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Esa noche, Risa se adelantó a mi encuentro apenas entré a su habitación y me echó los brazos al cuello con una gran sonrisa, su esencia fragante de alegría. La estreché riendo por lo bajo, mi pecho colmado de calidez porque mi pequeña me había estado esperando para compartir las emociones de ese día, tal vez el más importante para nosotros desde que llegara al castillo.

Me contó su encuentro con madre mientras cenábamos, hablándome de cuánto la había conmovido y cuánto había disfrutado aquel breve rato con nuestra reina.

—Le gusta que le rasquen tras la oreja izquierda, como tú —sonrió—. Y se quedó dormida mientras le limpiaba los lagrimales. ¡Si supieras lo que me costó no abrazarla!

—Oh, ¿por eso me abrazaste así a mí?

Sacudió la cabeza intentando frun

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