—Si lo prefieres, puedo dejar de visitarte hasta que seas mayor de edad. —Tuve que obligarme a pronunciar cada palabra e ignorar el dolor como de zarpazos que me causaban en mi pecho—. Al fin y al cabo, tienes razón, es lo correcto.
Risa giró para enfrentarme y sujetó mi cara con ambas manos.
—Ya soy mayor de edad como humana, aunque no esté madura para procrear contigo —respondió con dulzura—. Y sería una tortura innecesaria para ti, mi señor.
—Pero no para ti —murmuré desalentado.
—Claro que sí —replicó sin vacilar, y su acento cálido se tiñó de pena—. Pero no soy lobo, mi señor. Aine me lo hizo ver anoche. Soy tu compañera, mientras tú eres sólo mi amado. Porque es cuanto puedo ofrecerte como humana: mi amor sincero, incondicional, con sus imperfecciones y contradiccione
—Allí están.—Ve por la derecha, yo iré por la izquierda.—Aguarden mi señal.—Sí, sí.Hicimos como Mendel quería y esperamos su señal para atacar a los jabalíes. Dimos buena cuenta de los cinco más corpulentos y dejamos escapar a los demás.—A ver cómo mejoran esto —dijo Mendel satisfecho, aullando para que los muchachos vinieran por nuestras presas.—Seguramente encontraremos uno o dos osos en la carreta —respondió Milo burlón.Kian y sus hermanos de camada se nos unieron con dos alces adultos de imponentes cornamentas, que soltaron junto a nuestros jabalíes con aire triunfal.—Llenaremos nuestra carreta primero —dijo Kian ufano.Apenas terminaba de decirlo, Mora y Ronan llegaron con más jabalíes. Mis sobrinos ya alcanzaban nuestra posici&oacu
Como tantas veces desde que conociera a Risa, fue una noche insomne para mí. Ella dormía profundamente en mis brazos, relajada y distendida, su esencia dulce envolviéndome. Mientras tanto, en mi interior, parecía haberse desatado una verdadera tormenta de sentimientos encontrados.Todo lo que ocurriera ese día luchaba por imponerse y acaparar mi atención: la estúpida competencia con mis primos durante la cacería, mis celos injustificados cuando Milo pidió que Risa lo bañara, mi rabia por tener que tragarme los celos y fingir que nada sucedía, y por último, pero no menos importante, el miedo que me encogiera el estómago ante la perspectiva de que Mendel descubriera mi secreto.Me resultaba imposible separar las distintas cuestiones y ponerlas en perspectiva, y pronto descubrí que el problema era que, en realidad, estaba todo relacionado.Todo se reducía a mi i
Madre seguía ocupada cuando volví a visitarla. Ahora con las niñas, que se sentaran a sus pies, rodeándola para ver de cerca cómo trenzaba tientos verdes en guirnaldas. Su habilidad para hacerlo a ciegas era admirable, y las niñas intentaban en vano imitar sus movimientos rápidos y certeros.Se interrumpieron cuando entré al salón, pero detuve con un gesto a las niñas cuando intentaron marcharse.—Está bien, no es necesario —les dije, sonriendo también—. Aprender cualquier cosa de nuestra Luna siempre es importante.—Ya verás cómo decoraremos el castillo, tío —dijo Adara, una de las hijas de Mora.—Habrá guirnaldas y pendones con los colores de cada clan —agregó entusiasmada Cordelia, una de las hijas de Milo.—Y nosotras mismas serviremos tu mesa —añadió Morgana,
No me molesté por explicarle nada a mis hermanos y corrí escaleras arriba preguntándome qué podría haber ocurrido.Hallé a madre de pie en el salón principal de sus aposentos, su expresión contraída en un gesto de indignación que pocas veces le viera y su esencia agria de furia. Frente a ella, mi hermana mantenía la cabeza gacha y la vista baja, las manos cruzadas con fuerza contra su falda, en una actitud suplicante que no le sentaba en absoluto a su temperamento orgulloso.Lenora se apresuró a cerrar la puerta a mis espaldas, dejándonos solos.—¿Qué sucedió? —exclamé agitado.—Tu hermana aquí estaba molesta por lo que tuvo que hacer por la mañana —dijo madre con acento cortante—. Y como no tiene las agallas de confrontarte al respecto, tuvo la brillante idea de desahogarse con tu pequeñ
