Los establos estaban silenciosos cuando al fin pude poner fin a ese día aciago. Me detuve a la entrada, dejando que mi olfato aceptara la avalancha de olores y mis oídos reconocieran los pequeños ruidos en las sombras. Entre ellos, los latidos de un corazón que me hicieron sonreír. Allí estaba mi pequeña, en el entrepiso del heno, bajo la ventana abierta a la noche tibia y las estrellas. Dormía, aunque su sueño no era profundo ni apacible.
Trepé la escalera de mano y me asomé lo indispensable para echarle un vistazo. Estaba hecha un ovillo sobre un mullido colchón de heno cubierto con su manto. Ver la cinta negra que dejara junto a su cabeza me arrancó un suspiro entrecortado de gratitud: se había dormido esperándome.
Llegué a su lado con sigilo, cubrí sus ojos y me tendí a su lado, tras ella. Apenas descansé mi brazo en torno a su cintura, volteó a apretar la cara contra mi pecho, aunque no relajó su posición.
—Te amo, pequeña —susurré besando su frente y cerra
La marcha era lenta a un extremo exasperante, como si los aldeanos quisieran cobrarse por el castigo que les imponíamos. Cuando nos detuvimos al mediodía, habíamos cubierto menos de la mitad de la distancia que había estimado.—A este paso nos llevará una semana —mascullé, viendo la deliberada falta de prisa de los humanos—. Garnik.—Alfa —respondió al instante mi sobrino desde el otro lado del grupo.—Reúnan todas las provisiones en una carreta y utilicen la otra para los niños más pequeños.—Sí, Alfa.A mi lado, Mendel esbozó una sonrisa sarcástica.—Bien pensado. No querrán que nos adelantemos con la comida y con sus hijos.—Con los humanos nunca se sabe —gruñí.Mi truco funcionó. Los pequeñines estaban encantados de apiñarse en la carreta, que sus madres rodearon para no perderlos de vista, manteniendo el paso sin inconvenientes. Al fin y al cabo, no que los bueyes avanzaran tan rápido. Sin embargo, los hombres pronto co
—¿Alfa?—¿Acaso les temen? —me mofé—. Si los niños humanos intentan tocarlos, permítanselo.La sorpresa de todos hizo reír a Mendel.—¿Qué te traes, Mael? —preguntó Kian.Le guiñé un ojo por respuesta y me volví hacia la retaguardia.—Declan, acércate como estás.—Sí, Alfa.—Quiero que los humanos vean que quienes tienen la consciencia limpia no tienen por qué temernos —dije para todos.El pequeñín pareció darse cuenta que su amigo lobo no estaba allí, pero tal vez no quería pasar por cobarde ante sus amiguitos. Vaciló un momento más y se adelantó hacia Ian, uno de los hermanos de camada de Kian y el más parecido a Declan que encontró. Mendel, Kian y yo reímos por lo bajo al ver que Ian se envaraba cuando el niñito le obsequió una gran sonrisa y se puso de puntillas para palmearle el hocico.Ian agachó la cabeza y el niño le echó los brazos al cuello. Los otros niños soltaron exclamaciones de miedo y sorpresa. Mientras I
Reviví apesadumbrado los breves momentos en que estuviera con Risa en dos piernas sin que ella llevara los ojos vendados.Su miedo y su rechazo manifiestos eran como una hoja de plata en mi costado, que me hería y me debilitaba cada vez que los evocaba. Especialmente justo antes de la ofensiva, que nos separaría por semanas y semanas. Detestaba la idea de marcharme y dejarla con sentimientos negativos hacia mí.Recordaba muy bien lo que madre dijera durante la cena de los clanes. Me había costado un poco comprenderlo, pero había terminado viendo a qué se refería, eso de que para Risa, Mael y el Alfa eran dos hombres distintos. Mi única esperanza era que el tiempo transcurría diferente para ella, y eso tal vez me beneficiara. Una estación era un suspiro para mí, mientras que para mi pequeña, tres meses eran una eternidad. Porque era humana y era tan joven. Y porque en el último año, su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo.Una estación era lo que habíamos
La mujer se volvió brevemente hacia las otras dos, que hasta se atrevieron a sonreírnos antes de apresurarse de regreso por donde vinieran. Advertí que la que quedara todavía tenía algo más para decir y alcé las cejas, invitándola a hablar.—Perdón, mi señor lobo, quería preguntarles en qué podemos ayudar. Su sanadora cuida de los que lo precisan, y un puñado de nosotras basta para atender a los niños, especialmente con la ayuda de ustedes. Y hay tanto por hacer.—Háblame de cambio de actitud —terció Mendel con su típico sarcasmo.—El techo —dijo Kian—. Ya recogimos suficiente hierba, y ahora debemos armar los atados para poder tenderlos.La mujer señaló las voluminosas pilas de hierba asintiendo.—Nosotras nos encargaremos —aseguró—. ¿Con qué sostendremos los atados?Mendel contuvo la risa al señalar las pocas vigas que trajeran los humanos. La mujer les echó una mirada crítica y alzó la vista hacia lo alto del edificio.—Precisaremo
