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Me sorprendió que Milo regresara pasado el mediodía, porque no lo esperaba hasta el anochecer. Sin embargo, un vistazo a la sonrisa radiante de Finoa, en contraste con el evidente agotamiento de Milo, me hizo reír de buena gana. Finoa siempre había sido una gran corredora, esbelta y atlética, y era evidente que se había desquitado por la temporada de encierro cuidando a sus cachorros.

—Creo que me llevaré a mi hermana al norte y te dejaremos a ti de niñero —dije divertido.

—Muy gracioso —gruñó Milo jadeante—. Iré a vestirme y te traeré la carta.

—Si no se desmaya por el camino —se mofó Fiona, alejándose al trote hacia los baños como si regresara de un paseo por el prado.

—Te pediré algo de comer —dije, riendo por lo bajo del suspiro de mi hermano.

Llegaba a mi estudio cuando vi que Brenan se acercaba, haciéndome señas de que lo esperara. Me detuve y lo saludé, para que supiera que lo escuchaba.

—¿Has visto a Risa? —me preguntó entusiasmado.<

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