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Madre seguía ocupada cuando volví a visitarla. Ahora con las niñas, que se sentaran a sus pies, rodeándola para ver de cerca cómo trenzaba tientos verdes en guirnaldas. Su habilidad para hacerlo a ciegas era admirable, y las niñas intentaban en vano imitar sus movimientos rápidos y certeros.

Se interrumpieron cuando entré al salón, pero detuve con un gesto a las niñas cuando intentaron marcharse.

—Está bien, no es necesario —les dije, sonriendo también—. Aprender cualquier cosa de nuestra Luna siempre es importante.

—Ya verás cómo decoraremos el castillo, tío —dijo Adara, una de las hijas de Mora.

—Habrá guirnaldas y pendones con los colores de cada clan —agregó entusiasmada Cordelia, una de las hijas de Milo.

—Y nosotras mismas serviremos tu mesa —añadió Morgana,

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