Madre seguía ocupada cuando volví a visitarla. Ahora con las niñas, que se sentaran a sus pies, rodeándola para ver de cerca cómo trenzaba tientos verdes en guirnaldas. Su habilidad para hacerlo a ciegas era admirable, y las niñas intentaban en vano imitar sus movimientos rápidos y certeros.
Se interrumpieron cuando entré al salón, pero detuve con un gesto a las niñas cuando intentaron marcharse.
—Está bien, no es necesario —les dije, sonriendo también—. Aprender cualquier cosa de nuestra Luna siempre es importante.
—Ya verás cómo decoraremos el castillo, tío —dijo Adara, una de las hijas de Mora.
—Habrá guirnaldas y pendones con los colores de cada clan —agregó entusiasmada Cordelia, una de las hijas de Milo.
—Y nosotras mismas serviremos tu mesa —añadió Morgana,
No me molesté por explicarle nada a mis hermanos y corrí escaleras arriba preguntándome qué podría haber ocurrido.Hallé a madre de pie en el salón principal de sus aposentos, su expresión contraída en un gesto de indignación que pocas veces le viera y su esencia agria de furia. Frente a ella, mi hermana mantenía la cabeza gacha y la vista baja, las manos cruzadas con fuerza contra su falda, en una actitud suplicante que no le sentaba en absoluto a su temperamento orgulloso.Lenora se apresuró a cerrar la puerta a mis espaldas, dejándonos solos.—¿Qué sucedió? —exclamé agitado.—Tu hermana aquí estaba molesta por lo que tuvo que hacer por la mañana —dijo madre con acento cortante—. Y como no tiene las agallas de confrontarte al respecto, tuvo la brillante idea de desahogarse con tu pequeñ
Cubrí los ojos de Risa y la tomé en mis brazos con cuidado. Se agitó en sueños, dejando escapar un suspiro entrecortado. Le hice descansar la cabeza en mi pecho, acunándola con la vista perdida en el fuego. Ignoraba qué ocurriría a continuación, y la incertidumbre era tanta que ahogaba cualquier pensamiento coherente. Sólo podía esperar, sosteniendo a mi pequeña junto a mi corazón, donde siempre viviría aun si elegía dejarme.Afuera, el sol cruzó el prado sin prisa a ocultarse tras las montañas. Atardecía. Mis tíos y sus comitivas acampaban para pasar la noche. Saldrían a cazar y cenarían en torno al fuego, como nuestros ancestros hicieran. En el castillo, los míos se reunían a compartir la mesa. Las niñas daban los toques finales a la decoración, los cachorros se acurrucaban contra sus madres para dormir. Los adultos anticipaban la fiesta de bienvenida a los clanes, las humanas departían sobre el trabajo del día, encendiendo candiles para iluminar sus hogares en Iria.Y en la habitaci
La llevé en mis brazos a la cama, donde nos acostamos frente a frente, nuestros cuerpos enredados. Su confianza y sus sacrificios merecían algo más que besos, y se me ocurrió que tal vez era momento de abrirme más a ella. Al fin y al cabo, siempre había querido explicarle, en la medida de lo posible, la situación que aún me obligaba a mantener nuestro amor en secreto.—Mi posición en la manada depende de lo que ocurra este verano —dije, atento a sus reacciones para saber si le importaba lo que pudiera contarle.—¿De tu desempeño en la ofensiva? —inquirió de inmediato, muy seria.Rocé su nariz al asentir, y frunció el ceño cuando sus dedos se alzaron a rozar mis labios contraídos. Aguardó en silencio que continuara, con evidente interés.—Propuse un plan arriesgado —expliqué—. Uno que nadie nunca se atrevió a poner en práctica. Si saliera medianamente bien, nos expandiremos para que el Valle quede definitivamente protegido. Si tuviera éxito, podría invertir las tornas de la guerra. Nos
El eco distante de cuernos me despertó sobresaltado a la mañana siguiente. Salté de la cama y comencé a vestirme apresurado, mientras Risa se hacía un ovillo bajo las mantas.—Despierta, amor mío —la llamé sin alzar la voz—. Los clanes ya están llegando.Me eché encima la camisa, y al volverme hacia ella, vi que la odiosa cinta negra se había desatado y Risa la sostenía sobre sus ojos con sus propias manos.—Buenos días, mi señor —murmuró adormilada, atándola una vez más—. Ve, pues. Que tengas un buen día.—Tal vez no pueda venir esta noche, ni mañana —le advertí, y de sólo pensarlo se me retorcía el estómago. ¿Dos días sin ella?—No creí que la fiesta duraría toda la noche —dijo contrariada.—A menos que no te importe que llegue tarde —sonreí besando su frente.—Claro que no me importa.—Entonces por supuesto que vendré, pero no me esperes despierta. ¿Un beso para la buena suerte?Me echó los brazos al cuello y me besó con un ímpetu que me resultó delicioso.—Ve y brilla, mi señor —s