Cubrí los ojos de Risa y la tomé en mis brazos con cuidado. Se agitó en sueños, dejando escapar un suspiro entrecortado. Le hice descansar la cabeza en mi pecho, acunándola con la vista perdida en el fuego. Ignoraba qué ocurriría a continuación, y la incertidumbre era tanta que ahogaba cualquier pensamiento coherente. Sólo podía esperar, sosteniendo a mi pequeña junto a mi corazón, donde siempre viviría aun si elegía dejarme.Afuera, el sol cruzó el prado sin prisa a ocultarse tras las montañas. Atardecía. Mis tíos y sus comitivas acampaban para pasar la noche. Saldrían a cazar y cenarían en torno al fuego, como nuestros ancestros hicieran. En el castillo, los míos se reunían a compartir la mesa. Las niñas daban los toques finales a la decoración, los cachorros se acurrucaban contra sus madres para dormir. Los adultos anticipaban la fiesta de bienvenida a los clanes, las humanas departían sobre el trabajo del día, encendiendo candiles para iluminar sus hogares en Iria.Y en la habitaci
La llevé en mis brazos a la cama, donde nos acostamos frente a frente, nuestros cuerpos enredados. Su confianza y sus sacrificios merecían algo más que besos, y se me ocurrió que tal vez era momento de abrirme más a ella. Al fin y al cabo, siempre había querido explicarle, en la medida de lo posible, la situación que aún me obligaba a mantener nuestro amor en secreto.—Mi posición en la manada depende de lo que ocurra este verano —dije, atento a sus reacciones para saber si le importaba lo que pudiera contarle.—¿De tu desempeño en la ofensiva? —inquirió de inmediato, muy seria.Rocé su nariz al asentir, y frunció el ceño cuando sus dedos se alzaron a rozar mis labios contraídos. Aguardó en silencio que continuara, con evidente interés.—Propuse un plan arriesgado —expliqué—. Uno que nadie nunca se atrevió a poner en práctica. Si saliera medianamente bien, nos expandiremos para que el Valle quede definitivamente protegido. Si tuviera éxito, podría invertir las tornas de la guerra. Nos
El eco distante de cuernos me despertó sobresaltado a la mañana siguiente. Salté de la cama y comencé a vestirme apresurado, mientras Risa se hacía un ovillo bajo las mantas.—Despierta, amor mío —la llamé sin alzar la voz—. Los clanes ya están llegando.Me eché encima la camisa, y al volverme hacia ella, vi que la odiosa cinta negra se había desatado y Risa la sostenía sobre sus ojos con sus propias manos.—Buenos días, mi señor —murmuró adormilada, atándola una vez más—. Ve, pues. Que tengas un buen día.—Tal vez no pueda venir esta noche, ni mañana —le advertí, y de sólo pensarlo se me retorcía el estómago. ¿Dos días sin ella?—No creí que la fiesta duraría toda la noche —dijo contrariada.—A menos que no te importe que llegue tarde —sonreí besando su frente.—Claro que no me importa.—Entonces por supuesto que vendré, pero no me esperes despierta. ¿Un beso para la buena suerte?Me echó los brazos al cuello y me besó con un ímpetu que me resultó delicioso.—Ve y brilla, mi señor —s
Mora no se alegró cuando supo que precisábamos la sala del consejo abierta y caldeada después del almuerzo, pero no se atrevió a poner objeciones.Dejé que mis hermanos se ocuparan de llamar a la inesperada reunión y subí con mis tíos. Cuando quedé solo con Artos, pasó un brazo por mis hombros y me instó a acompañarlo a sus habitaciones, haciendo gala de su sarcasmo con sus previsiones sobre lo que ocurriría por la tarde.—Espero que lo desafíes. Será todo un espectáculo, ver a ese vejete impertinente plantarte cara —se carcajeó.—No quisiera llegar a tanto —suspiré—. Aunque sea una piedra en la bota, es familia. Lo último que quiero es matarlo.Artos me echó una mirada de soslayo y asintió sonriendo de costado.—Has crecido, muchacho. Cualquiera diría que has encontrado una compañera que atempera tus ímpetus.Por suerte, en ese momento su esposa nos abrió la puerta, y para mi sorpresa, dejó entrar a Artos y salió al corredor, tendiéndome lo que traía en sus manos: un rollo de papel g