Reviví apesadumbrado los breves momentos en que estuviera con Risa en dos piernas sin que ella llevara los ojos vendados.
Su miedo y su rechazo manifiestos eran como una hoja de plata en mi costado, que me hería y me debilitaba cada vez que los evocaba. Especialmente justo antes de la ofensiva, que nos separaría por semanas y semanas. Detestaba la idea de marcharme y dejarla con sentimientos negativos hacia mí.
Recordaba muy bien lo que madre dijera durante la cena de los clanes. Me había costado un poco comprenderlo, pero había terminado viendo a qué se refería, eso de que para Risa, Mael y el Alfa eran dos hombres distintos. Mi única esperanza era que el tiempo transcurría diferente para ella, y eso tal vez me beneficiara. Una estación era un suspiro para mí, mientras que para mi pequeña, tres meses eran una eternidad. Porque era humana y era tan joven. Y porque en el último año, su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo.
Una estación era lo que habíamos
La mujer se volvió brevemente hacia las otras dos, que hasta se atrevieron a sonreírnos antes de apresurarse de regreso por donde vinieran. Advertí que la que quedara todavía tenía algo más para decir y alcé las cejas, invitándola a hablar.—Perdón, mi señor lobo, quería preguntarles en qué podemos ayudar. Su sanadora cuida de los que lo precisan, y un puñado de nosotras basta para atender a los niños, especialmente con la ayuda de ustedes. Y hay tanto por hacer.—Háblame de cambio de actitud —terció Mendel con su típico sarcasmo.—El techo —dijo Kian—. Ya recogimos suficiente hierba, y ahora debemos armar los atados para poder tenderlos.La mujer señaló las voluminosas pilas de hierba asintiendo.—Nosotras nos encargaremos —aseguró—. ¿Con qué sostendremos los atados?Mendel contuvo la risa al señalar las pocas vigas que trajeran los humanos. La mujer les echó una mirada crítica y alzó la vista hacia lo alto del edificio.—Precisaremo
Llegué al castillo después del amanecer, y apenas me alcanzaron las fuerzas para subir a mis habitaciones y derrumbarme en mi cama, temblando de agotamiento. No me importaba. Había cumplido con la promesa que le hiciera a Risa cuando respondiera a su mensaje. Le había dicho que nos reuniríamos en tres días, y allí estaba, en la mañana del tercer día, con tiempo para recuperarme de aquel precipitado viaje antes de encontrarme con ella.Habría bajado a su habitación en ese mismo momento, pero tan pronto estuve lo bastante cerca para escuchar a los míos en el castillo, madre me había hecho prometerle que me reuniría con ella antes de ver a mi pequeña. Y sabía que no me hubiera pedido algo así de no tener razones de peso.Me desmayé más que dormirme, exhausto, famélico, sucio. La certeza de que en cuestión de horas volvería a estar con Risa me ayudó a sumirme en un sueño profundo y restaurador, del que desperté cerca del mediodía.Me aseé un poco antes de vestirme,
Tal vez fuera de agradecer que pasara la tarde tan ocupado. Habían llegado cuervos de mis tíos, anunciando que estarían en el castillo al día siguiente. Tuve que reunirme con mi primo Erwin, para asegurarme que él y su familia estaban listos para mudarse a la aldea, y me alegró saber que sus hijos de la primera camada, dos varones y dos mujeres, se disponían a acompañarlos con sus propias familias. Pasé varias horas con mi primo Flynn y con Fiona, cerciorándonos de que la columna de aprovisionamiento también estaba lista. Marla vino a verme con las sanadoras que nos acompañarían, y desde su lecho de convaleciente, harto de estar “postrado como perro viejo”, Milo se dedicó a inmiscuirse en todas mis actividades.En medio de aquella locura, recordé los rosales en el jardín privado de madre. Varios de ellos ya habían florecido, y me alegró descubrir una hermosa rosa blanca, porque Risa había dicho que eran sus favoritas.Mi pequeña estaba de picnic con Aine al otro lado d
