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Disfruté aquella cacería como pocas. No sólo porque mi cadera había dejado de molestarme, y al fin podía correr y saltar cuanto quería. Pasar la noche en el bosque con los míos, nuestra naturaleza exaltada por la luna, me insuflaba una vitalidad nueva, especialmente porque sabía que al volver a casa, Risa me esperaba para ofrecerme en sus brazos el sosiego y el descanso que precisaría.

Los imprimados nos entregamos en cuerpo y alma a la caza, mientras los solteros se entretenían entre ellos en aquella primera noche de celo, para ver si hallaban compañeros.

Mis hermanos y yo nos alejamos de los demás para cazar juntos como nos gustaba, y no tardé en advertir la inusual actitud cautelosa de Mora hacia mí. Nos disponíamos a dividirnos en pares para emboscar a un alce corpulento. Intercambié una mirada con Milo, que se llevó a Mendel con él, y me volví hacia mi hermana.

—Veamos si estás en forma para el verano —le dije a tono de broma.

La amaba, era parte de mí, y aunque aún no terminaba
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