Mientras nos servían el primer plato, madre le indicó a Risa que se acercara. Mi pequeña acudió de inmediato, inclinándose hacia madre entre su sillón y el de Mora.—Ve, pequeña —le dijo en un susurro—. Aprovecha a cenar en la sala de las camareras. Enviaré por ti tan pronto pueda escaparme.—Sí, Majestad —respondió Risa en el mismo tono.Un momento después la vi rodear la mesa de Eamon hacia la salida a paso rápido, aunque se detuvo a intercambiar unas palabras con Aine.—¿Por qué huiría despavorida de mí? —pregunté viéndola irse.—Serás obtuso —replicó madre, entre divertida y exasperada—. Porque para ella eres dos personas distintas, ¿o no escuchaste lo que te dije hace un momento?—¿Dos personas distintas?—Recuérdame que te jale las orejas cuando estemos solos. ¿No lo comprendes? Ella tiene su lobo, en quien confía, a quien conoce y ama con todo su corazón, pero que nunca vio en dos piernas. Y de tanto en tanto se cruza con este otro lobo que le inspira miedo. Hasta donde ella sa
Disfruté aquella cacería como pocas. No sólo porque mi cadera había dejado de molestarme, y al fin podía correr y saltar cuanto quería. Pasar la noche en el bosque con los míos, nuestra naturaleza exaltada por la luna, me insuflaba una vitalidad nueva, especialmente porque sabía que al volver a casa, Risa me esperaba para ofrecerme en sus brazos el sosiego y el descanso que precisaría.Los imprimados nos entregamos en cuerpo y alma a la caza, mientras los solteros se entretenían entre ellos en aquella primera noche de celo, para ver si hallaban compañeros.Mis hermanos y yo nos alejamos de los demás para cazar juntos como nos gustaba, y no tardé en advertir la inusual actitud cautelosa de Mora hacia mí. Nos disponíamos a dividirnos en pares para emboscar a un alce corpulento. Intercambié una mirada con Milo, que se llevó a Mendel con él, y me volví hacia mi hermana.—Veamos si estás en forma para el verano —le dije a tono de broma.La amaba, era parte de mí, y aunque aún no terminaba
Sólo pudimos dormir un par de horas antes que Milo me llamara para desayunar.—¿Adónde vas tan temprano? —pregunté al ver que Risa se levantaba también.—Los baños —murmuró, obligándose a dejar la cama con un suspiro fatigado—. Me temo que hoy tendré que pasar el día allí.—Te amo, mi pequeña —susurré tomándola en mis brazos.—Y yo a ti, mi señor.Me eché encima mi bata, recogí mi ropa apresurado y la dejé para que pudiera descubrir sus ojos y vestirse tranquila.Poco después bajaba a reunirme con mis hermanos, rumiando lo último que me dijera Risa. Si estaría en los baños desde temprano, la hallaría allí cuando fuera con mis tíos y sus lugartenientes. Entré a mi estudio respirando hondo. Mejor que me preparara para verla consentir a otros sin que me ganaran los celos.Y fue una suerte que me preparara mentalmente para ese momento, porque mi tío Artos la descubrió de inmediato entre las sanadoras que subieran a ayudar en los baños, tan bonita en su liviano vestido blanco, inclinada en
La fiesta se prolongó pasada la medianoche.Esos bailes nunca me habían atraído, y no tardé en salir con mis tíos y varios más, a conversar y disfrutar la noche al aire libre. Sin embargo, me cuidé de ubicarme de frente a los ventanales y el salón, para poder ver a mi pequeña.No era fácil mantenerme alejado de ella. Nuestra raza no florece en soledad, y nuestras tradiciones alentaban la formación de nuevas parejas y nuevas familias. Tener a Risa tan cerca y verme obligado a ignorarla se hacía cada vez más difícil.Viéndola bailar y reír con mis sobrinos, decidí que le revelaría mi identidad antes de irme al norte. Pero antes debía hacerla superar ese miedo incomprensible que me tenía como Alfa, aunque no tenía la menor idea cómo lo lograría.Pensaba en eso cuando mis acompañantes regresaron al salón para la Danza de la Luna, en la que sólo participaban los líderes de los tres clanes. Vi a mis hermanos, tíos, primos, alinearse con sus compañeras en el centro del salón, donde todos ret
