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—Si lo prefieres, puedo dejar de visitarte hasta que seas mayor de edad. —Tuve que obligarme a pronunciar cada palabra e ignorar el dolor como de zarpazos que me causaban en mi pecho—. Al fin y al cabo, tienes razón, es lo correcto.

Risa giró para enfrentarme y sujetó mi cara con ambas manos.

—Ya soy mayor de edad como humana, aunque no esté madura para procrear contigo —respondió con dulzura—. Y sería una tortura innecesaria para ti, mi señor.

—Pero no para ti —murmuré desalentado.

—Claro que sí —replicó sin vacilar, y su acento cálido se tiñó de pena—. Pero no soy lobo, mi señor. Aine me lo hizo ver anoche. Soy tu compañera, mientras tú eres sólo mi amado. Porque es cuanto puedo ofrecerte como humana: mi amor sincero, incondicional, con sus imperfecciones y contradiccione

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