lobos cautivos —asintió.—Sí, y lo que ha quedado atrás. La cosecha, las aves de corral, el ganado. Sería un sacrilegio perder todo eso. El problema es que me llevaré a todos los que estarían en condiciones de ayudarte aquí.—No a todos. Seremos al menos media docena quienes nos
Los establos estaban silenciosos cuando al fin pude poner fin a ese día aciago. Me detuve a la entrada, dejando que mi olfato aceptara la avalancha de olores y mis oídos reconocieran los pequeños ruidos en las sombras. Entre ellos, los latidos de un corazón que me hicieron sonreír. Allí estaba mi pequeña, en el entrepiso del heno, bajo la ventana abierta a la noche tibia y las estrellas. Dormía, aunque su sueño no era profundo ni apacible.Trepé la escalera de mano y me asomé lo indispensable para echarle un vistazo. Estaba hecha un ovillo sobre un mullido colchón de heno cubierto con su manto. Ver la cinta negra que dejara junto a su cabeza me arrancó un suspiro entrecortado de gratitud: se había dormido esperándome.Llegué a su lado con sigilo, cubrí sus ojos y me tendí a su lado, tras ella. Apenas descansé mi brazo en torno a su cintura, volteó a apretar la cara contra mi pecho, aunque no relajó su posición.—Te amo, pequeña —susurré besando su frente y cerra
La marcha era lenta a un extremo exasperante, como si los aldeanos quisieran cobrarse por el castigo que les imponíamos. Cuando nos detuvimos al mediodía, habíamos cubierto menos de la mitad de la distancia que había estimado.—A este paso nos llevará una semana —mascullé, viendo la deliberada falta de prisa de los humanos—. Garnik.—Alfa —respondió al instante mi sobrino desde el otro lado del grupo.—Reúnan todas las provisiones en una carreta y utilicen la otra para los niños más pequeños.—Sí, Alfa.A mi lado, Mendel esbozó una sonrisa sarcástica.—Bien pensado. No querrán que nos adelantemos con la comida y con sus hijos.—Con los humanos nunca se sabe —gruñí.Mi truco funcionó. Los pequeñines estaban encantados de apiñarse en la carreta, que sus madres rodearon para no perderlos de vista, manteniendo el paso sin inconvenientes. Al fin y al cabo, no que los bueyes avanzaran tan rápido. Sin embargo, los hombres pronto co
—¿Alfa?—¿Acaso les temen? —me mofé—. Si los niños humanos intentan tocarlos, permítanselo.La sorpresa de todos hizo reír a Mendel.—¿Qué te traes, Mael? —preguntó Kian.Le guiñé un ojo por respuesta y me volví hacia la retaguardia.—Declan, acércate como estás.—Sí, Alfa.—Quiero que los humanos vean que quienes tienen la consciencia limpia no tienen por qué temernos —dije para todos.El pequeñín pareció darse cuenta que su amigo lobo no estaba allí, pero tal vez no quería pasar por cobarde ante sus amiguitos. Vaciló un momento más y se adelantó hacia Ian, uno de los hermanos de camada de Kian y el más parecido a Declan que encontró. Mendel, Kian y yo reímos por lo bajo al ver que Ian se envaraba cuando el niñito le obsequió una gran sonrisa y se puso de puntillas para palmearle el hocico.Ian agachó la cabeza y el niño le echó los brazos al cuello. Los otros niños soltaron exclamaciones de miedo y sorpresa. Mientras I
Reviví apesadumbrado los breves momentos en que estuviera con Risa en dos piernas sin que ella llevara los ojos vendados.Su miedo y su rechazo manifiestos eran como una hoja de plata en mi costado, que me hería y me debilitaba cada vez que los evocaba. Especialmente justo antes de la ofensiva, que nos separaría por semanas y semanas. Detestaba la idea de marcharme y dejarla con sentimientos negativos hacia mí.Recordaba muy bien lo que madre dijera durante la cena de los clanes. Me había costado un poco comprenderlo, pero había terminado viendo a qué se refería, eso de que para Risa, Mael y el Alfa eran dos hombres distintos. Mi única esperanza era que el tiempo transcurría diferente para ella, y eso tal vez me beneficiara. Una estación era un suspiro para mí, mientras que para mi pequeña, tres meses eran una eternidad. Porque era humana y era tan joven. Y porque en el último año, su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo.Una estación era lo que habíamos