Todos los capítulos de El Alfa del Valle: Capítulo 1 - Capítulo 10
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Alfa
**Esta historia es paralela a Valle de los Lobos, contada desde el otro protagonista, y termina después del final de Valle. Actualizaciones: como máx cada 2 días**Las oscuras nubes de tormenta ocultaban las estrellas, reflejando con un ominoso tinte sangriento las llamas que devoraban la aldea abandonada. Y en los campos vecinos, la escarcha tardía crujía bajo los cascos de los caballos de batalla y las patas de los gigantescos lobos. Gritos, relinchos y aullidos llenaban la noche en aquella lucha feroz, a muerte.Los jinetes, liderados por un guerrero de larga cabellera rubia, intentaban contener la embestida de los lobos con lanzas y espadas de plata, pero poco a poco cedían terreno. Los lobos esquivaban sus lances para atacar primero a sus cabalgaduras, desgarrando tendones, cuellos, vientres, para desmontar a los jinetes. Entonces se lanzaban sobre ellos, indiferentes a cortes o puntazos, los enormes colmillos listos para cerrarse sobre los cuellos de sus enemigos.Una decena de g
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1
LIBRO 1: INVIERNO*Un simple vistazo a la expresión de mi hermano bastó para que riéramos burlones.—Alguien terminará el año sin haber cazado un solo león —se mofó Milo.—¿Recuérdame cuántos osos cazaste en los últimos meses? —replicó Mendel molesto.—Ya, ya. Tendré que encargarme yo mismo —tercié, apartándome de ellos.—¿Qué haces? —me preguntó Milo sorprendido—. Se suponía que regresemos a casa esta noche.—Ustedes, imprimados —repliqué—. Yo puedo pasar la noche donde quiera.—No hagas trampa —dijo Mendel a mis espaldas—. Un solo intento. Si regresas con la piel después de mañana, no cuenta.—Salúdenme a mis hermanas —repliqué alejándome al trote.El sol aún estaba alto. Si seguía el río, podría llegar a la cascada al anochecer. La hora perfecta para emboscar al león y terminar aquella breve temporada de descanso con un trofeo más que mis hermanos, aunque no fuera un oso. Bien, tal vez tuviera suerte y encontrara uno por el camino.Cacé un zorro desprevenido poco antes de alcanzar
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2
Pasé la noche en el Nicho, al tope del barranco, donde quedaran ropas de nuestra última visita. Y temprano en la mañana, me encaminé a pie hacia la aldea. La sanadora me reconoció de inmediato, y se llevó un dedo a los labios atisbando hacia atrás por sobre su hombro.—Aguarda —susurró.Dejó la puerta abierta para retroceder hacia la cocina. Di un paso dentro de la casa y me asaltó una verdadera avalancha de olores, no todos agradables. Espié lo que hacía y descubrí la figura dormida en el suelo frente al hogar. La sanadora le destapó la cabeza para vendarle los ojos, dejando a la vista la larga cabellera blanca. Verla me causó un escalofrío de rechazo, y detecté su esencia apocada en medio de aquel caos de aromas.La anciana notó mi expresión al regresar hacia mí.—¿En qué puedo ayudarte, mi señor? —preguntó en voz baja, intentando disimular su súbita aprensión.—Tal vez podrías decirme por qué das refugio a un maldito vampiro —gruñí cruzándome de brazos.—¿Un…?Alcé las cejas, señal
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3
Aquella plática con madre me dejó un resabio amargo que no logré quitarme en los días siguientes. Sabía que no servía de nada discutir y argumentar. Mi única alternativa era probarle con hechos concretos que no estaba obsesionado con la guerra, sino con la paz. Y de momento no podía hacerlo.Al fin me harté de estar encerrado en el castillo con mis cavilaciones. Dejé a Milo a cargo de todo y me marché con los hijos de mi hermana hacia el oeste.Los curas del monasterio eran nuestro principal vínculo con lo que llamábamos los clanes perdidos, manadas sin vínculos de sangre con nosotros, diseminados en las tierras más allá de las montañas, con quienes teníamos escaso contacto directo debido a la distancia que nos separaba de sus territorios.Cada año, las exploradoras intentaban contactar una de esas manadas, pero no siempre tenían éxito. En ocasiones, los parias y los humanos daban cuenta de ellos, o los obligaban a buscar un nuevo territorio, y las exploradoras pasaban semanas viajand
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4
Le dije a Brenan que se adelantara, a ver si Artos podía enviar a una madre para ayudarnos. Mientras esperábamos, fuimos a echarnos al sol, apenas tibio ya, y traté de explicarles a los cachorros que esa gente era como nosotros, y como ellos. Intenté recordar cómo lo había aprendido yo, pero no servía. Todos nosotros nos habíamos criado viendo cambiar a nuestros padres, y aprendíamos a cambiar a voluntad antes de los cinco años. Para nosotros, tomar una forma u otra era una cuestión de comodidad, algo instintivo.Artos envió a su propia esposa, que llegó corriendo cuesta arriba por delante de Brenan, alborozada al ver a los huerfanitos. Como Luna, compartía la capacidad del Alfa de comunicarse con lobos de otras manadas, y recibió a los pequeños con palabras y gestos afectuosos que calmaron su recelo instintivo sin dificultad.A pesar de todo, no logramos convencer a los cachorros de que cruzaran el umbral de la gran morada en la que vivían Artos y su familia, junto a los padres de lo
