Me sorprendió que Milo regresara pasado el mediodía, porque no lo esperaba hasta el anochecer. Sin embargo, un vistazo a la sonrisa radiante de Finoa, en contraste con el evidente agotamiento de Milo, me hizo reír de buena gana. Finoa siempre había sido una gran corredora, esbelta y atlética, y era evidente que se había desquitado por la temporada de encierro cuidando a sus cachorros.
—Creo que me llevaré a mi hermana al norte y te dejaremos a ti de niñero —dije divertido.
—Muy gracioso —gruñó Milo jadeante—. Iré a vestirme y te traeré la carta.
—Si no se desmaya por el camino —se mofó Fiona, alejándose al trote hacia los baños como si regresara de un paseo por el prado.
—Te pediré algo de comer —dije, riendo por lo bajo del suspiro de mi hermano.
Llegaba a mi estudio cuando vi que Brenan se acercaba, haciéndome señas de que lo esperara. Me detuve y lo saludé, para que supiera que lo escuchaba.
—¿Has visto a Risa? —me preguntó entusiasmado.<
Madre nos recibió recostada en un cómodo diván frente al hogar, bien arropada bajo la manta que las niñas le tejieran para Navidad. Solía dormir una siesta después de su baño, pero la había pospuesto para recibirme.Nos sentamos en la alfombra junto a sus piernas, para que nuestras cabezas estuvieran a la misma altura que la suya, y le referí lo que acababa de compartir con Milo sobre la situación de los lobos. Mientras hablaba, vi que la expresión de madre se ensombrecía. Me interrumpió con un gesto y adivinamos que hablaba con alguien.—Aguardemos a Marla —dijo—. Prefiero que aclare cualquier duda que tenga contigo, que ya has leído la carta.La jefa de sanadoras no tardó en presentarse. Tuvimos que hacerle lugar para que hincara una rodilla y besara la mano de madre, toda arrebolada y vibrante de alegría. Yo mantenía un contacto tan estrecho y constante con ella que a veces olvidaba que, para el resto de la manada, pasar tiempo con nuestra Luna resultaba algo
Al anochecer, Mora me hizo saber que ya le había enviado a Risa los vestidos nuevos, como prometiera.—Planeaba correrse hasta la cocina antes de cenar, para entregar las medicinas de las mujeres de este turno —agregó.Con eso en mente, comí temprano, me puse presentable y bajé con sigilo, para que el agudo oído de mi pequeña no me descubriera. La escuché salir hablando con la mujer que le llevaba la cena. Tan pronto cerraron la puerta, me colé dentro de la habitación. Además del olor a comida, percibí el perfume anisado de loción para el cabello, que Risa no usaba desde que llegara al castillo.Me asomé al corredor con cautela, y luego de asegurarme que las sanadoras ya se habían retirado, me sentí lo bastante audaz para colgar la cinta negra del pestillo de la puerta, del lado de afuera. Luego me recosté a esperar a mi pequeña.
Desayunaba solo, organizando las tareas del día, cuando Milo entró en mi estudio seguido por Garnik. El muchacho se había quedado descansando en el Bosque Rojo después de entregarle la carta de Noreia a mi hermano, y había llegado al castillo con las primeras luces, listo para reunirse con nosotros.—¿Tú también estás listo para trabajar? —le pregunté a Milo burlón—. Creí que dormirías dos días más.—Cállate, que no siento las piernas —gruñó, dejándose caer en su silla y frotándose los muslos—. En verdad necesito entrenar con los muchachos antes de la ofensiva.Aunque no tenía información urgente para nosotros, Garnik sí tenía información valiosa.Cuando recibiera mi último mensaje, autorizándolo a aguardar el regreso de Noreia, Mende
**Esta historia es paralela a Valle de los Lobos, contada desde el otro protagonista, y termina después del final de Valle. Actualizaciones: como máx cada 2 días**Las oscuras nubes de tormenta ocultaban las estrellas, reflejando con un ominoso tinte sangriento las llamas que devoraban la aldea abandonada. Y en los campos vecinos, la escarcha tardía crujía bajo los cascos de los caballos de batalla y las patas de los gigantescos lobos. Gritos, relinchos y aullidos llenaban la noche en aquella lucha feroz, a muerte.Los jinetes, liderados por un guerrero de larga cabellera rubia, intentaban contener la embestida de los lobos con lanzas y espadas de plata, pero poco a poco cedían terreno. Los lobos esquivaban sus lances para atacar primero a sus cabalgaduras, desgarrando tendones, cuellos, vientres, para desmontar a los jinetes. Entonces se lanzaban sobre ellos, indiferentes a cortes o puntazos, los enormes colmillos listos para cerrarse sobre los cuellos de sus enemigos.Una decena de g
LIBRO 1: INVIERNO*Un simple vistazo a la expresión de mi hermano bastó para que riéramos burlones.