Madre estaba desocupada, y me recibió con una gran sonrisa cuando me reuní con ella a almorzar, llenándome de preguntas sobre las decisiones que tomáramos en los últimos días.—De modo que te encargarás de los aldeanos antes de marcharte al norte —dijo luego, muy seria.—Sí, y hay algo más que quiero hacer antes de la ofensiva.Madre alzó las cejas, instándome a continuar, y ladeó la cabeza pensativa al escuchar mis intenciones de pasar tiempo con Risa y luego revelarle mi identidad.—¿Y cómo te propones pasar tiempo con ella?—No tengo la menor idea —suspiré—. Si pasaré varios días fuera para ir a la aldea, no me queda demasiado tiempo. También me gustaría que Risa esté allí cuando confrontemos a los humanos. Al fin y al cabo, lo que terminó de decidirme a expulsarlos es lo que su forma de tratarla me demostró de sus naturalezas. Me gustaría que vea que el maltrato que le infligieron durante años no queda impune. Pero su forma de ser la haría sent
Me obligué a ignorar la punzada dolorosa que me causaba su rechazo y volví a abrazarla, aunque eso no la ayudó a serenarse.—¿Por qué le temes tanto? —pregunté con genuina curiosidad, aunque detestaba hablar de mí en tercera persona—. Acaso alguna vez ocurrió algo que no me hayas contado?—No, es sólo que… —musitó—. No sé cómo explicarlo, mi señor, pero sé que me detesta desde que me vio por primera vez, cuando tuvo que salvarme del león el año pasado. —Se hizo un ovillo contra mi pecho—. Ahora comprendo por qué me mira así.Había confirmado mis sospechas, aunque su última afirmación me desconcertó.—¿Así cómo?—Con odio. Como conteniéndose para no estrangularme con sus propias manos.—¿Qué?¿De dónde había sacado esas ideas? Sus respuestas me confundían, y me causaban un temor desconocido. Hice lo posible por dominar mi propia agitación.—Tiene sentido —murmuró junto a mi piel—. Siempre le causé rechazo. Y saber que alguien ta
LIBRO 3: VERANO.Las estrellas bañaban el bosque en su luz tenue, y una tibia brisa del sur mecía el follaje a mis pies en la serena noche primaveral. Los pasos ágiles de Milo se acercaron desde la base de las rocas en las que se abría el Nicho, para alcanzarme en mi solitario mirador al tope del peñasco.—Alfa —saludó al llegar a mi lado, sentándose a mi derecha.No respondí, la vista perdida más allá de la cúpula del bosque, en las lucecitas vacilantes que señalaban la aldea. Allí, en el rincón noreste de aquel racimo de luces, dormía mi pequeña. Risa, mi compañera, mi amor. Había dejado el castillo con Ronda dos días atrás, y ahora se alojaba en casa de la sanadora, a pocos metros de los cultivos en sombras al este y la oscuridad del Bosque Rojo al norte.—Todo dispuesto —dijo Milo tras una larga pausa, rompiendo el silencio susurrante de la noche.Volví a asentir, incapaz de apartar la vista de la aldea
Milo volteó con su caballo hacia el hombre que gritara y le respondió en voz alta y clara, para que todos lo escucharan.—Sus mujeres, las llaman. Las hijas que nunca vacilaron en entregar a cambio de seguir viviendo en nuestras tierras. Aquí se las traemos, para que vean la clase de mujeres que criaron.A pocos pasos de Milo, junto al pozo, Mora se irguió en su montura y señaló a las muchachas, enfrentando a la multitud con mirada centelleante.—Las muchachas que ven aquí son las elegidas de los últimos cinco inviernos —dijo—. Ninguna de ellas formó pareja desde que las llevamos a vivir con nosotros. A pesar de que las alimentamos, las cuidamos, las educamos, les dimos sobradas oportunidades de integrarse con nosotros y formar una familia. ¿Quieren saber por qué las traemos como las ven? Llevan las bocas cubiertas para que no puedan seguir esparciendo mentiras, y las manos sujetas para que no puedan volver a cometer actos de violencia.—Todas la
