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Al anochecer, Mora me hizo saber que ya le había enviado a Risa los vestidos nuevos, como prometiera.

—Planeaba correrse hasta la cocina antes de cenar, para entregar las medicinas de las mujeres de este turno —agregó.

Con eso en mente, comí temprano, me puse presentable y bajé con sigilo, para que el agudo oído de mi pequeña no me descubriera. La escuché salir hablando con la mujer que le llevaba la cena. Tan pronto cerraron la puerta, me colé dentro de la habitación. Además del olor a comida, percibí el perfume anisado de loción para el cabello, que Risa no usaba desde que llegara al castillo.

Me asomé al corredor con cautela, y luego de asegurarme que las sanadoras ya se habían retirado, me sentí lo bastante audaz para colgar la cinta negra del pestillo de la puerta, del lado de afuera. Luego me recosté a esperar a mi pequeña.

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