Llegué al castillo después del amanecer, y apenas me alcanzaron las fuerzas para subir a mis habitaciones y derrumbarme en mi cama, temblando de agotamiento. No me importaba. Había cumplido con la promesa que le hiciera a Risa cuando respondiera a su mensaje. Le había dicho que nos reuniríamos en tres días, y allí estaba, en la mañana del tercer día, con tiempo para recuperarme de aquel precipitado viaje antes de encontrarme con ella.Habría bajado a su habitación en ese mismo momento, pero tan pronto estuve lo bastante cerca para escuchar a los míos en el castillo, madre me había hecho prometerle que me reuniría con ella antes de ver a mi pequeña. Y sabía que no me hubiera pedido algo así de no tener razones de peso.Me desmayé más que dormirme, exhausto, famélico, sucio. La certeza de que en cuestión de horas volvería a estar con Risa me ayudó a sumirme en un sueño profundo y restaurador, del que desperté cerca del mediodía.Me aseé un poco antes de vestirme,
Tal vez fuera de agradecer que pasara la tarde tan ocupado. Habían llegado cuervos de mis tíos, anunciando que estarían en el castillo al día siguiente. Tuve que reunirme con mi primo Erwin, para asegurarme que él y su familia estaban listos para mudarse a la aldea, y me alegró saber que sus hijos de la primera camada, dos varones y dos mujeres, se disponían a acompañarlos con sus propias familias. Pasé varias horas con mi primo Flynn y con Fiona, cerciorándonos de que la columna de aprovisionamiento también estaba lista. Marla vino a verme con las sanadoras que nos acompañarían, y desde su lecho de convaleciente, harto de estar “postrado como perro viejo”, Milo se dedicó a inmiscuirse en todas mis actividades.En medio de aquella locura, recordé los rosales en el jardín privado de madre. Varios de ellos ya habían florecido, y me alegró descubrir una hermosa rosa blanca, porque Risa había dicho que eran sus favoritas.Mi pequeña estaba de picnic con Aine al otro lado d
Un ruido sordo me despertó sobresaltado. Aún era de noche, la luna estaba alta en el cielo. Otro sonido terminó de hacerme reaccionar: un rumor como si arrastraran algo por el suelo de piedra. Sólo entonces advertí el hueco frío junto a mi cuerpo. Por rarísima ocasión, mi pequeña no dormía pegada a mi costado como solía, con su brazo en mi espalda y su pierna entre las mías.Alcé la cabeza de la almohada, volteando a mirarla, y me descubrí solo en la cama.Un gemido ahogado reclamó mi atención. ¿Dónde estaba Risa? ¿Le había sucedido algo?—¿Pequeña? —la llamé.El segundo gemido me despejó la cabeza como agua helada en la cara, y al erguirme descubrí a mi pequeña sentada en el frío piso de la habitación, cubriéndose la cara con ambas manos para ocultar su llanto.—¡Risa! ¿Qué te ocurre? —exclamé, levantándome precipitadamente.Rodeaba la cama hacia ella asustado cuando tuve un atisbo de algo negro sobre las almohadas. Mi corazón dio un vuelco
Ni siquiera me di cuenta que trotaba de regreso hacia el prado.—¿Qué?—Los ruidos en su habitación despertaron a Tilda, que fue a ver si le había ocurrido algo. Ya sabes, con esto de sus pesadillas, Tilda se mantenía atenta. Pero la puerta estaba trabada por dentro y Risa no contestaba, y cuando Tilda rodeó el ala oeste por fuera, halló su ventana abierta y la habitación vacía. ¡Búscala! Asegúrate que está bien.—Lo peor que podría pasarle ahora es volver a verme, madre —mascullé.—Entonces no te dejes ver. Busca su rastro. Si fue hacia el sur, seguramente se dirigió a la casa de Tea en Iria y está a salvo.—Y si fue hacia el norte, podría pasarle algo en el bosque —gruñí pensando en los leones de la montaña que debían acechar en las sombras, en busca de una presa.Pronto rodeaba el jardín medicinal hacia las ventanas de Risa. Un candil se movía en su habitación. Mi prima Tilda se detuvo junto a la cama al verme llegar y me saludó con un ca