Mora no se alegró cuando supo que precisábamos la sala del consejo abierta y caldeada después del almuerzo, pero no se atrevió a poner objeciones.Dejé que mis hermanos se ocuparan de llamar a la inesperada reunión y subí con mis tíos. Cuando quedé solo con Artos, pasó un brazo por mis hombros y me instó a acompañarlo a sus habitaciones, haciendo gala de su sarcasmo con sus previsiones sobre lo que ocurriría por la tarde.—Espero que lo desafíes. Será todo un espectáculo, ver a ese vejete impertinente plantarte cara —se carcajeó.—No quisiera llegar a tanto —suspiré—. Aunque sea una piedra en la bota, es familia. Lo último que quiero es matarlo.Artos me echó una mirada de soslayo y asintió sonriendo de costado.—Has crecido, muchacho. Cualquiera diría que has encontrado una compañera que atempera tus ímpetus.Por suerte, en ese momento su esposa nos abrió la puerta, y para mi sorpresa, dejó entrar a Artos y salió al corredor, tendiéndome lo que traía en sus manos: un rollo de papel g
Mi primo palideció al escucharme, y todos sus hermanos se envararon, intercambiando miradas aprensivas.—No comprendo, Mael, yo… —balbuceó Finneas desconcertado.—Tú nunca aceptaste mi liderazgo —lo interrumpí—. Es hora que lo digas abiertamente. ¿Por qué crees que tu padre eligió a mi padre como sucesor y no a ti?Su expresión se ensombreció, y fue tan torpe de desviar la vista por un instante hacia mis tíos. Rodeé la mesa para alejarme de ellos, y dejarlo en evidencia si volvía a hacerlo.—¿Y bien? ¿Por qué fue que tu padre no te nombró Alfa antes de morir?No utilicé la voz de mando, pero Finneas me conocía lo suficiente para saber que si no respondía, no vacilaría en usarla y humillarlo ante todos.—Porque yo era demasiado joven —masculló entre dientes.—¿Y por qué crees que mi padre me nombró Alfa a mí y no a ti?—Porque dio la casualidad que estabas a su lado cuando murió —me increpó con amargura.A pesar de que me había cerrado a los demás, las expresiones en torno a la mesa re
Me dejé caer en mi cama agotado, mental y emocionalmente. Cuanto acababa de suceder me había dejado más exhausto que la batalla más difícil. Y todavía faltaba la cena de bienvenida. Lo que menos quería era tener que vestirme para la ocasión y sentarme a presidir las mesas de los clanes. Pero era la única aparición pública de madre en el año, y mi lugar era a su lado.Me obligué a levantarme gruñendo. El agua en el caldero que colgaba del hogar ya estaba caliente, y el vapor llenaba el aire de perfume a lavanda. Tomé mi cofrecillo pensando que hubiera querido que Risa estuviera allí. Seguramente interrumpiría sus propios preparativos para ayudarme a asearme. Y acabaríamos llegando tarde a la gran cena por demorarnos en nuestras habitaciones.Una vez más. Sólo una vez más, me repetí.Era la última vez que me preparaba solo.Antes de darme cuenta lo que hacía, abrí el panel y me asomé a la escalera secreta. Tal vez pudiera pasar unos minutos con ella antes de bajar a cenar. Su ausencia e
Mientras nos servían el primer plato, madre le indicó a Risa que se acercara. Mi pequeña acudió de inmediato, inclinándose hacia madre entre su sillón y el de Mora.—Ve, pequeña —le dijo en un susurro—. Aprovecha a cenar en la sala de las camareras. Enviaré por ti tan pronto pueda escaparme.—Sí, Majestad —respondió Risa en el mismo tono.Un momento después la vi rodear la mesa de Eamon hacia la salida a paso rápido, aunque se detuvo a intercambiar unas palabras con Aine.—¿Por qué huiría despavorida de mí? —pregunté viéndola irse.—Serás obtuso —replicó madre, entre divertida y exasperada—. Porque para ella eres dos personas distintas, ¿o no escuchaste lo que te dije hace un momento?—¿Dos personas distintas?—Recuérdame que te jale las orejas cuando estemos solos. ¿No lo comprendes? Ella tiene su lobo, en quien confía, a quien conoce y ama con todo su corazón, pero que nunca vio en dos piernas. Y de tanto en tanto se cruza con este otro lobo que le inspira miedo. Hasta donde ella sa