Milo aguardó a que se calmara el alboroto causado por la madrastra de Risa y se irguió en su montura, mirando a su alrededor.—Ésta ha sido la última vez que elegimos humanas para procrear con nosotros —dijo—. Y es el fin de la llegada indiscriminada de humanos a nuestras tierras. Es momento de que hagan algo más que holgazanear y demandar privilegios que no se molestan por merecer.Sentí que Mendel se tensaba en la silla como yo, los dos atentos a cualquier movimiento sospechoso entre los humanos, pero sólo vimos muestras de sorpresa y miedo renovado.—De ahora en más, todas las familias con hombres en edad de portar armas sumarán al menos uno de ellos a nuestras fuerzas de defensa —agregó Milo, tan alerta como nosotros—. Los hombres en edad de luchar que no tengan familia también quedarán enrolados. Porque es tiempo que aprendan el costo de luchar por lo que tienen. Pero ya no vivirán aquí. Después del solsticio de verano, los únicos humanos autorizados a resi
Estaba a punto de romperle el cuello a la anciana cuando la voz de Risa volvió a alcanzarme como una campanada dolorosa, que retumbó en mi cabeza y anuló mi control sobre mi propio cuerpo.Aun contra mi voluntad, mis dedos se aflojaron en torno a la garganta de la sanadora, que boqueaba al borde de la asfixia, y se habría desmoronado si Risa no hubiera corrido a sostenerla. Todos nos volvimos hacia ella conmocionados. ¿Cómo era posible que mi pequeña, una humana con la sangre manchada por un paria, usara la voz de mando? Y no un simple intento: nos había afectado a todos como sólo nuestra reina y madre tenía el poder de hacer.Aturdido, el aire escaso en mis pulmones, encontré la mirada estupefacta de Mendel, que me siguió cuando me apresuré hacia afuera.—¿Qué demonios? —jadeó apenas estuvimos al aire libre, todavía sacudido.Sólo pude menear la cabeza, sin saber qué responderle. Pero la situación distaba de haberse resuelto. Mis hermanos y mis sobrinos
—Aquí estoy con tu pequeña —me avisó Mora poco después—. Sana y salva, no te preocupes.—Ya que estás con ella, hay algo que quiero que le preguntes —tercié, y le referí lo que sucediera inmediatamente después de que hirieran a Milo.—¿Me estás diciendo que te llamó con la mente? —exclamó Mora incrédula.—Sí, algo así. Lo hizo justo antes de saltarle encima al tercer espía. De no haber sido por ella, me habría matado. Y su intervención no sólo frustró el ataque, también me permitió atraparlo.—¡Háblame de agallas! Gran Dios, Mael, es todo tan extraño. Jamás imaginé que haría algo así por ti, ignorando quién eres para ella y con el miedo que parece tenerte. Veré qué puedo preguntarle
Sin otra alternativa, me tragué mi frustración y crucé la calle hacia la casa donde llevaran a Milo, para pasar al menos unos minutos con él mientras interrogábamos a la sanadora sobre los espías. Pero apenas abrí la puerta, Ronda corrió a mi encuentro, cortándome el paso.—¿Una palabra, Alfa? —dijo, invitándome a volver a salir.Acepté sorprendido, porque era extraño que Ronda me buscara para hablar de nada. Tan pronto cerró la puerta tras ella, la soltó a hablar de forma tan atropellada que tuve que interrumpirla y pedirle que comenzara de nuevo.—Se trata de Tea, la sanadora —dijo con una mueca—. Quería pedirte que no la castigues por lo que hizo.Me limité a sostener su mirada en silencio, alzando las cejas. Ronda desvió la vista, meneando la cabeza levemente.—Tea perdió a sus tres hijos huyendo hacia aquí, hace muchos años, y lo único que le quedaba de ellos eran rizos de su cabello en unas botellitas. —Volvió a enfrentarme suplicante—. Estab