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—Alfa.

El llamado vacilante de Milo me sobresaltó mientras cruzaba el Bosque Rojo hacia la aldea, y azucé mi caballo alarmado.

—Aquí estoy. ¿Qué ocurre?

—Ven a rescatarme de tantas mujeres, por favor.

Sofrené al semental riendo por lo bajo. Mi hermano sonaba débil, pero bien despierto.

—Ya, ya. Déjame buscarme algo de cenar e iré a cuidarte un rato.

—Gracias.

—¿Cómo te sientes?

—Bien. La pequeña Luna me evitó una infección o algo así, y ahora me siento mucho mejor, aunque todavía tengo plata dentro, a juzgar por el ardor y la fiebre.

—¿Dices que Risa te alivió?

—Óyete nada más, tan orgulloso de ella. Te lo contaré cuando vengas.

Volví a reír por lo bajo. Escucharlo me quitaba de encima una montaña de preocupación. Crucé la aldea al galope, por el camino paralelo al canal, y pronto estaba en el claro. Dejé mi semental al cuidado de los muchachos, que seguían allí custodiando a las humanas y que me tendieron

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