—Alguien terminará el año sin haber cazado un solo león —se mofó Milo.—¿Recuérdame cuántos osos cazaste en los últimos meses? —replicó Mendel molesto.—Ya, ya. Tendré que encargarme yo mismo —tercié, apartándome de ellos.—¿Qué haces? —me preguntó Milo sorprendido—. Se suponía que regresemos a casa esta noche.—Ustedes, imprimados —repliqué—. Yo puedo pasar la noche donde quiera.—No hagas trampa —dijo Mendel a mis espaldas—. Un solo intento. Si regresas con la piel después de mañana, no cuenta.—Salúdenme a mis hermanas —repliqué alejándome al trote.El sol aún estaba alto. Si seguía el río, podría llegar a la cascada al anochecer. La hora perfecta para emboscar al león y terminar aquella breve temporada de descanso con un trofeo más que mis hermanos, aunque no fuera un oso. Bien, tal vez tuviera suerte y encontrara uno por el camino.Cacé un zorro desprevenido poco antes de alcanzar
Pasé la noche en el Nicho, al tope del barranco, donde quedaran ropas de nuestra última visita. Y temprano en la mañana, me encaminé a pie hacia la aldea. La sanadora me reconoció de inmediato, y se llevó un dedo a los labios atisbando hacia atrás por sobre su hombro.—Aguarda —susurró.Dejó la puerta abierta para retroceder hacia la cocina. Di un paso dentro de la casa y me asaltó una verdadera avalancha de olores, no todos agradables. Espié lo que hacía y descubrí la figura dormida en el suelo frente al hogar. La sanadora le destapó la cabeza para vendarle los ojos, dejando a la vista la larga cabellera blanca. Verla me causó un escalofrío de rechazo, y detecté su esencia apocada en medio de aquel caos de aromas.La anciana notó mi expresión al regresar hacia mí.—¿En qué puedo ayudarte, mi señor? —preguntó en voz baja, intentando disimular su súbita aprensión.—Tal vez podrías decirme por qué das refugio a un maldito vampiro —gruñí cruzándome de brazos.—¿Un…?Alcé las cejas, señal
Aquella plática con madre me dejó un resabio amargo que no logré quitarme en los días siguientes. Sabía que no servía de nada discutir y argumentar. Mi única alternativa era probarle con hechos concretos que no estaba obsesionado con la guerra, sino con la paz. Y de momento no podía hacerlo.Al fin me harté de estar encerrado en el castillo con mis cavilaciones. Dejé a Milo a cargo de todo y me marché con los hijos de mi hermana hacia el oeste.Los curas del monasterio eran nuestro principal vínculo con lo que llamábamos los clanes perdidos, manadas sin vínculos de sangre con nosotros, diseminados en las tierras más allá de las montañas, con quienes teníamos escaso contacto directo debido a la distancia que nos separaba de sus territorios.Cada año, las exploradoras intentaban contactar una de esas manadas, pero no siempre tenían éxito. En ocasiones, los parias y los humanos daban cuenta de ellos, o los obligaban a buscar un nuevo territorio, y las exploradoras pasaban semanas viajand
Le dije a Brenan que se adelantara, a ver si Artos podía enviar a una madre para ayudarnos. Mientras esperábamos, fuimos a echarnos al sol, apenas tibio ya, y traté de explicarles a los cachorros que esa gente era como nosotros, y como ellos. Intenté recordar cómo lo había aprendido yo, pero no servía. Todos nosotros nos habíamos criado viendo cambiar a nuestros padres, y aprendíamos a cambiar a voluntad antes de los cinco años. Para nosotros, tomar una forma u otra era una cuestión de comodidad, algo instintivo.Artos envió a su propia esposa, que llegó corriendo cuesta arriba por delante de Brenan, alborozada al ver a los huerfanitos. Como Luna, compartía la capacidad del Alfa de comunicarse con lobos de otras manadas, y recibió a los pequeños con palabras y gestos afectuosos que calmaron su recelo instintivo sin dificultad.A pesar de todo, no logramos convencer a los cachorros de que cruzaran el umbral de la gran morada en la que vivían Artos y su familia, junto a los padres de lo