Esa noche, Risa se adelantó a mi encuentro apenas entré a su habitación y me echó los brazos al cuello con una gran sonrisa, su esencia fragante de alegría. La estreché riendo por lo bajo, mi pecho colmado de calidez porque mi pequeña me había estado esperando para compartir las emociones de ese día, tal vez el más importante para nosotros desde que llegara al castillo.
Me contó su encuentro con madre mientras cenábamos, hablándome de cuánto la había conmovido y cuánto había disfrutado aquel breve rato con nuestra reina.
—Le gusta que le rasquen tras la oreja izquierda, como tú —sonrió—. Y se quedó dormida mientras le limpiaba los lagrimales. ¡Si supieras lo que me costó no abrazarla!
—Oh, ¿por eso me abrazaste así a mí?
Sacudió la cabeza intentando frun
Mora aseguró que ella se encargaría de que Risa se sumara a las camareras ese mediodía, aunque expresó sus dudas.—Hasta ahora, hemos logrado que no se mezcle con las elegidas, para que nadie crea que es una humana más —dijo—. ¿Estás seguro que quieres cambiar eso?—No. Será sólo esta vez —respondí.Mi hermana se encogió de hombros, poco convencida, y no insistió.Esperé con velada ansiedad la hora del almuerzo, hasta que al fin llegó el momento de reunirme con mis hermanos para encaminarnos al comedor principal.En los años desde la muerte de padre había acabado por habituarme a ocupar lo que antes fuera su imponente sillón en la mesa, aunque aún me sentía incómodo sentándome a la cabecera como él hacía. Por eso me ubicaba a un lado, rodeado por mis hermanos,
Me cerré a todos, ansiando un momento de calma y soledad.Sabía que Risa no tardaría en regresar a su habitación, de modo que abrí el panel para escuchar cuando llegara y fui a pararme frente a mi ventana.Quería verla, saber cómo estaba, consolarla, cuidarla. Me abrumaba la culpa por haberla puesto en esa situación, y sentirme furioso con las humanas no servía para aliviar mi remordimiento.Al fin la oí entrar a su habitación. Me asomé al primer peldaño aguzando el oído. Trabó la puerta y permaneció allí, inmóvil. Luego la oí abrir la ventana y un rumor de papel, como si pasara páginas de un libro.Sin poder contenerme más, bajé la escalera a paso rápido. Oí su corazón latir desbocado. Sus palabras me detuvieron a dos escalones de su panel, demostrando que me había escuchado
Volví a avanzar entre los árboles y no tardé en tenerlas a la vista. Oí hablar a Risa, su voz más aguda por la rabia. Me atreví a acercarme más para escuchar qué decía.—¿Y todo por qué? Porque uno de tus parientes se ha encaprichado conmigo y me quiere en el sótano de su dormitorio, para poder visitarme a escondidas por la noche. Y no sólo no me deja verlo, también me cela constantemente. ¡Cuando ni siquiera sé su nombre! ¿Y ahora me entero que pronto se marchará a luchar durante meses? ¿Y yo qué? ¿Tendré que quedarme sola aquí, rezando para que regrese vivo?Sus palabras me sentaron como una bofetada. Advertí que me había detenido de pura sorpresa y seguí adelante. La forma en que Risa planteara su situación sonaba tan injusta, tan cruel. ¿Cómo era que nunca me h
Fue una larga noche insomne para mí, atormentado por mis remordimientos y la incertidumbre de lo que ocurriría en la mañana.Decidí que si Risa elegía regresar a la aldea, no al castillo, no la detendría. No tenía derecho. Mis sentimientos no importaban. Ya bastante los había antepuesto a su bienestar. La dejaría en libertad, sin volver a incomodarla.Se me ocurrió que tal vez pudiera pasar a verla después de la ofensiva. Entonces estaría a sólo semanas de cumplir la mayoría de edad. Podría revelarle quién era en realidad y, si aún abrigaba sentimientos por mí, tal vez…El crujido de ramas a mis espaldas interrumpió los patéticos intentos de hallar cualquier tipo de consuelo. Al mismo tiempo, uno de los caballos atados bajo la cueva despertó inquieto, bufó y pateó. Me incorporé de un salto,
Había pasado una hora bastante ocupada antes de cenar. Tan pronto regresara al castillo, había tenido que apurarme a recoger la ropa que dejara en la habitación de Risa el día anterior, antes que ella o alguien más la encontrara, y cerrar bien el panel. Luego me había reunido con madre y Mora, que me habían referido lo que mi sobrina aceptara confiarles de lo que hablara con mi pequeña durante su escapada al Atalaya.—¡Me regañó! ¡Mi hija! ¿Puedes creerlo? —había exclamado Mora, entre enfadada y divertida—. Pero una vez que se explicó, sólo pude darle la razón.Y madre y yo también lo hicimos después de escucharla. Aine había tenido el gran acierto de preguntarle a Risa qué le gustaría cambiar para que su vida entre nosotros fuera más placentera para ella, y su respuesta había resultado s
—Si lo prefieres, puedo dejar de visitarte hasta que seas mayor de edad. —Tuve que obligarme a pronunciar cada palabra e ignorar el dolor como de zarpazos que me causaban en mi pecho—. Al fin y al cabo, tienes razón, es lo correcto.Risa giró para enfrentarme y sujetó mi cara con ambas manos.—Ya soy mayor de edad como humana, aunque no esté madura para procrear contigo —respondió con dulzura—. Y sería una tortura innecesaria para ti, mi señor.—Pero no para ti —murmuré desalentado.—Claro que sí —replicó sin vacilar, y su acento cálido se tiñó de pena—. Pero no soy lobo, mi señor. Aine me lo hizo ver anoche. Soy tu compañera, mientras tú eres sólo mi amado. Porque es cuanto puedo ofrecerte como humana: mi amor sincero, incondicional, con sus imperfecciones y contradiccione
—Allí están.—Ve por la derecha, yo iré por la izquierda.—Aguarden mi señal.—Sí, sí.Hicimos como Mendel quería y esperamos su señal para atacar a los jabalíes. Dimos buena cuenta de los cinco más corpulentos y dejamos escapar a los demás.—A ver cómo mejoran esto —dijo Mendel satisfecho, aullando para que los muchachos vinieran por nuestras presas.—Seguramente encontraremos uno o dos osos en la carreta —respondió Milo burlón.Kian y sus hermanos de camada se nos unieron con dos alces adultos de imponentes cornamentas, que soltaron junto a nuestros jabalíes con aire triunfal.—Llenaremos nuestra carreta primero —dijo Kian ufano.Apenas terminaba de decirlo, Mora y Ronan llegaron con más jabalíes. Mis sobrinos ya alcanzaban nuestra posici&oacu
Como tantas veces desde que conociera a Risa, fue una noche insomne para mí. Ella dormía profundamente en mis brazos, relajada y distendida, su esencia dulce envolviéndome. Mientras tanto, en mi interior, parecía haberse desatado una verdadera tormenta de sentimientos encontrados.Todo lo que ocurriera ese día luchaba por imponerse y acaparar mi atención: la estúpida competencia con mis primos durante la cacería, mis celos injustificados cuando Milo pidió que Risa lo bañara, mi rabia por tener que tragarme los celos y fingir que nada sucedía, y por último, pero no menos importante, el miedo que me encogiera el estómago ante la perspectiva de que Mendel descubriera mi secreto.Me resultaba imposible separar las distintas cuestiones y ponerlas en perspectiva, y pronto descubrí que el problema era que, en realidad, estaba todo relacionado.Todo se reducía a mi i