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Nos volvimos los cuatro hacia la muchachita postrada en la nieve. Milo y Mora se acercaban a ella cuando se irguió para sentarse en sus talones y echó hacia atrás la capucha de su manto, revelando su piel y su cabellera blancas y sus ojos purpúreos, tal como hiciera conmigo aquella noche en el bosque.

—Tranquilo, es humana —le dije a Mendel, que llevara una mano al puñal en su cintura.

Los murmullos de la gente se convirtieron en un clamor de repudio e indignación, y comenzaron a insultarla desde todos los costados de la plaza.

—¡Demonio!

—¡Chupasangre!

—¡Abominación!

Milo me había escuchado, pero no parecía convencido.

—¿Qué eres? —le preguntó, sin ocultar su aversión.

La muchachita volvió a doblarse sobre sí misma.

—Por favor, mi señor, perdona mi apariencia—dijo—. Sé que no soy digna de servirles, pero si me permitieran tomar el lugar de mi hermana, seré feliz realizando cualquier tarea que tuvieran la bondad de asignarme, por humilde que la consideren.

—¿Qué diablos? —murmuró Mend
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