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Reviví apesadumbrado los breves momentos en que estuviera con Risa en dos piernas sin que ella llevara los ojos vendados.

Su miedo y su rechazo manifiestos eran como una hoja de plata en mi costado, que me hería y me debilitaba cada vez que los evocaba. Especialmente justo antes de la ofensiva, que nos separaría por semanas y semanas. Detestaba la idea de marcharme y dejarla con sentimientos negativos hacia mí.

Recordaba muy bien lo que madre dijera durante la cena de los clanes. Me había costado un poco comprenderlo, pero había terminado viendo a qué se refería, eso de que para Risa, Mael y el Alfa eran dos hombres distintos. Mi única esperanza era que el tiempo transcurría diferente para ella, y eso tal vez me beneficiara. Una estación era un suspiro para mí, mientras que para mi pequeña, tres meses eran una eternidad. Porque era humana y era tan joven. Y porque en el último año, su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo.

Una estación era lo que habíamos

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