Un ruido sordo me despertó sobresaltado. Aún era de noche, la luna estaba alta en el cielo. Otro sonido terminó de hacerme reaccionar: un rumor como si arrastraran algo por el suelo de piedra. Sólo entonces advertí el hueco frío junto a mi cuerpo. Por rarísima ocasión, mi pequeña no dormía pegada a mi costado como solía, con su brazo en mi espalda y su pierna entre las mías.Alcé la cabeza de la almohada, volteando a mirarla, y me descubrí solo en la cama.Un gemido ahogado reclamó mi atención. ¿Dónde estaba Risa? ¿Le había sucedido algo?—¿Pequeña? —la llamé.El segundo gemido me despejó la cabeza como agua helada en la cara, y al erguirme descubrí a mi pequeña sentada en el frío piso de la habitación, cubriéndose la cara con ambas manos para ocultar su llanto.—¡Risa! ¿Qué te ocurre? —exclamé, levantándome precipitadamente.Rodeaba la cama hacia ella asustado cuando tuve un atisbo de algo negro sobre las almohadas. Mi corazón dio un vuelco
Ni siquiera me di cuenta que trotaba de regreso hacia el prado.—¿Qué?—Los ruidos en su habitación despertaron a Tilda, que fue a ver si le había ocurrido algo. Ya sabes, con esto de sus pesadillas, Tilda se mantenía atenta. Pero la puerta estaba trabada por dentro y Risa no contestaba, y cuando Tilda rodeó el ala oeste por fuera, halló su ventana abierta y la habitación vacía. ¡Búscala! Asegúrate que está bien.—Lo peor que podría pasarle ahora es volver a verme, madre —mascullé.—Entonces no te dejes ver. Busca su rastro. Si fue hacia el sur, seguramente se dirigió a la casa de Tea en Iria y está a salvo.—Y si fue hacia el norte, podría pasarle algo en el bosque —gruñí pensando en los leones de la montaña que debían acechar en las sombras, en busca de una presa.Pronto rodeaba el jardín medicinal hacia las ventanas de Risa. Un candil se movía en su habitación. Mi prima Tilda se detuvo junto a la cama al verme llegar y me saludó con un ca
La proverbial sonrisa de Artos vaciló al darse cuenta que Milo estaba herido, y al parecer eso le resultó motivo suficiente para justificar mi ánimo, lo cual agregó una línea más a la lista de cosas que me hacían sentir culpable.Para no tener que contar lo sucedido dos veces, nos entretuvimos hablando de cuestiones prácticas e inmediatas sobre la semana de marcha que teníamos por delante. Eamon llegó dos horas después, y apenas se sentaba a la mesa con su Beta y su Gamma cuando madre me llamó.—Necesito hablar con tus tíos antes que partan —dijo—. Y contigo, claro. ¿Puedo invitarlos a desayunar?Su invitación no tenía nada de extraño en esas circunstancias, y me dirigí con Artos, Eamon y Milo a los aposentos de madre, mientras los demás permanecían en el comedor principal.Mis tíos abrazaron
Los humanos se apartaban amedrentados del camino al vernos llegar al galope, precedidos por las exploradoras en cuatro patas. Su mensaje nos había encontrado a las afueras del pueblo que rodeaba el castillo, obligándonos a lanzarnos en aquella carrera desesperada: “Se los llevaron. Noreia herida.”Nuestras exploradoras nos esperaban en las afueras de la ciudadela para guiarnos al pabellón de caza por el camino más corto.—Fui al amanecer a ver cómo seguía todo —explicó una sin aminorar la marcha—. La cañada estaba desierta, y encontré a Enyd y Noreia en el sendero al pabellón. Los guardias se presentaron antes del alba, armados hasta los dientes, en busca de los lobos. Enyd y Noreia cambiaron para enfrentarlos, pero no pudieron hacer nada para evitar que se los llevaran.—¿Qué le ocurrió a Noreia? —pregunté.—Cuatro lanzazos, uno de ellos en el pecho. Ayudé a Enyd a cargarla de regreso a la cañada y volví al convento para enviarles el cuervo.
Las voces me despertaron en plena noche. Eran los cautivos. No decían nada en concreto, no hablaban entre sí, era como si murmuraran palabras ininteligibles en sueños. Dormían en el pabellón, junto a Enyd, las exploradoras y media docena de los nuestros. Los demás dormíamos en el bosque, donde el sendero salía al claro.—Enyd —llamé, dirigiéndome a la construcción de piedra y madera.—¿Alfa? —respondió medio dormida.—Están hablando en sueños. Están agitados, como si tuvieran pesadillas.—Oh, no hace falta que permanezcas abierto a ellos. Es que nunca duermen bien. En ocasiones también lloran o gimen en sueños.La sanadora bajaba envuelta en una bata de lana cuando entré al pabellón, y se apresuró a reavivar el fuego.—¿Cómo siguen? —pregunté, sentándome frente al hogar mientras ella acercaba una silla.Enyd se encogió de hombros y meneó levemente la cabeza.—Creo que aún es muy pronto para saberlo. Es su primer día sin cargar