Madre estaba desocupada, y me recibió con una gran sonrisa cuando me reuní con ella a almorzar, llenándome de preguntas sobre las decisiones que tomáramos en los últimos días.—De modo que te encargarás de los aldeanos antes de marcharte al norte —dijo luego, muy seria.—Sí, y hay algo más que quiero hacer antes de la ofensiva.Madre alzó las cejas, instándome a continuar, y ladeó la cabeza pensativa al escuchar mis intenciones de pasar tiempo con Risa y luego revelarle mi identidad.—¿Y cómo te propones pasar tiempo con ella?—No tengo la menor idea —suspiré—. Si pasaré varios días fuera para ir a la aldea, no me queda demasiado tiempo. También me gustaría que Risa esté allí cuando confrontemos a los humanos. Al fin y al cabo, lo que terminó de decidirme a expulsarlos es lo que su forma de tratarla me demostró de sus naturalezas. Me gustaría que vea que el maltrato que le infligieron durante años no queda impune. Pero su forma de ser la haría sent
Me obligué a ignorar la punzada dolorosa que me causaba su rechazo y volví a abrazarla, aunque eso no la ayudó a serenarse.—¿Por qué le temes tanto? —pregunté con genuina curiosidad, aunque detestaba hablar de mí en tercera persona—. Acaso alguna vez ocurrió algo que no me hayas contado?—No, es sólo que… —musitó—. No sé cómo explicarlo, mi señor, pero sé que me detesta desde que me vio por primera vez, cuando tuvo que salvarme del león el año pasado. —Se hizo un ovillo contra mi pecho—. Ahora comprendo por qué me mira así.Había confirmado mis sospechas, aunque su última afirmación me desconcertó.—¿Así cómo?—Con odio. Como conteniéndose para no estrangularme con sus propias manos.—¿Qué?¿De dónde había sacado esas ideas? Sus respuestas me confundían, y me causaban un temor desconocido. Hice lo posible por dominar mi propia agitación.—Tiene sentido —murmuró junto a mi piel—. Siempre le causé rechazo. Y saber que alguien ta
LIBRO 3: VERANO.Las estrellas bañaban el bosque en su luz tenue, y una tibia brisa del sur mecía el follaje a mis pies en la serena noche primaveral. Los pasos ágiles de Milo se acercaron desde la base de las rocas en las que se abría el Nicho, para alcanzarme en mi solitario mirador al tope del peñasco.—Alfa —saludó al llegar a mi lado, sentándose a mi derecha.No respondí, la vista perdida más allá de la cúpula del bosque, en las lucecitas vacilantes que señalaban la aldea. Allí, en el rincón noreste de aquel racimo de luces, dormía mi pequeña. Risa, mi compañera, mi amor. Había dejado el castillo con Ronda dos días atrás, y ahora se alojaba en casa de la sanadora, a pocos metros de los cultivos en sombras al este y la oscuridad del Bosque Rojo al norte.—Todo dispuesto —dijo Milo tras una larga pausa, rompiendo el silencio susurrante de la noche.Volví a asentir, incapaz de apartar la vista de la aldea
Milo volteó con su caballo hacia el hombre que gritara y le respondió en voz alta y clara, para que todos lo escucharan.—Sus mujeres, las llaman. Las hijas que nunca vacilaron en entregar a cambio de seguir viviendo en nuestras tierras. Aquí se las traemos, para que vean la clase de mujeres que criaron.A pocos pasos de Milo, junto al pozo, Mora se irguió en su montura y señaló a las muchachas, enfrentando a la multitud con mirada centelleante.—Las muchachas que ven aquí son las elegidas de los últimos cinco inviernos —dijo—. Ninguna de ellas formó pareja desde que las llevamos a vivir con nosotros. A pesar de que las alimentamos, las cuidamos, las educamos, les dimos sobradas oportunidades de integrarse con nosotros y formar una familia. ¿Quieren saber por qué las traemos como las ven? Llevan las bocas cubiertas para que no puedan seguir esparciendo mentiras, y las manos sujetas para que no puedan volver a cometer actos de violencia.—Todas la