Fui por el tapiz para cubrir la entrada de la cueva, mientras ella abría uno de los arcones que le trajera Mora. Pasé a su lado cargando el pesado tapiz, prohibiéndome hablarle para no seguir incomodándola.—¿Debo usar el vestido, mi señor? —preguntó un momento después.—Puedes usar lo que gustes —repliqué, forcejeando para fijar bien las pieles en los clavos superiores de la entrada.Cuando terminé de colgar el tapiz y me volví hacia ella, no pude evitar reír por lo bajo, porque se había puesto unas calzas de lana, camisa y jubón.—Por supuesto que mi hermana te traería algo así —comenté, acercándome a ella—. Déjame verte.Se irguió como estaba, con una bota aún en su mano. Saqué el cuello de la camisa del jubón sonriendo, porque las ropas de montar le sentaban inesperadamente bien.—Es más cómodo, ¿verdad? —tercié, bajando los ruedos del jubón para que no se le arrugara bajo la faja.—Sí, mi señor. Sería un despropósito arruin
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