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Al día siguiente, madre me llamó a sus aposentos poco antes del mediodía. Su sonrisa al darme la bienvenida, entre cómplice y divertida, delató que quería hablarme de Risa. Madre seguía sus pasos a distancia con tanto interés como discreción, y se entretenía manteniéndome al tanto de lo que hacía durante el día.

Era una mañana cálida y soleada, y salimos a sentarnos al balcón que se abría sobre su jardín privado.

—Tu pequeña tiene a Tilda de cabeza —dijo divertida, sin perder tiempo en preámbulos—. Sus soluciones para curar a las humanas son muy distintas a las nuestras.

—Las habrá aprendido de la anciana de la aldea —tercié.

—Sí. Lo curioso es que Marla y yo le enseñamos su oficio a Tea cuando llegó al Valle, hace más de cuarenta año

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