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La marcha era lenta a un extremo exasperante, como si los aldeanos quisieran cobrarse por el castigo que les imponíamos. Cuando nos detuvimos al mediodía, habíamos cubierto menos de la mitad de la distancia que había estimado.

­­­—A este paso nos llevará una semana —mascullé, viendo la deliberada falta de prisa de los humanos—. Garnik.

—Alfa —respondió al instante mi sobrino desde el otro lado del grupo.

—Reúnan todas las provisiones en una carreta y utilicen la otra para los niños más pequeños.

—Sí, Alfa.

A mi lado, Mendel esbozó una sonrisa sarcástica.

—Bien pensado. No querrán que nos adelantemos con la comida y con sus hijos.

—Con los humanos nunca se sabe —gruñí.

Mi truco funcionó. Los pequeñines estaban encantados de apiñarse en la carreta, que sus madres rodearon para no perderlos de vista, manteniendo el paso sin inconvenientes. Al fin y al cabo, no que los bueyes avanzaran tan rápido. Sin embargo, los hombres pronto co

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