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5
Considerando que los hijos de Mora habían venido al sur conmigo, recayó en los hijos de Mendel encargarse de montar el campamento, cerca del Nicho, para nuestra estúpida visita anual al pueblo. Y allí se fueron, guiando los caballos porteadores y los de refresco, a sacudirse lo que les quedaba de la borrachera con la que recibieran el año. Los despedimos compartiendo nuestras dudas de que serían capaces de llegar sin caerse de la silla, y de que hallaríamos el campamento en el lugar correcto.Dos días después, me disponía a dejar el castillo al anochecer cuando madre me llamó. Les avisé a mis hermanos que tal vez demorara y recorrí a paso rápido la galería hacia los aposentos de madre.Lenora me esperaba con la puerta abierta. Era una de mis hermanas de la última camada y dama de compañía de madre, que me recibió de pie en medio de su salón. Me tendió una mano para ir a sentarnos juntos frente al fuego y advertí que Lenora se llevaba a las otras damas, hijas de mis primos, dejándonos
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6
Nos volvimos los cuatro hacia la muchachita postrada en la nieve. Milo y Mora se acercaban a ella cuando se irguió para sentarse en sus talones y echó hacia atrás la capucha de su manto, revelando su piel y su cabellera blancas y sus ojos purpúreos, tal como hiciera conmigo aquella noche en el bosque.—Tranquilo, es humana —le dije a Mendel, que llevara una mano al puñal en su cintura.Los murmullos de la gente se convirtieron en un clamor de repudio e indignación, y comenzaron a insultarla desde todos los costados de la plaza.—¡Demonio!—¡Chupasangre!—¡Abominación!Milo me había escuchado, pero no parecía convencido.—¿Qué eres? —le preguntó, sin ocultar su aversión.La muchachita volvió a doblarse sobre sí misma.—Por favor, mi señor, perdona mi apariencia—dijo—. Sé que no soy digna de servirles, pero si me permitieran tomar el lugar de mi hermana, seré feliz realizando cualquier tarea que tuvieran la bondad de asignarme, por humilde que la consideren.—¿Qué diablos? —murmuró Mend
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7
Inspiré hondo antes de agacharme junto a ella. Los latidos de su corazón seguían siendo débiles, pero se habían hecho más rápidos. Su cuerpo hacía cuanto podía por combatir el frío. Tendría que quitarle la ropa mojada o se nos moriría por el camino.Comencé por las toscas botas de cuero, viejas y rotas. Sus pies estaban morados de frío. Luego aparté las pieles y abrí su tosco vestido de lana. Logré quitárselo antes que se hiciera un ovillo, temblando violentamente, y me impresionó su delgadez.Decidí dejarle el enagua y la alcé con cuidado para tenderla sobre un manto. No pesaba más que un niño. No me sorprendía que le costara recuperarse de una pulmonía. Tal vez su sangre sucia no tenía relación, y lo que la había complicado era lo mal alimentada que estaba. Sólo por p
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8
Creo que nunca antes me sentí tan feliz de que mi anca se hubiera recuperado del lanzazo, y que nunca antes corrí tanto y tan rápido por la nieve, ansioso por llegar al castillo.Fui directamente a los baños, avisándole a madre y a mis hermanos que había regresado y que no me molestaran hasta la cena.Dormí hasta el anochecer, un sueño pesado y sin imágenes del que desperté sintiéndome restaurado. Y famélico. Imaginé que madre querría saber sobre la muchachita, de modo que me vestí con lo primero que hallé y recorrí la galería hasta sus aposentos. Me alegró encontrar allí a Mora, y me senté a devorar cuanta comida me pusieron delante mientras hablábamos.Mi hermana me refirió que había designado a las muchachas directamente al servicio de cocina, sin permitirles sumarse a las demás elegidas
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9
Pasé el resto de la noche despierto, observándola, pensando. Y no sé si fue el malhadado instinto paternal de Alfa o qué, pero por la mañana ya no la veía como la viva imagen de nuestros peores enemigos.Era sólo una muchachita débil, indefensa, que seguramente había pasado buena parte de su vida siendo maltratada por verse como se veía. Imaginé que por eso se había ofrecido para venir como sirviente al castillo: para escapar del maltrato y la marginación constantes. Había sido su desesperación lo que la había empujado a exponerse aquella noche en el pueblo, aunque la insultaran y la apedrearan.Una cachorra sin esperanzas de hallar jamás una manada que la aceptara tal como era, como madre y Mora tenían. Y ella nos había visto como su única esperanza de hallar algo distinto, aunque pasara el resto de sus días de rodillas fre
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